sábado, 20 de septiembre de 2014

Gallito Ciego. Novela. Quincuagésimo Primera Entrada



XIX  El río y la sedienta segunda parte.



Él me miraba desde el sillón. Sus ojos  tras las volutas de humo de su cigarrillo. Él me miraba y su mirada parecía lamerme. Sentía el recorrido de la misma sobre mi cuerpo. Con una calidez húmeda que me erizaba. Me contorneaba, pasaba  mi mano lenta sobre mi piel mientras me sacaba las prendas. Una  a una.  Lamida por su mirada de hombre. Alfredo me hizo en silencio el gesto  con su brazo derecho extendido hacia delante y su mano trazando un imaginario círculo en el aire. Comencé a darme vuelta de acuerdo a sus deseos. Me privaba de su mirada. Pero yo igual la sentía subiendo por mis muslos y deteniéndose en mis glúteos. A ellos lo que más les gusta es mi cola. Adoro que admiren mi cola. Luego sentí que subía por mi espalda se detenía en mis hombros y anidaba en mi nuca. Con mi mano derecha recogí mi cabello. Para sentirla en mi cuello. Mi corazón latía con fuerza y un  rocío de sudor perló mi piel.  El deseo como una caricia quemante subía por la humedad de mi vagina y golpeaba mi ombligo. Como pequeñas olas tibias.  Él chasqueó los dedos. Lo miré sobre mi hombro. Me ordenó volverme.

-Sacate la tanga despacito, Magui, despacito.-me dijo, yo obedecí, con mis pulgares estiré lentamente las cintillas sobre mis caderas y con movimientos ondulantes empecé a sacármela.  Sentí como su mirada húmeda se posaba sobre mi pubis y lo escarbaba buscando mi clítoris. Las olas comenzaron a golpear con más fuerza.  Paralizada de deseo terminé de desnudarme. Él apagó lentamente el cigarrillo y se puso de pie. Me hizo un gesto para que me acercara.  Mientras con una mano se desabrochaba el cinto y se abría el pantalón. No podía reprimir el deseo en mi interior que era como un temblor. Una vibración que me sacudía. Caminé los pocos pasos que nos separaban sin sacarle la mirada de sus ojos.  Cuando estuve frente a él, me puso  las manos en los hombros y con suavidad me obligó a arrodillarme.  Estiré mis manos sudorosa hacia sus calzoncillos blancos, los bajé con cuidado. Vi su pene parado. El glande rosado asomando de su piel.  Acaricié sus testículos duros y levantando la mirada, comencé a lamerlo. Ahora yo lo lamía. Como él me había lamido y poco a poco fui devorando su miembro duro. Que se deslizaba sobre mi lengua como un ariete. La humedad comenzó mojar mis muslos juntos y una gran ola me penetró, mojando mi piel en un orgasmo. Luego él me levantó con sus manos suaves bajo mis axilas húmedas. Me acostó en el suelo y me penetró con fuerza hasta que casi perdí la conciencia. Enrique. Enrique. ¿Por qué no te quedas a vivir dentro mío? Cuando su esperma me inundó. Se retiró de mí y encendió otro cigarrillo. Me llevó a la habitación y me arrojó sobre la gran cama  de algarrobo. Tirándose a mi lado a fumar.  Mientras con su mano recorría mi cuerpo minuciosamente.  Yo lo miraba con mi cabeza sobre la almohada de vez en cuando sonreía dejando ver su dentadura blanca. Esa noche no dormí. Una y otra vez socavó mi cuerpo con hambre de famélico. Explorándome como un conquistador impetuoso. Por la mañana me ordenó  que le preparara un café . Obediente me dirigí a la cocina, se lo llevé en una bandeja que encontré sobre la mesada.

- Ahora vestite y andate-me dijo serio- que quiero descansar un rato, y no te olvides de averiguarme sobre ese tipo que te dije anoche. ¡Y no  me llames! Yo lo haré cuando lo crea conveniente.-agregó.

Agradecida me vestí en silencio. Cuando terminé  ya había acabado su café y tenía los ojos cerrados. Lo miré por última vez. No le di un beso para no molestarlo. Enrique es así. Padre-amante-dueño. ¡Otra vez! Esa maldita puerta que no se cierra. ¡Alfredo quiero decir! ¡Alfredo!. Agradecí no haberme bañado pues podía aún sentir su olor en mi cuerpo. Caminé hasta la esquina y tomé un taxi.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Gallito Ciego Novela. Quincuagésima Entrada



 XVIII  Retorno sin gloria.

Al despertar me sentí como saliendo de un túnel. Un largo túnel habitado por monstruos y fantasmas. El dolor físico me fue arrastrando lentamente fuera. Me fue arrastrando hacia la vigilia. Abrí los ojos y mi mirada recorrió el techo blanco. Deteniéndose en el plafón con sus círculos naranjas, como diminutos anillos superpuestos sobre el vidrio. Nunca había prestado atención a esos detalles insignificantes. Un surco recorría la pintura de látex paralela a la pared de la puerta. Se me ocurrió un  Nilo minúsculo corriendo sobre mi cabeza. Permanecí absorto en esos pensamientos inútiles. Hasta que el dolor de mis costillas y mi brazo me volvieron a situar en la realidad. No sabía que hora era. Mi reloj lo había perdido en la calle Solís, según recordaba como en una especie de sucesiones de flashes. Como ésas imágenes fugaces que se suceden en la presentación de algunos programas televisivos. Me senté con dificultad debido a mi brazo inmóvil, tenía que moverme en bloque como una especie mamífero marino sobre las rocas de la costa.  La maniobra me costó un gran esfuerzo. El dolor se transformaba en terribles puñaladas que atravesaban  mi cuerpo. Me puse de pie con la inseguridad de un niño que está aprendiendo a caminar. Sentí mi cuerpo bambolearse. Extendí mi brazo izquierdo y abrí mis pies con la esperanza de sustentarme. Poco a poco me acostumbre a mi condición de hombre erguido. Ese escalón evolutivo que permitió usar los miembros anteriores (ahora superiores) para asir cosas y manipular herramientas.  Yo era ahora un hombre erguido. Maltrecho hombre erguido. Con uno de mis miembros superiores petrificado en ángulo recto. Poco a poco comencé mi marcha, paso tras paso. Hasta que la confianza volvió a ganarme. A sumarme a las filas de los optimistas que creen que es posible llegar al baño sin caerse. Cuando me paré junto al espejo mi aspecto me sobresaltó. ¿Era yo esa cosa magullada y barbuda. Surcado el rostro de excoriaciones y hematomas? Giré sobre mis pies. Con la dificultad de una maniobra quirúrgica bajé el cierre de mis pantalones que no me había sacado para dormir y vacié mi vejiga tensa ruidosamente en el inodoro apoyándome con mi mano izquierda en la pared. Luego de haber terminado permanecí con la cabeza gacha y los ojos cerrados. En la misma posición . Como congelado. Luego con menos dificultad subí el cierre y me enfrenté nuevamente con la terrible realidad del espejo. Me percaté de mi ropa sucia y comencé  trabajosamente a desnudarme. En calzoncillos emprendí la larga travesía que me llevó hasta la cocina. Extraje una bolsa de residuos negra y me embolsé el miembro inmóvil y blanco. Mi miembro de estatua. Ése que me había mirado la Gorgona. Reí de mi pensamiento estúpido y al hacerlo me dolieron terriblemente los labios lastimados. En  mi nueva condición de hombre residuo, me volví a dirigir al baño. Me terminé de desnudar y dejé caer el agua de la ducha sobre mi humanidad maltrecha. Tomé la pastilla de jabón con la misma delicadeza y precisión con que un astronauta lo hace con sus herramientas en una caminata espacial. De escapar de mi mano sería una tragedia inenarrable. Volver a tomarla para mí, hombre-erguido-tambaleante-residuo sería muy difícil. Afortunadamente nada de esto ocurrió. Con el shampoo fue un poco más fácil. Solo tuve que arrojarme un poco sobre el pelo y con mi única mano humana frotarme la cabeza hasta que se formara abundante espuma. Permanecí bajo la lluvia tibia.  Mis músculos se relajaron. Me sentí mejor. Me sequé y con renovada energía me dirigí a mi cuarto. Extraje la bolsa que había sido bastante efectiva en preservar el yeso seco. Abrí el placard y extraje ropa limpia. Vestirme fue otra tarea ciclópea interrumpida por las puñaladas de dolor. Cuando terminé de hacerlo me dirigí nuevamente al baño. Llevaba conmigo unos analgésicos que me habían dado en el Hospital. Tomé dos juntos.  Y evalué la posibilidad de afeitarme. A mí que me gustaba estar siempre presentable. Si Selene me viera con este aspecto seguramente saldría corriendo como quien se encuentra con el diablo. De todos modos decidí dejar esa tarea para otro momento. Fui nuevamente a la cocina y me preparé  un café grande. Agradecí al inventor del chispero incorporado a la cocina. Haberla encendido con un fósforo o con el encendedor hubiera sido mucho más arduo. Extraje unas galletitas del frasco sobre la mesada, las comí como el más exquisito de los manjares. Con la taza humeante a medio tomar me dirigí al sillón del balcón y me dejé caer en él como un peso muerto. Miré el paisaje de la ciudad que despertaba. Y por fin tuve conciencia que a pesar de todo estaba vivo. Traté de alejar de mi conciencia las imágenes que se me arremolinaban en la mente. Traté de olvidarme de esos días de pesadillas. Y de aferrarme a mi condición de sobreviviente. De náufrago que arriba a una playa desierta y me dormí sobre la arena cálida de mi balcón a la mañana. Me introduje nuevamente lento y sigiloso en el túnel del cual había salido un par de horas antes. Que ahora me pareció un refugio acogedor y tibio.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Gallito Ciego. Novela. Cuadragésimo Novena Entrada.



XVII  El reencuentro.


Fernando me tomó del brazo.  Con un gesto me invitó a que volviera a  sentarme. Luego señaló la foto en la pared .  Se acercó y la golpeo con su índice, el vidrio sonó seco, grave.
-                     En honor a éstos tiempos quiero escuchar tu historia, Horacio.- me dijo con voz suave. Luego se sentó cruzó su pierna derecha sobre su rodilla izquierda y con su puño derecho bajando y subiendo sobre el apoyabrazos. Me escuchó expectante.
-                     Mirá Fernando. Es una historia larga y retorcida. Pero todo empezó hace más de 10 años. Cuando ya se percibía que Menem perdería las elecciones. En aquel espejismo que vivimos por pocos meses. Una tarde me llamó la negra. Quería que nos entrevistáramos con un tal Furno. Un exonerado de la Federal cuya característica distintiva era ser un borracho perdido. Yo en aquél momento y a pedido de algunos amigos colaboraba en la campaña de la Alianza. Como asesor más que nada del Frente Grande en cuestiones  relacionadas con la publicidad y el discurso de los candidatos. Así que  le dije a la negra que estaba ocupado. Que no me interesaba hablar con ése tipo. Además nada de lo que me dijera podría ayudarme en el tema del que me ocupaba. La  negra me cortó la comunicación disgustada como es sus costumbre. Vos ya la conocés no es necesario que yo te cuente como es ella. A los pocos días apareció por mi casa. Tenía el mismo objetivo. Quería que nos reuniéramos con ese tipo. Yo traté de convencerla de que no me interesaba. Como realmente en ese momento no me interesaba.-me detuve y encendí otro cigarrillo. Fernando se puso de pie y entreabrió una puerta ventana que daba a una pequeña galería trasera. La tarde empezaba a caer y unos rayos horizontales de sol iluminaban la parte superior de la tapia trasera encalada. Dividiéndola en dos sectores uno adherido a la  tarde y el otro adentrándose en la noche-Pero ya conocés a la negra y sabés lo insistente que puede ser. Fuimos al parque  Centenario. Sobre Patricias Argentinas nos esperaba Furno. Es como si lo estuviera viendo ahora, vestido con un  ambo azul bastante trajinado y una remera negra de cuello polo, con sus infaltables anteojos negros y prolijamente peinado a la gomina su cabello gris.  Subió al auto en el asiento trasero. Su perfume Givenchy  invadió el interior de tal forma que tuve que entreabrir la ventanilla. Era un verdadero zorrino. ¡Además de un cerdo! Por supuesto. La negra le dijo “Bueno aquí está el doctor porque no le cuenta lo que me prometió” El sujeto se sonrió  abrió sus brazos y se sentó en el medio del asiento. De tal forma que su rostro quedaba directamente en mi espejo retrovisor. Adiviné su cara de satisfacción. No me imaginaba que cosa podría decirme semejante basura. Algo seguramente relacionado con la intimidad de nuestros adversarios políticos. Alguna bajeza. No se me ocurría otra cosa y empecé a desear fervientemente bajarlo del auto.     “Yo sé quien le cortó las manos a Perón” dijo sonriente.  Yo lo miré y no le contesté nada “continúe” le dijo la negra con el tronco girado hacia mí y mirando al sujeto. “Los de la Hermandad” dijo “¿Qué Hermandad?” le dije riéndome “¿Los de la mesa redonda? Y se las llevaron a Camelot. No me diga”
Se reclinó hacia atrás y me miró con ese gesto divertido y amenazante que tanto cultivan esos tipos. “no se burle” me dijo  “eso le va a encarecer la cuenta, doctor”continuó.- noté que Fernando había súbitamente cambiado su actitud que ahora era de una sincera atención. Se puso de pie. Se dirigió a un pequeño bargueño que tenía al costado de el primer cuerpo de bibliotecas, extrajo una botella JB y sirvió dos vasos sin hielo. Me alcanzó uno y se volvió a sentar, bebí un sorbo y dejé la copa junto a las tazas vacías. Continué mi relato ante un gesto de su mano.- “Yo les puedo decir quienes integran la Hermandad y lo que buscan” dijo la rata sonriente.”Claro que eso no será gratis” agregó “¿Qué Hermandad de mierda dice usted?” casi le grité “No sabía que era tan nervioso. Doctor. Cuando se dedicaba a poner bombas no parecía serlo” me dijo y casi detengo el auto y lo saco a sopapos si no fuera porque la negra me puso una mano sobre el muslo y le pidió que se ajustara a su relato que después arreglaríamos el precio si la cosa valía la pena.-me detuve y tomé otro sorbo de whisky- “La Hermandad del Gallo Azul, así la llaman ellos, yo estuve en contacto con alguno de sus integrantes” Furno había bajado la vista y parecía interesado en sus pantalones. Permaneció callado. “¿Y que hace esa Hermandad?” pregunté más calmo. “Adoctrina gente. Gente que usted conoce como el oso Videla o el profesor Serra y otros más que usted no conoce” dijo con un tono neutro. Una luz de alarma se encendió en mi mente. Te imaginás, Fernando, que me nombraran a ésos tipos. Y que me dijeran que andan adoctrinando gente. Me quedé casi sin palabras. “Deténgase aquí,  yo me bajo” dijo de repente. “¿Eso es todo?” le preguntó la negra. “ Cuando tengas veinte mil dólares en billetes, te sigo contando” le dijo mientras habría la puerta y descendía. Lo vimos alejarse con paso cansino. Y nos quedamos los dos pensativos. Volvimos a mi departamento y discutimos la cuestión. Parecía todo bastante disparatado. Decidimos que Furno no valía esa plata. No lo volvimos a ver. Por nueve años esa historia quedó arrumbada por ahí. Como tantas otras cosas. Como tantas otras informaciones falsas que te tiran esa clase de gente. Hasta que pasó lo de la iglesia- En ese momento golpearon la puerta  y apareció Clara, la morocha, diciéndonos que la cena estaba servida. Miré hacia  el patio y estaba en sombras.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Gallito Ciego Novela. Caudragésimo Octava Entrada



Les dejo otro capítulo de  Gallito Ciego.   Espero les guste


XVI  Tarzán


Tarzán es un pendejo. Pero no es un mariquita de esos que se ven por todas partes. Es un pichón de hombre. Es bien macho. Había que verlo en la tribuna cuando era chico, lo llevamos varias veces con el iguana Serra.  Se hacía respetar el hijo de puta. No, no era de los de arriar.  Me acuerdo cuando lo ensartó a aquel  gordo que lo había bardeado y se creía dueño de la  hinchada. Ya de muy pendejo se sabía hacer respetar. Por eso siempre lo estimamos mucho. A nosotros no nos gustan los blandengues. Después entró en la bonaerense. Yo sabía que Tarzán no me podía fallar. Y de alguna forma él se las arreglaría para averiguar lo que necesitábamos. ¡Que el chancho Guzmán se fuera a la puta que lo parió! A nosotros ya no nos manda.  Nosotros nos mandamos solos. Pero para que discutir con él.  Mejor dejarlo que piense que todo es como antes. Pero no. No es como antes. Ahora tenemos la sartén por el mango. Yo soy el  hombre, como me dijo el maestro.  Y a mí ningún zurdito hijo de puta, mariconcito  de cuarta me pone una mano encima y se va como si nada. Lo  mejor que podría haber hecho ése putito era matarme. Pero claro para matar un tipo hay que tener huevos, como yo o como el iguana. ¡Cómo el tigre! ¡Qué gran tipo el tigre! Si hubiera tenido los huevos de Tarzán. Que es un pendejo Tarzán, por más bonaerense que sea. Si los hubiera tenido de la mitad de tamaño, me hubiera despachado. Pero no. Todos esos putitos se cagan en las patas. Y ahora yo lo voy a encontrar. Con la ayuda de Tarzán lo voy a encontrar. Y ahí sí . Ahí sí que me las va a pagar. Todas juntas me las va a pagar.
Él sacó un Parliament del bolsillo de la camisa del uniforme, lo encendió y entrecerrando los ojos por el humo, me saludó con la mano. Yo hacia un ratito que lo estaba mirando. No se había dado cuenta. Todavía le falta. Por ésas distracciones te pueden freír. Desde que me pasó lo que me pasó  trató de reentrenar mis reflejos. Como en la vieja época. Teníamos todas las luces encendidas permanentemente. Recuerdo aquél día que con el iguana y pelado Grinóvero comíamos una picadita en el club Progreso y me di cuenta que un melenudo nos miraba desde la cantina. Me hice dos o tres veces el boludo y si, nos miraba. Se hacía el pavote como que miraba para la calle pero nos estaba vigilando. Haciéndome el sonso y riéndome me dirigí  hacia el baño cuando lo tuve a pocos metros, lo agarré del cuello y lo saque para el lado de atrás, atravesé las canchas de  básquet con el idiota a la rastra. Y atrás de la utilería donde había unas cañas altas. Le pregunté mientras lo reventaba con la culata. No me contestó. Cuando me di cuenta estaba muerto. Lo tiré entre las cañas y el melenudo hijo de puta, quedó con el culo para arriba, como ofreciéndolo. Me dio risa. Había que ver como quedó. No se si lo ahorqué o lo maté a golpes. ¿O se habrá muerto de miedo? Son tan cagones estos mierditas. Después me enteré que era el hijo del quiosquero de al lado que esperaba la novia. Pero bueno ¡uno tiene que estar atento! “Señor , no vio un chico así y asá” me preguntó la pendeja cuando volví. “No” le dije “ no he visto a nadie”.  Me fui riendo hasta la mesa, nos tomamos otra cerveza y cuando nos marchamos todavía la pendeja esperaba. El pelado pasó al lado y le tocó el culo, la estúpida dio un saltito hacia atrás del mostrador. Qué buenas épocas esas.   El pelado Grinóvero , buen tipo. Lástima lo que le pasó.  Me guiñó un ojo cuando nos íbamos. Eso es lo que tiene que aprender Tarzán a estar atento.  Nosotros siempre estábamos atentos. Por eso ahora quiero volver a esa gimnasia para que no me vuelva a pasar lo que me pasó.  Yo hacía un ratito que lo estaba mirando. Cuando encendió el pucho. Entonces me vio y me saludó con la mano.
-¿Cómo te va Tarzán?-le pregunté.
- No como vos pero me defiendo-me dijo sonriente mostrando sus dientes, blancos. Este hijo de puta se debe lavar los dientes diez veces al día. O se tiene que haber hecho alguno de esos tratamientos que se hacen los artistas. Yo sabía que andaba con plata.
-¿No anduviste por la cancha?-le pregunté como para entrar en conversación. No quería ir directamente al grano.
-Como adicional.-me dijo-Además andamos para el orto. No hay mucho que ver. Tenemos un cuadro sin huevos.
-Y si, y el técnico es un inútil. Ya no es como antes.¿Te acordás cuando íbamos juntos?
- Como podría olvidarme de eso che. Por favor. Lo que te tengo que decir es que ando un poco con el tiempo justo si me contás que te anda pasando. O no sé para que querías verme.-Al principio me sorprendió su apuro. Pero era casi la reacción normal que yo debía esperar de él. No era un sentimental. Uno de esos estúpidos que se enternecen por encontrarse con un viejo amigo. No Tarzán era de los nuestros. Me sonreí. Y lo miré directamente a los ojos. Ojos fríos, que no hacen juego con su dentadura radiante y blanca.
-Si mirá la verdad que te necesito para un asuntito. No habrás pensado que soy un viejo choto que te llamo para hablar de recuerdos. ¿O sí?- Le dije con cierta frialdad a pesar de mi gesto.
-¡Uno nunca sabe!-me contestó mientras aplastaba el cigarrillo en el cenicero transparente de vidrio. Dejé pasar su respuesta, no era útil a mis fines entrar en polémica. Estos son tipos medio salvajes. Son como esos perros idiotas que hasta pueden llegar a desconocer a su dueño. Tarzán era uno de esos perros. De chiquito.
-Tengo que localizar a un tipo. Uno que me debe una cuenta.-Extraje la revista del bolsillo lateral de saco y se la tiré delante-Trabaja ahí. Debe ser de medio pelo. No se como se llama lo vi tres veces nada más. Quiero encontrarlo para arreglar un asuntito.
Quiero que me ayudes a localizarlo. Nombre. Domicilio. Automóvil. Todas esas cositas. Nada del otro mundo. Me das todos esos datos y chau. Te podes borrar si querés.-Le dije con cierta indiferencia. Con la intención de hacerlo en parte sentir como un cobarde. Como uno de esos idiotas que le tienen miedo a los problemas. Picó enseguida.
-¿Qué te pasa oso me has tomado por un cagón?- me contestó mientras miraba la revista.
-Es el que escribió el articulo sobre el iguana. El que describe como lo encontraron en la iglesia y todas esas boludeces.-le dije como restándole importancia al asunto.-Debe ser un nabo porque ni siquiera firma la nota.-Saqué mi cortaplumas que nuevamente llevaba siempre conmigo y me puse a limpiarme las uñas distraído. El miraba la revista y había detenido su vista en una mina en bolas que estaba en un propaganda.
-¿Te debe plata el chabón?  Cosas de la timba seguro- Me preguntó apareciendo como un ingenuo, que no era.  Sabiendo como sabe que yo no piso una timba hace diez años.
-Si me debe.-le dije mientras cerraba mi cortaplumas y la guardaba nuevamente en mi bolsillo. El me miró sonriente. Hizo un cilindro con la revista y se puso de pie.
-Algo voy a hacer osito, quedate tranquilo.-me dijo retirándose sin pagar, con la revista en la mano. Llamé al mozo y le pedí un whisky a esa hora de la mañana, antes de comer me gusta tomarme uno. Luego fui al estacionamiento subí al Megane y me dirigí a la casa del maestro. Me sorprendió encontrarlo de pie mirando por la ventana como ausente.
-Nos tendremos que apurar- me dijo como saludo-Tenemos interferencias.
-¡Qué pasa!-le contesté sorprendido. Él permaneció un largo rato callado. Miraba a la ventana con una cara sin gestos. Sin emociones, como la de un muñeco de cera. Sus rulos canosos parecían transparentes  en el contraluz.
-Problemas-me dijo con voz suave.- problemas. Tratan de localizarme lo presiento. Y sospecho quien me busca.-nuevamente permaneció otro largo rato en silencio.
-Maestro, ¿en qué puedo ayudarlo? Quiere que limpiemos a alguien. Dígame y listo.
-Todavía tenemos tiempo. Pero menos que antes. Sabés que la prueba salió bien. Pero debemos ajustar algunos detalles para que no pase lo que pasó. Pero alguien más sabe de nuestros propósitos. Pero no cualquiera. Ninguno de esos gusanitos que te han estado molestando. No. Alguien más. Alguien que me busca. Pero todavía tenemos tiempo. Vos sos el hombre, el elegido, no te metas en líos. El poder que yo te ofrezco es muy superior a todo. Superior a todo lo que puedas haber conocido. Yo me arreglaré con mi enemigo. Ya otras veces lo he vencido. Esta vez lo haré desaparecer.
!Lo aniquilaré!-terminó con un gesto fiero, como de guerrero dispuesto a matar.
Me quedé sentado en el sillón. El maestro permanecía de pie mirando a la calle. Yo deseaba pedirle que me  mostrara nuevamente aquello. Pero supe inmediatamente que no era el momento. El maestro estaba taciturno y aún permanecía con su gesto de furia.
¡El poder está en las manos! Decía siempre el iguana. ¡Que poco tiempo pudimos verlas después de aquella noche! ¡Qué poco tiempo! El poder estaba en esa bolsa que le entregamos al maestro. Él permanecía de pie mirando. Evidentemente sin ver. Me puse de pie. Me arregle los pantalones que habían quedado un poco arrugados y me despedí.  Antes de subir al auto levanté la vista y allí lo ví una figura quieta como una estatua en el vano de la ventana. Me consoló el saber que el día se acercaba. Que eran pocas las jornadas que nos separaban de la nueva era. De la nueva era que nos devolvería el lugar que nunca tendríamos que haber perdido.  Pronto tendría también noticias de Tarzán. Pronto me cobraría aquella humillación. ¡Yo soy el hombre carajo!