martes, 17 de enero de 2012

Gallito Ciego. Novela. Décimo Sexta Entrada

Gallito Ciego. Décimo Sexta Entrada


-Me debés una explicación hijo de puta- le dije casi sin levantar la voz.
-¡No metás el hocico en la mierda, pendejo!-me dijo mientras se revolvía contra la pared
-¿Qué sabés vos de la Hermandad del Gallo Azul?-Le dije mientras levantaba aún más su brazo hacia arriba y le incrustaba el cañón en la papada. El  grandote gruñó como un mono, intentó darse vuelta, pero le di una patada en el tobillo derecho que casi lo hizo caer para el costado-¿Qué sabés Videla? Contame o te quemo-me sorprendió escuchar mi voz decir aquellas palabras. El otro comenzó a resoplar como un toro atrapado por  un lazo. Noté en mi mano la baba que le caía de la boca.
-Pendejo sorete, matame si querés, que no te voy a decir nada.
-¿Y Serra que tenía que ver con ustedes?-pregunté mientras le doblaba aún más su brazo contra la espalda y lo empujaba hasta que su rostro quedaba deformado contra la pared. Corrí la Ballester Molina y se la incrusté en la oreja. Videla se golpeó la frente contra la pared.
-La Hermandad te queda grande,  ¡imbécil!.-gruñó el cuidador del cementerio- cuando se enteren que andás husmeando en éste asunto, te van a dejar como a Serra no tengas dudas.¡Idiota!
Elevé levemente el arma y lo golpee con el cañón en el parietal que sonó como una sandía madura. Videla se encorvó levemente mientras su sangre corría tibia sobre su oreja. Volví a preguntarle sobre el asunto. Ahora permanecía más rígido como si realmente hubiera comenzado a asustarse.
Te van a matar- me dijo con una voz que bruscamente parecía serena sin los resoplidos taurinos de momentos antes.-Nosotros queremos asistir a la resurrección del Hermano Daniel que es el que nos traerá nuevamente  al Líder. Estamos cerca , muy cerca, gusano. Cuando el Hermano Daniel regrese te arrancará las tripas con sus propias manos y se las comerá antes que des el  último suspiro. – Rió con una risa histérica, casi una carcajada y súbitamente intentó pisarme, retorcí nuevamente su brazo y lo golpee en la cabeza casi con furia. El hombre se derrumbó en forma vertical como si lo hubieran talado. Di un paso hacia atrás y con la escasa luz de alumbrado público pude ver el charco de sangre que se agrandaba bajo su cabeza como una mancha de aceite en el agua. Miré hacia ambas esquinas, guardé la pistola en el bolsillo, no sin antes limpiarla en la campera de mi victima. Subí  al auto que permanecía con la puerta abierta y lentamente me dirigí al Este, antes de llegar a la avenida me iluminaron las luces titilantes de un patrullero que se paró a mi derecha, cuando el semáforo se puso en verde lentamente doble a la izquierda y emprendí el camino de regreso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario