viernes, 8 de junio de 2012

Gallito Ciego. Novela. Vigésima Sexta Entrada


-Le puedo asegurar que lo intentan. Y existe gente que da testimonio de que probablemente lo han logrado.-Bebí un sorbo de coñac que me quemó la garganta y pensé en aquella idea que con ribetes de obsesión  me rondaba la mente. Pensé en aquello de trocar el tiempo sucesivo en tiempos paralelos, como vías de tren de juguete.
-Probablemente existan explicaciones para esos ritos en las culturas subsaharianas, que han sido importadas por los negros y se han arraigado en muchos de nuestros países latinoamericanos-habló como para sí interrumpiendo mis pensamientos.-en esos sistemas mágico religiosos existen algunos conceptos como:
-La creencia en la sobrevivencia real de los antepasados.
-La cosificación de los poderes sobrenaturales a través de fetiches.
-La posibilidad de que ciertas acciones o palabras puedan producir efectos determinados sin que medien relaciones causales objetivamente necesarias o reales (magia).Dentro de esta magia se descubren dos principios o leyes fundamentales: Lo semejante produce lo semejante, o que los efectos semejan a sus causas (Ley de Semejanza) y las cosas que una vez estuvieron en contacto interactúan recíprocamente a distancia aún, después de haber sido cortado todo contacto físico (Ley de Contagio). Este probablemente sea  un mejor camino para interpretar lo que usted plantea. No las culturas orientales. Y no deje de tener en  cuenta el propio concepto cristiano de la resurrección. Muy nuestro, amigo Miralles. Muy nuestro. No obstante lo que usted refiere es más relacionado con la brujería palera , la conocida regla conga o palo monte. Que creen que se puede descender al mundo de los muertos y viceversa a través de ritos que son secretos. Yo no soy un especialista en la materia pero creo que por ése lado se debería investigar. En ésos círculos amigo probablemente encuentre alguna respuesta.                 
-¿Usted se refiere al vudú, a ése tipo de ritos?
-Parecidos. De origen africano. Aunque hoy por hoy ésos grupos no siempre tienen una cualidad de pureza. En oportunidades mezclan este tipo de  creencias a las que me refiero con otras. Muchos mezclan esto con la mitología egipcia. El libro de los muertos y todo ésa tradición. Sin tener en cuenta los  charlatanes.                                  
Me quedé un momento en silencio pensando lo que el profesor Angelino me estaba diciendo. Pensé en Videla caído en la vereda, en su sangre ensuciando mis manos. Cambié de tema recordando algunos amigos en común y luego me despedí del viejo con un fuerte apretón de manos. Esta vez sus ojos de color amarillento indefinido me miraron de una forma que me pareció divertida. O quizás burlona. Mientras caminaba por la vereda me llevé instintivamente la mano al bulto que llevaba bajo el pulóver. Era una compañía inanimada. Un fetiche que me daba seguridad. Un talismán. Me dirigí al estacionamiento, faltaban pocos minutos para las once de la noche. Instintivamente miré hacia todos lados, como si entre la muchedumbre que se movía por ésas veredas céntricas yo fuera capaz de distinguir a un  enemigo. Convencido de la inutilidad de mi precaución, volví a realizar el mismo escrutinio nuevamente. Luego entré por el amplio ingreso del estacionamiento. Una rubia evidentemente artificial, escuchaba su reproductor de MP 3 en la pecera de la administración, golpee el vidrio pero no dio señales de haberme advertido, por lo que tuve que moverme como un monigote con los brazos abiertos, con lo que logré llamar su atención. Masticando chicle me sonrió.  Se retiró uno de los pequeños auriculares y me preguntó el número de patente. Manipuló el ordenador  y me alcanzó el ticket a la vez que  realizaba un gesto con su mano a otro muchacho, que yo a pesar de mi paranoia no había advertido. Este se encontraba sentado en un banco  de madera y hierro, como los  que se encuentran en las plazas. Tenía un pequeño monitor a su izquierda sostenido por una ménsula empotrada en la pared. Miró el mismo en forma automática, luego me miró a mí con ojos inexpresivos  perdiéndose rampa arriba.  La muchacha nuevamente se encontraba sumergida en su mundo privado, olvidándose aparentemente de mi presencia.  Me alejé unos metros del recinto vidriado, coloqué mi espalda contra una ancha columna de hormigón de sección rectangular ejercitando mi calidad de escrutador, alternativamente observaba la calle, las rampas y a la muchacha que movía su cabeza en forma rítmica. Era por lo menos improbable que alguien me atacara desde el interior de la columna. Me percaté que lo que sentía tenía un nombre especifico : miedo.  El ruido del auto al frenar a mi derecha me sobresaltó, di un brinco y me llevé la mano  a la cacha de la pistola. El muchacho vestido con un vaquero y una remera blanca percudida estirada me miró esta vez con cierta sorpresa en sus ojos. Me dirigí al coche tratando de recomponer mi aplomo. Salí lentamente y me incorporé al tránsito.                                                           

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