miércoles, 16 de septiembre de 2015
Repercuciones del sismo en Nogoyá (Entre Rios)
En Nogoyá, como en casi todo el país, temblaron los vidrios y se movieron las lámparas, sintiendose una sensación de mareo. Fue a las 19 y 58hs. Repitiendose diez minutos después. No me ocurría lo mismo desde el terremoto de Caucete, hace cuarenta años, es que estamos a miles de Km del epicentro, en la mesopotamia argentina, entre los ríos Paraná y Uruguay. Dicen los informativos que hasta se percibió en Brasil.
jueves, 26 de marzo de 2015
Gallito Ciego Novela Quincuagésima Sexta Entrada
Les dejo otro capítulo de Gallito Ciego, que ya se aproxima a su final...
XXIII El largo regreso.
Era casi la media
noche cuando me despedí del chango en la puerta de su casa. Arrecifes dormía.
El manso sueño de los pueblos en las noches de semana. La capital todavía no terminaba de salir de
su vorágine diurna. Es como una ciudad insomne. Insomne Buenos Aires.
Noctámbula reina del Plata. El abrazo del chango. De Fernando. Fue como
el abrazo de miles. Abrazo colectivo. Violador del tiempo y de la muerte. Envuelto en ésta sensación comencé mi viaje
de regreso. La noche me pareció hermosa. Una noche esperanzadora. El sonido del
celular me sobresaltó. Gracias a dios el tránsito era escaso en sentido
contrario. Hace unos años que me es dificultoso viajar de noche. Las luces de
los vehículos me fatigan intensamente. Atendí
el manos libres. La voz de la negra penetró por mis oídos. Una voz que aún me traía reminiscencias de
juventud. De otras épocas tormentosas, pero
más libres en algún aspecto. Impregnadas de ésa libertad que otorga la
juventud. Solo los jóvenes son realmente libres. Luego la vida empieza a
enredarnos en su maraña. Empieza a atarnos. Contesté elevando un poco el tono
de voz como hacemos cuando estamos manejando. Me preguntó donde estaba. Le
contesté que estaba de viaje. Ella se mantuvo un instante en silencio y luego
me dijo que necesitaba contarme algo.
-¿Qué me querés
contar negrita?-dije con una voz sorprendentemente suave. Quizás influida por
mi encuentro con nuestro viejo común amigo. Del que aún no pensaba contarle
nada. O quizás influida por el recuerdo que siempre su voz en el teléfono me
traía. El recuerdo de una muchacha. Una lejana muchacha de vaqueros ajustados y
remera roja. La que exhalaba sexo al caminar. Esa que aún caminaba por los
senderos de mis sueños. Tan distinta a la que volvió de su matrimonio fallido.
“Nunca bebemos dos veces del mismo río” la frase se me ocurrió en medio del
campo bonaerense. Escuchando la voz de aquella vieja amiga.
-Estuve charlando
con Shumacher sobre el tema del resucitado Serra- modulando las últimas dos palabras
de una forma que interpreté sarcástica.
-¿Y que cosa pudo
aclararte el inefable Javier?-le pregunté en el mismo tono. Un tanto molesto de
mantener esa conversación mientras manejaba.
-No mucho. Lo que
ya sabía con respecto al caso específico que me había llevado hasta él. Hasta
empiezo a pensar que quizás me equivoqué de fecha.
-Bueno algo es
algo. ¿Para eso me llamaste?
-No. No te llamo
por eso. Pero la charla con Javier Schumacher actuó como un disparador para que
realizara un ejercicio de memoria. Un análisis retrospectivo.
-¿Análisis
retrospectivo sobre que negrita? Estoy manejando sabés. Y es de noche. Y tengo
un largo viaje.
-¿Un largo viaje?
¿Dónde estás?
-No interesa
donde estoy. Si es tan importante para vos decirme lo que me querés decir trata
de ser breve. Luego personalmente podremos explayarnos.-agregué nuevamente con
una voz suave. Pero ésta vez no espontánea.
-De nuestro
encuentro con Furno.¿Recordás? El
desgraciado aquél que nos trajo la primer información sobre la Hermandad de
Gallo Azul.-hablaba en forma rápida sus palabras fluían como un torrente de
montaña- Bueno repasando mi primer entrevista con él. Cuando él me abordó en la
feria de San Telmo. Bueno recordando ése encuentro-sus palabras denotaban ésa
ansiedad y ese entusiasmo de los que han realizado un gran descubrimiento-
Encontré lo que se nos había pasado por alto. Lo que se me había pasado por
alto. El me dijo que tenía algo Made in Lanús.
-No me digas.¿Te
quería llevar al teatro?-le contesté risueño. Sin comprender a que se debía
tanta excitación de mi amiga.
-¡No boludo!-me
gritó-¡La hermandad funciona el Lanús! ¿No te das cuenta?-quedé un momento
perplejo asimilando lo que me estaba diciendo. Si. Era muy importante. Reducía
el radio de nuestra búsqueda a un área relativamente pequeña.
-¿Estás segura?
¿Estás segura que no es algo que se te ocurrió después de tantos años?
-No Horacio.
Estoy muy segura. Hasta puedo ahora recordar su aspecto. Su gesto. Tenemos que
seguir a Videla cuando se dirija a ésa ciudad. Él nos va a guiar estoy segura.
De nada sirve actuar contra el oso maldito. Tenemos que desactivar toda la
organización. Evitar que crezca y que gane adeptos. Una vez localizados
podremos entregarlos a la justicia.
-No creo que la
justicia. Ni la policía. Puedan actuar como es aconsejable con éstos tipos. Si
son lo que yo creo.- dije con un tono de desaliento.
-Horacio. Basta.
Sabés que la justicia es la única sutura posible para las heridas de la
sociedad. Aunque no evite las cicatrices.-dicho esto guardó silencio.
-¿Te dedicás a
inventar frases célebres, como San Martín?-le contesté con ironía.
-No.-me dijo- la
frase no me pertenece. Es de un historiador que conocí en Entre Ríos Nicolas O.
Alfaro Rodríguez. Pero siempre me pareció una frase afortunada. Sobre todo
después que transcurrió el tiempo. Como si esas palabras hubieran fermentado en
mi memoria. Adquiriendo su verdadero significado. Por eso siempre la repito. Me
parecen sabias. Simplemente eso.
- ¿Y si tratamos
de localizarlo a Furno? No sería muy difícil comprarle la información.
-¿Pero cuanto
tiempo nos llevaría? No creas que no lo pensé. Y no tenemos ninguna certeza que
hoy quiera decir nada. Por miedo a su situación personal que podría verse
perjudicada y por miedo a los otros.
-Sí.
Probablemente tengas razón.-admití. No del todo convencido.
-No sabemos
siquiera si está vivo o si está en Argentina. Es como buscar una aguja en un
pajar. Y de encontrarla no saber si nos va a servir. En cambio a Videla lo
tenemos muy bien localizado. Gracias a tu pendejo-suicida.
-¡El gallito
ciego! Cómo lo bautizaste. Gallito ciego. Mirá las cosas que se te ocurren
negra.-le dije como para distenderla. Después de todo yo haría lo que creyera
conveniente. Hace muchos años que no prestaba atención a las opiniones de la
negra. Aunque debo admitir que ésta vez me dio una información, que de confirmarse podía
resultar crucial. Pues yo tenia la firme sospecha que las actividades de la
Hermandad aumentarían en escala geométrica.
En muy poco plazo todos los indicios así lo pronosticaban.
-A mi no me causa
gracia. No estoy de acuerdo con lo que hiciste. Y como pusiste en riesgo la
vida de ése muchacho inocente. ¡Cómo lo manipulaste Horacio!
Dicen que los que
lo secuestraron eran hombres del chancho Guzmán. Quizás ahí exista otra
ramificación de la misma organización.-jugaba a mentira verdad. Tratando de
ofenderme con sus reproches. Yo la conozco. Conozco muy bien a la negra.
-Eso dicen. Pero
ninguno está arrestado. Además al comisario lo procesaron y terminará preso.
Para mi que fue un robo- le dije intencionalmente como para devolverle su
golpe.
-Sos un cínico
Horacio. Pero tomá en cuenta lo que te dije. Es importante y hacé que lo sigan
a Videla. Pero no mandés un chico del preescolar. Manejá con cuidado chau.-se
despidió.
-Chau negra-le
contesté. Íntimamente creo que tiene razón en cuanto a Videla. Su cita del historiador desconocido, en cambio,
no pasaba de eso. Una cita. Una frase que sonaba bien. Pero que estaba distante
de ser útil en el mundo real.
El manejar se me
volvió placentero nuevamente. Me gusta mi Rover. Me gusta manejarlo en la ruta
y con poco tráfico era una delicia. Me detuve en una estación de Servicio
Petrobras necesitaba ir al baño. Hice completar el tanque y estacioné bajo un
coqueto toldo con los colores de la multinacional brasilera. Pensar que
nosotros vendimos nuestro petróleo. ¡y no lo hizo Martínez de Hoz! Lo hizo uno
que llegó de poncho y patillas cantando la marchita peronista. Y terminó
vestido de Armani , picado por una avispa, manteniendo relaciones carnales con
el imperio.
En esas
relaciones evidentemente nosotros ejercíamos el rol pasivo. Ingresé a la zona
de servicios y fui hasta la maquina expendedora de café. Me serví un
cortado y me senté en una de las
pequeñas mesitas de fórmica que simulaban una madera clara y rugosa. Abrí mi
celular y lo llamé a Ortega. Le pedí que en una hora y media me esperara enfrente de mi
departamento. La voz de una mujer protestaba tras su respuesta.
martes, 17 de marzo de 2015
Gallito Ciego Novela. Quincuagésima Quinta Entrada.
XXII Memorias de un monstruo.
A veces pienso en
el tigre Cepeda. En el pelado Grinóvero también. Que hombrazos los dos. El
tigre era un capitán de verdad. Bravo. Bravo y generoso. Siempre fue generoso
con nosotros. Un verdadero patriota. De ésos que hacen falta ahora. No como
ésos maricones que descuelgan cuadros cagándose en las patas. ¡Mirá que al tigre lo iban a obligar a
descolgar el cuadro del general! Minga. Se les hubiera retobado enseguida. Los
hubiera obligado a entender quien manda ¡Carajo! Él con solo mirarte te imponía
la autoridad. No era como el chancho Guzmán que nunca sabés que piensa. ¡Ahora
se lo llevaron preso! Se afeminó el chancho. Y pensar que quería mandarnos a nosotros. ¡Por favor! ¿De
que le va servir ahora la guita? Cuando esos jueces cipayos de los zurdos lo
manden a la sombra. ¡En el culo va a tener que meterse la guita! Nunca nos
apoyó verdaderamente. Seguramente, en el fondo, sentiría cierto desprecio por
nosotros. Por nosotros que somos los últimos patriotas que van quedando. Los
últimos que estamos dispuestos a defender el ser nacional. Por eso a veces
pienso en ellos. ¡Qué falta nos haría ahora contar con hombres de sus cojones!
El negro Antíguez me contó una historia hace unos años en el club. Buen tipo el
negro Antíguez lástima que chupara tanto. Le gustaba el vino al negro. El negro
me contó esa historia medio empedo. Le gustaba hablar demás también. Eso era lo
que tenía de malo pobrecito. Por lo demás era de los nuestros. Una injusticia que lo exoneraran de la
policía. En este país se defiende a los
delincuentes. A los malandras. ¡Así nos va! Si vos cumplís con tu deber sos
gatillo fácil. Claro, tendrían que invitarlos a los chorros que se abuenen.
“Por favor señor delincuente, deje de robar. Gracias” Son todos unos pelotudos estos que nos
gobiernan. ¡Y bueno de los montos que se puede esperar! La cosa es que el negro terminó en una
empresa de seguridad privada. Y ahí se ve que empezó a chupar más. Creo que
todavía gobernaba el cabezón cuando nos encontramos en el club. Si. Hacía poco que habían liquidado esos dos
vagos ahí en el puente Pueyrredón. Semejante quilombo armaron por esos dos
comunistas de mierda. El negro Antíguez estaba que trinaba por como se
castigaba a los agentes del orden. Al negro le hervía la sangre cada vez que pasaba una cosa de ésas.
Y si estás caliente y borracho es peor. Por ahí se te suelta la lengua más. Esa
tarde estábamos los dos solos. El negro y yo. Y salió la charla sobre el tigre.
El había conocido al tigre. Nunca supe bien como. Pero lo había conocido. Y lo
quería al tigre. Y todo aquel que lo había conocido lo quería. Por
supuesto, siempre que no fuera alguno de
esos hijos de puta. Esos hijos de puta
lo odiaban. Habían escrito mentiras que lo difamaban. Es que los que ganamos la
guerra perdimos la paz. Siempre pasa lo mismo en la Argentina. Mirá sino lo del
Beagle. Tuvimos que llamar a todos esos pollerudos. Samoré y todos los cagadores que lo secundaron. Tendríamos que haber entrado a sangre y fuego
en Santiago. Defender la patria. ¡Pero quedan tan pocos patriotas! ¡Cómo no
acordarse del tigre! Él puteaba de lo lindo. Puteaba de lo lindo cuando
llamaron a la “mediación”. Menos mal que
hacia poco se había muerto cuando hicieron toda esa payasada del plebiscito.
Sino yo creo que habría salido con un fusil a la calle indignado de tanta
entrega. Por eso digo siempre pasa lo mismo en la Argentina. No se respeta a
los héroes. A los que luchamos por una forma de vida occidental y cristiana.
Antíguez lo quería al tigre. Y estaba bastante borracho esa tarde. Y enojado
por lo del puente Pueyrredón. No por lo del puente sino por lo que pasó
después. Todos esos periodistas hijos de remilputas hablando contra la policía.
Contra la “represión”. Y el cabezón que
aflojó. Se dio vuelta como un queso. Y mostró la otra cara. Ya sabemos lo que
vino después. Trajo de la mano a éste de ahora. Al que revuelve la mierda. Y su
canciller el que tuvo a Aldo de ministro. Si Aldo hubiera seguido de ministro
otra sería la historia. Pero los tipos capaces se tienen que ir enseguida.
Todas esas cosas hablamos con el negro.
Y siguió chupando. Por ahí salió con la historia ésa. Que al tigre lo mataron. Que no se murió en
un accidente. Que lo accidentaron. Estaba muy comprometido me dijo y no se
quería rajar. Ya sabemos que al tigre lo sacarían de la Argentina con las patas
para adelante. Además era muy calentón me dijo. No inspiraba confianza. No se
sabía si guardaría los secretos que había que guardar. O si por el contrario
deschavaría a todos. No confiaban en el tigre. ¡Pobre! Un verdadero patriota.
Él siempre decía que aquí había habido una guerra. Y que él estaba en el bando
de los vencedores. Que todos nosotros estábamos en el bando de los vencedores y
que no había por que esconderse debajo de la cama. Como algunos generales.
¡Tenía huevos el tigre! El negro dice
que lo siguieron esa tarde hasta
Cañuelas y que ahí lo encerraron y
lo hicieron volcar. Además dice que quedó vivo y que lo remataron con un
tiro en la cabeza. Luego incendiaron el auto. El negro estaba borracho. Y tenía
la lengua muy larga. Esa es la historia que me contó. A veces pienso en el
tigre. Si fuera verdad todo ese cuento. Sería una cagada. O un último
sacrificio por el país. Quien sabe. No como el pelado que se voló la tapa de
los sesos después de Malvinas. El
chancho siempre dice que ni siquiera estuvo en Malvinas, que se mató de
maricón, por miedo. Cuando el juicio a las Juntas y toda esa fantochada. Para mí
el pelado nunca fue un maricón. Pero que dicen que se mató, es cierto. Yo no
fui al velorio. Vivía en Bahía Blanca.
Muy lejos. El chancho dice eso. ¡Tan
macho el chancho! Que se entregó como un corderito. Yo les hubiera metido bala
a los que me buscaban. ¿Quién sabe que pensará en chancho? Él siempre dice que
actuó en el gobierno de Isabel. Yo lo sé porque estuve con él en esa época.
Pero después siguió, en otro cargo, pero siguió. Eso también lo sé. Y los que
lo metieron preso lo deben saber. Si la lucha fue la misma. Contra los mismos
enemigos apátridas y subversivos. Si lo
habremos hablado con el iguana. Me acuerdo cuando él se infiltró en el grupo
del curita ese Eleazar Hernández. Una especie de Fidel Castro con sotana. De
los curas tercermundistas. Eso nos sirvió para luego meternos en la
organización armada. La teología de la
liberación. ¡Hijos de puta! Eran todos una manga de zurdos. Casi todos los que
andaban ahí, estaban metidos. O ayudaban a los que estaban metidos. Buen
trabajo hicimos. Y eso fue antes del golpe. Y después continuamos igual. Claro,
con el tigre. Ya no con el chancho. Además nos habían vendido. Alguien nos había vendido y casi nos
matan. Pero nos escapamos. Peor para ellos. Con el tigre empezamos a barrer. El
tigre decía que el único bolche bueno era el muerto. Por eso algún desgraciado
nos puso “escuadrón Mandrake”. Pero nosotros hicimos un buen trabajo. Un
trabajo limpio. No como algunos otros. Nosotros no tomamos prisioneros. Así nos
decía el tigre. ¿Será verdad que lo mataron? Si todos hubieran trabajado como nosotros.
¡Otra sería la historia! Mirá que me vengo a acordar del curita trosko ése,
bien que le metimos la teología de liberación por el orto. Y esa fue una idea
del pelado. ¡Mirá que va ser maricón el pelado! Lástima lo del iguana, pero el
Maestro me dijo que él estaba de acuerdo. Y el
Maestro todo lo sabe. El Maestro me dará todo el poder. Un poder muy
superior a todo lo que yo pueda imaginarme. Así me dijo. Y ya falta poco. El iguana es como un mártir.
El tigre también. Si lo que dice el negro Antíguez es cierto. Tres días, nada
más que tres días y todo habrá valido la pena. Y se dará vuelta la moneda. Por
eso a veces pienso en el tigre y en el iguana y en el pelado. Cuando Tarzán me
llamó hoy, traté de que no se diera cuenta de mi alegría. Le contesté como
distraído. Noté la sorpresa en su voz. Tampoco deseaba que el pendejo creyera
que yo le debía un gran favor. ¡Con todos los que me debe él! Primero me encargaría de ése asuntito y luego
si iría a verlo al Maestro para los
últimos preparativos. Por la noche hablaría con el flaco Otero que además de mi
asistente. Era mi hombre de confianza. El flaco Otero. El flaco era una
garantía para este tipo de cositas. Él tenía su gente. Yo prefería no ocuparme
de esos detalles.
miércoles, 11 de marzo de 2015
Gallito Ciego Novela. Quincuagésima Cuarta Entrada
Les dejo el segundo fragmento del capítulo "El buscador y el Anciano"
El Buscador y el Anciano (Segunda Parte)
El Buscador y el Anciano (Segunda Parte)
-Nada. En
realidad ya no investigo nada-levanté mi brazo enyesado. Como poniendo una excusa falsa.
-Veo que tuviste
un accidente-me dijo con voz suave.
-Si. Algo así.
Accidentalmente no me mataron- le dije con una sonrisa amarga. El viejo apoyó
fugazmente su mano sobre la mía que descansaba en el apoyabrazos de madera
oscura. En un gesto de contención.
-¿Y que estabas
investigando antes del accidente? ¿Qué era eso en lo que yo te podría haber
sido de utilidad?
-Es una historia
larga. Una larga historia de la cual muchas cosas no comprendo-dije
-Bueno podrías
empezar por comenzar a narrar esa larga historia. Y veremos si es cierto que te
puedo ayudar.-Se recostó aún más contra el espaldar y cerró los ojos- comienza
por favor, te escucho.-agregó.
Nuevamente tragué
saliva. Empecé por el episodio del cadáver en la iglesia. Luego el llamado de
aquella mujer de la calle Tucumán y poco a poco todo lo demás. Cuándo le conté
lo de Videla, traté de justificarme. Afirmé que en realidad no sabía porque
había maltratado a aquel hombre. Si bien yo estaba convencido que era una mala
persona y que ocultaba muchas cosas. No era justificable lo que yo había hecho.
-Contame la
historia.- me dijo el viejo- Sin comentarios morales.
Una vez que
terminé mi relato con mi salida del hospital. Lo miré él parecía dormir pero no
estaba dormido. Lo noté en el movimiento de sus manos contra la madera.
Luego por fin
abrió sus ojos que me parecieron cansados. Como si el dormitar le hubiera
causado una gran fatiga. Dormitar no es la palabra adecuada. El permanecer
quieto con los ojos cerrados escuchando. Deslizando apenas sus manos, o por
momentos con movimientos mas
amplios como quien juega en uno de ésos aparatos de realidad virtual
que se parecen a un casco. Por eso
cuando por fin abrió los ojos, estos parecían fatigados, como los de aquellos
jugadores cuando se retiraban el adminículo de su cara. Se puso de pie en silencio. Se dirigió hacia
un cuarto que estaba en un costado, desapareció tras la puerta. Diez o quince
minutos después regresó con un pequeño cofre. Se paró frente a mí y me lo dio.
-Consérvalo
siempre contigo, eso me permitirá ayudarte si el maestro negro, O Rourke o como
se quiera hacer llamar ahora te atrapa.
Abrí la caja y en
ella había una pequeña esfera de cristal. Como una canica. Un de esa bolillas
que usan los niños en sus juegos. En su centro parecía brillar una brasa
minúscula. Miré aquello con sorpresa. Cerré el estuche y me disponía
pedirle alguna explicación. Cuando vi que ya se dirigía nuevamente al
cuarto contiguo.
-Adiós. Iñaki te
acompañara hasta la puerta.- Efectivamente el luchador romano estaba parado
frente a mi. Me levanté de mi sillón
guardé el pequeño estuche en mi bolsillo izquierdo con mi única mano útil y lo
seguí. Me paré en la vereda. Escuché la puerta cerrarse a mis espaldas. Luego
el girar de la llave. Palpé el pequeño objeto en mi bolsillo. Ahora al parecer
tenía otro talismán. Caminé un largo
rato sin rumbo fijo, casi inconscientemente me encontraba en Lima y Moreno, me
detuve a mirar los autos pasar, hasta que
decidí a ir a verlo a Riedel Liand.
Subí nuevamente a
un taxi. En mi estado no me animaba a usar el transporte público. Me sentía una
especie de benefactor del gremio de los taxistas.
Llegue a la
redacción ingresé sin mirar al portero que como siempre se ocupaba de cualquier
cosa menos de observar quien ingresa. O por lo menos eso es lo que me parece.
Quizás el tipo es un eximio cultor del arte de la simulación. Y como ésos
espías de las películas de los años sesenta nos mira a través de orificios en
las revistas de farándula. Si yo era benefactor del gremio de los taxistas éste
tipo lo era de Paparazzi . Margarita me
miró con su rostro inexpresivo de vaca adormecida. Me saludó con su cara de
nada. Nuevamente se enfrascó en su
celular. Seguramente se enviaba mensajes de texto con Barnie, de esto ya no
tenía dudas. Un cierto rubor en su rostro, trasuntaba actividad de su libido.
Es como deben verse las manatíes en celo.
Noté que había posado su mirada en mi yeso. Le sonreí. Ella bajó la
mirada. Toqué el estuche en mi bolsillo. Me dirigí al despacho del asesor del
directorio. Eugenia levantó su mirada en
cuanto me encaminé por el pasillo. Luego continuó con sus tareas. Esta mujer
siempre tenía tareas. Probablemente sean indicaciones de su embalsamador.
Siempre mantenerse en actividad. Para que los principios conservantes fluyeran
por su cuerpo y la mantuvieran inalterable a lo largo del tiempo. Me sorprendo
del estado casi de excitación que siento.
Un estado por demás inexplicable. Pensé con más seriedad que
probablemente necesitara una consulta psiquiatrica. Últimamente mis euforias no
me habían conducido a buen puerto. Más aún me habían conducido a arrecifes de
coral y a bancos de arena. A encallar
una y otra vez. Y sin embargo nuevamente estaba aquí con las evidencias físicas
de mis tribulaciones. Pensando en manatíes
en celo y en viejas conservadas por secretos momificadores mágicos. Listo para
nuevos ejercicios de la osadía más extrema y más inútil. Unas horas antes me había enfrentado a Iñaki.
O en realidad casi lo había hecho. Un resto de instinto de autoconservación me
había detenido a último momento. El plantígrado era un buen muchacho me había dicho el viejo.
Quizás la madre de Hitler o la de Videla (el genocida) dijera lo mismo
refiriéndose a ellos. Pero el viejo. El Papa como quedó gravado en mi
inconsciente era una persona de la que no se podía dudar. O ese era mi nuevo
convencimiento, al menos.
Eugenia sobre el
escritorio tenía prolijamente doblada un ejemplar de la revista con la foto del
comisario Guzmán esposado. Me detuve
frente a ella , levantó como siempre su mirada por sobre el marco de sus
anteojos y continuó trabajando en algo que en apariencia no toleraba ningún
tipo de demoras ni interrupciones.
-Eugenia-dije con
una voz que me sonó risueña como la voz de mi abuelo, o la del viejo. A ella
aparentemente le pareció lo mismo.
Porque me volvió a mirar esta vez con un gesto agrio.
-Podría tener la
amabilidad de esperar que termine esto, señor Miralles. –me dijo casi con un
silabeo. Como para remarcar la magnitud de mi impertinencia. Levanté mi mano sana con la palma hacia delante , en un gesto de
disculpa y me senté silencioso en el
mismo sillón desde donde semanas atrás
había visto pasar a García. De pronto la euforia fue disminuyendo. Quizás en
lugar de realizar una consulta
psiquiátrica tendría que venir más seguido a interrumpir a esta mujer mientras
realiza su trabajo, siempre impostergable y prioritario. Transcurridos unos minutos decidí volver a la
carga.
-Eugenia- volví a
llamarla mientras me ponía de pie. La mujer esta vez me miró con ojos
furibundos.-Eugenia-repetí sin dejarme amedrentar por aquel gesto de la vieja
que hizo representar un cobra erguida en mi imaginación-Necesito ver al
Dr.Riedel Liand. Por favor es importante-agregué como para justificar mi
atrevimiento y esperando ver disminuir el nivel de furia. A esa altura la
euforia había desaparecido por completo. Este era un tratamiento realmente
eficiente.
-Sr. Miralles,
primero usted viene aquí sin una cita
previa. Que además usted sabe que es la
norma. El Dr. no puede estar a disposición de cuanto empleado quiera
entrevistarse con él. Como su sentido común seguramente se lo hará saber.- a
esta altura había parcialmente abandonado su silabeo para tomar el tono de una
maestra de primaria amonestando al revoltoso de la clase.- Además usted, hasta
donde yo sé está de licencia por su accidente. No se ha reincorporado a sus
actividades normales. Otro motivo por el cual no debería estar aquí –continuó
con un gesto que ahora denotaba su íntima satisfacción por haberme dado un
argumento irrebatible-no creo que el Dr.
se alegre mucho de saber que usted se encuentra
en estos momentos como un
despreocupado turista visitando nuestra redacción.-La miré con
sorpresa. Yo era un despreocupado turista al que le habían roto los huesos. Un
alegre viandante molido a patadas mientras se dirigía al lugar señalado en una
tarjeta, que el mismo Dr. que ahora se sentirá molesto por su presencia, le
había dado en propias manos.-Tiene suerte que el Dr. no se encuentre. No estará
en todo el día. Si usted quiere una cita solicítemela mañana en los horarios
correspondientes.-Noté que ni siquiera había retirado su mano del mouse. Me
quedé mirándola. Totalmente liberado de mi euforia. Casi comenzaba a invadirme
una especie de desaliento, como el de las primeras horas en mi departamento
luego de mi externación del hospital. Quizás yo soy un bipolar. Eugenia me
miraba esperando una respuesta que por lo menos me redimiera a último momento.
Una disculpa o algún gesto que atemperara mi insolencia. Pero en este nuevo
estado que me invadía me di vuelta y salí por la puerta hacia el pasillo.
García subía la escalera cuando me iba. Se detuvo a saludarme. Seguramente
enterado de lo que me había ocurrido. O por lo menos de la versión oficial. El
intento de robo. Pero yo no tengo ganas de hablar con nadie continúo descendiendo como si no lo hubiera visto.
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