jueves, 31 de octubre de 2013

Gallito Ciego Novela. Cuadragésimo Segunda Entrada

Continuamos con esta historia, que permanentemente cambia de escenarios,.. pero se va adentrando en el argumento. En busca de un final o varios.  Pero falta todavía. Espero  los entretenga.


XII  El chango.


Doblé por la ruta 51 hacia Arrecifes. Sentía placer al manejar mi Rovers. Cuando crucé el angosto puente de cemento con sus arcos de mampostería, miré la corriente del río correr mansa y a la vez turbulenta. Esa imagen me rondo la mente por varios minutos mientras transitaba entre las arboledas. Cuando llegué a la avenida me detuve en el 2º semáforo y doblé a la izquierda. En el escaso tránsito pueblerino no me sería difícil encontrar la casa de Fernando. De lo contrario preguntaría. Todos debían conocer a Fernando. Él era uno de esos tipos sociables, que hace amigos por todos lados. Hasta creo que fue concejal  hasta no hace mucho.  Me detuve junto al cordón de la vereda y extraje mi celular donde tenia agendada su dirección, también tenía su teléfono pero no deseaba molestarlo. Hasta deseaba de alguna forma llegar por sorpresa . Si bien él sabía de mi llegada, no sabía con ciencia cierta ni el día ni la hora. Solo sabía que en esa semana pasaría por su casa. Pasaría . Eso le había dicho. Como quien hace un alto en su camino, para saludar un viejo amigo. En realidad mi viaje era específicamente para verlo pero no deseaba dejar traslucir mi verdadera intención. Primero debería hacer un estudio del terreno. Las personas cambian con los años y eso es algo a tener en cuenta siempre. Él muchas veces había renegado de nuestro pasado. No en forma violenta ni desdeñosa. Sino como el adolescente reniega del pantalón corto de su infancia. Consideraba todo aquello una época superada. Deseaba sí como todos nosotros el accionar de la justicia y de alguna u otra forma había colaborado con los organismos. Yo la última vez que estuve con él fue a principios de los noventa, vivía en Lujan por aquella época. Se había divorciado recientemente y estaba preparando su viaje a Arrecifes. Arreglando los asuntos laborales, más que nada.  Fernando como casi todos nosotros tenía algo de gitano. En  esa oportunidad me manifestó su posición con respecto a todo aquello. Pero mucho agua había corrido bajo el puente. Mansas y turbulentas. Sonreí. Ahora lo necesitaba para que me acompañe en éste último asunto. Asunto, que para ambos era personal. No podía pensar que Fernando no tuviera la misma sensación que yo con respecto a esto en particular. Sabía o presentía que no era así. Que él a pesar de todo, tendría la misma llama ardiendo en algún lugar de su memoria. Esperando el viento que la convierta en incendio. En lengua flamígera que lamiera  hasta los huesos a esos cerdos. Fue tan casual encontrarlos. No los podíamos dejar escapar. Serra de alguna forma se nos había evadido hacia la muerte. Impenitente. Estaba muerto, corrompido, eviscerado. Privado para siempre de su capacidad de hacer daño. Pero los otros estaban ahí , viviendo sus vidas normales. Normales a su manera. Inmunda manera de ver el mundo. Podridos también. Pero viviendo.  Doblé la esquina  lentamente. Un grupo de chicos en cuatriciclos conversaban animadamente a un costado.  A los 20 metros sobre la vereda izquierda vi la verja pintada de verde  que él me había descripto. Estacioné con cuidado, prestando atención al estruendo que producían el grupo de muchachos.  Bajé, crucé la calle  y pulsé el portero eléctrico. Una voz enmascarada por la estática me contestó. Cuando escuché el sonido del cierre eléctrico empujé la puerta de hierro forjado y avancé por un estrecho caminito de lajas de pocos metros de extensión, me detuve bajo el pequeño alero de tejas que precedía a la puerta principal. Esperé. Una mujer delgada, enjuta, de tez morena me abrió la puerta y sonriendo me extendió la mano. Me informó que Fernando todavía no venía del Hospital. Que  tendría que esperarlo un par de horas , si deseaba verlo  o de lo contrario si yo deseaba realizar otras actividades volver más tarde. Vacilé. Decidí buscar algún bar o estación de servicio donde  tomar un café y comer algo, a ésa hora de la tarde tenía hambre.  Volví hasta la avenida y divisé una YPF. Estacioné en la misma y entre en el área de servicios.  Solicité un café mediano con medias lunas dulces que  extraje de un exhibidor. Una vez que la muchacha me lo cobró me senté en un mesa mirando hacia la ruta. Tomé un Clarín que descansaba sobre la mesa de al lado. Me dispuse a leerlo.

lunes, 28 de octubre de 2013

Gallito Ciego. Novela. Cuadragésima Priemera Entrada

Continúamos con la historia.  Un párrafo que no se publicó  por  error de la  entrada anteriór,  y la ferretería, que no es  otra cosa que la  casa del  chancho Guzman... Que los entretenga.

Último párrafo excluido por error de la  entrada anterior


 Siempre se arrepiente de haberlo dejado escapar a Furno y sus historias disparatadas. En cualquier momento llegará Jessica quiero que me acompañe a hablar con Shumacher . A él lo conozco desde la época de la facultad. Somos bastante amigos. Si bien él es socialista y estaba con los reformistas.
-¿Estás lista?- me pregunta Jessica sorprendiéndome  con su llegada silenciosa. O quizás por mi ensimismamiento.
-Sí-contesté estoy lista.




XI  En la ferretería.

El chancho me escuchó callado. Su rostro no decía nada. Si le hubiera contado como estaba vestido el tipo del quiosco de enfrente tendría la misma cara. El  chancho siempre fue así, uno nunca podía saber cuando estaba enojado o cuando estaba de buen humor.  Ni siquiera que le  importaba realmente y que cosa le resbalaba. Al chancho parecía no importarle ya la política, como en aquella época. La buena época, cuando pusimos las cosas en su lugar. Pero el chancho tenía un espíritu de camaradería.  El siempre decía que todos éramos uno. Como ese cuento de los tres mosqueteros. Del cuento no me acuerdo, lo escribió algún franchute hijo de puta, yo prefería el Patoruzú. Yo siempre fui argentino. No me gustan esas cosas extranjerizantes. Pero al dicho lo conozco. No soy tan bruto. Pero no me gustan las cosas extranjerizantes. Después de todo cuando un tipo es medio puto ¿cómo le dicen? Afrancesado. Claro, porque en cambio los argentinos somos todos bien machos. Nunca haríamos una película de gauchos putos, como ésos yanquis que filmaron esa película de los vaqueros trolos.
Y es así, si esos yanquis son todos medios afeminados también. Como los zurditos. Todos medios maricas.  Y ahora después que el Turco sacó la colimba , peor. ¡En la colimba se hacían hombres carajo! No se que le pasó al Turco. A mi siempre me gustó el Turco el quiso pacificar el país, no como éstos hijos de puta de ahora. Pero con el asunto de la colimba la cagó. Después de todo ése negrito Carrasco. Una boludez.  Es como pensar que si hacés tronar algún punto en un bardo en la cancha tenés que cerrar el fútbol. Lo mismo. Ni más ni menos. En la colimba se hacían hombres. Que mierda. Si ahora ves los pendejos todos esos llenos de aritos con el pelo teñido. Unas muñequitas en pinta. Y claro ahí los zurdos hincan el diente y llevan el país para donde lo llevan. Faltan patriotas.
Pero volviendo al tema del chancho Guzmán. El comisario Guzmán. Él tiene ese espíritu de los mosqueteros. Por eso cuando terminé de contarle me miró en silencio. Uno nunca sabe lo que está pensando. Tomó  un cortapapeles de ésos que siempre hay en los escritorios y  lo movía entre sus dedos. Siempre hace eso el chancho. Es como si lo ayuda a pensar. O por lo menos yo creo eso. Si lo debe ayudar a pensar. Una birome un palito. Cualquier cosa. Cuando andábamos cazando, en cuclillas mientras esperaba la presa jugaba siempre con un palito entre los dedos. Es una costumbre que tiene.
-Mirá osito-me dijo-deja ese asunto en mis manos. No te metás en quilombo. Vos estás limpio. Seguí así.-me miró fijo y no me gustó. A mi no me gusta que me miren fijo.
-¿Por qué voy a dejar todo como está? En cuanto sepa quien es ese hijo de puta lo voy a reventar-le dije mirando mis rodillas.
-No osito-me dijo calmo-no osito vos no vas a hacer nada. Yo me voy a encargar del asunto. Vos te quedás piola, manso y no te metés en  líos. ¿Me entendés?- me volvió a clavar la mirada y fue como si me hirviera la sangre. Luego se puso de pie fue hacia una cafetera que tenía a su izquierda y sirvió dos vasos plásticos casi hasta el borde. Me alcanzó uno sin preguntarme si tenia ganas de tomar café y se sentó sobre  el escritorio dejando su pierna izquierda en el suelo y la otra colgando a noventa grados. Me palmeó el hombro luego de tomar un sorbo y dejar el vaso sobre el escritorio. Me empecé a tranquilizar.
-Osito ¡hijo de puta! –me dijo- que lindo el verte  ¡carajo!- me sonrió nos pusimos a charlar de los viejos tiempos. Anécdotas del tigre Cepeda y del pelado Grinóvero. Que par de tipazos. Patriotas. Y generosos. El tigre era generoso, hicimos una moneda en aquella época. La buena época. Lástima lo de los dos. El chancho pareció entristecerse al  recordar el final de ambos. Luego miró el reloj , se agarró la cabeza y me dijo:
-Como se pasa el tiempo hablando con los amigos. Me olvidé que tengo una reunión con el intendente.- me dijo- Aquí se hacen muchas obras, osito, y uno debe estar. Si no estás te las soplan. Es así. ¡Pero que gusto me dio verte!.- dicho esto se paró me dio la mano, me tomó de un brazo y me acompañó hasta la puerta- Y vos tranquilo osito- me dijo sonriente y señalándome el pecho con su índice. Yo bajé la cabeza y le devolví la sonrisa. El chancho en parte es como un padre. Al lado de mi auto estaba uno de los tipos que me habían sorprendido en la oficina. Cuando me acerque se corrió y se quedó apoyado sobre un camión. No me devolvió el saludo.  Se ve que no me conoce. Estaré un poco viejo pero me puedo cargar a varios como él si quisiera.  Retrocedí bruscamente con el megane y le frené a pocos centímetros.  Por el retrovisor pude verle la cara de susto. Me reí un largo rato mientras manejaba. El chancho puede decirme lo que quiera. Yo voy a averiguar por la mía. Y me la va a pagar ése guacho. No sabe con quien se metió. Cuando llegue a mi casa lo voy a llamar a Tarzán.  El flaco Otero siempre le pide cositas . El pibe es buen pibe. Con el iguana lo conocemos desde jovencito. Desde que el padre lo abandonó y la madre lo dejó en la casa de la abuela. La vieja vivía a la vuelta de la casa de Serra.  Por eso nos encariñamos con el pibe y lo  empezamos a llevar a la cancha.  Y de a poco nos empezó a dar satisfacciones. Bien macho era el pendejo. Bien macho. Era de los nuestros.  A  mí no me gustan los afeminados. Tarzán no es ningún afeminado. Por eso a pesar que ya llevo manejando un rato largo me sigo riendo. Pero ahora no del seguridad del chancho. Sino que me río acordándome de las anécdotas de  Tarzán en aquellos años. En la cancha, en la calle, en cualquier lugar lo hacíamos pelear con otros pibes para reírnos. ¡Qué lindo carajo!

miércoles, 23 de octubre de 2013

GallitoCiego.Novela.Cuadragésima Entrada

Continuamos con la historia, otro giro de tuerca...



                     X La negra piensa.


Horacio me contó lo que le pasó al muchacho. No se si me contó todo. Es un episodio por una parte muy confuso y por otra parte muy preocupante. Es sin lugar a dudas un secuestro y una advertencia. Que te levanten en pleno centro de la Capital parece increíble. Pero todo ocurrió así. Si Horacio me dice la verdad. No se si Horacio me dice la verdad. Yo todavía estoy sorprendida con ese asunto de Serra. El gusano de Serra. Un ser abyecto como es difícil imaginar exista otro. Porque era Serra. Podría reconocerlo en cualquier lugar. Hay rostros que no se olvidan. Nunca se olvidan. El odio como el amor no olvida. Quien diga lo contrario miente.  En cualquier lugar yo podría reconocer a esa rata inmunda. Era él. Todo lo otro para mí no tiene explicación. O por lo menos no tiene una explicación racional. Puede tener otro tipo de explicaciones que me resisto a considerar. Me confundió mucho todo ese asunto. Yo se que Horacio tiene otras motivaciones más profundas, más personales podría decirse. El asunto ése de Maravilla. Creo que él detesta pensar que podría haber estado en su lugar. Es una idea que se niega a evaluar. Es un asunto muy personal efectivamente. Pero nada de eso justifica lo que está haciendo con el muchacho. Su títere. Su carnada. No se puede permitir que se inmiscuya más profundamente en toda ésta podredumbre. Esos tipos son dementes. Y en más o en menos están relacionados con otros dementes. A veces mucho más peligrosos que ellos porque no demuestran su peligrosidad tan abiertamente. Hombres que se dedican a los negocios. Es como si todo hubiera sufrido una metamorfosis. Como el propio Horacio. Romántico idealista devenido en empresario que se conduce con chofer y pasea por Europa o Miami. Pero que retiene en sí el germen del odio. Pues el odio no siempre es un sentimiento negativo. Hay personas, instituciones, situaciones que son merecedoras de soportarlo. Que deben ser perseguidas, que deben ser llevadas a la justicia. Pues la magnitud del mal que ha anidado en sus actos, la perversidad de sus conductas, justifican ése odio. Serra, Videla y tantos otros son de esa subespecie de seres humanos. Casi subhumanos diría.  Bestias. Bestias sanguinarias que asolaron el país. Como otras bestias que asolan el mundo. Pero Horacio no cree en la justicia, o por lo menos dice no hacerlo. ¡Y éste pendejo ignorante metido en semejante berenjenal!  Ignorante de los ríos de sangre, de violencia, de pasiones que preceden a éstos días. No es lo mismo haberlo leído, que haberlo vivido. Es como meterse en la guarida de un puma con el puma dentro.  A mi no me gusta la actitud de Horacio. Pero no puedo hacer nada al respecto.  O quizás sí . Tengo que pensarlo. Ese maldito caminando por la calle, pocas horas antes que lo encontraran pudriéndose es algo que no logro entender. Porque era él.  Ojalá tuviéramos más información genuina sobre las actividades de éstos hijos de puta, para llegar al fondo de lo que traman. Para prescindir de éste idiota, si es que no es demasiado tarde. Conozco las características de ellos. Conozco su fanatismo. Se de su inclinación por creerse espadas de un Dios tronante y autoritario. Del dios que castiga no del que perdona. De aquel que manda sufrimientos y catástrofes.  Plagas y muerte. Del implacable. Y ellos, o algunos, los más peligrosos creen que deben ser a su imagen y semejanza. Más aislados, más temerarios.  Más acosados. más violentos. Probablemente Horacio tenga razón y los autores de todo esto sean gente del chancho Guzmán y no los de la Hermandad. Pero algún nexo entre ambos debe existir más allá de que al chancho Guzmán lo tenemos bien encasillado y prontito terminará en algún tribunal donde tendrá que rendir cuenta por sus fechorías.  Pero el chancho, el comisario Guzmán, era un ladrón. Lisa y llanamente un ladrón. Su ideología es el dinero. Incluso estuvo trabajando para varios funcionarios del gobierno de la provincia hace algún tiempo. Pero sin romperse la ropa. Al chancho nunca le preocupó realmente la política. Tampoco la inseguridad por cierto. Solo los negocios. Puede ser que sea su gente. Pero no me explico demasiado porque. Que relación pueda tener el chancho con la hermandad, que se me pase por alto. Videla y Serra eran hombres del tigre Cepeda. Ese hacía honor a su nombre un verdadero carnicero. Murió en un accidente en la ruta 3 una lástima pues podría haber sido la llave para abrir bien las actividades de su grupo uno de los más oscuros de aquellos años. No conozco testigos que puedan certificar la participación de Serra o Videla. Solo del tigre Cepeda y de otro un teniente de apellido Grinóvero que se suicidó después de Malvinas . O lo suicidaron. Quien sabe. Por eso la gran bronca de Horacio. Por eso su perseverancia. Por eso su interés en todo el asunto de Serra y en llegar a tener más datos sobre la Hermandad. Siempre se arrepiente de haberlo dejado escapar a Furno y sus historias disparatadas

lunes, 14 de octubre de 2013

Gallito Ciego Novela. Trigésimo Novena Entrada



La realidad es dura. Continuación

Asi continúa la historia...espero que los entretenga un poco.


-¿Te gusta jugar al detective?-me dijo en tono suave. Y nuevamente sentí el arma en mi sien. Me oriné. –Borrate hijo de mil putas-continuó como en un susurro.-La próxima vez sos boleta-hizo una pausa-¿entendiste?-me dijo tan cerca mío que pude percibir su aliento en mi oreja. El arma presionó mi piel a través de la bolsa. Luego sentí un gran golpe en los tobillos y caí con el rostro sobre el pasto. Me patearon varias veces mientras reían. Luego no recuerdo más. Desperté no se cuando y las luces me cegaron. Traté de ubicarme y de recordar como había llegado a ése lugar. Volví a cerrar los ojos. Sentía mi cuerpo dolorido desde la cabeza hasta la punta de los pies. No se cuanto tiempo permanecí en ese sopor. Esporádicamente algunas personas venían y me manipulaban. Me eran casi indiferentes. Me perdía en ensoñaciones. Sentía las voces  lejanas. Como amortiguadas por barreras de algodón.  Poco a poco comencé a distinguir algunos rostros deformes, ondulantes que se me acercaban. Rostros que parecían vistos a través de una lente o de una pecera.  Un sujeto se me acercó y me preguntó sobre mi nombre, domicilio, sobre que era lo que me había ocurrido. No se si le contesté. Luego otro de vestimenta oscura, me volvió a repetir las preguntas. Pero no podía encontrar las palabras. Nuevamente las ensoñaciones. Selene esperándome en su casa. ¿Esperándome? ¿Cuándo? Bombos y encapuchados con pancartas detrás de su diván. ¿Cómo es su nombre? ¿Qué le ocurrió? Nuevamente las voces se alejan y Selene desdeñosa, encendiendo su cigarrillo y mirando su reloj.  Encerrado en un ascensor con Videla que pasea un pequinés que me gruñe.  Que salta de sus brazos y me muerde la nariz. Selene y Videla se ríen y entran en la cerrajería de calle Venezuela. Nuevamente manos que me manipulan que se posan sobre mis hombros. Y me hundo, me hundo en una inconsciencia blanda. Como una arena movediza que me cubre. A eso debe parecerse la nada. Tres días estuve en el Hospital Fiorito. Cuando salí a la calle acompañado de Riedel Liand el sol me molestó en los ojos y tuve que entrecerrarlos. La cabeza me dolía horrores y el yeso de mi antebrazo derecho me pesaba, como si fuese de hormigón.  El chofer detuvo el coche frente a mi edificio. El abogado me despidió con palabras de compromiso. Recordándome que tenía que concurrir a la ART. Lo miré sin decir palabra mientras extraía un parisienes del bolsillo de su saco y lo encendía en silencio. Caminé hacia la puerta del edificio. El portero me miró sorprendido y continuó lavando la vereda.

jueves, 10 de octubre de 2013

Gallito Ciego. Novela. Trigésimo Octava Entrada

Continuación de "La realidad es dura" así sigue esta historia.

Sentí las patadas en mis costillas en las piernas y los brazos. Estrujaron todos mis bolsillos. Por último uno de ellos me escupió el rostro antes de salir corriendo. Me quedé en el suelo atontado. La gente pasaba a mi lado indiferente. Un grupo de policías cruzados de brazos me miraba indiferente también. Poco a poco me puse de pie ante los empellones de la gente. Estaba mareado. Mi ropa sucia y desgarrada en dos o tres lados. Comencé a abrirme paso con dificultad. Cuando por fin llegué a la esquina un puñado de manifestantes increpaba a la policía que ahora se ocultaba tras sus escudos transparentes. Corrí a través del tránsito  detenido de avenida Belgrano. Los bocinazos resonaban en mi cabeza con el poder de bombas de estruendo. Caí al chocar contra un Peugeot 206 azul ,  mi hombro se golpeó contra el cordón frente a la Fundación Favaloro. Alcancé a ver otro grupo que marchaba por Entre Ríos volví a la esquina de Solís y corrí como un enajenado hacia Venezuela. Cuando llegué a la esquina crucé la calle y me senté bajo las rejas de un estacionamiento descubierto. Los automovilistas hacían un batifondo similar al de los piqueteros. Algunos intentaban volver marcha atrás otros en cambio resignados se habían bajado de sus vehículos y  apoyados sobre la capota insultaban en voz baja. Noté que tenía sangre en mi mano derecha. Todo el dorso de la misma era una gran excoriación , me dolía al respirar. Quizás tuviera una costilla quebrada. Empezaba a oscurecer cuando todo empezó a normalizarse con esfuerzo me puse de pie. Ahora maldije con toda mi alma mi condición de peatón. Caminé hasta la esquina lentamente. No tenía dinero para una taxi, no tenía celular . No tenía nada.  Hasta mi amuleto había desaparecido. Evidentemente no eran ladrones profesionales, de lo contrario allí mismo me hubieran matado, confundiéndome con algún policía o agente encubierto. Pensé en algún lugar donde me permitieran realizar un llamado telefónico. De un pequeño bar me sacaron a empellones. Seguí caminando no del todo conciente de lo que hacía hasta que me encontré enfrente a la cerrajería. Las luces estaban encendidas y dos o tres personas que no alcanzaba a distinguir conversaban animadamente. Me decidí a cruzar en mitad de cuadra por lo que traté de concentrarme en el tránsito. La frenada me sobresaltó. El coche casi me arrolla.  Coloqué mi antebrazo derecho a modo de visera para ver sobre los faros encendidos y la mano izquierda la apoyé sobre el capot caliente. No lo reconocí enseguida. El de la campera gris me tomó de un brazo. Su mano parecía una garra. Me condujo hasta la portezuela trasera del Siena que se abrió bruscamente. Traté de resistirme pero un golpe en la cabeza me hizo perder el sentido. Cuando me desperté, no sé cuanto tiempo después mis manos estaban atadas a mi espalda con un precinto plástico. La bolsa en mi cabeza apenas me permitía respirar, la condensación de mi respiración me empapaba el rostro. El auto parecía desplazarse a gran velocidad. De pronto se detuvo . Alguien que estaba a mi lado me tomó de la ropa para que me sentara. Sentí el cañón del arma en mi cabeza. Temí lo peor. Luego la puerta se abrió y otro seguramente el de la campera gris me tironeó hacia fuera. 

martes, 8 de octubre de 2013

Gallito Ciego. Novela. Trigésimo Séptima Entrada

Continúo  con Gallito Ciego.  Empieza un nuevo capítulo de la hsitoria.



                 IX  La realidad es dura.

Descendí en la esquina de Venezuela y San José. Miré el frente de la parrilla Diablada  que se levantaba cruzando la bocacalle, en ocasiones había comido en ése lugar. Me agradaba. Quizás  viniera con Selene. Crucé San José hacia la esquina donde se encuentra la tratoria Campo di Fiore, que siempre me recuerda El Cofre de Constantinopla o Constantina un libro que leí en mi adolescencia. Caminé  hacia Av. Entre Ríos a paso lento a media cuadra de Virrey Cevallos me detuve frente a un local  de unos  5 metros de frente. Con un cartel a manera de dintel  adosado a la pared que anunciaba el nombre de la cerrajería con el mismo tipo de letra que la tarjeta. Evidentemente lo habían realizado en serie. Dentro, tras un largo escritorio celeste no se observaba a nadie. Detrás de esto varias máquinas descansaban quietas. Sobre la pared posterior un enorme tablero con miles de llaves colocadas ordenadamente.
Tomé el picaporte pero la puerta estaba cerrada. Maldije dentro mío. Un pedacito de papel minúsculo adherido al vidrio con cinta adhesiva transparente decía “vuelvo en 20 minutos”. Pensé que hacer. Me  decidí a emprender una pequeña caminata por el barrio. Luego del episodio de las ancianas hacía un esfuerzo por dominar mi paranoia. Como me decía el profesor Angelino no es posible descartar que yo  sea un delirante.
Me estaba adentrando en ese submundo absurdo de las personas que ven cadáveres caminando, que ven resurrectos concurrir a templos. Gente que como pequeña diversión tiene la costumbre de comunicarnos que nos arrancarán las vísceras.
Pensé en Serra aquel falangista ambivalente. Rememoré  el protocolo de su necropsia, las palabras de Dr. Schumacher. Aquella ficha técnica que me dio Ortega antes de desaparecer, como tragado por una ciénaga. Por un rato y sumergido en mis pensamiento vagué  por  Av. Entre Ríos hasta el  edificio del Congreso de la Nación, miré distraído aquello que representaba la más pura expresión de la democracia, y de las coimas, el negociado, la corrupción. De él salían inútiles asesores como lo hacen las hormigas cuando con un palito rompemos  su hormiguero en una plaza o parque. Algunos debidamente estimulados, pueden transformarse luego en arrepentidos que confiesan sus pecados a los gritos en cuanto medio de comunicación existe. Un verdadero filón. Para un periodista encontrar dispuesto alguno de éstos personajes por el motivo que sea. Resentimiento personal, subsidio de algún grupo político o maniobra de organismo de inteligencia. Es como para el minero encontrar un filón de oro, luego de muchos años.  Una fuente interminable de artículos, investigaciones y descubrimientos sorprendentes. En todo eso pensaba cuando casi automáticamente comencé a caminar por Solís hacia avenida Belgrano. Por la esquina veo avanzar un grupo de gente con pancartas rojas y amarillas con distintas iniciales que los identifican. Indeciso entre regresar sobre mis pasos o continuar por la vereda tratando de sortear el grupo que avanzaba ocupando toda la calzada, me detengo un momento. Ya habían transcurrido largamente los minutos del improvisado letrero de la puerta de la cerrajería. Un largo rodeo me retrasaría probablemente más de lo deseado por lo que decidí continuar mi camino. Las primeras avanzadas del piquete pasaron a mi izquierda golpeando diversos instrumentos de percusión. Me acerqué a la pared lo más que me fue posible para evitar que la marea humana me arrastrara en sentido contrario. Sonaban las bocinas de los automovilistas en la esquina en lo que parecía un concierto de vientos desafinados. Y malhumorados seguramente. Agradecí mi condición de peatón. Continué con dificultad abriéndome paso entre los grupos cada vez más densos que avanzaban  ocupando casi toda la vereda. Gritaban consignas anunciando el triunfo del pueblo, que al parecer ellos conformaban con exclusividad. Me acomodé en el umbral de un comercio que había cerrado sus puertas a causa de la movilización. Me quedé lo más quieto posible. Observando. La gente pasó por un lapso de 20 minutos avanzando y deteniéndose  en forma espasmódica. Traté de no inquietarme.  Tres muchachos con gorra con visera y pañuelos estampados cubriéndole casi todo el rostro me miraban a pocos metros del cordón de la vereda. No me asusté era una práctica habitual en éste tipo de manifestaciones populares. Miré hacia Belgrano para calcular cuanto tiempo tardaría en terminar todo esto seguramente se dirigían al Congreso. Cuando me di cuenta los tenía encima , uno de ellos me golpeó violentamente en el abdomen el otro me tomó detrás de cuello y me empujó al piso

viernes, 4 de octubre de 2013

Gallito Ciego Novela. Trigésima Sexta Entrada.

Ahí, va  la última parte de este capítulo .


El río y la sedienta (I) Finalización.

     

 –Después hablamos de eso- le dije temiendo que comenzara con la historia del pobre viejito, solo y pobre. Ya dije que no me gusta ser paño de lágrimas de nadie. Esa era entonces la cara de preocupación que tenía cuando llegué. Me apuro a terminar mi café mientras le hago comentarios ligeros y con doble sentido.  Él  parece que se olvidó de la historia del abuelito desvalido. Meno mal. Yo tengo en mente otras historias.  Me inclino para decirle al oído lo mucho que me gustaría estar a solas con él en un lugar tranquilo . Fijo mi mirada en las arrugas de sus ojos y de su frente. En  ese cabello corto entrecano tan  varonil. Siento otra oleada de deseo. Como una ráfaga de viento que reaviva la brasa de un incendio.  Él paró un taxi en la esquina y por avenida Santa Fe nos alejamos hasta su pequeño departamento de calle Esmeralda.  Me acerco , coloco mi cabeza en su hombro. Con mi mano jugando sobre su pecho. Toco la musculatura tensa bajo su camisa.  Lentamente mi mano desciende hasta percibir su erección bajo el pantalón.  Él ahora está  tocando la piel de mi brazo derecho. Y sus dedos se deslizan hacia mi axila y por debajo del corpiño. Siento nuevamente la urgencia. Me aferro casi con furia a aquel cilindro cálido y lo miro. Él me sonríe y no dice nada , continúa con sus caricias. Me siento con el rostro caliente. Gracias a Dios en el taxi no hay casi luz. Siento húmedas las palmas y mi vagina. Llegamos Enrique… ¡otra vez! Alfredo paga al muchacho que conducía escuchando su reproductor de MP3 y masticando chicle. En el ascensor me apreto a él .  No obstante se retira unos centímetros y con un dedo sobre sus labios me indica silencio.  Caminamos unos escasos metros por el pasillo iluminado por una luz tenue, noto que mis pasos casi no suenan por la alfombra mullida. Su mano  izquierda en mi brazo derecho, casi me empuja. Padre-amante-dueño. Hace girar la llave en la cerradura y cuando la puerta se abre  me arroja dentro. El deseo se transforma, es como un temblor en mi interior. Lo miro yo ahora estoy parada en el centro de la habitación. Él se está dejando caer sobre un sillón de dos cuerpos. Extrae una caja de Parliament del bolsillo de su camisa. Lo enciende. La luz del encendedor ilumina el rostro de Enrique y me dice. Seco. Lacónico. Imperativo. -¡Desnúdate despacio mientras fumo! Te quiero ver. Y yo obedezco ¿Cómo no obedecer?  ¿Cómo resistirse a ése hombre que me mira? ¿Cómo resistirse a quien nos dará lo que tanto esperamos? Me imagino gata. Mi temblor interior es como un ronroneo.  Y me parece que Alfredo lo escucha por su gesto. Por su mirada. Una mirada que me parece una caricia. Que me parece una lengua húmeda y tibia.  Él me lame con sus ojos y yo comienzo a desnudarme despacio. Despacio. Él quiere verme y yo quiero que vea.  



miércoles, 2 de octubre de 2013

Gallito Ciego. Novela. Trigésima Quinta Entrada

Vuelvo a publicar mi novela Gallito Ciego (2009 Reloj de Arena) luego de un año. Una novela ambientada en el siglo XXI pero influida por el pasado. Espero les guste. 


El río y la sedienta (continuación)


 Me gusta besar en la mejilla. No es cuestión de andar dando espectáculo. Para otro tipo de besos siempre hay tiempo.                                                                                             

 –Hola Magui-me dijo, siempre me llama así, no sé si le parecerá muy largo mi nombre o no le gusta. Mi madre me llamaba Marga y mi hermano también. Enrique me decía  caramelo. Otra vez esa maldita puerta que se me abre, sin que yo quiera.                         –Hola como estás lindo-le contesté casi automáticamente. Alfredo tiene unos ojos como tristes, opacos, recién lo noto. Me siento frente a él.                                                             
-¿Qué vas a tomar? –me preguntó suavemente.-¿un café irlandés?-su rostro sonríe. Pero sus ojos están como desfasados. No acompañan su picardía. Recién me doy cuenta. O será la primera vez que tiene esta expresión. Quizás está con algún problema personal. Mejor no pregunto. No me gusta ser paño de lágrimas de nadie.  Menos aún de un  hombre.  Ya tengo 35 años, en todo caso necesito yo alguien que me consuele.                     –Me parece bien-contesto-vos me querés emborrachar. Un poquito de alegría no viene mal-agrego  y le sonrío. Él me retribuye con su sonrisa de dientes blancos. Las arrugas que se le forman en el ángulo externo de los párpados cuando ríe y ésas canas que brillan entre su pelo oscuro, me atraen. Sonrío con más ganas, estiro mi mano y le acaricio el dorso de la suya. Mi palma está transpirando. Bruscamente comienzo a sentir un deseo intenso. ¿Qué me pasa? Tantos meses ¿o más de  un año? Sin nada, y ahora me voy a descontrolar. Como me descontrolaba con Enrique. Que su sola presencia me excitaba. Con solo escuchar sus pasos sentía la humedad tibia de mis glándulas mojándome. Me quedaba paralizada. Temerosa de desagradarle. Deseosa de que me arranque la ropa, me acaricie, me bese. Me someta. Me obligue con el arma de su pene duro y rosado a rendirme a sus deseos.                                                               
  -¿O querés otra cosa?-me pregunta Alfredo-¿Te tildaste?                                                    -No está bien, un café irlandés-digo y siento nuevamente el rubor en mi cara ¿Por qué? –Sabes Magui quiero pedirte algo-me dice como distraído. Sonríe. –Pero no es este momento para decírtelo, mi chiquita-agrega.                                                                     
-¡Chiquita!  Que lindo suena – le digo. Imagino a Alfredo como a un padre protector y dominante. Chiquita  que linda sonoridad tiene ésa palabra.!Y que connotaciones! Percibo la mirada de Alfredo padre-amante-dueño que mira mi cuerpo mientras me desnudo. El pide que me desnude mientras fuma. Sentado, recostado contra el espaldar del sillón.-¿ Qué me querés pedir?- le digo tratando de apartar las imágenes sensuales de mi mente, temiendo que nuevamente mi rostro se transforme como cuando bajé del colectivo, en un enorme tomate. Que perciba mi ansiedad. Mi urgencia. Enrique no debe notarlo. Oh!  Otra vez.-¿Qué  me querés pedir?-le dije con una sonrisa sugerente.  –No sé si éste es el momento para pedírtelo, Magui. No quisiera arruinar algo especial como esto. Es solo un tipo que le debe dinero a mi abuelo, por la compra de una  quinta en  Zárate y le dio un domicilio falso . Y trabaja en la misma empresa que vos. O por lo menos ahí lo ví una de las primeras veces que fui a esperarte.- dicho esto bajó la cabeza como avergonzado, con su dedo índice dibujaba invisibles figuras sobre el mantel. Luego levantó la cabeza y me mostró nuevamente su sonrisa blanca-¡Olvidate! Es como si nunca te hubiera dicho nada.  Lo que pasa es que mientras te esperaba me quedé pensando en ése tránsfuga. En una de ésas ni siquiera es el mismo. Yo lo ví dos  o tres veces, cuando hizo el negocio. Luego se perdió, como te dije le dio al pobre viejo un domicilio falso. Se que la propiedad a su vez la vendió.  Cuando lo ví tuve el impulso de correrlo, pero claro, tenía muchas ganas de verte a vos.-nuevamente su sonrisa apareció en su rostro. Probé mi café irlandés. Le volví a tocar la mano.