sábado, 11 de agosto de 2012

Gallito Ciego. Novela. Trigésimo segunda Entrada


VII El  gallito ciego.

Cuando bajé del taxi ingresé en el atrio del hospital. Miré al muchacho que se recostaba en el asiento de atrás y hablaba al taxista. El coche se alejó por Díaz Vélez. Extraje el celular de mi cartera y marqué el número de Horacio.
-Hola-escuché su voz que me sorprendió, por primera vez, después de tantos años.          -Hola-repitió un poco molesto.                                                                                          –Soy yo-le dije con un leve carraspeo.-¿vos que querés Horacio, que lo maten a ése boludo?-agregué  con brusquedad.- Creo que ya encontró la punta del ovillo, sacalo de ahí, ¡no seas hijo de puta!. Podemos emplear otros medios para seguir adelante.             –Sabés que no hay ningún otro medio, me extrañan tus escrúpulos. Nosotros no somos tontos, ellos tampoco. Necesitamos un gallito ciego que juegue esta partida por nosotros. No hay otra y lo sabés-me contestó con su voz áspera .                                                                                        –Sos un reverendo hijo de puta-le dije en susurros para que no me escucharan las personas que me rodeaban. Lo más probable es que pensaran que estaba discutiendo con algún ex marido.-Lo estás mandando al matadero. Ya lo encontró al oso, no lo dejes seguir metiendo la nariz. A mí nunca me gustó jugar al gallito ciego. No seas hijo de puta Horacio.                                                                                                                  –Te la hago corta-me dijo endureciendo aún  más su tono-Las cosas no son como antes. Ahora yo organizo este juego y listo. Sabés que no hay camino limpio.  Los nuestros son blanco fácil. Las fuerzas de seguridad no son confiables y no lo serán por muchos años.-se detuvo para respirar o para encender un cigarrillo- Así que está decidido. Yo de todas formas lo voy a llamar al pendejo y de alguna forma lo pondré en guardia.        –Ja , ¡lo pondrás en guardia! Que bien.-callé un instante indignada, las palabras se me detenían en la garganta- ¿Le vas a explicar contra quienes se tiene que poner en guardia? ¡Le vas a explicar cuanta sangre tienen en sus manos! Agradecé que las cosas no son como antes-le advertí veladamente- ¡Y vos que criticabas a la cúpula por sacrificar  números! Ahora tenés tu propia marioneta.                                                                                                          –Mi gallito ciego, yo no manejo los hilos. Y no te confundas, yo no aviso para que lo esperen.-me dijo y luego el biiip biiip  anunció el fin de la comunicación. El muy maldito me había cortado. Me arrepentí de haber desempeñado algún papel en ésta farsa.  Había muchos inocentes en riesgo. Más allá del beneficio que acarrearía  que lográramos desbaratar a esa sarta de dementes. Yo no creo una palabra en lo sobrenatural. Yo soy una mujer, que solo cree en las realidades tangibles, como una nueve milímetros en la nuca o un cable en la vagina. Recordé a Horacio en otras épocas, en otros lugares. Recordé el peso de su cuerpo sudoroso sobre mi vientre. Y pensé en aquello que no se bebe dos veces del mismo río. Guardé mi celular en la cartera. Miré a Jessica que me miraba seria a mi lado. Jessica, Jessica Isabel, a veces me parece que no tiene sentimientos. Como si hubiera sido mutilada. Y en cierta forma lo había sido. Le habían extirpado su infancia  y su adolescencia. Toda ella había sido extirpada. Cirugía radical. Transplante. Inicialmente se había negado a aceptar la verdad. Su verdadero origen. No es fácil despertar de un sueño para darse cuenta que la vigilia es una pesadilla. Que alguien nos borró, para convertirnos en nada. En una muñequita de carne y hueso.  Por eso Jessica estaba mutilada. La expresión de su emotividad había sido cancelada. Me tomó del brazo y juntas nos fuimos  hacia el ascensor.                                                                                                                             -¿Él no sabe  nada?-me preguntó.                                                                                      –No-le contesté-Él no sabe nada-y creí ver una sombra que veló sus ojos, para nuevamente desaparecer. Tan fugaz como había llegado. Las puertas metálicas se abrieron ante nosotros. Esperamos que desciendan sus ocupantes e ingresamos a la cabina. Nos dirigimos al departamento de genética. Era hora que por fin se confirmara la identidad de Jessica.  Me gustaba mucho su compañía.  Ella no había querido permanecer en la casa de sus apropiadores. Yo sabía que tenía sentimientos ambivalentes.  Pero nada lastima más que la mentira.  Una mentira mantenida a lo largo de años.  A lo largo de un proceso en el que fue necesario la demolición de muros sucesivos de engaños. Como una topadora que  ingresa en un laberinto.  Topadora alimentada con  perseverancia y amor.  Ella no recuperaría a su familia. Mucho tiempo hace que el monstruo demente de los años de plomo  la había devorado. Pero al menos recuperaría su identidad.  Recuperaría eso de mirarse al espejo y verse. Verse a ella misma y no a la muñequita inventada. No a aquella imagen mendaz que vio durante tantos años. Recuperaría también el orgullo de los suyos. De aquellos, que como yo, equivocados o no soñamos con un mundo mejor. Más justo.  Por eso cuando pienso en los procedimientos de este Horacio manipulador. De este nuevo Horacio. Me pregunto si no estaremos ensuciando nuestras manos con mentiras.  Mentiras peligrosas