Continúa el segundo capítulo ambientado en el primer lustro de los setenta, durante la última presidencia del Gral. Perón.
Dicho esto arrojó nuevamente la
revista en el asiento trasero y no volvió a hablar por el resto del viaje.
Cuando llegamos a la casa segura, se tiró en un catre en la vieja cocina y se
durmió. Rato después Maravilla llegó en un Fiat 1600 rojo, lo estacionó en la
entrada del pequeño jardín, con gesto parsimonioso lo cerró con llave, subió al
504 no sin antes mirar en ambos sentidos de la calle y salió a marcha lenta. Era preciso cuidar los
detalles. Miré automáticamente hacia el llavero que se encontraba sobre el
viejo hogar de ladrillos rojos con las juntas pintadas de blanco y constaté lo
que ya sabía , las llaves del Fiat estaban colgadas. Serra roncaba en la
cocina. Lo miré y encendí el televisor. El general andaba por Paraguay rodeado
de su séquito de fachos. Inconscientemente
fijé mi vista en sus manos y luego lo miré a Serra que se dio vuelta con
la cara hacia la pared. Me levanté observé por la ventana, la calle aparecía
tranquila. Volví a sentarme, el televisor mostró los tres cadáveres
despatarrados en la vereda. Sentí un poco de asco. Pero la cosa era así, ellos
o nosotros.
A la mañana siguiente Serra, me
dejó en la estación de Temperley y siguió su camino. Estaríamos desactivados
por un tiempo. Habían encontrado la camioneta, demasiado rápidamente.
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