jueves, 26 de marzo de 2015

Gallito Ciego Novela Quincuagésima Sexta Entrada

Les dejo otro capítulo de Gallito Ciego, que ya se aproxima a su final...




                                           XXIII El largo regreso.

Era casi la media noche cuando me despedí del chango en la puerta de su casa. Arrecifes dormía. El manso sueño de los pueblos en las noches de semana.  La capital todavía no terminaba de salir de su vorágine diurna. Es como una ciudad insomne. Insomne Buenos Aires. Noctámbula reina del  Plata.  El abrazo del chango. De Fernando. Fue como el abrazo de miles. Abrazo colectivo. Violador del tiempo y de la muerte.  Envuelto en ésta sensación comencé mi viaje de regreso. La noche me pareció hermosa. Una noche esperanzadora. El sonido del celular me sobresaltó. Gracias a dios el tránsito era escaso en sentido contrario. Hace unos años que me es dificultoso viajar de noche. Las luces de los vehículos me fatigan intensamente. Atendí  el manos libres. La voz de la negra penetró por mis oídos.  Una voz que aún me traía reminiscencias de juventud. De otras épocas tormentosas, pero  más libres en algún aspecto. Impregnadas de ésa libertad que otorga la juventud. Solo los jóvenes son realmente libres. Luego la vida empieza a enredarnos en su maraña. Empieza a atarnos. Contesté elevando un poco el tono de voz como hacemos cuando estamos manejando. Me preguntó donde estaba. Le contesté que estaba de viaje. Ella se mantuvo un instante en silencio y luego me dijo que necesitaba contarme algo.
-¿Qué me querés contar negrita?-dije con una voz sorprendentemente suave. Quizás influida por mi encuentro con nuestro viejo común amigo. Del que aún no pensaba contarle nada. O quizás influida por el recuerdo que siempre su voz en el teléfono me traía. El recuerdo de una muchacha. Una lejana muchacha de vaqueros ajustados y remera roja. La que exhalaba sexo al caminar. Esa que aún caminaba por los senderos de mis sueños. Tan distinta a la que volvió de su matrimonio fallido. “Nunca bebemos dos veces del mismo río” la frase se me ocurrió en medio del campo bonaerense. Escuchando la voz de aquella vieja amiga.
-Estuve charlando con Shumacher sobre el tema del resucitado Serra- modulando las últimas dos palabras de una forma que interpreté sarcástica.
-¿Y que cosa pudo aclararte el inefable Javier?-le pregunté en el mismo tono. Un tanto molesto de mantener esa conversación mientras manejaba.
-No mucho. Lo que ya sabía con respecto al caso específico que me había llevado hasta él. Hasta empiezo a pensar que quizás me equivoqué de fecha.
-Bueno algo es algo. ¿Para eso me llamaste?
-No. No te llamo por eso. Pero la charla con Javier Schumacher actuó como un disparador para que realizara un ejercicio de memoria. Un análisis retrospectivo.
-¿Análisis retrospectivo sobre que negrita? Estoy manejando sabés. Y es de noche. Y tengo un largo viaje.
-¿Un largo viaje? ¿Dónde estás?
-No interesa donde estoy. Si es tan importante para vos decirme lo que me querés decir trata de ser breve. Luego personalmente podremos explayarnos.-agregué nuevamente con una voz suave. Pero ésta vez no espontánea.
-De nuestro encuentro con Furno.¿Recordás?  El desgraciado aquél que nos trajo la primer información sobre la Hermandad de Gallo Azul.-hablaba en forma rápida sus palabras fluían como un torrente de montaña- Bueno repasando mi primer entrevista con él. Cuando él me abordó en la feria de San Telmo. Bueno recordando ése encuentro-sus palabras denotaban ésa ansiedad y ese entusiasmo de los que han realizado un gran descubrimiento- Encontré lo que se nos había pasado por alto. Lo que se me había pasado por alto. El me dijo que tenía algo Made in Lanús.
-No me digas.¿Te quería llevar al teatro?-le contesté risueño. Sin comprender a que se debía tanta excitación de mi amiga.
-¡No boludo!-me gritó-¡La hermandad funciona el Lanús! ¿No te das cuenta?-quedé un momento perplejo asimilando lo que me estaba diciendo. Si. Era muy importante. Reducía el radio de nuestra búsqueda a un área relativamente pequeña.
-¿Estás segura? ¿Estás segura que no es algo que se te ocurrió después de tantos años?
-No Horacio. Estoy muy segura. Hasta puedo ahora recordar su aspecto. Su gesto. Tenemos que seguir a Videla cuando se dirija a ésa ciudad. Él nos va a guiar estoy segura. De nada sirve actuar contra el oso maldito. Tenemos que desactivar toda la organización. Evitar que crezca y que gane adeptos. Una vez localizados podremos entregarlos a la justicia.
-No creo que la justicia. Ni la policía. Puedan actuar como es aconsejable con éstos tipos. Si son lo que yo creo.- dije con un tono de desaliento.
-Horacio. Basta. Sabés que la justicia es la única sutura posible para las heridas de la sociedad. Aunque no evite las cicatrices.-dicho esto guardó silencio.
-¿Te dedicás a inventar frases célebres, como San Martín?-le contesté con ironía.
-No.-me dijo- la frase no me pertenece. Es de un historiador que conocí en Entre Ríos Nicolas O. Alfaro Rodríguez. Pero siempre me pareció una frase afortunada. Sobre todo después que transcurrió el tiempo. Como si esas palabras hubieran fermentado en mi memoria. Adquiriendo su verdadero significado. Por eso siempre la repito. Me parecen sabias. Simplemente eso.
- ¿Y si tratamos de localizarlo a Furno? No sería muy difícil comprarle la información.
-¿Pero cuanto tiempo nos llevaría? No creas que no lo pensé. Y no tenemos ninguna certeza que hoy quiera decir nada. Por miedo a su situación personal que podría verse perjudicada y por miedo a los otros.
-Sí. Probablemente tengas razón.-admití. No del todo convencido.
-No sabemos siquiera si está vivo o si está en Argentina. Es como buscar una aguja en un pajar. Y de encontrarla no saber si nos va a servir. En cambio a Videla lo tenemos muy bien localizado. Gracias a tu pendejo-suicida.
-¡El gallito ciego! Cómo lo bautizaste. Gallito ciego. Mirá las cosas que se te ocurren negra.-le dije como para distenderla. Después de todo yo haría lo que creyera conveniente. Hace muchos años que no prestaba atención a las opiniones de la negra. Aunque debo admitir que ésta vez me dio una  información, que de confirmarse podía resultar crucial. Pues yo tenia la firme sospecha que las actividades de la Hermandad aumentarían en escala geométrica.  En muy poco plazo todos los indicios así lo pronosticaban.
-A mi no me causa gracia. No estoy de acuerdo con lo que hiciste. Y como pusiste en riesgo la vida de ése muchacho inocente. ¡Cómo lo manipulaste Horacio!
Dicen que los que lo secuestraron eran hombres del chancho Guzmán. Quizás ahí exista otra ramificación de la misma organización.-jugaba a mentira verdad. Tratando de ofenderme con sus reproches. Yo la conozco. Conozco muy bien a la negra.
-Eso dicen. Pero ninguno está arrestado. Además al comisario lo procesaron y terminará preso. Para mi que fue un robo- le dije intencionalmente como para devolverle su golpe.
-Sos un cínico Horacio. Pero tomá en cuenta lo que te dije. Es importante y hacé que lo sigan a Videla. Pero no mandés un chico del preescolar. Manejá con cuidado chau.-se despidió.
-Chau negra-le contesté. Íntimamente creo que tiene razón en cuanto a Videla. Su  cita del historiador desconocido, en cambio, no pasaba de eso. Una cita. Una frase que sonaba bien. Pero que estaba distante de ser útil en el mundo real.
El manejar se me volvió placentero nuevamente. Me gusta mi Rover. Me gusta manejarlo en la ruta y con poco tráfico era una delicia. Me detuve en una estación de Servicio Petrobras necesitaba ir al baño. Hice completar el tanque y estacioné bajo un coqueto toldo con los colores de la multinacional brasilera. Pensar que nosotros vendimos nuestro petróleo. ¡y no lo hizo Martínez de Hoz! Lo hizo uno que llegó de poncho y patillas cantando la marchita peronista. Y terminó vestido de Armani , picado por una avispa, manteniendo relaciones carnales con el imperio.
En esas relaciones evidentemente nosotros ejercíamos el rol pasivo. Ingresé a la zona de servicios y fui hasta la maquina expendedora de café. Me serví un cortado  y me senté en una de las pequeñas mesitas de fórmica que simulaban una madera clara y rugosa. Abrí mi celular y lo llamé a Ortega. Le pedí que en una hora  y media me esperara enfrente de mi departamento. La voz de una mujer protestaba tras su respuesta.

martes, 17 de marzo de 2015

Gallito Ciego Novela. Quincuagésima Quinta Entrada.



                    XXII  Memorias de un monstruo.

A veces pienso en el tigre Cepeda. En el pelado Grinóvero también. Que hombrazos los dos. El tigre era un capitán de verdad. Bravo. Bravo y generoso. Siempre fue generoso con nosotros. Un verdadero patriota. De ésos que hacen falta ahora. No como ésos maricones que descuelgan cuadros cagándose en las patas.  ¡Mirá que al tigre lo iban a obligar a descolgar el cuadro del general! Minga. Se les hubiera retobado enseguida. Los hubiera obligado a entender quien manda ¡Carajo! Él con solo mirarte te imponía la autoridad. No era como el chancho Guzmán que nunca sabés que piensa. ¡Ahora se lo llevaron preso! Se afeminó el chancho. Y pensar que  quería mandarnos a nosotros. ¡Por favor! ¿De que le va servir ahora la guita? Cuando esos jueces cipayos de los zurdos lo manden a la sombra. ¡En el culo va a tener que meterse la guita! Nunca nos apoyó verdaderamente. Seguramente, en el fondo, sentiría cierto desprecio por nosotros. Por nosotros que somos los últimos patriotas que van quedando. Los últimos que estamos dispuestos a defender el ser nacional. Por eso a veces pienso en ellos. ¡Qué falta nos haría ahora contar con hombres de sus cojones! El negro Antíguez me contó una historia hace unos años en el club. Buen tipo el negro Antíguez lástima que chupara tanto. Le gustaba el vino al negro. El negro me contó esa historia medio empedo. Le gustaba hablar demás también. Eso era lo que tenía de malo pobrecito. Por lo demás era de los nuestros.  Una injusticia que lo exoneraran de la policía. En este país se defiende  a los delincuentes. A los malandras. ¡Así nos va! Si vos cumplís con tu deber sos gatillo fácil. Claro, tendrían que invitarlos a los chorros que se abuenen. “Por favor señor delincuente, deje de robar. Gracias”  Son todos unos pelotudos estos que nos gobiernan. ¡Y bueno de los montos que se puede esperar!  La cosa es que el negro terminó en una empresa de seguridad privada. Y ahí se ve que empezó a chupar más. Creo que todavía gobernaba el cabezón cuando nos encontramos en el club.  Si. Hacía poco que habían liquidado esos dos vagos ahí en el puente Pueyrredón. Semejante quilombo armaron por esos dos comunistas de mierda. El negro Antíguez estaba que trinaba por como se castigaba a los agentes del orden. Al negro le hervía la  sangre cada vez que pasaba una cosa de ésas. Y si estás caliente y borracho es peor. Por ahí se te suelta la lengua más. Esa tarde estábamos los dos solos. El negro y yo. Y salió la charla sobre el tigre. El había conocido al tigre. Nunca supe bien como. Pero lo había conocido. Y lo quería al tigre. Y todo aquel que lo había conocido lo quería. Por supuesto,  siempre que no fuera alguno de esos hijos de puta.  Esos hijos de puta lo odiaban. Habían escrito mentiras que lo difamaban. Es que los que ganamos la guerra perdimos la paz. Siempre pasa lo mismo en la Argentina. Mirá sino lo del Beagle. Tuvimos que llamar a todos esos pollerudos. Samoré y  todos los cagadores que lo secundaron.  Tendríamos que haber entrado a sangre y fuego en Santiago. Defender la patria. ¡Pero quedan tan pocos patriotas! ¡Cómo no acordarse del tigre! Él puteaba de lo lindo. Puteaba de lo lindo cuando llamaron a la “mediación”.  Menos mal que hacia poco se había muerto cuando hicieron toda esa payasada del plebiscito. Sino yo creo que habría salido con un fusil a la calle indignado de tanta entrega. Por eso digo siempre pasa lo mismo en la Argentina. No se respeta a los héroes. A los que luchamos por una forma de vida occidental y cristiana. Antíguez lo quería al tigre. Y estaba bastante borracho esa tarde. Y enojado por lo del puente Pueyrredón. No por lo del puente sino por lo que pasó después. Todos esos periodistas hijos de remilputas hablando contra la policía. Contra la “represión”.  Y el cabezón que aflojó. Se dio vuelta como un queso. Y mostró la otra cara. Ya sabemos lo que vino después. Trajo de la mano a éste de ahora. Al que revuelve la mierda. Y su canciller el que tuvo a Aldo de ministro. Si Aldo hubiera seguido de ministro otra sería la historia. Pero los tipos capaces se tienen que ir enseguida. Todas esas  cosas hablamos con el negro. Y siguió chupando. Por ahí salió con la historia ésa.  Que al tigre lo mataron. Que no se murió en un accidente. Que lo accidentaron. Estaba muy comprometido me dijo y no se quería rajar. Ya sabemos que al tigre lo sacarían de la Argentina con las patas para adelante. Además era muy calentón me dijo. No inspiraba confianza. No se sabía si guardaría los secretos que había que guardar. O si por el contrario deschavaría a todos. No confiaban en el tigre. ¡Pobre! Un verdadero patriota. Él siempre decía que aquí había habido una guerra. Y que él estaba en el bando de los vencedores. Que todos nosotros estábamos en el bando de los vencedores y que no había por que esconderse debajo de la cama. Como algunos generales. ¡Tenía huevos el tigre!  El negro dice que lo siguieron esa tarde hasta  Cañuelas y que ahí lo encerraron y  lo hicieron volcar. Además dice que quedó vivo y que lo remataron con un tiro en la cabeza. Luego incendiaron el auto. El negro estaba borracho. Y tenía la lengua muy larga. Esa es la historia que me contó. A veces pienso en el tigre. Si fuera verdad todo ese cuento. Sería una cagada. O un último sacrificio por el país. Quien sabe. No como el pelado que se voló la tapa de los sesos después de Malvinas.  El chancho siempre dice que ni siquiera estuvo en Malvinas, que se mató de maricón, por miedo. Cuando el juicio a las Juntas y toda esa fantochada. Para mí el pelado nunca fue un maricón. Pero que dicen que se mató, es cierto. Yo no fui al velorio. Vivía en  Bahía Blanca. Muy lejos.  El chancho dice eso. ¡Tan macho el chancho! Que se entregó como un corderito. Yo les hubiera metido bala a los que me buscaban. ¿Quién sabe que pensará en chancho? Él siempre dice que actuó en el gobierno de Isabel. Yo lo sé porque estuve con él en esa época. Pero después siguió, en otro cargo, pero siguió. Eso también lo sé. Y los que lo metieron preso lo deben saber. Si la lucha fue la misma. Contra los mismos enemigos apátridas y subversivos. Si  lo habremos hablado con el iguana. Me acuerdo cuando él se infiltró en el grupo del curita ese Eleazar Hernández. Una especie de Fidel Castro con sotana. De los curas tercermundistas. Eso nos sirvió para luego meternos en la organización armada.    La teología de la liberación. ¡Hijos de puta! Eran todos una manga de zurdos. Casi todos los que andaban ahí, estaban metidos. O ayudaban a los que estaban metidos. Buen trabajo hicimos. Y eso fue antes del golpe. Y después continuamos igual. Claro, con el tigre. Ya no con el chancho. Además nos habían  vendido. Alguien nos había vendido y casi nos matan. Pero nos escapamos. Peor para ellos. Con el tigre empezamos a barrer. El tigre decía que el único bolche bueno era el muerto. Por eso algún desgraciado nos puso “escuadrón Mandrake”. Pero nosotros hicimos un buen trabajo. Un trabajo limpio. No como algunos otros. Nosotros no tomamos prisioneros. Así nos decía el tigre. ¿Será verdad que lo mataron? Si todos hubieran trabajado como nosotros. ¡Otra sería la historia! Mirá que me vengo a acordar del curita trosko ése, bien que le metimos la teología de liberación por el orto. Y esa fue una idea del pelado. ¡Mirá que va ser maricón el pelado! Lástima lo del iguana, pero el Maestro me dijo que él estaba de acuerdo. Y el  Maestro todo lo sabe. El Maestro me dará todo el poder. Un poder muy superior a todo lo que yo pueda imaginarme. Así me dijo. Y  ya falta poco. El iguana es como un mártir. El tigre también. Si lo que dice el negro Antíguez es cierto. Tres días, nada más que tres días y todo habrá valido la pena. Y se dará vuelta la moneda. Por eso a veces pienso en el tigre y en el iguana y en el pelado. Cuando Tarzán me llamó hoy, traté de que no se diera cuenta de mi alegría. Le contesté como distraído. Noté la sorpresa en su voz. Tampoco deseaba que el pendejo creyera que yo le debía un gran favor. ¡Con todos los que me debe él!  Primero me encargaría de ése asuntito y luego si  iría a verlo al Maestro para los últimos preparativos. Por la noche hablaría con el flaco Otero que además de mi asistente. Era mi hombre de confianza. El flaco Otero. El flaco era una garantía para este tipo de cositas. Él tenía su gente. Yo prefería no ocuparme de esos detalles.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Gallito Ciego Novela. Quincuagésima Cuarta Entrada

Les dejo el segundo fragmento del capítulo  "El buscador y el Anciano"

El  Buscador y el Anciano (Segunda Parte)



-Nada. En realidad ya no investigo nada-levanté mi brazo enyesado. Como poniendo  una excusa falsa.
-Veo que tuviste un accidente-me dijo con voz suave.
-Si. Algo así. Accidentalmente no me mataron- le dije con una sonrisa amarga. El viejo apoyó fugazmente su mano sobre la mía que descansaba en el apoyabrazos de madera oscura. En un gesto de contención.
-¿Y que estabas investigando antes del accidente? ¿Qué era eso en lo que yo te podría haber sido de utilidad?
-Es una historia larga. Una larga historia de la cual muchas cosas no comprendo-dije
-Bueno podrías empezar por comenzar a narrar esa larga historia. Y veremos si es cierto que te puedo ayudar.-Se recostó aún más contra el espaldar y cerró los ojos- comienza por favor, te escucho.-agregó.
Nuevamente tragué saliva. Empecé por el episodio del cadáver en la iglesia. Luego el llamado de aquella mujer de la calle Tucumán y poco a poco todo lo demás. Cuándo le conté lo de Videla, traté de justificarme. Afirmé que en realidad no sabía porque había maltratado a aquel hombre. Si bien yo estaba convencido que era una mala persona y que ocultaba muchas cosas. No era justificable lo que yo había hecho.
-Contame la historia.- me dijo el viejo- Sin comentarios morales.
Una vez que terminé mi relato con mi salida del hospital. Lo miré él parecía dormir pero no estaba dormido. Lo noté en el movimiento de sus manos contra la madera.
Luego por fin abrió sus ojos que me parecieron cansados. Como si el dormitar le hubiera causado una gran fatiga. Dormitar no es la palabra adecuada. El permanecer quieto con los ojos cerrados escuchando. Deslizando apenas sus manos, o por momentos con  movimientos mas amplios  como quien juega  en uno de ésos aparatos de realidad virtual que se parecen a un casco.  Por eso cuando por fin abrió los ojos, estos parecían fatigados, como los de aquellos jugadores cuando se retiraban el adminículo de su cara.  Se puso de pie en silencio. Se dirigió hacia un cuarto que estaba en un costado, desapareció tras la puerta. Diez o quince minutos después regresó con un pequeño cofre. Se paró frente a mí y me lo dio.
-Consérvalo siempre contigo, eso me permitirá ayudarte si el maestro negro, O Rourke o como se quiera hacer llamar ahora te atrapa.
Abrí la caja y en ella había una pequeña esfera de cristal. Como una canica. Un de esa bolillas que usan los niños en sus juegos. En su centro parecía brillar una brasa minúscula. Miré aquello con sorpresa. Cerré el estuche  y me disponía  pedirle alguna explicación. Cuando vi que ya se dirigía nuevamente al cuarto contiguo.
-Adiós. Iñaki te acompañara hasta la puerta.- Efectivamente el luchador romano estaba parado frente a mi.  Me levanté de mi sillón guardé el pequeño estuche en mi bolsillo izquierdo con mi única mano útil y lo seguí. Me paré en la vereda. Escuché la puerta cerrarse a mis espaldas. Luego el girar de la llave. Palpé el pequeño objeto en mi bolsillo. Ahora al parecer tenía otro talismán.  Caminé un largo rato sin rumbo fijo, casi inconscientemente me encontraba en Lima y Moreno, me detuve a mirar los autos pasar, hasta que  decidí a ir a verlo a Riedel Liand.
Subí nuevamente a un taxi. En mi estado no me animaba a usar el transporte público. Me sentía una especie de benefactor del gremio de los taxistas.
Llegue a la redacción ingresé sin mirar al portero que como siempre se ocupaba de cualquier cosa menos de observar quien ingresa. O por lo menos eso es lo que me parece. Quizás el tipo es un eximio cultor del arte de la simulación. Y como ésos espías de las películas de los años sesenta nos mira a través de orificios en las revistas de farándula. Si yo era benefactor del gremio de los taxistas éste tipo lo era de Paparazzi .  Margarita me miró con su rostro inexpresivo de vaca adormecida. Me saludó con su cara de nada.  Nuevamente se enfrascó en su celular. Seguramente se enviaba mensajes de texto con Barnie, de esto ya no tenía dudas. Un cierto rubor en su rostro, trasuntaba actividad de su libido. Es como deben verse las manatíes en celo.  Noté que había posado su mirada en mi yeso. Le sonreí. Ella bajó la mirada. Toqué el estuche en mi bolsillo. Me dirigí al despacho del asesor del directorio.  Eugenia levantó su mirada en cuanto me encaminé por el pasillo. Luego continuó con sus tareas. Esta mujer siempre tenía tareas. Probablemente sean indicaciones de su embalsamador. Siempre mantenerse en actividad. Para que los principios conservantes fluyeran por su cuerpo y la mantuvieran inalterable a lo largo del tiempo. Me sorprendo del estado casi de excitación que siento.  Un estado por demás inexplicable. Pensé con más seriedad que probablemente necesitara una consulta psiquiatrica. Últimamente mis euforias no me habían conducido a buen puerto. Más aún me habían conducido a arrecifes de coral y a bancos de arena.  A encallar una y otra vez. Y sin embargo nuevamente estaba aquí con las evidencias físicas de mis  tribulaciones. Pensando en manatíes en celo y en viejas conservadas por secretos momificadores mágicos. Listo para nuevos ejercicios de la osadía más extrema y más inútil.  Unas horas antes me había enfrentado a Iñaki. O en realidad casi lo había hecho. Un resto de instinto de autoconservación me había detenido a último momento.  El  plantígrado era  un buen muchacho me había dicho el viejo. Quizás la madre de Hitler o la de Videla (el genocida) dijera lo mismo refiriéndose a ellos. Pero el viejo. El Papa como quedó gravado en mi inconsciente era una persona de la que no se podía dudar. O ese era mi nuevo convencimiento, al menos.
Eugenia sobre el escritorio tenía prolijamente doblada un ejemplar de la revista con la foto del comisario Guzmán esposado.  Me detuve frente a ella , levantó como siempre su mirada por sobre el marco de sus anteojos y continuó trabajando en algo que en apariencia no toleraba ningún tipo de demoras ni interrupciones.
-Eugenia-dije con una voz que me sonó risueña como la voz de mi abuelo, o la del viejo. A ella aparentemente  le pareció lo mismo. Porque me volvió a mirar esta vez con un gesto agrio.
-Podría tener la amabilidad de esperar que termine esto, señor Miralles. –me dijo casi con un silabeo. Como para remarcar la magnitud de mi impertinencia.  Levanté mi mano sana  con la palma hacia delante , en un gesto de disculpa y me senté  silencioso en el mismo sillón  desde donde semanas atrás había visto pasar a García. De pronto la euforia fue disminuyendo. Quizás en lugar de realizar una  consulta psiquiátrica tendría que venir más seguido a interrumpir a esta mujer mientras realiza su trabajo, siempre impostergable y prioritario.  Transcurridos unos minutos decidí volver a la carga.
-Eugenia- volví a llamarla mientras me ponía de pie. La mujer esta vez me miró con ojos furibundos.-Eugenia-repetí sin dejarme amedrentar por aquel gesto de la vieja que hizo representar un cobra erguida en mi imaginación-Necesito ver al Dr.Riedel Liand. Por favor es importante-agregué como para justificar mi atrevimiento y esperando ver disminuir el nivel de furia. A esa altura la euforia había desaparecido por completo. Este era un tratamiento realmente eficiente.
-Sr. Miralles, primero usted viene aquí sin  una cita previa. Que además usted sabe que  es la norma. El Dr. no puede estar a disposición de cuanto empleado quiera entrevistarse con él. Como su sentido común seguramente se lo hará saber.- a esta altura había parcialmente abandonado su silabeo para tomar el tono de una maestra de primaria amonestando al revoltoso de la clase.- Además usted, hasta donde yo sé está de licencia por su accidente. No se ha reincorporado a sus actividades normales. Otro motivo por el cual no debería estar aquí –continuó con un gesto que ahora denotaba su íntima satisfacción por haberme dado un argumento irrebatible-no  creo que el Dr. se alegre mucho de saber que usted se encuentra  en estos momentos como un  despreocupado  turista  visitando nuestra redacción.-La miré con sorpresa. Yo era un despreocupado turista al que le habían roto los huesos. Un alegre viandante  molido a patadas  mientras se dirigía al lugar señalado en una tarjeta, que el mismo Dr. que ahora se sentirá molesto por su presencia, le había dado en propias manos.-Tiene suerte que el Dr. no se encuentre. No estará en todo el día. Si usted quiere una cita solicítemela mañana en los horarios correspondientes.-Noté que ni siquiera había retirado su mano del mouse. Me quedé mirándola. Totalmente liberado de mi euforia. Casi comenzaba a invadirme una especie de desaliento, como el de las primeras horas en mi departamento luego de mi externación del hospital. Quizás yo soy un bipolar. Eugenia me miraba esperando una respuesta que por lo menos me redimiera a último momento. Una disculpa o algún gesto que atemperara mi insolencia. Pero en este nuevo estado que me invadía me di vuelta y salí por la puerta hacia el pasillo. García subía la escalera cuando me iba. Se detuvo a saludarme. Seguramente enterado de lo que me había ocurrido. O por lo menos de la versión oficial. El intento de robo. Pero yo no tengo ganas de hablar con nadie continúo  descendiendo como si no lo hubiera visto.