viernes, 23 de diciembre de 2011

Gallito Ciego . Décima Cuarta Entrada

Gallito Ciego.  Esperando al oso

Mi mano en el bolsillo percibió la textura rugosa. Era conciente que lo que estaba por hacer era un salto al abismo. Una bisagra capaz de doblar mi vida ordenada, la rutinaria maquinaria laboral, horizontal, llana, en una empinada ladera de incertidumbres. Ángulo diedro. Aferré con fuerza el volante, incliné levemente la cabeza a la izquierda y observé el grupo de hombres que bebía junto a la vidriera. Miré por el espejo retrovisor la calle estaba casi desierta a ésa hora, algunos transeúntes caminaban lentamente, como hormigas extraviadas de la columna de obreras. Los vehículos pasaban las bocacalles casi desiertas, iluminando con sus faros el pavimento mojado con aguas negras, donde de tanto en tanto ráfagas de un viento caprichoso hacían volar la mugre, dispersa en la calzada. Nuevamente aferré aquella forma en mi bolsillo, como un niño aferra la mano de su padre buscando seguridad. Uno de ellos se puso de pie, lo vi con claridad mi pulso se aceleró por un momento, pero nadie apareció por la puerta metálica, momentos después la figura retornó a su ubicación original. Por un momento dudé de mis propósitos, y tuve el impulso de marcharme. Quizás hubiera sido lo más sabio.  O lo más prudente. Los faros de un coche iluminaron el interior del mío, me achiqué cuanto pude en el asiento, como un homicida en espera de su presa. Desee en ése momento estar sentado en mi sillón mirando la televisión, y no en ése lugar. Acechando.  El auto pasó lento, exhalando la música de los redondos, giró en la esquina y los faros rojos se perdieron tras la ochava. Ji,Ji,Ji se fue apagando lentamente como un tren que se aleja. Otro movimiento en la mesa, dos figuras aparecen en la salida se saludan y se alejan. Falsa alarma. Los párpados comenzaban a pesarme a pesar de la adrenalina que corría por mi cuerpo. Reflexioné sobre lo oportuno de haberlo seguido hasta allí y no haberlo interceptado no bien salió de su casa, pero era temprano y a ésa hora el movimiento era más intenso en la zona. Ahora había cesado casi por completo. Me convencí de lo acertado de mi decisión. En realidad traté de convencerme. No estaba seguro si esto  que estaba haciendo era lo más apropiado. Pero nunca antes había estado en ésta circunstancia y por lo que había visto en el cine, las cosas tenían que ser así.

martes, 13 de diciembre de 2011

Gallito Ciego. Décimo Tercera Entrada.

Gallito Ciego.  Décimo Tercera Entrada



-¿Rara? Podría ser un poco más específica.- le pregunté casi hablándole en su oído. Por lo que su perfume era muy evidente para mí.
- Rara, no se que otra palabra emplear, yo no los conocí íntimamente. Pero como toda secta o como quiera usted denominarla, son sectores oscuros de eso que yo denomino como religiosidad. Buscan caminos alternativos, a los de la mayoría de la gente. Serra se mezcló con ellos, es todo lo que sé. Sus ritos son secretos, yo no los conozco, se que sintetizan creencias cristianas y africanas. Creen posibles la reencarnación, el regreso de la muerte y todas esas patrañas.
-¿Patrañas? Y usted afirma  haberlo visto caminando 3 días después de muerto.-dije deseando desencadenar otro aluvión oral como el de días atrás. Pero no ocurrió al contrario.
- Si lo ví, no se si después  de muerto, pero yo lo ví. Usted créalo o no.-el auto se detuvo en la esquina del Hospital, la secretaria abrió la puerta, tomé a la mujer del brazo y le pregunté, conciente que de lo contrario nunca lo podría hacer. O por lo menos no en ésta oportunidad. Y quien sabe si tendría otra. Evidentemente entre los dos había cada vez menos simpatía o menos “química” como se dice vulgarmente.
-Usted conoció algún individuo Videla, que se relacionara con  ésa gente
-Videla ¿Cómo el genocida?- dijo soltándose de mi mano y descendiendo, cerró  la puerta detrás de sí.
Noté la mirada del taxista que me observaba serio, evidentemente no le interesaba casualmente nuestra discusión, sino algo mucho más cotidiano  e intrascendente estaba  esperando cobrar. Le indiqué que me llevara de nuevo  a  Tucumán y Uruguay. Me recosté contra el respaldo del asiento trasero y permanecí quieto y callado todo el trayecto.  Maldije en silencio cuando tuve que pagar el viaje y me dirigí a recoger mi auto.
Al llegar a mi departamento llamé por teléfono a Ortega pero éste estaría ausente un par de semanas según me informó la voz de la que me imaginé una rubia, delgada, pisando los treinta como le gustaban a él. Estuve tentado de ofrecerme a mitigar su soledad, pero conociendo a mi amigo, desistí.  Tendría que arreglármelas sin su ayuda.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Gallito Ciego. Décimo Segunda Entrada.


Gallito Ciego. Décimo segunda entrada,  reencuentro   

Decidí volver a ver a la mujer aquella de calle Tucumán, la que se había cruzado con el tipo (a ésta altura lo daba como una realidad) estacioné mi auto en el mismo garaje y me dirigí al viejo edificio de madera y bronces descuidados.
Estaría a unos veinte metros cuando la ví salir acompañada de su secretaria (debía ser su secretaria, se me ocurrió) Corrí para impedir que subiera al taxi que la esperaba junto al cordón  de la vereda. La llamé con la respiración entrecortada por el esfuerzo, me hace falta practicar más deporte,  me miró inquisitiva primero y divertida después.
-¡Pero qué sorpresa! Mi amigo el periodista, que todo lo sabe-me dijo con cierto sarcasmo.
-Si,  soy yo, disculpe que la moleste pero quisiera hacerle unas preguntas. Por favor, si es posible.
-Ya casi no lo esperaba, pensé que no volvería, ahora tengo que ir a realizar una diligencia al Hospital Durand, si quiere conversamos en el viaje, de lo contrario tendrá que volver otro día.-la miré un poco sorprendido, me di cuenta de su decisión cuando su “secretaria” abrió la puerta del coche haciendo caso omiso a  mi presencia, las dos ingresaron y tuve que correr para abrir la puerta del lado de la calle, la mujer me miró y se sonrió apretada contra mi hombro.
-Usted dirá no hay mucho tráfico, no creo que tengamos mucho tiempo.-me dijo entre enigmática y  divertida.
-Usted me dijo que conoció a Serra en Lomas de Zamora ¿no es así?
-Eso le dije, pero usted ignoró ese dato.
-Además de cómo docente de sus hijos lo conoció en alguna otra actividad-le pregunté. La mujer se puso rígida lo noté por nuestro contacto corporal
-No le entiendo, ¿a qué actividades se refiere? Si usted se refiere a alguna relación personal, mi respuesta es no.
- Me refiero a si tenía alguna actividad social o política de la que usted pudiera tener conocimiento. En aquella época por supuesto.- pregunté, la mujer guardó silencio un instante, quizás una cuadra, su secretaria miraba por la ventanilla en una actitud aparentemente distante de nuestra conversación.
-Si, recuerdo que por algún tiempo trabajó en un salón parroquial, o un comedor infantil, no recuerdo bien o ambas cosas. Yo colaboré mucho tiempo con la obra del padre Eleazar Hernández en ésa época, un gran tipo, y Serra también. No se que tipo de actividades desarrollaba. La verdad, luego desapareció. Aquellos no eran años buenos, eran años oscuros. – dijo como para sí.
-¿No supo usted nada sobre una Hermandad del Gallo Azul?- pregunté. La mujer me miró, nuevamente tensa. Y luego esbozó una sonrisa, pero casi penosa
-Veo que a usted, le gusta revolver el estiércol- me dijo y agregó- yo le hablé de la religiosidad y de la ritualidad, pero usted tampoco le dio importancia a mis palabras-el coche dejaba avenida Córdoba y tomaba Estado de Israel hacia el Parque Centenario- Se hablaba mucho de ésa gente, en aquella época, ¡gente rara!

martes, 22 de noviembre de 2011

Gallito Ciego . Entrada Décimo Primera


Gallito Ciego. Entrada Décimo Primera. Seguimos

Se cree que de alguna forma este grupo esotérico estuvo relacionado con el               tristemente célebre José López Rega.  Poco más.  Lo que me despertó curiosidad  es saber como Serra conciliaba su ortodoxia católica con las prácticas sectarias.   Falangista y brujo.
Inquisidor y hereje.    
Especie de alimaña polifacética. Capaz de resucitar al tercer día. Según el cristianismo Jesús  murió y resucitó para salvar a la humanidad. ¿Por qué lo haría Serra? Que pensamientos tan absurdos se me ocurrían en ésos días, daba por cierto un imposible.  Además era un caso más extraño de resurrección pues éste tipo había sido eviscerado, había pasado por la mano de los forenses, había sido privado de su integridad corporal en aras de la justicia. De la evidencia. Como si ante un cadáver con cuatro orificios de bala, fuera necesario preguntarse por la causa de muerte. No faltarán los que argumenten la posibilidad de heridas postmorten y todo ése tipo de cosas. No dejan de tener razón, pero en el caso de Serra existían testigos del momento en que lo balearon, en fin, son cosas que yo no logro entender del todo. Que tampoco  tienen  enorme importancia.
Serra a diferencia de Jesús había vuelto a morir. Había regresado a lo que siempre debió ser su última morada. De la que nunca debió salir. Pero en los evangelios también resucita Lázaro, un resucitado pasivo. Otra posibilidad para el caso del Hermano Serra. Me rondó esta idea durante varios días. Una idea descabellada como las que me estaba acostumbrando a tener. Volví a mi trabajo tratando de desterrar todo aquello. Pero algo íntimo me impulsaba a seguir. Como una pulsión independiente de mi voluntad o mejor aún que dominaba mi voluntad.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Gallito Ciego. Décima Entrada

Gallito Ciego Décima Entrada



La tarde del sábado luego del partido, mientras nos dirigíamos  al estacionamiento, Ortega me estaba contando chismes de palacio, amores furtivos, caídas en desgracia, enroques varios con su tono bajo como hablando en susurros.  Antes de despedirnos apoyando su corpachón sobre la capota del auto extrajo un papelito del bolsillo de su pantalón deportivo y me lo alcanzó.  Se despidió con una sonrisa y puso en marcha el automóvil. Di una rápida mirada al trozo de papel mientras el auto de mi amigo se alejaba hacia la salida. Lo guardé en el bolsillo y  abrí mi coche. De vuelta en mi departamento leí con detenimiento  “la ficha técnica” de Serra.  Además de hincha de Los Andes éste había participado en  protestas o actividades (no muy aclaradas)  docentes en los años sesenta y setenta. Nunca en forma muy destacada, aparentemente simpatizó con  la dictadura de Onganía, logró progresos en su carrera en ése período. Luego se relacionó con grupos nacionalistas universitarios. Perteneció a una asociación vecinal y colaboró fugazmente en una biblioteca de barrio. Participó en asociaciones parroquiales varias, tampoco nunca en lugar central. Pero lo más sorprendente para mí eran algunas de sus conexiones. Un simpatizante de Onganía, militante católico, tenía poco que hacer con sectas que exploraban la magia o lo paranormal pero durante los años 70 y  hasta bien entrados los 80 participó activamente en un grupo llamado “La Hermandad del gallo azul”, donde principalmente profesaban “Hermanos” que habían estado relacionados con las fuerzas de seguridad. Quizás  ésa  sea la conexión con Serra. El documento no especifica nada sobre que tipo de prácticas realizaba ésta secta en sus ritos.  Tampoco decía nada sobre el lugar físico donde se oficiaban éstos. O los lugares, si es que eran varios.

lunes, 31 de octubre de 2011

Gallito Ciego - Novena Entrada

Novena Entrada de Gallito Ciego



Un elemento nuevo se sumaba.  El tercer hombre había salido  del interior de cementerio, era evidente que Videla mentía por algún motivo. No podía creer que fuera tan inútil de no haberse percatado de esa circunstancia. “Un hombre grande que estaba en la vereda” habían sido sus palabras “es gente que viene caminando del barrio ése que está a la vuelta y muchas veces se detienen en la puerta a fumar un cigarrillo, hacer tiempo, no es algo raro. Éste estuvo un ratito ahí y luego se fue”.
 La esperé en la vereda a la mañana siguiente poco antes del mediodía. La ví bajar los escalones con agilidad, era más joven que lo que yo había imaginado. ¡Prejuicios! Las palabras de aquella mujer me resonaron en la cabeza.  Me acerqué a ella casi corriendo y poniéndome a su lado me di a conocer  y le expliqué el motivo de mi presencia. La  muchacha reaccionó un poco asustada apurando el paso. Me costó mucho convencerla. Por fin aceptó a regañadientes. Noté un leve temblor en sus manos cuando se sentó en la mesa del bar. Su mirada erraba de un lado a otro como buscando algo o alguien. Volví a explicarle que investigaba el caso del cadáver que ella había descubierto, por un momento pareció tranquilizarse pero inmediatamente  recomenzaba su desasosiego. Me costó mucho arrancarle las palabras. Me relató algo muy parecido a lo que yo ya había leído en su declaración de la policía.  Pero me aclaró dos cosas una que el sobretodo de Serra no era tal, sino un sacón de paño gris de esos que llegan a la cintura y lo más sorprendente, lo que la asustaba. Eso, no lo esperaba. Afirmaba que cuando ella lo vio el hombre parecía efectivamente una persona dormida, pero que en cuanto  le tocó el hombro, comenzó una rápido proceso de deterioro cadavérico. “Como en las películas” dijo. Desde ya que éstas no fueron textualmente sus palabras, pues se trataba de una muchacha muy simple, parca en su hablar. Me contó como el rostro de Serra fue cambiando de coloración, como comenzó a percibir el hedor nauseabundo y a notar la secreción sañosa que comenzó a manar de sus orificios nasales y de sus oídos. La miré perplejo y comprendí su temor. No estaba seguro que éste fuera el único motivo que la mujer tenía para temer. Quizás la habían amenazado por eso miraba en todas direcciones.  Una vez que se hubo retirado permanecí sentado hojeando mis papeles.  Recordé las ilusiones como deformación de la realidad. Como muchas veces creemos ver algo que no es.

lunes, 24 de octubre de 2011

Octava Entrada de Gallito Ciego.

Octava Entrada de Gallito Ciego.


Transcurrieron un par de días, ya casi al asunto lo había olvidado, cuando García me realizó el comentario. No supe si seguir mi primer impulso, de molestia por su intromisión en un trabajo mío o hacer caso a la curiosidad. García acostumbrado a trajinar las comisarías, tenía muchos conocidos. A través de ellos y por intermedio seguramente de una interminable cadena de violaciones de jurisdicciones había logrado acceder a la declaración de los muchachos aquellos de las cervezas a los que se refería Videla.  Me  lo  comentó mientras comíamos unas hamburguesas en el barcito de avenida Acoyte.  Cuando comenzó a contarme, lo miré con indignación. Luego en la medida que continúo su relato sin  acusar recibo de mi gesto inicial, comencé a interesarme. Las averiguaciones de  García sumadas a la información que me había dado Ortega sobre la falta de antecedentes de ningún tipo de los involucrados, salvo Videla que no era al parecer trigo limpio, comenzaban a formar un cuadro inesperado.
Existían dos posibilidades, una que Videla efectivamente mintiera, con respecto a las circunstancias que rodearon el hallazgo o a sus propias actividades ésa noche. Él afirmaba encontrarse solo con su ayudante. Lo que contradecía las afirmaciones de García.  O de lo contrario por alguna razón los muchachos mentían. Estos últimos por algún motivo que  no se me ocurría adivinar.  García extrajo del bolsillo interior de su permanente saco gris unos papeles prolijamente doblados y me pidió que los leyera. Así lo hice. Eran las fotocopias de las declaraciones  de los chicos en una ignota comisaría del conurbano, por su aspecto, fotocopias de un fax.  No pude reprimir mi sonrisa ante los precarios pero efectivos recursos de mi colega.
Los escritos no revelaban material muy interesante, solo descripciones de los mismos hechos con distintos matices.  Pero si todos declaraban que dos hombres habían salido del cementerio y caminado hacia ellos y creían haber visto un tercero en la puerta de la administración. Uno de ellos evidentemente el ayudante de Videla fue quien los invitó a retirarse y el otro permaneció callado unos paso atrás de éste , siguiéndolo luego hasta  las rejas del portón, poco más habían visto porque se retiraron, temerosos que viniera la policía. Uno de ellos incluso afirmó que seguramente el que permaneció callado era el superior de los otros dos, por la forma de vestir y por la edad.
Releí un par de veces las fotocopias de García, le pedí un minuto, me paré me dirigí al quiosco que estaba a mitad de cuadra y los fotocopié a mi  vez. La verdad que las copias no eran de muy buena calidad pero servían a mis fines.  Regresé se las devolví, sin hacer ningún otro comentario.  Contesté solo con evasivas a las conjeturas de mi colega sobre la responsabilidad de los funcionarios del cementerio o a la complicidad de ellos con el grupo de jóvenes. Tomé un café y me fui.

martes, 18 de octubre de 2011

Gallito Ciego Séptima Entrada

Gallito Ciego Séptima Entrada.


Fue lo que hice no bien llegué a mi casa. Ortega se mostró muy alegre por mi llamada, luego de preguntarme cuando nos reuniríamos con todo el grupo y de otros diálogos por el estilo, le formulé mi pedido. Guardó un momento de silencio. Me dijo que no estaba al tanto del caso del que me ocupaba, que solo había leído en los diarios sobre la aparición del cuerpo. Me  pidió que le contara sobre mis averiguaciones. Lo que hice en un breve resumen. Ortega rió con ganas cuando terminé mi relato, me preguntó sobre mi opinión de todo el asunto. Le dije que no tenía una opinión formada, que existían muchos cabos sueltos. Que por ésa razón pedía su colaboración. Me prometió que a pesar de que se encontraba en un período de mucho trabajo trataría de conseguirme los datos que le había pedido. Luego me invitó a ver el partido del CASI el fin de semana, nos pusimos de acuerdo y lo despedí, recordándole que sería de mucha utilidad  para mí que me brindara la información que le estaba pidiendo. Ortega era una de las personas mejor informadas del país, si bien era un hombre de un perfil muy bajo. Ortega podía acceder sin dificultad a lo que yo le solicitaba, solo dependía de su voluntad o de la calificación que ellos le dieran a la información. Era evidente que en éste caso solo dependía de su voluntad.
Me preparé un café. Me acerqué a la puerta ventana de la cocina que daba al pequeño lavadero y a través de la baranda metálica observé el tránsito en la calle. Luego me di un baño, me cambié de ropa y me senté en el sillón del balcón a repasar mis apuntes. Repasé mi conversación con el Dr. Schumacher quien había examinado el cadáver encontrado en la iglesia. Sus afirmaciones no dejaban lugar a ninguna duda, el cadáver había sido sometido a una necropsia con anterioridad, lo que descartaba de plano la posibilidad que hubiera fallecido en la iglesia, además  mostraba las heridas de arma de fuego por las que había fallecido Serra. La identificación del cadáver fue confirmada por las huellas digitales, ya que Serra había protagonizado un confuso episodio en la cancha de  Ferrocarril Oeste años atrás por lo que había sufrido un proceso. Así me enteré que era simpatizante de Los Andes, un club del ascenso. Al parecer había participado en una gresca y agredido al personal policial en ésa oportunidad, por lo que fue detenido. Para Schumacher el  tiempo de la muerte estaba fuera de cualquier discusión, así como la causa. Tres heridas de bala en el pecho y una en el abdomen, todas potencialmente mortales individualmente.  La declaración de la mujer que lo encontró no agregaba mucho. Había visto a éste hombre sentado y lo creyó dormido, pero al acercarse percibió el olor a podredumbre y bajó inmediatamente a comunicárselo al sacerdote. Poco más. Leí la fotocopia que había obtenido de la declaración de la mujer . Y luego me dediqué a mirar la foto de Serra por largo rato. Me sobresaltó el teléfono y me sorprendió escuchar la voz de Ortega, quien evidentemente estaba apurado, tomé nota de lo que me dijo y me despedí.
Me dirigí al ordenador y escribí un pequeño artículo sobre el caso. En el que sobre todo hacía hincapié en lo extraordinario de todo el asunto, sin hacer mención a mi entrevista con la mujer ni a ningún otro aspecto controvertido, transcribí lo que me había dicho el Dr. Schumacher, mi investigación inicial en el cementerio y nada más. Lo envié por correo electrónico. Luego me fui a cenar, quería acostarme temprano. Quizás diera por terminado todo ese asunto no daba para mucho más.

jueves, 13 de octubre de 2011

Gallito Ciego Sexta Entrada

Gallito Ciego Sexta Entrada



La casa de Videla era una casa baja de paredes blancas, con un pequeño jardincito muy cuidado, con rejas de hierro negro de dos metros de altura aproximadamente junto a la vereda de lajas negras separada de la calle por otro minúsculo espacio de césped prolijamente cortado donde se erguían dos calistemus, podados con esmero. Estacioné el auto enfrente a la vivienda que me había costado encontrar, pues desconozco  esa localidad, la conocí días atrás en oportunidad de mi primera visita.
Bajé del coche, con cuidado de no ensuciarme los pies con una pequeña corriente de agua servida que corría junto al cordón, y me dirigí hacia la reja.  Pulsé el botón del portero eléctrico y me anuncié. A los pocos minutos la figura de Videla se recortó contra el marco de la puerta, que parecía pequeña para su corpachón. El hombre se dirigió hacia mi con paso cansino, un poco oscilante lo que me recordó la marcha de un pato. Me miró con cara inexpresiva y me dio las buenas tardes. Noté que en ningún momento atinó a abrir la puerta para hacerme ingresar.
-Quería hacerle otras preguntas-le dije-si a usted le parece bien.
-Aja-contestó-¿qué preguntas?.
-Bueno, con respecto a la tumba profanada, ése cadáver que apareció en la capital, quisiera saber algunas cositas más.
-Yo ya le dije todo lo que sabía ¿Qué quiere que invente algo para que usted esté contento?-me dijo con cierta molestia-La policía me preguntó y les conté paso por paso como descubrimos ése asunto.
-Ya lo sé. Le pido disculpas por las molestias, pero ¿Usted no vio absolutamente a nadie esa madrugada rondando por el lugar?
-No. En realidad como le conté a usted y a los canas, las únicas personas que vimos por el lugar fueron un grupo de muchachos que tomaban cerveza en un palio rojo, algunos arriba del coche y otros sentados sobre el capot. Yo lo mandé a mi asistente que los echara porque ése no es lugar para escuchar música, habrán sido las cinco y media de la mañana. Y después ese otro tipo de campera gris que estaba parado en la puerta, que se fue caminando hacia la parada de ómnibus ahí a cuadra y media. Más o menos a la misma hora. Nadie arrastrando un muerto. Ya se lo dije y lo vuelvo a repetir. Y ruidos no escuchamos ningún ruido. Nada de nada. Para mí fue una sorpresa cuando vino  el jardinero que recién entraba a trabajar y fue el que descubrió el estropicio.- contestó mientras se agachaba para arrancar con sus enormes manos unas gramillas de un cantero de margaritas enanas.
-¿Y qué lo llevó al jardinero a ése lugar?-pregunté observando como se erguía nuevamente y apoyaba sus manos ahora en las rejas.
-Nada en particular-contestó mirándome con una mirada en la que creí descubrir una hostilidad creciente-Se dirigía al depósito a buscar sus herramientas de trabajo, tenía que podar los cipreses del frente y ése trabajo lo quería empezar temprano. De camino encontró el desastre.  El nicho abierto, los restos de mampostería tirados en el suelo y el cajón abierto y apoyado contra la pared del pabellón. Inmediatamente me avisó y yo telefonee a la comisaría.-terminó mientras un grupo de adolescentes pasaba ruidosamente a mi lado casi empujándome sobre la reja, que ya me convencí nunca abriría.
-Volviendo a los muchachos del Fiat ¿ninguno de ellos pudo entrar y cometer el hecho mientras ustedes se distraían con la música?-le pregunté.
-¡Pero no! Si  nosotros los vimos llegar, los estuvimos mirando todo el tiempo a través del portón, nosotros tomábamos mate sentados delante de la puerta de la administración, no estaban a más de  cuarenta metros nuestro. Cuando mi asistente les pidió que se retiraran tomó el número de patente. Se lo pasamos a la policía que los identificó era un grupo de chicos que habían estado hasta tarde en un club de aquí cerca, tomando cerveza y mirando fútbol. Y se ve que después la siguieron ahí. No podían haber elegido peor lugar pero que se yo, con los jóvenes nunca se sabe, como ésa rotonda delante del cementerio está  muy iluminada, por eso habrán ido no sé que decirle, ya se sabe quienes son, parece que son buenos pibes.
- Y del otro hombre que puede decirme-dije tratando de retenerlo .
- Nada, ¡qué le voy a decir! Es gente que viene caminando del barrio ése que está a la vuelta y muchas veces se detienen en la puerta a fumar un cigarrillo, hacer tiempo, no es algo raro.¿Qué piensa usted?-preguntó mientras un gesto de su mano con todos los dedos juntos, lo hacía más expresivo- Éste estuvo un ratito ahí y luego se fue. Reparamos en él porque mi asistente lo cruzó cuando regresó de hablar con los chicos, yo recuerdo que estaba cambiando la yerba del mate cuando él me lo señaló. Yo le dije que era un hombre grande que estaba en la vereda, que no molestaba. Al ratito como le digo se dirigió a la parada de ómnibus.- me contestó rápidamente-Y todo eso fue mucho antes que llegara en jardinero. ¿Entendió?- evidentemente Videla no tenía buena predisposición para continuar aquello- Bueno amigo no tengo más que decirle y le voy a pedir por favor que no me moleste más- me dijo al mismo tiempo que se alejaba rumbo al interior de su casa.
Me quedé solo parado en la vereda, con mi libreta de notas en la mano. Sentí el portazo de Videla al entrar que fue como una invitación tácita a retirarme. Un par de vecinas me miraban desde sus casas, evidentemente intrigadas por mi presencia.
Un grupo de adolescentes reunidos en la esquina, me preocuparon acelerando mi partida. No me agradaba la idea de que me roben. En el camino de regreso  pensé que tendría que hablar con mi amigo Ortega. Lo llamaría por teléfono quizás él me conseguiría otros datos sobre los chicos del Palio. Estaba seguro que ahí estaba la llave de éste misterio.

jueves, 6 de octubre de 2011

Gallito Ciego Quinta Entrada

Gallito Ciego  Quinta Entrada


De regreso pensé en lo ridículo de aquella situación, no se por qué se me había ocurrido entrevistar a esa mujer. Pero la verdad que su declaración en la comisaría había sido por demás llamativa. No obstante, lo estúpido de todo aquello, algo me hacía dudar. En algún resquicio de mi mente, una voz me decía que ella decía la verdad. O por lo menos que no mentía. Sinceramente creía haber visto a Serra en la calle aquella mañana. Y las preguntas que me hizo no eran del todo descabelladas. ¿Cómo era posible que nadie hubiera advertido un cadáver de tantos días? Por lo que me habían dicho ése lugar  estaba lleno de gente ése domingo. Raro, muy raro.
A ésa hora del mediodía el tránsito era un verdadero infierno. Pero yo manejaba como un autómata ensimismado. Llegué a la redacción casi sin darme cuenta, tenía la sensación que había conducido mal aquel reportaje, que me había inmiscuido en el relato de la mujer, que había expresado cierta agresividad que quizás había perjudicado la posibilidad de obtener más información. Saludé a García que era el único que se encontraba a ésa hora, coloqué la carpeta con las notas sobre la máquina expendedora de café y me serví un cortado. Me dirigí a mi escritorio y me tiré sobre la silla dejando caer  mi cuerpo como un peso muerto. Permanecí en silencio bebiendo sorbo a sorbo. Luego extraje mi celular del bolsillo del pantalón, me he prometido mil veces comprarme un estuche para el cinto, pero nunca lo hice.
Busqué el número de el encargado del cementerio de Guernica donde sepultaron a Serra, un tal Videla. Lo llamé para concertar una entrevista, el tipo atendió al primer llamado. Esa misma tarde fui a verlo a su casa, esperaba que semejante viaje y a ésa hora valiera la pena. No me gustaría terminar como Serra con dos o tres respiraderos extra. El caso de Serra no  era llamativo por  su asesinato, ya que lamentablemente eso ocurre a diario, sino por la aparición de su cadáver en una iglesia a kilómetros de su lugar de entierro y por el relato de ésa mujer que dice haberlo visto caminando.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Gallito Ciego Cuarta Entrada

Gallito Ciego  Cuarta Entrada


-                     ¿A que hora lo vio llegar?-pregunté. Tratando de convencerla que yo creía todo lo que ella me decía. O por lo menos que sinceramente intentaba hacerlo.
-                     Alrededor de las ocho y media de la mañana-contestó. Y fijó la vista en sus manos que parecían acariciar el caminito rústico con motivos andinos.
-                     ¿Notó usted alguna actitud especial en él?-dije tratando de volver a mi aparente indiferencia. Borrar de mi rostro la expresión de extrañeza que todo aquello me ocasionaba.
-                     Lo ví a cierta distancia, pero no noté nada en especial. Si me sorprendió el verlo, después de tantos años. Un poco más viejo, pero nada más que eso.
-                     ¿No notó ninguna de las heridas?- agregué en un tono que a mi mismo me resultó un tanto burlesco.
-                     Tenía un sobretodo, pero la verdad que no parecía padecer ninguna dolencia, se desenvolvía en forma natural, como cualquier transeúnte.-me dijo esta vez fijando sus ojos en mi y descuidando sus manos que seguían deslizándose sobre la mesa.
-                     ¿Usted se da cuenta que los forenses afirman que sin ninguna duda tenía 3 días de muerto?- le dije, en lo que fue casi un estallido involuntario.
-                     Lo he leído en los diarios, pero yo lo vi entrar a la iglesia, recuerdo perfectamente haberlo visto, porque yo lo conocía, el le dio clases a mis hijos, como ya le dije. Y es más, lo seguí para saludarlo, hasta la vereda de la iglesia cuando me di cuenta que él entraría lo llamé, ya que yo no soy muy creyente no estaba dispuesta a entrar. Él giró levemente la cabeza y me saludó con un gesto de su mano derecha sobre el hombro, luego entró al templo.- me contestó calmada y mirándome a los ojos, como adivinando mis dudas. Adquiriendo aquel tono suave que suele ocultar, a veces, un profundo enojo.
-                     Lo que a mí me desconcierta es que usted afirma haber visto entrar un cadáver a la iglesia, e incluso ahora dice que  la saludó. Eso da por tierra con todas las afirmaciones de la policía, de que se trató de una broma de mal gusto de alguien. Evidentemente robaron el cadáver y lo llevaron a la iglesia para asustar a la gente. Pero usted afirma que lo vio entrar caminando.-dije dubitativo. A la vez que me arrepentía en el acto de mis conjeturas. Pues no eran propias de un entrevistador que deseaba obtener información, no polémica.
-                     Usted crea lo que quiera, yo se lo que ví y por eso fui a la comisaría. Yo sé que se rieron mucho de mi declaración. Que nadie me tomó en serio, pero yo cuento lo que ví. A usted tampoco lo invité a venir por mi iniciativa, mi invitación nació de su pedido. Pero bueno crea lo que quiera. Ya le dije antes lo que pienso de los prejuicios. Yo no soy prejuiciosa.- Terminando de hablar esbozó una sonrisa triste un tanto torcida. Que ya no trasuntaba aquel estado de ánimo divertido de su monólogo inicial.
-                     Pero comprenderá-afirmé con suavidad-que es algo muy difícil de creer. Serra murió el Jueves anterior al domingo que usted afirma haberlo visto. Lo mataron de cuatro balazos en la puerta de su casa en el Gran Buenos Aires, le realizaron la necropsia. Lo sepultaron el Viernes. Yo entrevisté a su mujer y sus hijas. También entrevisté al personal de la funeraria-me detuve mirando las hojas que tenía en mis manos.  Estaba dispuesto a mostrárselas como una especie de disculpa. Como diciéndole: “Aquí está. No son cosas que se me ocurren”
-                     Yo comprendo y usted no dudo que podrá haber entrevistado a cuanta gente se le antojara. Pero ahora yo le pregunto a usted ¿qué gano yo, qué beneficio obtengo en inventar una historia tan descabellada? Que me tomen por loca, como los policías o usted. No joven, yo vi lo que vi. Y no soy mujer de creer en cosas sobrenaturales. Ni en resucitados. Le hago otra pregunta ¿A Serra lo encontraron o no en la iglesia?- calló de pronto y me miró esperando mi respuesta. Su tono se había ido elevando hasta casi terminar gritando. Pareció la argumentación de un congresal. Yo involuntariamente había vuelto a dejarme ganar por la agresividad. Tengo un temperamento un poco inestable y cambiante.
-                     Si a Serra lo encontraron en la iglesia, mejor dicho al cadáver de Serra, bien muerto- contesté con cierto fastidio. Resaltando aquello “bien muerto” como una especie de escupitajo a la cara de mi reporteada.
-                     Tres horas antes yo lo ví entrar en la iglesia, ¡Bien vivo!-afirmó con una sonrisa socarrona. Como feliz de haber logrado mi descontrol.- Yo lo conocía, no tenía la menor idea de que lo habían matado unos días antes. Me enteré por el diario. Solo quise ayudar, por eso fui a declarar. Pero todo resultó inútil. Como me está pareciendo que esta charla también lo es.
-                     Volvamos nuevamente sobre el momento que usted lo vio ¿Alguna otra persona pudo haberlo visto? – contesté forzadamente condescendiente. Conciente de que la mujer de alguna forma jugaba con mi personalidad. Que de alguna manera sacaba ventaja de ella. En ese momento no me puse a pensar que no tenía motivos para hacerlo y que el entrevistador era yo.                                                                                                    
-                     Recuerdo que sentado en el atrio estaba el cieguito como siempre,-dicho esto me volvió a mirar con una sonrisita que adiviné burlona- creo que un par de mujeres se dirigían también a la iglesia.-agregó- Pero no sé si ingresaron porque yo me alejé del lugar caminando hacia la panadería. O si alcanzaron a verlo ingresar, tampoco sé si dentro de la iglesia había gente, yo no entré. Todo eso se lo dije a la policía lo debe tener usted anotado ahí-dijo señalando mi carpeta y mi libreta- Usted que ha entrevistado tanta gente, ¿no entrevistó a los feligreses habituales de ése lugar? Yo si fuera periodista lo hubiera hecho. Más aún ¿En el sitio donde lo encontraron nadie lo vio llegar o no notaron la presencia de un cadáver de cuatro días cuando ellos llegaron?- terminó ya sin la sonrisa.
-                     Lo encontró la mujer que limpia alrededor de las doce menos cuarto, al cadáver lo habían sentado en uno de los bancos. En eso usted tiene razón alguien debería haberlo visto.-contesté casi para mi. En un tono de voz casi susurrante.
-                     ¿Usted estaría sentado al lado de un muerto de cuatro días sin darse cuenta?-me interrumpió segura de que sus preguntas me habían creado dudas-¡Por favor! La gente no hacía ni diez minutos que se había ido de la iglesia cuando ésta mujer  encuentra el cadáver según leí en el diario. Muchos estarían aún conversando en la vereda. Y en ese momento un grupo de  ¿Cómo los denominó usted? Bromistas de mal gusto llevan un cadáver que además han traído desde Guernica.¡Por favor!-terminó con un resoplido y cierto gesto de cansancio.
-                     ¡Es raro todo esto! Pero cualquier explicación es más creíble que la que usted da. Un muerto insepulto caminando lo más campante por una de las avenidas mas transitadas de  Buenos Aires.-dije recordando el panteón y el cajón abierto de Serra, pero decidí guardar silencio. Pensé en aquello de trocar el tiempo sucesivo en tiempos paralelos, como vías de tren de juguete. Pero no dije nada. Acomodé mis papeles en la carpeta y me puse de pie para despedirme. La mujer me sonrió y se puso de pie a su vez, me acompañó hasta la puerta y permaneció en el umbral mientras yo esperaba el ascensor incómodo.  Deseoso de abordarlo solo sin ninguna compañía animal.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Gallito Ciego Tercera Entrada

Gallito Ciego Tercera Entrada



-                     Interesante-dije resignado, jugueteando con mi bolígrafo entre los dedos, sin mirarla. Pero ahora simulando un interés que no sentía.

-                     Si, los ritos tienen sus libretos y su coreografía. Como una obra de teatro. Es una puesta en escena de alguna manera. En la que se participa como actor principal o secundario según el rol que se desempeñe. Que debe tener un solo espectador, la deidad que se está invocando.  Hay quienes confunden sin embargo, el espíritu religioso con la ritualidad. – pareció terminar de forma abrupta. Al parecer aquello era una revelación que escapaba a mi pobre entendimiento.

-                     Interesante – volví a repetir, ésta vez esperanzado- me gustaría sin embargo realizarle algunas preguntas.  No obstante si usted quiere agregar alguna otra cosa. Es muy interesante lo que usted me estaba contando.

-                     Como usted quiera, no lo tome a mal es nada más que asociación de ideas. Una asociación libres de ideas. Por ahí me gusta jugar a eso. Lo escucho. – me contestó. Su gesto me hacía ver que no había creído ni una palabra de mis elogios hacia su discurso.

-                     ¿Usted presenció la llegada de Serra a la iglesia?- pregunté con  un estudiado aire de indiferencia. Algo emparentado a la simulación de normalidad que Donoso describe en el “Obsceno pájaro de la noche”.

-                     Sí-me contestó lacónica. Observándome. Evidentemente también estaba interesada en estudiar mis reacciones.

-                     ¿Cómo lo vio llegar entre tanta gente?- pregunté en el mismo tono. Llevando en lo posible el dialogo al nivel de una tertulia dominical sobre un tema intrascendente y fútil.

-                     A esa hora no había prácticamente nadie en la calle, además era domingo y los  domingos la actividad en la zona es mucho menor.-me dijo, observándome en una actitud en la que creí adivinar una especie de desilusión.  Seguramente, me imaginé, ella esperaba de mí un estudio previo de la situación. Un estudio de terreno. Un relevamiento como el que realizan las avanzadas de los ejércitos.

-                     ¿Usted está segura que la persona que usted vio entrar era Serra?-pregunté con  cierta incredulidad. En realidad lo hacía con total incredulidad, pero no podía demostrárselo abiertamente, si quería que aquella entrevista continuara.

-                     Totalmente- me contestó tajante. De una forma tan categórica como la que hubiera empleado para decirme que era de mañana. Una verdad que estaba fuera de toda discusión.

-                     ¿Cómo puede estar tan segura?- le pregunté sin ya poder ocultar mi descreimiento absoluto.

-                     Yo lo conocí, él les dio clases a mis hijos en Lomas de Zamora.- me contestó con una sencillez, que me desconcertó. Recorrí rápidamente aquel ambiente y no vi ningún retrato, ningún obsequio de ésos que los padres guardan como testimonio de la infancia de sus hijos. Pero claro cada persona es distinta. Expresa sus afectos de una forma diferente y personal.

-                     ¿Usted conoció a Serra?-dije sorprendido, todavía un poco desconcertado por su respuesta. Pues ella se refería a un conocimiento personal. A través de sus hijos. Lo que hacía más difícil una confusión.

-                     Eso es lo que le estoy diciendo- ésta vez su voz sonó un tanto molesta. Como si los evidentes signos de mi escepticismo hubieran empezado a hacer mella en su predisposición inicial.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Gallito Ciego Segunda Entrada

Gallito Ciego Segunda Entrada


Golpee la puerta blanca con la mano, casi inmediatamente me abrió ella en persona. Parecía más joven que lo que yo había imaginado. Con un gesto de su mano me indicó que tomara asiento  alrededor de la mesa. Esta estaba adornada por un caminito tejido de trama gruesa,  con motivos propios de las culturas andinas, parecidos a los que había visto en Tiahuanaco. Un cacharro de color arena se encontraba como único objeto ornamental en el medio del mismo.
Mi anfitriona tomo asiento en la cabecera más lejana a donde yo me había sentado como queriendo guardar distancia de mí. Le sonreí abrí mi carpeta con cuidado sobre la mesa, ante su atenta mirada y le pregunté si estaba dispuesta a comenzar. La mujer me miró seria por un  momento antes de hablar. Todavía no conocía su voz.
-                     ¿Hace mucho que es periodista?- me preguntó
-                     Quince años -contesté- he trabajado en varios medios. Desde hace cuatro trabajo en la revista.-Pensé que en realidad podría haberle contestado cualquier cosa. Le contesté la verdad. Pero la mujer, creía yo, no tenía forma de saberlo.
-                     Se debe a los prejuicios-dijo como para sí. Volvió a mirarme pero esta vez como divertida. Yo no comprendía la causa. Pero ésa es la impresión que me ocasionó
-                     ¿Qué cosa?-respondí, distraído en leer mis anotaciones. Pensando en como comenzar aquella entrevista tan particular.
-                     La imagen que yo me había formado de usted, no es acorde con la suya real. Y eso se debe a los prejuicios, a lo que uno imagina sin constatación. Lo que uno piensa de lo que desconoce y se convence de que se ajusta a la realidad.
-                     Bien -atiné a contestar un poco desconcertado. Mirándola con asombro. No me esperaba un giro tal en el dialogo. Que por cierto era casi un monólogo.
-                     Así son muchas cosas, más de las que usted piensa –agregó- muchas tan cotidianas que no nos ponemos a analizarlas. La religiosidad sin ir más lejos que es el convencimiento de la existencia de un ser trascendente, que crea en los creyentes la necesidad de tratar de comunicarse con él y hasta un deseo de sometimiento. De transformarse en alguien agradable a ése ser superior, de cumplir con una voluntad que desconocemos, que no solo nos es ajena a nosotros como individuos, sino que es una voluntad ajena al género humano.
-                     Seguramente – casi susurré volviendo a sentir la sensación de fastidio que me embargó más temprano. Comencé a ser presa de la desesperación.
-                     Sí, no lo dude.  Una voluntad ajena al género humano. ¿Y quienes nos comunican la voluntad de ése ser supremo?
-                     No sé –contesté mientras una oleada de calor me invadía el rostro.
-                     ¿No sabe? Usted que es un periodista de quince años de experiencia no sabe. ¿Qué podemos esperar entonces de la gente común? Usted que vive rodeado de la información, que de alguna manera es un privilegiado, no sabe.- me miró y esbozó una sonrisa sarcástica brevemente, para luego  retornar a su seriedad anterior.-Piense caramba-agregó divertida mirándome .
-                     Los sacerdotes, supongo –dije ya francamente fastidioso. Sin interés alguno en continuar con aquel intercambio de opiniones inútiles.
-                     Crear y creer, son dos palabras de fonética muy similar. Existen muchos creadores y muchos creyentes. Los creadores, a través de su imaginación exaltada. No solo los sacerdotes, o por lo menos no solo los sacerdotes o los pastores cristianos. Fíjese, la palabra pastores nos remite a un rebaño, a un conjunto de animales que deben ser cuidados, manejados, a los que no se les puede dejar librados a su propia voluntad. Pero además de éstos existen los predicadores de otros credos. Innumerables credos. No solo monoteístas, sino también panteístas, animistas etc. Todos crean una mitología. Alrededor de ésa mitología crean rituales, conductas repetitivas y ceremoniales, que deben servir de instrumentos convencionales para comunicarse con el ser trascendental y someterse a su voluntad. –se detuvo pensativa. Esta mujer parecía gozar  con su perorata y con mi incomodidad.  Decidí cambiar de estrategia. Además demostraba una capacidad aparentemente inagotable para continuar alargando aquello. Parecía imposible que la sola palabra “prejuicio” hubiera desatado esa catarata de palabras.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Primera Entrada de Gallito Ciego

 "Gallito Ciego" es el nombre que le puse a esta novela, una especie de policial negro, que integra junto con "Veinte Cuentos Prescindibles" el  libro "Búsqueda Insensata" por el que me otorgaron el premio Escenario 2009 otorgado por el Diario Uno.  Gallito Ciego es el nombre de un juego infantil y también es la denominación que en ciertos ambientes se le da al sujeto que es introducido en una problemática que ignora en su totalidad, desconociendo la naturaleza, muchas veces letal, del contexto en el que se desenvuelve  la actividad encomendada. Esa es la característica del protagonista. Es una novela cuyo tiempo es contemporáneo, pero está impregnada de la violencia que asoló la Argentina, durante la dictadura y cuyos cadáveres insepultos, por una justicia tardía, aún hoy emergen de sus tumbas abiertas.  Juego un poco con los mitos, como el de López Rega el lugarteniente de Perón y de Estela Martínez al que se le atribuían prácticas y poderes oscuros, líder de un grupo paramilitar de ultraderecha la Triple A, pionera de las desapariciones en  la Argentina. Esta práctica deleznable luego fue perfeccionada y aumentada a su enésima potencia por la dictadura y sus grupos de tareas,  pero es necesario repetir que comenzó antes del golpe. Esto último ocultado por muchos sectores del partido hegemónico de la Argentina.  Tampoco esta es una novela histórica, ni pretende serlo, es una ficción contextualizada  así. Espero que les guste y si no igual gracias por su atención.

                                                                                                   Gustavo Cresta





                                                   GALLITO CIEGO

  I Lázaro y los Hermanos.

Tomé el café parado frente a la mesada de la cocina. Di una última leída a mis apuntes de la noche anterior.  Me dirigí al baño me cepillé los dientes y observé mi aspecto, quería estar presentable. Constaté que mi I Pod estuviera en orden. Pocas veces lo usaba, pero era probable que en ésta ocasión lo hiciera. No quería perder palabra de lo que me dijera y quería tener la inflexión de su voz registrada, el énfasis o el desgano de sus respuestas. Muchas veces era importante para poder escuchar más allá de las palabras. Y tenía el pálpito de que en esta oportunidad tendría  que hacerlo. Había entrevistado a muchas personas en mi vida, pero ésta era una persona especial. Su experiencia había sido por lo menos muy singular.

Bajé por el ascensor repasando mentalmente las cosas que me interesaba indagar, en el subsuelo me dirigí hasta mi coche, el chillido agudo de la alarma de apertura inundo todo el ámbito cuando accioné el pulsador de mi llave. Me acomodé en el asiento dejé la libreta con los apuntes sobre  la butaca del acompañante y puse en marcha el motor. Retrocedí con cuidado, ya en una oportunidad había colisionado con uno de los vehículos de la fila opuesta, y en dos o tres maniobras suaves estuve  en posición para dirigirme a la rampa. Coloqué la llave en la pequeña columna y esperé que la estructura metálica descendiera lentamente con ése ruido agudo que me recordaba a los molinos de viento de la infancia con mi abuelo. Una vez  en la calle me integré al tráfico enloquecido de ésa hora. Las demoras en los semáforos me ocasionaban fastidio, me noté  presa de una ansiedad inusitada  e incomprensible. Lo que estaba por hacer, lo hacía casi todos los días , era mi trabajo.

Quizás no debería haber utilizado el auto, pensé, es una complicación.  Pero yo era una de esas personas que disfrutan con el suplicio de los bocinazos, los gestos soeces, la prepotencia de los colectiveros y los taxistas. En  fin disfrutaba con el movimiento de aquel sistema circulatorio de la ciudad, en el cual parece contradecirse el principio de que la materia es excluyente.  Un poco de adrenalina, un safari urbano. Riéndome por mis pensamientos tengo que haber parecido un demente, en más de una oportunidad noté las miradas de otros automovilistas, curiosos o quizás con alguna secreta envidia de mi  aparente felicidad.  Poco a poco y en forma imperceptible la ansiedad había desaparecido, cuando llegué a mi destino estacioné en un garaje de la calle Tucumán  y caminé hasta el edificio donde me esperaban.  Pulsé el portero eléctrico del 6º A y luego de un momento que me pareció interminable, en el que la inquietud volvió  a mí, una voz femenina, que se me antojó de una mujer joven , quizás una adolescente, me contestó. Expliqué quien era yo y el propósito de mi visita . Transcurrido un momento, lapso en el que seguramente realizó alguna consulta, me abrió la puerta. La recepción era un ambiente oscuro con sus paredes recubiertas de madera y bronces descuidados que le daban un aspecto de serena decadencia. Me  dirigí  hacia los ascensores, esperé su llegada y subí en compañía de una anciana teñida de un rubio casi blanco que sostenía un pequeño perro pequines en sus brazos, desee que el ascensor fuera más grande pues  los perros siempre me causaron  repulsión. Los pequineses en particular con esa cara achatada, que siempre se me ocurrió agresiva. Además he  leído que tienen un  temperamento por demás inestable. Temí que saltara de los brazos de la vieja y se me prendiera al cuello, como una especie de vampiro canino. Tuve el impulso de detener el ascensor y huir. A ese punto llega mi fobia. Mi acompañante y su mascota descendieron en el 4º piso, lo que me provocó una sensación de alivio.