V Paranoia
La misma voz grave de la última vez atendió el teléfono de la cerrajería de la calle Venezuela. El tipo del apodo parece que nunca está. Era al parecer un eterno ausente. Todas mis preguntas al respecto del momento de su posible regreso fueron contestadas con vaguedades. El Papa, así era su apodo, podía volver mañana o el año próximo. Podía estar en Avellaneda o en Moldavia. Colgué el teléfono con fastidio. Miré a García que sentado en su escritorio se comportaba con total indiferencia hacia mi persona. Pensé en hablarle y explicarle que yo no tenía nada que ver con lo que Riedel Liand. Podría habérselo dicho. Pero me autoconvencí en el acto que sería inútil. Me puse de pie me dirigí a su lado y lo invité con fingida naturalidad a tomar un café. Lo que rechazó a su vez simulando tareas impostergables. Bajé por las escaleras, saludé a Margarita que extrañamente sonreía mirando su celular. Después de todo la cara de nada tendría algún cara de nada que le mandaba mensajes de textos. Me la imaginé besando un globo rosado con cara de payaso como los de los cumpleaños infantiles y no pude reprimir una sonrisa. Quizás de tener un novio en realidad debería parecerse a Barnie. Aunque ya no existe el concepto de novio. Me sorprendí a mi mismo pensando de forma tan anacrónica. Enfrascado en ésos dislates llegué a la esquina. Me fui caminando al barcito de avenida Acoyte y me senté solo en una mesa junto al ventanal. Miré los coches pasar. Pedí un café. Hojee mi agenda. Una pequeña agenda revestida de cuero marrón. Abrí en la S busqué el teléfono de Selene, hacía mucho que no la invitaba a tomar un café. Recuerdo cuando Ortega me la presentó en un pub de la avenida Libertador. Pocas veces he conocido una tipa tan simpática. Y no digo esto porque sea fea. No actúo como en un concurso de belleza donde la señorita simpatía es la participante más fea. No Selene tiene sus encantos. No es una de ésas minas que las mirás y morís. Se parecía más a uno de ésos cuadros que al principio no causan gran impacto pero que poco a poco nos van gustando más y más. Extraje mi celular que como siempre estaba en el bolsillo y marqué su número. Me atendió la casilla de correo. Dudé y corté. Dejé el teléfono sobre la mesa y terminé mi café. Volví a mirar los coches que transitaban por la avenida. Me pareció que un Siena verde musgo lo hacía por segunda vez. Me dije a mi mismo cuantos miles de autos iguales debía haber en Buenos Aires. Miré el celular que descansaba sobre la mesa. Le envíe a Selene un mensaje de texto. Una cosa convencional. Diciéndole que después de tantos meses me gustaría verla para charlar un rato. Me sentía ridículo. Nuestra última vez no había sido casualmente charla. No sé porque nunca más la llamé. Quizás porque me había gustado más de la cuenta. Y había sonado la alarma, ésa que avisa cuando la independencia puede estar en peligro. Llamé al mozo y le pagué. Nuevamente el Siena se aproximaba por la avenida, ésta vez no había duda era la misma patente. Me puse en guardia. Me dirigí al baño y me paré tras la mampara que cubría la puerta de acceso
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