miércoles, 8 de febrero de 2012

Gallito Ciego. Novela Décimo Novena Entrada

Gallito Ciego. Novela. Décimo Novena Entrada


 La oficina del jefe de asesoría legal estaba  precedida por una pequeña salita donde  Eugenia una mujer delgada, con un rodete eterno peinando su cabello cenizo me informó que su jefe estaba en ése momento ocupado, que tomara asiento, mirándome sobre el marco de sus anteojos de leer, con una mirada indescifrable.  Eugenia era una mujer sin tiempo, permanecía con su aspecto invariable en los últimos 15 años.  En ésa época había tenido yo mi primer y fugaz  paso por la revista, que había terminado  bruscamente nueve meses después de mi ingreso.  Como un embarazo donde se gestó el desempleo. Afortunadamente  éste sufrió muerte neonatal temprana y conseguí trabajo en policiales de un  conocido diario sensacionalista, donde trabajé casi once años hasta mi regreso con gloria. Eugenia estaba igual que en aquellos días en su aspecto y en su carácter gélido y distante. Evidentemente en su altar sólo se adoraba a la eficiencia. Todo lo demás era mera herejía.
La puerta del despacho se abrió y por ella apareció García, su cara colorada y perlada de transpiración me hizo pensar en lo peor, pasó a mi lado rápidamente sin mirarme. Eugenia, casi sin levantar la vista de  sus papeles me señaló con su mano huesuda y arrugada que ingresara.  Empujé la puerta del despacho y el olor del tabaco negro  invadió  mi pituitaria. El Dr. Riedel Liand era un fumador empedernido, y a eso le debía la voz gruesa, o por lo menos yo creía eso. Su figura se recortaba contra el ventanal, a su alrededor las volutas de humo de un Parisienes lo envolvían   produciendo un efecto  teatral, operístico.  Me escuchó ingresar pero no cambió de postura, luego de un momento giró  me miró sonriente y simulando  sorpresa se apresuró a invitarme a tomar asiento en uno de los dos sillones que se encontraban frente a su escritorio.   Sonrió mostrando sus dientes amarillos y pequeños.
-¿Lo vio salir a García?- Me preguntó a  boca de jarro.
-Si, lo crucé afuera-contesté inexpresivo.
-  A él lo llamé  porque me enteré que metió la nariz donde no debía-calló mientras exhalaba el humo hacia arriba  y apagaba el cigarrillo en un cenicero gigante  color esmeralda que tenía sobre su escritorio.- y a usted lo llamé para explicarle algunas cosas.  No crea que quedamos conformes con la nota que usted publicó sobre el caso Serra, no pasó de ser una cosita mediocre, con poca información y regularmente escrita. Yo en lo personal espero mucho más de usted por eso me encargué  que le asignaran esta investigación.-comprendí en ése momento la actitud de  García, seguramente él pensaba que yo estaba al tanto de lo que Riedel Liand le había dicho, en términos seguramente no muy amables.  Miré al  abogado sin contestarle, con el rostro más indiferente que pude.-Indague con profundidad en ése tema que creo que recién estamos sacando la arena de la tapa del cofre.- dijo  realizando la mímica de alguien cavando con sus manos en la playa.-Busque que encontrará.  Manténgame al tanto de sus avances y no trate de hacerlo todo sólo.-Extrajo una pequeña tarjeta del bolsillo superior de su saco y me la entregó sosteniéndola entre el índice y el mayor de su mano derecha en un gesto casi de desdén.- contáctese con ésa persona, es un amigo que creo que algo puede saber para orientarnos en éste lío, detrás anoté un celular privado que tengo, no lo autorizo a que se lo de a nadie y solo utilícelo en caso de emergencia.- terminó de hablar y sonriendo se puso de pie, me extendió la mano y mientras me retenía la mía entre la  suya, mirándome nuevamente a los ojos me dijo- No se aleje mucho del rebaño, no se olvide de lo que le pasó a Cabezas.-me soltó la mano y yo no supe si se trataba de una advertencia o de una amenaza. Nuevamente la acidez se adueñó de mi estómago

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