martes, 31 de enero de 2012

Gallito Ciego. Novela. Décimo Octava Entrada

Gallito Ciego. Novela, Décimo Octava Entrada

Me vestí con mi ambo gris claro y me puse una camisa rosa pálido, abrí la puerta y salí al palier no sin antes haber mirado por el visor, llamé el ascensor y descendí a la cochera. Miré inútilmente hacia todos lados, en realidad cualquier persona normal podía ocultarse tras cualquier auto o columna mucho más aún dementes como los que yo me había agenciado  de enemigos. Pero yo sin saberlo estaba, volviéndome un paranoico.  El timbre de la cerradura me sobresaltó, abrí rápidamente la puerta buscando la ilusoria seguridad del interior y me senté frente al volante. Puse en marcha el coche y coloqué la marcha atrás, retrocedí de forma bastante brusca y toqué el paragolpes de un Seat  Córdoba cuya bocina empezó a sonar en forma intermitente me dirigí hacia la salida mientras dejaba el sonoro arbolito de navidad atrás, la rampa estaba baja así que no tuve que esperar mucho tiempo. En instantes estaba en la calle, el bullicio del tránsito ocultó definitivamente el escándalo de la cochera. Al llegar a la redacción saludé al portero, quien me contestó con un gesto automático de la mano enfrascado como estaba en leer un ejemplar de Paparazzi, según recuerdo con una exuberante bailarina casi sin ropa en la tapa.  Ingresé en la recepción donde  Margarita con su cara de nada me alcanzó un sobre y me informó que  el Dr. Riedel Liand quería verme en cuanto llegara. Mi olfato me indicó que esto podía tener mal olor. Él pocas veces se mezclaba con el populacho, solo se reunía con  integrantes de lo más granado de la empresa, con la élite de la revista. Subí la escalera hasta el primer piso y tomé por el pasillo hacia la izquierda

martes, 24 de enero de 2012

Gallito Ciego. Novela. Décimo Séptima Entrada

Gallito Ciego. Décimo Séptima Entrada


Ahora comenzaba a entender algunas cosas y a preocuparme seriamente por otras.  
Dormí poco y mal. Las ideas giraban en mi cabeza a una velocidad de vértigo.
Me asustó el estar asustado de cosas tan disparatadas, y no de la locura de ésos seres reales que estaban dispuestos a todo en pos de su delirio.
Volví pensar en aquella idea del resurrecto pasivo, el nuevo Lázaro. Lázaro Serra. El rostro que había visto en las fotos del expediente se me aparecía, formándose de sombras, como si éstas adquirieran una propiedad plástica, una gelatina maleable en la que caben todas las formas  y emergen las temidas o las deseadas. El impulso del artista, el temor o el deseo.  En mi caso un artista inconsciente oculto en mi interior que me mostraba su obra horrorosa  repetida una y otra vez como un eco de su miedo. Miedo a que le arrancaran realmente las entrañas y se las comieran.  Y tras aquel rostro cadavérico, pareció, en unas pinceladas de noche, esbozarse  la pérfida figura de aquel que se hacía llamar Daniel.
Temprano volví a mi taza de café, impulsivamente llamé a Ortega, la voz somnolienta de la rubia treintañera me recordó que mi amigo estaba ausente  y me colgó con lo que yo imaginé una mueca de fastidio por haberla despertado  tan temprano.  Tomé el café de un sorbo, comí  dos o tres  Serranitas, abrí mi note book  y le envié un mensaje electrónico a Ortega. Seria muy difícil que lo leyera, pero uno nunca pierde las esperanzas.  Me  sentí asediado.
Cuando me vi en el espejo del baño mi aspecto me impacto, ojeroso, mal afeitado con una excoriación en mi arco superciliar izquierdo, disimulada por el extremo externo de la ceja. Después de todo el oso había estado más cerca de  dormirme de un  zarpazo, de lo que pensé.  Me di rápido un baño tibio, que pareció devolverme en parte la energía, me afeité casi con obsesivo cuidado,

martes, 17 de enero de 2012

Gallito Ciego. Novela. Décimo Sexta Entrada

Gallito Ciego. Décimo Sexta Entrada


-Me debés una explicación hijo de puta- le dije casi sin levantar la voz.
-¡No metás el hocico en la mierda, pendejo!-me dijo mientras se revolvía contra la pared
-¿Qué sabés vos de la Hermandad del Gallo Azul?-Le dije mientras levantaba aún más su brazo hacia arriba y le incrustaba el cañón en la papada. El  grandote gruñó como un mono, intentó darse vuelta, pero le di una patada en el tobillo derecho que casi lo hizo caer para el costado-¿Qué sabés Videla? Contame o te quemo-me sorprendió escuchar mi voz decir aquellas palabras. El otro comenzó a resoplar como un toro atrapado por  un lazo. Noté en mi mano la baba que le caía de la boca.
-Pendejo sorete, matame si querés, que no te voy a decir nada.
-¿Y Serra que tenía que ver con ustedes?-pregunté mientras le doblaba aún más su brazo contra la espalda y lo empujaba hasta que su rostro quedaba deformado contra la pared. Corrí la Ballester Molina y se la incrusté en la oreja. Videla se golpeó la frente contra la pared.
-La Hermandad te queda grande,  ¡imbécil!.-gruñó el cuidador del cementerio- cuando se enteren que andás husmeando en éste asunto, te van a dejar como a Serra no tengas dudas.¡Idiota!
Elevé levemente el arma y lo golpee con el cañón en el parietal que sonó como una sandía madura. Videla se encorvó levemente mientras su sangre corría tibia sobre su oreja. Volví a preguntarle sobre el asunto. Ahora permanecía más rígido como si realmente hubiera comenzado a asustarse.
Te van a matar- me dijo con una voz que bruscamente parecía serena sin los resoplidos taurinos de momentos antes.-Nosotros queremos asistir a la resurrección del Hermano Daniel que es el que nos traerá nuevamente  al Líder. Estamos cerca , muy cerca, gusano. Cuando el Hermano Daniel regrese te arrancará las tripas con sus propias manos y se las comerá antes que des el  último suspiro. – Rió con una risa histérica, casi una carcajada y súbitamente intentó pisarme, retorcí nuevamente su brazo y lo golpee en la cabeza casi con furia. El hombre se derrumbó en forma vertical como si lo hubieran talado. Di un paso hacia atrás y con la escasa luz de alumbrado público pude ver el charco de sangre que se agrandaba bajo su cabeza como una mancha de aceite en el agua. Miré hacia ambas esquinas, guardé la pistola en el bolsillo, no sin antes limpiarla en la campera de mi victima. Subí  al auto que permanecía con la puerta abierta y lentamente me dirigí al Este, antes de llegar a la avenida me iluminaron las luces titilantes de un patrullero que se paró a mi derecha, cuando el semáforo se puso en verde lentamente doble a la izquierda y emprendí el camino de regreso.

sábado, 7 de enero de 2012

Gallito Ciego. Novela. Décimo Quinta Entrada


Gallito Ciego. Décimo Quinta Entrada 


El silencio era interrumpido por los agudos sonidos de los frenos de los colectivos o por los graves de los motores, las luces de los semáforos sonámbulas iluminaban ésa calle dormida. Un remolino de cuerpos en movimiento se dibujaron en la vidriera, por un momento solo pude ver las sillas vacías y las botellas sobre la mesa. Luego poco a poco fueron saliendo, todos, menos él. Maldije, quizás por un momento me había quedado dormido y el muy maldito se me había escabullido.
Golpee el volante con un gesto de impotencia y fue como si hubiera  pulsado un botón mágico, la figura de Videla se recortó contra la puerta, permaneció un momento charlando amigablemente con el dueño que se disponía a cerrar el local y luego se marchó a paso lento rumbo al norte. Cuando se perdió tras la ochava puse el motor en marcha  y  doble  a la izquierda. Rodee dos manzanas y como si lo hubiera hecho siempre llegué a la esquina en el momento que él caminaba a mitad de cuadra a paso cansino. Aceleré me arrimé al cordón  detuve bruscamente el auto y me dirigí a su encuentro.  La estatura de Videla me pareció mayor aún en la oscuridad de esa calle desierta del conurbano bonaerense. Me paré frente a él y le dije que me debía algunas explicaciones, me miró sorprendido y se rió.  Alcancé a darme cuenta en el preciso momento que luego de agachar la cara sonriente, me arrojó un furibundo gancho de derecha que de haberme pegado de lleno en la cabeza me la hubiera arrancado. Pero ésta vez la diferencia de estatura y de edad me jugó a favor.  Me agaché y él se desequilibró parcialmente bamboleándose hacia su izquierda. Aproveché el momento, extraje la pistola y se la coloqué bajo el mentón. Lo tomé bruscamente del brazo izquierdo y lo llevé contra la pared del baldío.