domingo, 21 de octubre de 2012
martes, 2 de octubre de 2012
Gallito Ciego Novela. Trigésima Cuarta Entrada
VIII. El río y la sedienta.
Ya
tengo 35 años. Desde que me separé de
Enrique no tengo una relación
más o menos estable. Creo que ya es hora que le ponga candado a la puerta del
pasado y mire para adelante. Detesto sentir esa sensación de soledad cuando
entro a mi departamento. Este tipo parece otra cosa. Distinto. Si todo sale mal
por lo menos me quedará lo físico. Yo necesito sexo como combustible. Sentir
que un hombre me penetra hasta lo más intimo de mi cuerpo. Enrique era
espectacular. Otra vez recordándolo. Debo cerrar ese candado de un vez por
todas. Me voy a poner de pie mientras marcho hacia la puerta de salida puedo
mirar por las ventanillas polarizadas, si él me espera. Sí ahí esta sentado
contra la vidriera de avenida Santa Fe tal cual me dijo. Voy a apretar el
botón, así me bajo en la parada. Este calor que siento en mi cara. ¡Qué tonta
soy!. Después de todo Alfredo es un
lindo tipo pero no es para tanto. No como Enrique. Otra vez. ¡qué cosa! Bueno
ahora en la vereda por lo menos corre una pequeña brisa. Eso me refrescará un
poco la cara. No me gusta ponerme colorada cuando me encuentro con un hombre.
Pero casi siempre me pongo colorada. Desde chica. Y a veces me da como ese temblor adentro,
como una vibración. Bueno ya pasará. Recuerdo mi primer encuentro con aquel
chico de la escuela. ¿Cómo se llamaba? ¿Augusto o Agustín? No ese era el amigo
del que me gustaba a mí en realidad, pero claro él salió con Andrea. Era tan
linda Andrea. No se como estará ahora hace tantos años que no la veo. Qué
tráfico por Anchorena. El semáforo roto. ¡Qué milagro! Alberto se llamaba.
¡Alberto! ¡Ese idiota casi me choca! Me
va a dejar la cola chata. Y a los hombres lo que más les gusta es mi cola. Me
gusta mover mi cola y imaginarme como la miran. Me hace sentir, no sé,
especial. A los hombres lo que más les gusta es mi cola. Ingresé por la puerta
de la ochava, Alfredo me sonríe. Sus dientes son perfectos. Siempre bien
afeitado. Me molestan los hombres que me pinchan con su barba después me queda
la cara toda irritada. Pero él siempre está muy prolijo. Afeitado y bien
peinado. Tiene el pelo corto. Me gustan los hombres con el pelo un poco más
largo y libre, pero él tiene el pelo corto. La camisa blanca le queda muy bien.
Me acerco lo beso en la mejilla. Me gusta besar en la mejilla. No es cuestión
de andar dando espectáculo. Para otro tipo de besos siempre hay tiempo.
sábado, 15 de septiembre de 2012
Gallito Ciego. Novela. Trigésimo Tercera Entrada
Gallito Ciego. Trigésimo Tercera Entrada
Mentiras peligrosas. ¡Tantas mentiras hemos sufrido los argentinos! Desde el mundial de mil novecientos setenta y ocho, la guerra de las Malvinas, hasta la orgía neoliberal de los noventa. Ésa que casi nos llevó a la guerra civil. Orgía que nos dejó una generación educada en el consumo y la idiotez. Ese primer mundo que no llegó a los asentamientos de emergencia. A las panzas vacías de nuestros chicos, hijos de la desocupación. Que esperaban con sus bocas abiertas el derrame de ésa copa que nunca derramó una gota de nada sobre el país. ¡Que derramó su riqueza en un grupo de nuevos ricos aventureros y corruptos! Que exanguinó a nuestro país. País anémico y desigual en que elegimos a un presidente dormido. Por eso me repugna la mentira. La de los otros y la nuestra. Por eso espero que por fin se confirme la identidad de ella. Es parte del camino para recuperar la de todos.
Mentiras peligrosas. ¡Tantas mentiras hemos sufrido los argentinos! Desde el mundial de mil novecientos setenta y ocho, la guerra de las Malvinas, hasta la orgía neoliberal de los noventa. Ésa que casi nos llevó a la guerra civil. Orgía que nos dejó una generación educada en el consumo y la idiotez. Ese primer mundo que no llegó a los asentamientos de emergencia. A las panzas vacías de nuestros chicos, hijos de la desocupación. Que esperaban con sus bocas abiertas el derrame de ésa copa que nunca derramó una gota de nada sobre el país. ¡Que derramó su riqueza en un grupo de nuevos ricos aventureros y corruptos! Que exanguinó a nuestro país. País anémico y desigual en que elegimos a un presidente dormido. Por eso me repugna la mentira. La de los otros y la nuestra. Por eso espero que por fin se confirme la identidad de ella. Es parte del camino para recuperar la de todos.
sábado, 11 de agosto de 2012
Gallito Ciego. Novela. Trigésimo segunda Entrada
VII El
gallito ciego.
Cuando
bajé del taxi ingresé en el atrio del hospital. Miré al muchacho que se
recostaba en el asiento de atrás y hablaba al taxista. El coche se alejó por
Díaz Vélez. Extraje el celular de mi cartera y marqué el número de Horacio.
-Hola-escuché
su voz que me sorprendió, por primera vez, después de tantos años. -Hola-repitió un poco molesto.
–Soy yo-le dije con un leve carraspeo.-¿vos que querés Horacio, que lo
maten a ése boludo?-agregué con
brusquedad.- Creo que ya encontró la punta del ovillo, sacalo de ahí, ¡no seas
hijo de puta!. Podemos emplear otros medios para seguir adelante. –Sabés que no hay ningún otro medio,
me extrañan tus escrúpulos. Nosotros no somos tontos, ellos tampoco.
Necesitamos un gallito ciego que juegue esta partida por nosotros. No hay otra
y lo sabés-me contestó con su voz áspera .
–Sos
un reverendo hijo de puta-le dije en susurros para que no me escucharan las
personas que me rodeaban. Lo más probable es que pensaran que estaba
discutiendo con algún ex marido.-Lo estás mandando al matadero. Ya lo encontró
al oso, no lo dejes seguir metiendo la nariz. A mí nunca me gustó jugar al
gallito ciego. No seas hijo de puta Horacio.
–Te la hago corta-me dijo endureciendo aún más su tono-Las cosas no son como antes.
Ahora yo organizo este juego y listo. Sabés que no hay camino limpio. Los nuestros son blanco fácil. Las fuerzas de
seguridad no son confiables y no lo serán por muchos años.-se detuvo para respirar
o para encender un cigarrillo- Así que está decidido. Yo de todas formas lo voy
a llamar al pendejo y de alguna forma lo pondré en guardia. –Ja , ¡lo pondrás en guardia! Que
bien.-callé un instante indignada, las palabras se me detenían en la garganta-
¿Le vas a explicar contra quienes se tiene que poner en guardia? ¡Le vas a
explicar cuanta sangre tienen en sus manos! Agradecé que las cosas no son como
antes-le advertí veladamente- ¡Y vos que criticabas a la cúpula por sacrificar números! Ahora tenés tu propia
marioneta.
–Mi gallito ciego, yo no manejo los hilos. Y no te confundas, yo no
aviso para que lo esperen.-me dijo y luego el biiip biiip anunció el fin de la comunicación. El muy
maldito me había cortado. Me arrepentí de haber desempeñado algún papel en ésta
farsa. Había muchos inocentes en riesgo.
Más allá del beneficio que acarrearía
que lográramos desbaratar a esa sarta de dementes. Yo no creo una
palabra en lo sobrenatural. Yo soy una mujer, que solo cree en las realidades
tangibles, como una nueve milímetros en la nuca o un cable en la vagina.
Recordé a Horacio en otras épocas, en otros lugares. Recordé el peso de su
cuerpo sudoroso sobre mi vientre. Y pensé en aquello que no se bebe dos veces
del mismo río. Guardé mi celular en la cartera. Miré a Jessica que me miraba
seria a mi lado. Jessica, Jessica Isabel, a veces me parece que no tiene
sentimientos. Como si hubiera sido mutilada. Y en cierta forma lo había sido.
Le habían extirpado su infancia y su
adolescencia. Toda ella había sido extirpada. Cirugía radical. Transplante.
Inicialmente se había negado a aceptar la verdad. Su verdadero origen. No es
fácil despertar de un sueño para darse cuenta que la vigilia es una pesadilla.
Que alguien nos borró, para convertirnos en nada. En una muñequita de carne y
hueso. Por eso Jessica estaba mutilada.
La expresión de su emotividad había sido cancelada. Me tomó del brazo y juntas
nos fuimos hacia el ascensor.
-¿Él no sabe nada?-me
preguntó.
–No-le contesté-Él
no sabe nada-y creí ver una sombra que veló sus ojos, para nuevamente
desaparecer. Tan fugaz como había llegado. Las puertas metálicas se abrieron
ante nosotros. Esperamos que desciendan sus ocupantes e ingresamos a la cabina.
Nos dirigimos al departamento de genética. Era hora que por fin se confirmara
la identidad de Jessica. Me gustaba
mucho su compañía. Ella no había querido
permanecer en la casa de sus apropiadores. Yo sabía que tenía sentimientos
ambivalentes. Pero nada lastima más que
la mentira. Una mentira mantenida a lo
largo de años. A lo largo de un proceso
en el que fue necesario la demolición de muros sucesivos de engaños. Como una
topadora que ingresa en un
laberinto. Topadora alimentada con perseverancia y amor. Ella no recuperaría a su familia. Mucho
tiempo hace que el monstruo demente de los años de plomo la había devorado. Pero al menos recuperaría
su identidad. Recuperaría eso de mirarse
al espejo y verse. Verse a ella misma y no a la muñequita inventada. No a
aquella imagen mendaz que vio durante tantos años. Recuperaría también el
orgullo de los suyos. De aquellos, que como yo, equivocados o no soñamos con un
mundo mejor. Más justo. Por eso cuando
pienso en los procedimientos de este Horacio manipulador. De este nuevo
Horacio. Me pregunto si no estaremos ensuciando nuestras manos con
mentiras. Mentiras peligrosas
domingo, 15 de julio de 2012
Gallito Ciego. Novela. Trigésimo Primera Entrada
Gallito Ciego. Trigésimo Primera Entrada
Él no tenía la misma fe que yo en el maestro.
No quiero decir que el chancho nos combatiera. No, para nada. Él era solidario con nuestra causa, pero
digamos moralmente. Yo por supuesto no podía revelarle mi papel central en
todos los planes del maestro y de nuestra hermandad. Pero es lógico que
seguramente luego se plegaría a nosotros, en el momento del segundo regreso. El
regreso definitivo. El maestro me ungió a mí por mi fe. Porque yo no me ando con chiquitas. Estábamos
cerca del paso previo. Regresaríamos al que se llevó a su tumba la invocación
secreta, la que él mismo recitó a los
pies de su agonía. Con ese secreto, con esa llave, triunfaríamos. Yo al chancho
nunca le di tantos detalles, no podía revelarle mi papel central. Además
tampoco supe como lo tomaría él, para él sus subordinados, siempre son
subordinados. Así era el chancho. Además yo tenía un buen pasar el empleo que
me dieron como jefe del cementerio,
tenía un buen sueldo. Era útil también a mis fines, como me aconsejó el
maestro. Y algo tenía guardado, algunas propiedades y otras cositas que las
manejaba con mi cuñado. Pero claro el chancho era una potencia, en una
oportunidad nos invitó a cazar a su
estancia, o una de ellas quien sabe, ¡una mansión! Nos atendieron a cuerpo de rey. Pero claro a
los dos días el chancho tuvo que viajar de urgencia a Paraguay en una avioneta
que salía de ahí mismo y nos llevó a la ruta a tomar el colectivo de nuevo a
Buenos Aires. El chancho es así. Pero buen tipo. Claro que sea buen tipo no
quiere decir que uno pueda confiarle todo. Cuando llegué a la ferretería
estacioné mi megane en el playón al lado de uno de los camiones de reparto de
materiales. Cerré con llave. Hoy la inseguridad es terrible. ¡Hay que poner
orden carajo! Pensé. Cuando abrí la puerta de blindex polarizado pude verlo en
una de las oficinas del fondo, caminé esquivando los distintos modelos de baños
expuestos sobre tarimas, las pirámides de palas, los muestrarios de cerámicos,
asomándome tras una torre de tachos de
esmalte sintético, le hice señas a un pendejo señalándole con el índice la
puerta de la oficina y pasé tras el mostrador enorme. Cuando llegué a la puerta
me detuve en el umbral y le dije:
-Comisario
Guzmán, ¡como se nota que a usted le gustan los fierros!
Al principio
me miró sorprendido sobre el marco de sus anteojos dorados y luego se puso de
pie y me invitó a pasar. Me estrechó fuertemente la mano y me dijo.
-¡Osito hijo de puta! Que
gusto me da verte.-En ése momento me di cuenta de los dos tipos que tenía a mis
espaldas.-Vayan no más muchachos-dijo él-este hombre es un amigo, de los buenos
tiempos.- los tipos se retiraron en silencio como habían llegado. Yo pensé que
estaba perdiendo los reflejos. Primero me pega un pendejo de mierda y ahora me
podrían haber amasijado y yo ni cuenta.
-¿Qué te pasó en la cabeza?-me dijo el chancho mientras me sentaba.
Entonces le conté. Le conté como un hijo emancipado, mayor, le cuenta a su
padre sus vergüenzas. Él me escuchó callado.
miércoles, 4 de julio de 2012
Gallito Ciego. Novela. Trigésima Entrada
Gallito Ciego. Trigésima Entrada
VI El
Maestro Negro y el chancho
-Maestro
permítame hacerlo por favor.-casi imploré. El otro permaneció callado, como si
no me hubiera escuchado.-Maestro por favor-supliqué nuevamente. No obtuve respuesta. Mi interlocutor continuó en silencio leyendo un libro que
tenía sobre su falda. La pequeña cabeza inclinada hacia abajo. Yo, el hombre,
caminaba de un lado hacia otro de la habitación.-Se lo ruego-dije luego de un
momento. El anciano levantó su cabeza
cubierta de cortos rizos casi blanca por completo y me miró con sus ojos inyectados. Tomó el libro lo dejó en
el suelo y se puso de pie. Con las manos
entrelazadas en su espalda caminó hacia mí y se detuvo a pocos centímetros de
distancia. -¿Para qué?-me preguntó con
una voz suave. Yo, el hombre, bajé la cabeza y comencé a mover el tronco de un
lado hacia el otro como un niño vergonzoso.-¿Para qué?-volvió a preguntar el
anciano.-Necesito hacerlo maestro-contesté por fin-necesito saber que estamos
cerca de lograrlo. Ansío saber que el momento está cerca. ¡Hace tanto que no
las veo!-casi grité. El viejo levantó su mano derecha a la altura de su cara con la palma hacia
delante en un gesto tranquilizador.-Debes tener fe-me dijo y se dio vuelta
dándome la espalda. Yo, el hombre, puse una mano suavemente sobre el hombro del
viejo, éste giró sobre sus talones y me miró con el semblante transformado en
una mueca de ira.-No me toques, sabes que no puedes tocarme-me dijo-Ya lo sé
maestro, perdón-contesté arrepentido, bajando nuevamente la cabeza.-Está bien,
ya está bien-musitó el viejo en forma casi inaudible, me miró se dio vuelta y
con un gesto de su mano me invitó a seguirlo. Abrió una puerta de madera oscura
y ambos ingresamos en un largo pasillo
en penumbras. Al final del mismo a través de otra puerta más pequeña
descendimos por una escalera apenas iluminada hacia un sótano amplio y húmedo.
El anciano se detuvo ante un mueble enorme que tenía solo una pequeña puerta.
Me miró. Se retiró una llave que colgaba de su cuello y la giró en una cerradura de doble paleta. La
pesada puerta se abrió sin ruido alguno. A través de un cristal y bajo una luz blanquecina, yo, el hombre,
pude ver lo que quería. Solo por un instante. Luego el viejo cerró nuevamente
la puerta del mueble y me dijo- Ahora vete, y no vuelvas si no te llamo- Hizo
un gesto displicente, señalándome que me fuera, como el gesto que hace un padre
a su hijo. Yo, el hombre, me incliné en
una especie de reverencia y subí rápidamente las escaleras alejándome. Ya en la
vereda, yo, el oso Videla, decidí ir a visitar al Chancho Guzmán hacía mucho
que no lo veía. Desde que se había retirado de la fuerza alrededor de 1982, se
había instalado en el interior, creo que en Entre Ríos, en una estancia que
había comprado en Nogoyá o Villaguay.
Pero hacía unas semanas que se encontraba en la ferretería de Gerli. El chancho
siempre me avisaba de sus visitas. Nos juntábamos a recordar viejos tiempos.
Los muchachos manejaban casi todo el negocio, eran duros como su padre. Pero el
chancho no perdía la costumbre de supervisar todo. Él debía tener todo en un
puño. Era su naturaleza de organización y mando. Como en las viejas épocas. Por ahí me parecía
que ya no le interesaba la política como antes. Como si su único interés fueran
los negocios. La verdad que a juzgar por el BMW negro tan mal no le debía ir.
viernes, 22 de junio de 2012
Gallito Ciego Novela. Vigésimo Novena Entrada
Gallito Ciego Novela Vigésimo Novena Entrada.
El vehículo se detuvo. Los vidrios polarizados no dejaban ver con claridad sus ocupantes. Sus balizas se encendieron y marcha atrás estacionó casi enfrente al bar. El mozo que había visto mi actitud me observaba desconfiado. Noté como se acercaba al teléfono y buscaba algo bajo la barra. En un instante de la trastienda emergieron dos muchachos que evidentemente trabajaban en la cocina. Estos me miraban en forma directa. Uno de ellos tenía en su mano uno de esos cuchillos rectangulares que usan los orientales para cortar pescado. Respiré hondo, realmente me sorprendía que después de haber frecuentado con cierta regularidad ese local, me observaran de ésa forma. La puerta del conductor del Siena se abrió, un hombre de unos cuarenta años corpulento, de pelo casi rapado, semicano, bajó. Vestía una campera de cuero gris cerrada con un cierre hasta el cuello. Caminó por delante del coche y subió a la vereda miró hacia ambos lados. Luego miró hacia el bar. Golpeó el vidrio de la puerta trasera con su dedo índice doblado y éste bajo unos escasos centímetros. El hombre se agachó y habló unas palabras con los ocupantes del asiento trasero. Mi corazón empezó a latir rápidamente y sentí un ligero temblor en las piernas. Los tres muchachos detrás de la barra conversaban entre sí aparentemente se habían tranquilizado. No obstante uno de ellos amagó a dirigirse hacia mí. Ahora el de la campera gris miraba directamente hacia el bar . Volvió a agacharse y con su mano izquierda levemente extendida señaló hacia el local. Se volvió a erguir era más alto que lo que yo había pensado cuando bajó del auto. El vidrio polarizado volvió a cerrarse. El tipo guardó sus manos en los bolsillos laterales y cruzó la vereda hacia la puerta. La abrió suavemente y mirando a los escasos comensales se dirigió hacia los muchachos que estaban en la barra. Yo me introduje dentro del baño y atisbé por una pequeña hendidura entre la hoja y el marco. Miré si había alguna ventana que diera a los fondos. En las películas siempre había una y cuando los malditos entraban solo veían una cortina moverse mecida por el viento. Me había metido en mi propia trampa. Estaba atrapado. Repentinamente el hombre se alejó hacia la puerta y los dos muchachos de camisa, incluido el del cuchillo volvieron a la trastienda. El mozo echó una rápida ojeada hacia la mampara al parecer le tranquilizó no verme. Me apuré a salir. Cuando giro hacia la puerta veo al tipo acercarse con tres ancianas. Me sonreí nuevamente. Estaba realmente paranoico. En ése mismo instante una vibración estimuló la piel de mi muslo derecho. Introduje la mano en el bolsillo y extraje mi celular. Era la respuesta de Selene. Después de todo no parecía resentida. Me esperaba a las veintidós treinta. Ya en la vereda caminé unos pocos metros hasta la esquina de Bogotá y decidí no regresar a la redacción. Detuve un taxi y me dirigí hacia la cerrajería de la calle Venezuela, ése día había salido sin el auto. Acostumbraba hacer eso dos o tres veces por semana. Desde dos mil uno hacía aquí, se habían incrementado el número de piquetes, protestas y cortes de calle lo que nos hacía muy difícil el tránsito a los automovilistas en muchas oportunidades. Los primeros piquetes eran una imagen que veíamos en la televisión: en la lejana Salta o en la Patagonia. Pero nunca imaginamos que se transformarían en parte del paisaje cotidiano de Buenos Aires. Si bien es bueno aclarar, como decía muchas veces García , que piquetes eran aquellos, los originales. Luego fueron perdiendo su espontaneidad y su singularidad de asambleas populares. De asambleas de un pueblo excluido y desesperado. Al final de la experiencia neoliberal de los noventa, los piquetes tenían esa característica. Eran puros auténticos. Cuando el presidente farandulesco, tomaba champaña, regalaba ordenadores a escuelas sin corriente eléctrica y nos invitaba a viajar a tomar el té a Japón por la estratosfera. Ya no lo son tanto. Hoy, muchos de ésos movimientos han prestado sus dirigentes a distintos organismos estatales y se han constituido en gerenciadoras de planes sociales. En eso tiene razón García. Más allá de todos los defectos que tenga el gordo, en eso tiene razón. Por eso trato de salir sin el auto dos o tres veces por semana. Buenos Aires además tiene un transporte público muy bueno, al menos durante el día. Se puede optar entre ir hacinado en un colectivo urbano o en un subterráneo. Y si venimos del conurbano podemos hacerlo en maravillosos trenes suburbanos, de cercanías como dirían los españoles. Qué incluso nos brindan la oportunidad de vivir la aventura de llegar sanos a nuestro destino y si somos afortunados, sin haber sido robados. Por eso decidí tomar un taxi. A pesar de la queja de mi bolsillo. A la paranoia de momentos atrás lo seguían ahora estos momentos en que me sentía extrañamente feliz. Como invadido por el efecto de una droga euforizante. Debía contener mi euforia que muchas veces me lleva a cometer groseros errores. Groseros errores de evaluación. Cómo el de Videla.
El vehículo se detuvo. Los vidrios polarizados no dejaban ver con claridad sus ocupantes. Sus balizas se encendieron y marcha atrás estacionó casi enfrente al bar. El mozo que había visto mi actitud me observaba desconfiado. Noté como se acercaba al teléfono y buscaba algo bajo la barra. En un instante de la trastienda emergieron dos muchachos que evidentemente trabajaban en la cocina. Estos me miraban en forma directa. Uno de ellos tenía en su mano uno de esos cuchillos rectangulares que usan los orientales para cortar pescado. Respiré hondo, realmente me sorprendía que después de haber frecuentado con cierta regularidad ese local, me observaran de ésa forma. La puerta del conductor del Siena se abrió, un hombre de unos cuarenta años corpulento, de pelo casi rapado, semicano, bajó. Vestía una campera de cuero gris cerrada con un cierre hasta el cuello. Caminó por delante del coche y subió a la vereda miró hacia ambos lados. Luego miró hacia el bar. Golpeó el vidrio de la puerta trasera con su dedo índice doblado y éste bajo unos escasos centímetros. El hombre se agachó y habló unas palabras con los ocupantes del asiento trasero. Mi corazón empezó a latir rápidamente y sentí un ligero temblor en las piernas. Los tres muchachos detrás de la barra conversaban entre sí aparentemente se habían tranquilizado. No obstante uno de ellos amagó a dirigirse hacia mí. Ahora el de la campera gris miraba directamente hacia el bar . Volvió a agacharse y con su mano izquierda levemente extendida señaló hacia el local. Se volvió a erguir era más alto que lo que yo había pensado cuando bajó del auto. El vidrio polarizado volvió a cerrarse. El tipo guardó sus manos en los bolsillos laterales y cruzó la vereda hacia la puerta. La abrió suavemente y mirando a los escasos comensales se dirigió hacia los muchachos que estaban en la barra. Yo me introduje dentro del baño y atisbé por una pequeña hendidura entre la hoja y el marco. Miré si había alguna ventana que diera a los fondos. En las películas siempre había una y cuando los malditos entraban solo veían una cortina moverse mecida por el viento. Me había metido en mi propia trampa. Estaba atrapado. Repentinamente el hombre se alejó hacia la puerta y los dos muchachos de camisa, incluido el del cuchillo volvieron a la trastienda. El mozo echó una rápida ojeada hacia la mampara al parecer le tranquilizó no verme. Me apuré a salir. Cuando giro hacia la puerta veo al tipo acercarse con tres ancianas. Me sonreí nuevamente. Estaba realmente paranoico. En ése mismo instante una vibración estimuló la piel de mi muslo derecho. Introduje la mano en el bolsillo y extraje mi celular. Era la respuesta de Selene. Después de todo no parecía resentida. Me esperaba a las veintidós treinta. Ya en la vereda caminé unos pocos metros hasta la esquina de Bogotá y decidí no regresar a la redacción. Detuve un taxi y me dirigí hacia la cerrajería de la calle Venezuela, ése día había salido sin el auto. Acostumbraba hacer eso dos o tres veces por semana. Desde dos mil uno hacía aquí, se habían incrementado el número de piquetes, protestas y cortes de calle lo que nos hacía muy difícil el tránsito a los automovilistas en muchas oportunidades. Los primeros piquetes eran una imagen que veíamos en la televisión: en la lejana Salta o en la Patagonia. Pero nunca imaginamos que se transformarían en parte del paisaje cotidiano de Buenos Aires. Si bien es bueno aclarar, como decía muchas veces García , que piquetes eran aquellos, los originales. Luego fueron perdiendo su espontaneidad y su singularidad de asambleas populares. De asambleas de un pueblo excluido y desesperado. Al final de la experiencia neoliberal de los noventa, los piquetes tenían esa característica. Eran puros auténticos. Cuando el presidente farandulesco, tomaba champaña, regalaba ordenadores a escuelas sin corriente eléctrica y nos invitaba a viajar a tomar el té a Japón por la estratosfera. Ya no lo son tanto. Hoy, muchos de ésos movimientos han prestado sus dirigentes a distintos organismos estatales y se han constituido en gerenciadoras de planes sociales. En eso tiene razón García. Más allá de todos los defectos que tenga el gordo, en eso tiene razón. Por eso trato de salir sin el auto dos o tres veces por semana. Buenos Aires además tiene un transporte público muy bueno, al menos durante el día. Se puede optar entre ir hacinado en un colectivo urbano o en un subterráneo. Y si venimos del conurbano podemos hacerlo en maravillosos trenes suburbanos, de cercanías como dirían los españoles. Qué incluso nos brindan la oportunidad de vivir la aventura de llegar sanos a nuestro destino y si somos afortunados, sin haber sido robados. Por eso decidí tomar un taxi. A pesar de la queja de mi bolsillo. A la paranoia de momentos atrás lo seguían ahora estos momentos en que me sentía extrañamente feliz. Como invadido por el efecto de una droga euforizante. Debía contener mi euforia que muchas veces me lleva a cometer groseros errores. Groseros errores de evaluación. Cómo el de Videla.
lunes, 18 de junio de 2012
Gallito Ciego Novela. Vigésimo Octava Entrada
V Paranoia
La misma voz grave de la última vez atendió el teléfono de la cerrajería de la calle Venezuela. El tipo del apodo parece que nunca está. Era al parecer un eterno ausente. Todas mis preguntas al respecto del momento de su posible regreso fueron contestadas con vaguedades. El Papa, así era su apodo, podía volver mañana o el año próximo. Podía estar en Avellaneda o en Moldavia. Colgué el teléfono con fastidio. Miré a García que sentado en su escritorio se comportaba con total indiferencia hacia mi persona. Pensé en hablarle y explicarle que yo no tenía nada que ver con lo que Riedel Liand. Podría habérselo dicho. Pero me autoconvencí en el acto que sería inútil. Me puse de pie me dirigí a su lado y lo invité con fingida naturalidad a tomar un café. Lo que rechazó a su vez simulando tareas impostergables. Bajé por las escaleras, saludé a Margarita que extrañamente sonreía mirando su celular. Después de todo la cara de nada tendría algún cara de nada que le mandaba mensajes de textos. Me la imaginé besando un globo rosado con cara de payaso como los de los cumpleaños infantiles y no pude reprimir una sonrisa. Quizás de tener un novio en realidad debería parecerse a Barnie. Aunque ya no existe el concepto de novio. Me sorprendí a mi mismo pensando de forma tan anacrónica. Enfrascado en ésos dislates llegué a la esquina. Me fui caminando al barcito de avenida Acoyte y me senté solo en una mesa junto al ventanal. Miré los coches pasar. Pedí un café. Hojee mi agenda. Una pequeña agenda revestida de cuero marrón. Abrí en la S busqué el teléfono de Selene, hacía mucho que no la invitaba a tomar un café. Recuerdo cuando Ortega me la presentó en un pub de la avenida Libertador. Pocas veces he conocido una tipa tan simpática. Y no digo esto porque sea fea. No actúo como en un concurso de belleza donde la señorita simpatía es la participante más fea. No Selene tiene sus encantos. No es una de ésas minas que las mirás y morís. Se parecía más a uno de ésos cuadros que al principio no causan gran impacto pero que poco a poco nos van gustando más y más. Extraje mi celular que como siempre estaba en el bolsillo y marqué su número. Me atendió la casilla de correo. Dudé y corté. Dejé el teléfono sobre la mesa y terminé mi café. Volví a mirar los coches que transitaban por la avenida. Me pareció que un Siena verde musgo lo hacía por segunda vez. Me dije a mi mismo cuantos miles de autos iguales debía haber en Buenos Aires. Miré el celular que descansaba sobre la mesa. Le envíe a Selene un mensaje de texto. Una cosa convencional. Diciéndole que después de tantos meses me gustaría verla para charlar un rato. Me sentía ridículo. Nuestra última vez no había sido casualmente charla. No sé porque nunca más la llamé. Quizás porque me había gustado más de la cuenta. Y había sonado la alarma, ésa que avisa cuando la independencia puede estar en peligro. Llamé al mozo y le pagué. Nuevamente el Siena se aproximaba por la avenida, ésta vez no había duda era la misma patente. Me puse en guardia. Me dirigí al baño y me paré tras la mampara que cubría la puerta de acceso
viernes, 15 de junio de 2012
Gallito Ciego. Novela. Vigésimo Séptima Entrada
Gallito Ciego. Novela. Vigésimo Séptima Entrada
IV El Oso
Yo
lo conocí creo que en 1964 o 65 más o menos por ésa época. Después lo perdí. Lo
reencontré por el 73 o 72 no recuerdo bien..
Yo andaba en la juventud del
sindicato y él estaba metido con un grupo de estudiantes que querían enderezar
la universidad. Lo que pasa que en esos
años los zurdos nacían como hongos. Uno les pateaba la cabeza pero de nuevo
volvían otros. Ellos no tienen nada que
ver con nosotros. Nosotros somos argentinos. Él me contaba que sí, que en la
universidad estaba también lleno de maricones, de judíos apátridas. Todos
zurdos. Porque ésos pendejos zurditos además son casi todos medios putos,
melenudos y mugrientos. Cuando descubrían alguna reunión le caían con todo,
con cadenas, palos y algún fierro por si hacía falta despachar alguno, porque
alguno de ésos afeminados eran más peligrosos que otros y había que liquidarlo.
Yo lo entendía, porque nosotros en el sindicato
teníamos que hacer lo mismo, porque siempre están. Tenés que tener mucho cuidado porque ésos
guachos siempre están. Se infiltran como dice el compañero secretario general.
Son infiltrados trotskistas. Como un cáncer que se come el tejido social , eso
también nos explicó el compañero secretario general. Uno tenía que defenderse. En todos lados
teníamos que defendernos. Era una agresión que la manejaban desde afuera.
Nosotros somos argentinos. No tenemos nada que ver con ésos. Y somos bien machos también. Nadie nos va ha
llevar por delante. Ni nos coparían los gremios así como así. Seguro que
pensaban que éramos una manga de pelotudos. Seguro que pensaban que éramos
todos unos mantequitas salidos de un colegio de monjas. Se equivocaron fiero.
Nosotros tenemos las pelotas como sandías. Ahora todo es distinto. Si sos
patriota, está mal. Si defendiste la patria está mal. ¡Cómo se olvida de todo
la gente! Esos que tanto nos critican ¿Dónde estaban en aquella época? ¿Por qué
no vinieron a decirnos ésas cosas entonces? ¡Cobardes! ¿Por qué no se van a
vivir a Cuba? Eso digo yo. ¡Qué tal les va ha quedar el moño si lo critican a
Fidel! O dicen que no respeta los derechos humanos. Risa me da. Derechos humanos,
¡Déjense de joder con boludeces!. Una guerra, eso fue. ¡Una guerra! Y los que
ganamos, resulta que después perdimos.
Pero ya se acabará, pronto se acabará, yo te aseguro que pronto se
acabará. Y entonces unos cuantos me las van a pagar, entonces unos cuantos se
la van a ver conmigo. Vamos a ver quien se las banca como un hombre. Si, por el 72 o 73 lo volví a encontrar en
ésa reunión, no me preguntés donde fue porque no me acuerdo, fuimos a la
Capital pero no me acuerdo donde. Todos
en los camiones y los colectivos de la municipalidad. Se portaban como unos
duques en el sindicato, en ése aspecto, no hay nada que decir. No se como fue
la cosa que algunos estudiantes, de los nuestros ¡Ojo! Tipos bárbaros. Que no
querían que cuando regresara el viejo, los bolches le coparan la parada. De los
nuestros. Daba gusto escucharlos. Patriotas los tipos. Así fue como me pareció verlo a la iguana
Serra abrazado a una bandera de la CNU de
Lomas. Me acerqué. No es fácil acercarse con todos los monos amontonados en la
caja de un camión volcador. Pero a mí me respetaban todos los muchachos porque
sabían que yo soy de pocas pulgas. Y en
cuanto no me dejaran pasar los fajaba. Pensándolo bien tiene que haber sido en
el 73. Después nos empezamos a ver más seguido. Los dos fuimos de los
voluntarios que nos fuimos con el chancho Guzmán. Para lo de después. Se trabajaba lindo, ese grupo, no era para
señoritas. Con la Iguana Serra primero marcamos a algunos. Después alguien nos
entregó, zafamos de milagro. Después el chancho Guzmán nos presentó a un
capitán que le decían el tigre, le gustamos al tipo, nos mandó con un grupo de
tareas, como le decían. Nosotros nos decíamos el escuadrón mandrake por que
hacíamos desaparecer todo. Ja. Mirá como es la vida. A uno de los que me quiso
hacer cagar. Yo mismo lo freí. ¡Zurdo hijo de puta! Uno lo hacía por el país para repeler la
agresión del terrorismo apátrida. Pero uno ganaba bien. Para que nos vamos a
engañar. Uno pudo hacer una moneda en aquella época. En los operativos siempre
el capitán hacía retirar algo de las casas de los troskos éstos. Tipo bárbaro. Nos decía que saquemos lo que
necesitáramos. Gran tipo el tigre. Me
acuerdo de ésas épocas y me da entre bronca y como una nostalgia. ¡Ya nadie
tiene amor a la patria! Pero ya vas a ver , que la cosa va ha cambiar, prontito
se va ha dar vuelta la tortilla. En el
país hace falta un liderazgo fuerte. ¡qué ponga orden carajo! Ya falta poco.
Como que me llamo el oso Videla. No tenemos que bajar la guardia, los cosos
ésos están por todos lados y me parece que algo se puede haber filtrado.
Al estúpido ése que me pegó ya lo voy a
encontrar, yo mismo le voy a enseñar a no meterse donde lo tapa el agua. ¡Hijo
de puta!
viernes, 8 de junio de 2012
Gallito Ciego. Novela. Vigésima Sexta Entrada
-Le puedo asegurar que lo
intentan. Y existe gente que da testimonio de que probablemente lo han
logrado.-Bebí un sorbo de coñac que me quemó la garganta y pensé en aquella
idea que con ribetes de obsesión me
rondaba la mente. Pensé en aquello de trocar el tiempo sucesivo en tiempos
paralelos, como vías de tren de juguete.
-Probablemente existan
explicaciones para esos ritos en las culturas subsaharianas, que han sido
importadas por los negros y se han arraigado en muchos de nuestros países
latinoamericanos-habló como para sí interrumpiendo mis pensamientos.-en esos
sistemas mágico religiosos existen algunos conceptos como:
-La
creencia en la sobrevivencia real de los antepasados.
-La
cosificación de los poderes sobrenaturales a través de fetiches.
-La
posibilidad de que ciertas acciones o palabras puedan producir efectos
determinados sin que medien relaciones causales objetivamente necesarias o
reales (magia).Dentro de esta magia se descubren dos principios o leyes
fundamentales: Lo semejante produce lo semejante, o que los efectos semejan a
sus causas (Ley de Semejanza) y las cosas que una vez estuvieron en contacto
interactúan recíprocamente a distancia aún, después de haber sido cortado todo
contacto físico (Ley de Contagio). Este probablemente sea un mejor camino para interpretar lo que usted
plantea. No las culturas orientales. Y no deje de tener en cuenta el propio concepto cristiano de la
resurrección. Muy nuestro, amigo Miralles. Muy nuestro. No obstante lo que
usted refiere es más relacionado con la brujería palera , la conocida regla
conga o palo monte. Que creen que se puede descender al mundo de los muertos y
viceversa a través de ritos que son secretos. Yo no soy un especialista en la
materia pero creo que por ése lado se debería investigar. En ésos círculos
amigo probablemente encuentre alguna respuesta.
-¿Usted
se refiere al vudú, a ése tipo de ritos?
-Parecidos.
De origen africano. Aunque hoy por hoy ésos grupos no siempre tienen una
cualidad de pureza. En oportunidades mezclan este tipo de creencias a las que me refiero con otras.
Muchos mezclan esto con la mitología egipcia. El libro de los muertos y todo
ésa tradición. Sin tener en cuenta los
charlatanes.
Me
quedé un momento en silencio pensando lo que el profesor Angelino me estaba
diciendo. Pensé en Videla caído en la vereda, en su sangre ensuciando mis
manos. Cambié de tema recordando algunos amigos en común y luego me despedí del
viejo con un fuerte apretón de manos. Esta vez sus ojos de color amarillento
indefinido me miraron de una forma que me pareció divertida. O quizás burlona.
Mientras caminaba por la vereda me llevé instintivamente la mano al bulto que
llevaba bajo el pulóver. Era una compañía inanimada. Un fetiche que me daba
seguridad. Un talismán. Me dirigí al estacionamiento, faltaban pocos minutos
para las once de la noche. Instintivamente miré hacia todos lados, como si
entre la muchedumbre que se movía por ésas veredas céntricas yo fuera capaz de
distinguir a un enemigo. Convencido de
la inutilidad de mi precaución, volví a realizar el mismo escrutinio
nuevamente. Luego entré por el amplio ingreso del estacionamiento. Una rubia evidentemente
artificial, escuchaba su reproductor de MP 3 en la pecera de la administración,
golpee el vidrio pero no dio señales de haberme advertido, por lo que tuve que
moverme como un monigote con los brazos abiertos, con lo que logré llamar su
atención. Masticando chicle me sonrió.
Se retiró uno de los pequeños auriculares y me preguntó el número de
patente. Manipuló el ordenador y me
alcanzó el ticket a la vez que realizaba
un gesto con su mano a otro muchacho, que yo a pesar de mi paranoia no había
advertido. Este se encontraba sentado en un banco de madera y hierro, como los que se encuentran en las plazas. Tenía un
pequeño monitor a su izquierda sostenido por una ménsula empotrada en la pared.
Miró el mismo en forma automática, luego me miró a mí con ojos
inexpresivos perdiéndose rampa
arriba. La muchacha nuevamente se
encontraba sumergida en su mundo privado, olvidándose aparentemente de mi
presencia. Me alejé unos metros del
recinto vidriado, coloqué mi espalda contra una ancha columna de hormigón de
sección rectangular ejercitando mi calidad de escrutador, alternativamente
observaba la calle, las rampas y a la muchacha que movía su cabeza en forma
rítmica. Era por lo menos improbable que alguien me atacara desde el interior
de la columna. Me percaté que lo que sentía tenía un nombre especifico :
miedo. El ruido del auto al frenar a mi
derecha me sobresaltó, di un brinco y me llevé la mano a la cacha de la pistola. El muchacho vestido
con un vaquero y una remera blanca percudida estirada me miró esta vez con
cierta sorpresa en sus ojos. Me dirigí al coche tratando de recomponer mi
aplomo. Salí lentamente y me incorporé al tránsito.
martes, 15 de mayo de 2012
Gallito Ciego Novela Vigésimo Quinta Entrada
Gallito Ciego. Vigésimo Quinta Entrada
Sostenía su pipa en la mano
derecha. Tenía los ojos semicerrados como mirando contra el sol. El aroma a chocolate invadía todo el pequeño
estudio. Realizó un movimiento de
negación con su cabeza y su larga cabellera gris se meció sobre su camisa a
cuadros.
-Mire Ezequiel-me dijo-yo no
creo que las cosas sean así como usted sospecha, para nada. He leído mucho
sobre la reencarnación. Sobre el concepto hinduista de la reencarnación .Y lo
que usted relata, dando por sentado que lo que usted entendió es la verdadera
intención de éstos individuos. No, no.
No debemos tratar de interpretarlo por ése lado. Los hinduistas tienen una
concepción bastante compleja. Creen en una rueda de reencarnaciones. Le diría,
Ezequiel, prácticamente basadas en conceptos morales. Pero absolutamente
dependientes de la persona, del ente, o alma individual. A la que llaman Atman. Por naturaleza imperfecta, que puede
empeorarse por las acciones que realiza o mejorarse hasta llegar a un estado de
perfección en el cual se funde con el alma universal o Brahmán. Dependiendo de
las acciones buenas o malas, el alma se reencarna en una existencia superior,
intermedia o inferior. Esto incluye desde estados de existencia celestiales a
infernales, siendo la vida humana un estado intermedio. Este incesante proceso
recibe el nombre de samsâra o vagabundeo. Y su posición en el ciclo siguiente depende
de lo que los hinduistas llaman karma que es el conjunto de acciones realizadas en la vida y que pueden tener un
saldo, por así decirlo positivo o
negativo.-se detuvo un momento para vaciar su pipa en un cenicero de madera
torneada que se encontraba junto al sillón. Realizó esta tarea con una
meticulosidad digna de un neurocirujano. Luego se puso de pie con dificultad,
apoyando ambas manos en los apoyabrazos del sillón de paño rosado. Caminó
lentamente hasta los anaqueles de la biblioteca que tenía a su espalda y
poniéndose casi en punta de pie extrajo un tomo de color habano. Lo abrió y se
quedó hojeándolo de forma distraída como si se encontrara en la más absoluta soledad. Me removí
incomodo en mi sillón. Ignoró mi gesto. Después de un rato dejó el libro sobre
la pequeña mesa redonda que nos separaba y se dirigió hacia el cristalero de la
pared lateral extrajo dos copas y vertió coñac Reserva San Juan. Me acercó la
copa y permaneció pensativo.
-¿Usted profesor cree que lo
que yo le conté es un desvarió?-le pregunté con
dificultad debido a que mi boca se había secado de tal forma que sentía la
lengua pastosa y la garganta me ardía.
-No le voy a negar, que es una de la posibilidades que evalúo.-me
contestó mirando la bebida que movía en forma circular con vaivenes de su mano-
no obstante me puse a leer ése libro que usted ve ahí.¿Sabe por qué lo hice?
Pensé que quizás lo que usted me planteaba se parecía más a un fenómeno que se
llama palingenesia, que es distinto del de trasmigración de los hinduistas, es
un concepto propio del budismo y quizás también de la cultura Shinto japonesa.
La dificultad radica en que ellos niegan la existencia de un alma trascendente,
hasta tal punto que la tradición zen del budismo prácticamente ignora la
reencarnación, no así la tibetana que cree que un nuevo ser puede nacer a
consecuencia de los actos de otro ser anterior, pero distinto. Es muy complejo
para nosotros desde nuestra formación occidental poder asimilar éstos
conceptos. Por eso vuelvo a decirle que no, que no es desde éste punto de vista
que podremos entender lo que ése grupo al que usted se refiere intenta
jueves, 12 de abril de 2012
Gallito Ciego. Novela. Vigésimo Cuarta Entrada
Gallito Ciego. Vigésimo Cuarta Entrada
Su proteiformidad no era solo
retórica. Sus actitudes, toda ella era cambiante. Como si un prestidigitador ejerciera sobre ella sus habilidades. Así era la negra. Lo supe poco después de
conocerla, pasado el deslumbramiento inicial.
Comencé a respetarla, a veces casi a temerle.
Ella era como un antivirus. Una
especie de linfocito antropoide. La
última vez que la vi, por aquellos años, fue antes de lo de la balsa a cadena
en Villa Urquiza, ella coordinó no sé que. Me enteré al tiempo. Porque no todos
sabíamos todo. No era seguro ni conveniente. Además eso lo hicieron los de la U
1 de Santa Fe. Lo supe después.
Yo para ésa fecha estaba en
Corrientes desde hacía ya unos días.
Fue cuando el antivirus, el
leucocito, detectó dos organismos patógenos: Serra y Videla. Seguí hacia el norte. De algún lado y
seguramente recordando nuestras noches de placer, ella me llamó a la casa de un
amigo y me dijo aquello: “La vida es como un vino, Horacio, nunca terminas de
saborearla, pero no te la bebas a fondo blanco.” Luego comenzó el hiato entre los dos. Y
también el interregno, ése de la sangre, las mazmorras, la arbitrariedad, la
tablita, el mundial, las urnas guardadas, Malvinas, un borracho diciendo que si
quieren venir que vengan. Y la recua de sublevados que asaltó el poder,
pavoneándose en los desfiles de los días patrios. Y vuelos de la muerte y
muerte y muerte y muerte. Trincheras congeladas y gangrena. Un país con
gangrena. Líderes que defeccionan.
Escondidos en alcantarillas. Traidores. Espantajos exiliados que guían al
matadero. Gusanos de uniforme y de civil. El fusilado de la Higuera por esos años se
debe haber revuelto en su tumba de Vallegrande. Él tampoco tiene manos.
viernes, 30 de marzo de 2012
Gallito ciego Novela. Vigésimo Tercera Entrada
Gallito Ciego.Vigésimo Tercera Entrada
El primero de Julio me encontró
en Entre Ríos. Todos sentimos una sensación de desmembramiento, de vacío, la
sensación que debe sentir el fusilado en el momento que el pelotón eleva sus
armas. A pesar de todo lo queríamos, había sido para nosotros como un padre
omnipresente. Como un ídolo distante. Como la voz de la esperanza que llegaba
del otro lado del mar. Él era la imagen idealizada en los relatos nocturnos de
nuestros padres, en los silencios de patio. A pesar que en realidad nunca quiso la patria socialista. Y quien sabe si ella
hubiera sido montonera.
En esos años conocí a la negra. Vestía unos vaqueros
ajustados y una remera roja que resaltaban la exuberancia de su cuerpo joven y
duro. Exhalaba sexo al caminar. Su marcha de hembra invitaba a olvidar los
asuntos que ocupaban nuestros días. Verla era como entrar en un templo de
Venus. Una invitación a abandonar momentáneamente a Marx, a Lenin, al Che y a
Fidel para arrojarnos en los brazos de
Marylin Monroe.
Eso hasta enfrentarse con
ella. Sus ojos se transformaban
adquiriendo un brillo particular en sus momentos de entusiasmo o tornándose
opacos, como desprovistos de vida cuando
deseaba guardar cierta distancia o cuando la circunstancia así lo requería.
La negra escondía en sí una
gama de negras. Como Jano entre dos espejos.
En un momento citaba “…El odio
como factor de lucha: el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de
las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva,
violenta, selectiva y fría máquina de matar” y en otro instante “Al perderte yo
a ti/tú y yo hemos perdido:/ yo, porque tú eras/lo que yo más amaba/y tú porque
yo era/el que te amaba más.” Los dos Ernestos, dos de las múltiples negras. Dos
mundos en un mismo espacio, o quizás el mismo mundo. Ese mundo en que los
ideales se chocan con la brutalidad y la barbarie. Madre tierra que pares ángeles
y monstruos y los largas a jugar al patio de la vida. Madre desaprensiva.
martes, 13 de marzo de 2012
Gasllito Ciego. Novela. Vigésimo Segunda Entrada
Gallito Ciego. Vigésimo Segunda Entrada
Continúa el segundo capítulo ambientado en el primer lustro de los setenta, durante la última presidencia del Gral. Perón.
Continúa el segundo capítulo ambientado en el primer lustro de los setenta, durante la última presidencia del Gral. Perón.
Dicho esto arrojó nuevamente la
revista en el asiento trasero y no volvió a hablar por el resto del viaje.
Cuando llegamos a la casa segura, se tiró en un catre en la vieja cocina y se
durmió. Rato después Maravilla llegó en un Fiat 1600 rojo, lo estacionó en la
entrada del pequeño jardín, con gesto parsimonioso lo cerró con llave, subió al
504 no sin antes mirar en ambos sentidos de la calle y salió a marcha lenta. Era preciso cuidar los
detalles. Miré automáticamente hacia el llavero que se encontraba sobre el
viejo hogar de ladrillos rojos con las juntas pintadas de blanco y constaté lo
que ya sabía , las llaves del Fiat estaban colgadas. Serra roncaba en la
cocina. Lo miré y encendí el televisor. El general andaba por Paraguay rodeado
de su séquito de fachos. Inconscientemente
fijé mi vista en sus manos y luego lo miré a Serra que se dio vuelta con
la cara hacia la pared. Me levanté observé por la ventana, la calle aparecía
tranquila. Volví a sentarme, el televisor mostró los tres cadáveres
despatarrados en la vereda. Sentí un poco de asco. Pero la cosa era así, ellos
o nosotros.
A la mañana siguiente Serra, me
dejó en la estación de Temperley y siguió su camino. Estaríamos desactivados
por un tiempo. Habían encontrado la camioneta, demasiado rápidamente.
jueves, 8 de marzo de 2012
Gallito Ciego. Novela. Vigésimo Primera Entrada
Gallito Ciego Novela Vigésimo Primera Entrada
Con esta entrada comienza el segundo capítulo de la Novela. Se desarrolla en otra época, treinta y siete años atrás con respecto al tiempo del primer capítulo. Así será todo en esta obra, ir y volver en el tiempo, para armar el modelo. Espero les guste
Con esta entrada comienza el segundo capítulo de la Novela. Se desarrolla en otra época, treinta y siete años atrás con respecto al tiempo del primer capítulo. Así será todo en esta obra, ir y volver en el tiempo, para armar el modelo. Espero les guste
II
Ayer. Horacio y la negra
El Fiat 128 celeste
disminuyó la marcha y doblando hacia la
derecha ingresó por el portón metálico de dos hojas que se encontraba abierto.
Inmediatamente dos figuras surgidas aparentemente de la nada cerraron las hojas
ocultando el interior del playón de estacionamiento. Esperé un rato, momentos
después, la estrecha puerta de servicio se abrió y por ella aparecieron dos
hombres corpulentos con camperas grises y anteojos para sol lo que daba a su rostro el aspecto de
insectos. Tras ellos salió él. Caminaría unos veinte metros , quizás
veinticinco hasta el sitio donde se efectuaría la reunión. Me saqué la campera de acuerdo a lo convenido,
un hombre de mameluco naranja colocó una barrera metálica en la esquina. El
polara frenó en la bocacalle se subió a
la ochava , los insectos no tuvieron tiempo a nada, los estampidos duraron
medio minuto, el coche retrocedió giró marcha atrás y se alejó. Cerré la
escotilla de la vereda, me coloqué la campera y me alejé caminando hacia
la camioneta, subimos la barrera y no alejamos lentamente. Doblamos por Ayacucho e ingresamos en el
sitio convenido, descendimos nos sacamos
los uniformes y quedamos vestidos de calle,
subimos con Serra al 504 , Videla
y Maravilla se fueron en el Chevy.
Al llegar a la esquina, Serra
giró y tomó del asiento de atrás una revista Siete Días, miró en la tapa el
anciano de abrigo verdusco tras el vidrio blindado, y se quedó pensativo, al
rato me dijo:
-El poder está en sus manos,
fijáte Horacio, todo el carisma está en sus manos. Hace rato que lo vengo
pensando. Sus manos son como un talismán para las masas. Como si toda su
energía se concentrara en ellas. ¿Recuerdas lo que te dije del Che? Su poder
estaba en su mirada. Cada hombre concentra la esencia de su poder en alguna
parte de su cuerpo. Él en sus manos.
miércoles, 22 de febrero de 2012
Gallito Ciego. Novela. Vigésima Entrada.
Gallito Ciego. Novela. Vigésima Entrada
Y mientras me retiraba la indiferente mirada de Eugenia, me pareció súbitamente siniestra.
Cuando llegué a mi escritorio, entré en mi Messenger, Ortega no había dado señales de vida. Miré la tarjeta que me había dado Riedel Liand. La sostuve entre el índice y el pulgar golpeándola levemente contra el borde de la mesa mientras pensaba. ¿De qué se trataba todo esto? ¿Acaso este viejo conocía algo que yo ignoraba? , quizás todo el asunto de Serra , la llamativa historia de la mujer que lo vio caminar por la calle eran solo un ardid para meterme en otra cuestión, que excedía largamente la historia del maestro, barrabrava y brujo resucitado en Argentina, como Lázaro en la tierra prometida.
Marqué desde el teléfono de mi escritorio el número que figuraba en el cartón coloreado que anunciaba una cerrajería en Congreso. Una voz grave me atendió en forma automática repitiendo la denominación del comercio, que yo a mi vez estaba leyendo en letras bordó sobre fondo naranja. Pregunté por el nombre que el abogado había anotado con un bolígrafo, que en realidad era un apodo. La voz guardó silencio por un momento, y luego me preguntó quien era yo, sobre la razón de mi llamado. Me di a conocer solo con el apellido y aduje motivos personales. Me informó que él no estaba hasta la próxima semana, que le dejaría mi mensaje y me cortó.
A primera hora de la noche, todavía pensaba en toda la cuestión, mientras limpiaba la vieja pistola de mi abuelo. Aquella que había visto por primera vez en una casona de Pigüe. Repasé mis anotaciones, el informe sobre Serra, los informes policiales. Las palabras de Videla, Riedel Liand y García.
El teléfono fijo empezó a sonar, lo miré con fastidio y no lo atendí. Mi voz con ese tono neutro que le damos a las grabaciones comenzó a decir: “Usted se ha comunicado con el domicilio de Ezequiel Miralles, no puedo atenderlo en éste momento, deje su mensaje después de la señal, gracias” lo siguió el ruido de la cinta y el agudo biiip de la señal sonora. Luego escuché aquello por primera vez. Una especie de alarido desgarrador, seguido de sonidos como de metales y por último risas, risas como salidas del mismo infierno. Era una grabación de mazmorras.
Y mientras me retiraba la indiferente mirada de Eugenia, me pareció súbitamente siniestra.
Cuando llegué a mi escritorio, entré en mi Messenger, Ortega no había dado señales de vida. Miré la tarjeta que me había dado Riedel Liand. La sostuve entre el índice y el pulgar golpeándola levemente contra el borde de la mesa mientras pensaba. ¿De qué se trataba todo esto? ¿Acaso este viejo conocía algo que yo ignoraba? , quizás todo el asunto de Serra , la llamativa historia de la mujer que lo vio caminar por la calle eran solo un ardid para meterme en otra cuestión, que excedía largamente la historia del maestro, barrabrava y brujo resucitado en Argentina, como Lázaro en la tierra prometida.
Marqué desde el teléfono de mi escritorio el número que figuraba en el cartón coloreado que anunciaba una cerrajería en Congreso. Una voz grave me atendió en forma automática repitiendo la denominación del comercio, que yo a mi vez estaba leyendo en letras bordó sobre fondo naranja. Pregunté por el nombre que el abogado había anotado con un bolígrafo, que en realidad era un apodo. La voz guardó silencio por un momento, y luego me preguntó quien era yo, sobre la razón de mi llamado. Me di a conocer solo con el apellido y aduje motivos personales. Me informó que él no estaba hasta la próxima semana, que le dejaría mi mensaje y me cortó.
A primera hora de la noche, todavía pensaba en toda la cuestión, mientras limpiaba la vieja pistola de mi abuelo. Aquella que había visto por primera vez en una casona de Pigüe. Repasé mis anotaciones, el informe sobre Serra, los informes policiales. Las palabras de Videla, Riedel Liand y García.
El teléfono fijo empezó a sonar, lo miré con fastidio y no lo atendí. Mi voz con ese tono neutro que le damos a las grabaciones comenzó a decir: “Usted se ha comunicado con el domicilio de Ezequiel Miralles, no puedo atenderlo en éste momento, deje su mensaje después de la señal, gracias” lo siguió el ruido de la cinta y el agudo biiip de la señal sonora. Luego escuché aquello por primera vez. Una especie de alarido desgarrador, seguido de sonidos como de metales y por último risas, risas como salidas del mismo infierno. Era una grabación de mazmorras.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Gallito Ciego. Novela Décimo Novena Entrada
Gallito Ciego. Novela. Décimo Novena Entrada
La oficina del jefe de asesoría legal estaba precedida por una pequeña salita donde Eugenia una mujer delgada, con un rodete eterno peinando su cabello cenizo me informó que su jefe estaba en ése momento ocupado, que tomara asiento, mirándome sobre el marco de sus anteojos de leer, con una mirada indescifrable. Eugenia era una mujer sin tiempo, permanecía con su aspecto invariable en los últimos 15 años. En ésa época había tenido yo mi primer y fugaz paso por la revista, que había terminado bruscamente nueve meses después de mi ingreso. Como un embarazo donde se gestó el desempleo. Afortunadamente éste sufrió muerte neonatal temprana y conseguí trabajo en policiales de un conocido diario sensacionalista, donde trabajé casi once años hasta mi regreso con gloria. Eugenia estaba igual que en aquellos días en su aspecto y en su carácter gélido y distante. Evidentemente en su altar sólo se adoraba a la eficiencia. Todo lo demás era mera herejía.
La puerta del despacho se abrió y por ella apareció García, su cara colorada y perlada de transpiración me hizo pensar en lo peor, pasó a mi lado rápidamente sin mirarme. Eugenia, casi sin levantar la vista de sus papeles me señaló con su mano huesuda y arrugada que ingresara. Empujé la puerta del despacho y el olor del tabaco negro invadió mi pituitaria. El Dr. Riedel Liand era un fumador empedernido, y a eso le debía la voz gruesa, o por lo menos yo creía eso. Su figura se recortaba contra el ventanal, a su alrededor las volutas de humo de un Parisienes lo envolvían produciendo un efecto teatral, operístico. Me escuchó ingresar pero no cambió de postura, luego de un momento giró me miró sonriente y simulando sorpresa se apresuró a invitarme a tomar asiento en uno de los dos sillones que se encontraban frente a su escritorio. Sonrió mostrando sus dientes amarillos y pequeños.
-¿Lo vio salir a García?- Me preguntó a boca de jarro.
-Si, lo crucé afuera-contesté inexpresivo.
- A él lo llamé porque me enteré que metió la nariz donde no debía-calló mientras exhalaba el humo hacia arriba y apagaba el cigarrillo en un cenicero gigante color esmeralda que tenía sobre su escritorio.- y a usted lo llamé para explicarle algunas cosas. No crea que quedamos conformes con la nota que usted publicó sobre el caso Serra, no pasó de ser una cosita mediocre, con poca información y regularmente escrita. Yo en lo personal espero mucho más de usted por eso me encargué que le asignaran esta investigación.-comprendí en ése momento la actitud de García, seguramente él pensaba que yo estaba al tanto de lo que Riedel Liand le había dicho, en términos seguramente no muy amables. Miré al abogado sin contestarle, con el rostro más indiferente que pude.-Indague con profundidad en ése tema que creo que recién estamos sacando la arena de la tapa del cofre.- dijo realizando la mímica de alguien cavando con sus manos en la playa.-Busque que encontrará. Manténgame al tanto de sus avances y no trate de hacerlo todo sólo.-Extrajo una pequeña tarjeta del bolsillo superior de su saco y me la entregó sosteniéndola entre el índice y el mayor de su mano derecha en un gesto casi de desdén.- contáctese con ésa persona, es un amigo que creo que algo puede saber para orientarnos en éste lío, detrás anoté un celular privado que tengo, no lo autorizo a que se lo de a nadie y solo utilícelo en caso de emergencia.- terminó de hablar y sonriendo se puso de pie, me extendió la mano y mientras me retenía la mía entre la suya, mirándome nuevamente a los ojos me dijo- No se aleje mucho del rebaño, no se olvide de lo que le pasó a Cabezas.-me soltó la mano y yo no supe si se trataba de una advertencia o de una amenaza. Nuevamente la acidez se adueñó de mi estómago
martes, 31 de enero de 2012
Gallito Ciego. Novela. Décimo Octava Entrada
Gallito Ciego. Novela, Décimo Octava Entrada
Me vestí con mi ambo gris claro y me puse una camisa rosa pálido, abrí la puerta y salí al palier no sin antes haber mirado por el visor, llamé el ascensor y descendí a la cochera. Miré inútilmente hacia todos lados, en realidad cualquier persona normal podía ocultarse tras cualquier auto o columna mucho más aún dementes como los que yo me había agenciado de enemigos. Pero yo sin saberlo estaba, volviéndome un paranoico. El timbre de la cerradura me sobresaltó, abrí rápidamente la puerta buscando la ilusoria seguridad del interior y me senté frente al volante. Puse en marcha el coche y coloqué la marcha atrás, retrocedí de forma bastante brusca y toqué el paragolpes de un Seat Córdoba cuya bocina empezó a sonar en forma intermitente me dirigí hacia la salida mientras dejaba el sonoro arbolito de navidad atrás, la rampa estaba baja así que no tuve que esperar mucho tiempo. En instantes estaba en la calle, el bullicio del tránsito ocultó definitivamente el escándalo de la cochera. Al llegar a la redacción saludé al portero, quien me contestó con un gesto automático de la mano enfrascado como estaba en leer un ejemplar de Paparazzi, según recuerdo con una exuberante bailarina casi sin ropa en la tapa. Ingresé en la recepción donde Margarita con su cara de nada me alcanzó un sobre y me informó que el Dr. Riedel Liand quería verme en cuanto llegara. Mi olfato me indicó que esto podía tener mal olor. Él pocas veces se mezclaba con el populacho, solo se reunía con integrantes de lo más granado de la empresa, con la élite de la revista. Subí la escalera hasta el primer piso y tomé por el pasillo hacia la izquierda
Me vestí con mi ambo gris claro y me puse una camisa rosa pálido, abrí la puerta y salí al palier no sin antes haber mirado por el visor, llamé el ascensor y descendí a la cochera. Miré inútilmente hacia todos lados, en realidad cualquier persona normal podía ocultarse tras cualquier auto o columna mucho más aún dementes como los que yo me había agenciado de enemigos. Pero yo sin saberlo estaba, volviéndome un paranoico. El timbre de la cerradura me sobresaltó, abrí rápidamente la puerta buscando la ilusoria seguridad del interior y me senté frente al volante. Puse en marcha el coche y coloqué la marcha atrás, retrocedí de forma bastante brusca y toqué el paragolpes de un Seat Córdoba cuya bocina empezó a sonar en forma intermitente me dirigí hacia la salida mientras dejaba el sonoro arbolito de navidad atrás, la rampa estaba baja así que no tuve que esperar mucho tiempo. En instantes estaba en la calle, el bullicio del tránsito ocultó definitivamente el escándalo de la cochera. Al llegar a la redacción saludé al portero, quien me contestó con un gesto automático de la mano enfrascado como estaba en leer un ejemplar de Paparazzi, según recuerdo con una exuberante bailarina casi sin ropa en la tapa. Ingresé en la recepción donde Margarita con su cara de nada me alcanzó un sobre y me informó que el Dr. Riedel Liand quería verme en cuanto llegara. Mi olfato me indicó que esto podía tener mal olor. Él pocas veces se mezclaba con el populacho, solo se reunía con integrantes de lo más granado de la empresa, con la élite de la revista. Subí la escalera hasta el primer piso y tomé por el pasillo hacia la izquierda
martes, 24 de enero de 2012
Gallito Ciego. Novela. Décimo Séptima Entrada
Gallito Ciego. Décimo Séptima Entrada
Ahora comenzaba a entender algunas cosas y a preocuparme seriamente por otras.
Dormí poco y mal. Las ideas giraban en mi cabeza a una velocidad de vértigo.
Me asustó el estar asustado de cosas tan disparatadas, y no de la locura de ésos seres reales que estaban dispuestos a todo en pos de su delirio.
Volví pensar en aquella idea del resurrecto pasivo, el nuevo Lázaro. Lázaro Serra. El rostro que había visto en las fotos del expediente se me aparecía, formándose de sombras, como si éstas adquirieran una propiedad plástica, una gelatina maleable en la que caben todas las formas y emergen las temidas o las deseadas. El impulso del artista, el temor o el deseo. En mi caso un artista inconsciente oculto en mi interior que me mostraba su obra horrorosa repetida una y otra vez como un eco de su miedo. Miedo a que le arrancaran realmente las entrañas y se las comieran. Y tras aquel rostro cadavérico, pareció, en unas pinceladas de noche, esbozarse la pérfida figura de aquel que se hacía llamar Daniel.
Temprano volví a mi taza de café, impulsivamente llamé a Ortega, la voz somnolienta de la rubia treintañera me recordó que mi amigo estaba ausente y me colgó con lo que yo imaginé una mueca de fastidio por haberla despertado tan temprano. Tomé el café de un sorbo, comí dos o tres Serranitas, abrí mi note book y le envié un mensaje electrónico a Ortega. Seria muy difícil que lo leyera, pero uno nunca pierde las esperanzas. Me sentí asediado.
Cuando me vi en el espejo del baño mi aspecto me impacto, ojeroso, mal afeitado con una excoriación en mi arco superciliar izquierdo, disimulada por el extremo externo de la ceja. Después de todo el oso había estado más cerca de dormirme de un zarpazo, de lo que pensé. Me di rápido un baño tibio, que pareció devolverme en parte la energía, me afeité casi con obsesivo cuidado,
martes, 17 de enero de 2012
Gallito Ciego. Novela. Décimo Sexta Entrada
Gallito Ciego. Décimo Sexta Entrada
-Me debés una explicación hijo de puta- le dije casi sin levantar la voz.
-¡No metás el hocico en la mierda, pendejo!-me dijo mientras se revolvía contra la pared
-¿Qué sabés vos de la Hermandad del Gallo Azul?-Le dije mientras levantaba aún más su brazo hacia arriba y le incrustaba el cañón en la papada. El grandote gruñó como un mono, intentó darse vuelta, pero le di una patada en el tobillo derecho que casi lo hizo caer para el costado-¿Qué sabés Videla? Contame o te quemo-me sorprendió escuchar mi voz decir aquellas palabras. El otro comenzó a resoplar como un toro atrapado por un lazo. Noté en mi mano la baba que le caía de la boca.
-Pendejo sorete, matame si querés, que no te voy a decir nada.
-¿Y Serra que tenía que ver con ustedes?-pregunté mientras le doblaba aún más su brazo contra la espalda y lo empujaba hasta que su rostro quedaba deformado contra la pared. Corrí la Ballester Molina y se la incrusté en la oreja. Videla se golpeó la frente contra la pared.
-La Hermandad te queda grande, ¡imbécil!.-gruñó el cuidador del cementerio- cuando se enteren que andás husmeando en éste asunto, te van a dejar como a Serra no tengas dudas.¡Idiota!
Elevé levemente el arma y lo golpee con el cañón en el parietal que sonó como una sandía madura. Videla se encorvó levemente mientras su sangre corría tibia sobre su oreja. Volví a preguntarle sobre el asunto. Ahora permanecía más rígido como si realmente hubiera comenzado a asustarse.
Te van a matar- me dijo con una voz que bruscamente parecía serena sin los resoplidos taurinos de momentos antes.-Nosotros queremos asistir a la resurrección del Hermano Daniel que es el que nos traerá nuevamente al Líder. Estamos cerca , muy cerca, gusano. Cuando el Hermano Daniel regrese te arrancará las tripas con sus propias manos y se las comerá antes que des el último suspiro. – Rió con una risa histérica, casi una carcajada y súbitamente intentó pisarme, retorcí nuevamente su brazo y lo golpee en la cabeza casi con furia. El hombre se derrumbó en forma vertical como si lo hubieran talado. Di un paso hacia atrás y con la escasa luz de alumbrado público pude ver el charco de sangre que se agrandaba bajo su cabeza como una mancha de aceite en el agua. Miré hacia ambas esquinas, guardé la pistola en el bolsillo, no sin antes limpiarla en la campera de mi victima. Subí al auto que permanecía con la puerta abierta y lentamente me dirigí al Este, antes de llegar a la avenida me iluminaron las luces titilantes de un patrullero que se paró a mi derecha, cuando el semáforo se puso en verde lentamente doble a la izquierda y emprendí el camino de regreso.
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