VII El
gallito ciego.
Cuando
bajé del taxi ingresé en el atrio del hospital. Miré al muchacho que se
recostaba en el asiento de atrás y hablaba al taxista. El coche se alejó por
Díaz Vélez. Extraje el celular de mi cartera y marqué el número de Horacio.
-Hola-escuché
su voz que me sorprendió, por primera vez, después de tantos años. -Hola-repitió un poco molesto.
–Soy yo-le dije con un leve carraspeo.-¿vos que querés Horacio, que lo
maten a ése boludo?-agregué con
brusquedad.- Creo que ya encontró la punta del ovillo, sacalo de ahí, ¡no seas
hijo de puta!. Podemos emplear otros medios para seguir adelante. –Sabés que no hay ningún otro medio,
me extrañan tus escrúpulos. Nosotros no somos tontos, ellos tampoco.
Necesitamos un gallito ciego que juegue esta partida por nosotros. No hay otra
y lo sabés-me contestó con su voz áspera .
–Sos
un reverendo hijo de puta-le dije en susurros para que no me escucharan las
personas que me rodeaban. Lo más probable es que pensaran que estaba
discutiendo con algún ex marido.-Lo estás mandando al matadero. Ya lo encontró
al oso, no lo dejes seguir metiendo la nariz. A mí nunca me gustó jugar al
gallito ciego. No seas hijo de puta Horacio.
–Te la hago corta-me dijo endureciendo aún más su tono-Las cosas no son como antes.
Ahora yo organizo este juego y listo. Sabés que no hay camino limpio. Los nuestros son blanco fácil. Las fuerzas de
seguridad no son confiables y no lo serán por muchos años.-se detuvo para respirar
o para encender un cigarrillo- Así que está decidido. Yo de todas formas lo voy
a llamar al pendejo y de alguna forma lo pondré en guardia. –Ja , ¡lo pondrás en guardia! Que
bien.-callé un instante indignada, las palabras se me detenían en la garganta-
¿Le vas a explicar contra quienes se tiene que poner en guardia? ¡Le vas a
explicar cuanta sangre tienen en sus manos! Agradecé que las cosas no son como
antes-le advertí veladamente- ¡Y vos que criticabas a la cúpula por sacrificar números! Ahora tenés tu propia
marioneta.
–Mi gallito ciego, yo no manejo los hilos. Y no te confundas, yo no
aviso para que lo esperen.-me dijo y luego el biiip biiip anunció el fin de la comunicación. El muy
maldito me había cortado. Me arrepentí de haber desempeñado algún papel en ésta
farsa. Había muchos inocentes en riesgo.
Más allá del beneficio que acarrearía
que lográramos desbaratar a esa sarta de dementes. Yo no creo una
palabra en lo sobrenatural. Yo soy una mujer, que solo cree en las realidades
tangibles, como una nueve milímetros en la nuca o un cable en la vagina.
Recordé a Horacio en otras épocas, en otros lugares. Recordé el peso de su
cuerpo sudoroso sobre mi vientre. Y pensé en aquello que no se bebe dos veces
del mismo río. Guardé mi celular en la cartera. Miré a Jessica que me miraba
seria a mi lado. Jessica, Jessica Isabel, a veces me parece que no tiene
sentimientos. Como si hubiera sido mutilada. Y en cierta forma lo había sido.
Le habían extirpado su infancia y su
adolescencia. Toda ella había sido extirpada. Cirugía radical. Transplante.
Inicialmente se había negado a aceptar la verdad. Su verdadero origen. No es
fácil despertar de un sueño para darse cuenta que la vigilia es una pesadilla.
Que alguien nos borró, para convertirnos en nada. En una muñequita de carne y
hueso. Por eso Jessica estaba mutilada.
La expresión de su emotividad había sido cancelada. Me tomó del brazo y juntas
nos fuimos hacia el ascensor.
-¿Él no sabe nada?-me
preguntó.
–No-le contesté-Él
no sabe nada-y creí ver una sombra que veló sus ojos, para nuevamente
desaparecer. Tan fugaz como había llegado. Las puertas metálicas se abrieron
ante nosotros. Esperamos que desciendan sus ocupantes e ingresamos a la cabina.
Nos dirigimos al departamento de genética. Era hora que por fin se confirmara
la identidad de Jessica. Me gustaba
mucho su compañía. Ella no había querido
permanecer en la casa de sus apropiadores. Yo sabía que tenía sentimientos
ambivalentes. Pero nada lastima más que
la mentira. Una mentira mantenida a lo
largo de años. A lo largo de un proceso
en el que fue necesario la demolición de muros sucesivos de engaños. Como una
topadora que ingresa en un
laberinto. Topadora alimentada con perseverancia y amor. Ella no recuperaría a su familia. Mucho
tiempo hace que el monstruo demente de los años de plomo la había devorado. Pero al menos recuperaría
su identidad. Recuperaría eso de mirarse
al espejo y verse. Verse a ella misma y no a la muñequita inventada. No a
aquella imagen mendaz que vio durante tantos años. Recuperaría también el
orgullo de los suyos. De aquellos, que como yo, equivocados o no soñamos con un
mundo mejor. Más justo. Por eso cuando
pienso en los procedimientos de este Horacio manipulador. De este nuevo
Horacio. Me pregunto si no estaremos ensuciando nuestras manos con
mentiras. Mentiras peligrosas