-Le puedo asegurar que lo
intentan. Y existe gente que da testimonio de que probablemente lo han
logrado.-Bebí un sorbo de coñac que me quemó la garganta y pensé en aquella
idea que con ribetes de obsesión me
rondaba la mente. Pensé en aquello de trocar el tiempo sucesivo en tiempos
paralelos, como vías de tren de juguete.
-Probablemente existan
explicaciones para esos ritos en las culturas subsaharianas, que han sido
importadas por los negros y se han arraigado en muchos de nuestros países
latinoamericanos-habló como para sí interrumpiendo mis pensamientos.-en esos
sistemas mágico religiosos existen algunos conceptos como:
-La
creencia en la sobrevivencia real de los antepasados.
-La
cosificación de los poderes sobrenaturales a través de fetiches.
-La
posibilidad de que ciertas acciones o palabras puedan producir efectos
determinados sin que medien relaciones causales objetivamente necesarias o
reales (magia).Dentro de esta magia se descubren dos principios o leyes
fundamentales: Lo semejante produce lo semejante, o que los efectos semejan a
sus causas (Ley de Semejanza) y las cosas que una vez estuvieron en contacto
interactúan recíprocamente a distancia aún, después de haber sido cortado todo
contacto físico (Ley de Contagio). Este probablemente sea un mejor camino para interpretar lo que usted
plantea. No las culturas orientales. Y no deje de tener en cuenta el propio concepto cristiano de la
resurrección. Muy nuestro, amigo Miralles. Muy nuestro. No obstante lo que
usted refiere es más relacionado con la brujería palera , la conocida regla
conga o palo monte. Que creen que se puede descender al mundo de los muertos y
viceversa a través de ritos que son secretos. Yo no soy un especialista en la
materia pero creo que por ése lado se debería investigar. En ésos círculos
amigo probablemente encuentre alguna respuesta.
-¿Usted
se refiere al vudú, a ése tipo de ritos?
-Parecidos.
De origen africano. Aunque hoy por hoy ésos grupos no siempre tienen una
cualidad de pureza. En oportunidades mezclan este tipo de creencias a las que me refiero con otras.
Muchos mezclan esto con la mitología egipcia. El libro de los muertos y todo
ésa tradición. Sin tener en cuenta los
charlatanes.
Me
quedé un momento en silencio pensando lo que el profesor Angelino me estaba
diciendo. Pensé en Videla caído en la vereda, en su sangre ensuciando mis
manos. Cambié de tema recordando algunos amigos en común y luego me despedí del
viejo con un fuerte apretón de manos. Esta vez sus ojos de color amarillento
indefinido me miraron de una forma que me pareció divertida. O quizás burlona.
Mientras caminaba por la vereda me llevé instintivamente la mano al bulto que
llevaba bajo el pulóver. Era una compañía inanimada. Un fetiche que me daba
seguridad. Un talismán. Me dirigí al estacionamiento, faltaban pocos minutos
para las once de la noche. Instintivamente miré hacia todos lados, como si
entre la muchedumbre que se movía por ésas veredas céntricas yo fuera capaz de
distinguir a un enemigo. Convencido de
la inutilidad de mi precaución, volví a realizar el mismo escrutinio
nuevamente. Luego entré por el amplio ingreso del estacionamiento. Una rubia evidentemente
artificial, escuchaba su reproductor de MP 3 en la pecera de la administración,
golpee el vidrio pero no dio señales de haberme advertido, por lo que tuve que
moverme como un monigote con los brazos abiertos, con lo que logré llamar su
atención. Masticando chicle me sonrió.
Se retiró uno de los pequeños auriculares y me preguntó el número de
patente. Manipuló el ordenador y me
alcanzó el ticket a la vez que realizaba
un gesto con su mano a otro muchacho, que yo a pesar de mi paranoia no había
advertido. Este se encontraba sentado en un banco de madera y hierro, como los que se encuentran en las plazas. Tenía un
pequeño monitor a su izquierda sostenido por una ménsula empotrada en la pared.
Miró el mismo en forma automática, luego me miró a mí con ojos
inexpresivos perdiéndose rampa
arriba. La muchacha nuevamente se
encontraba sumergida en su mundo privado, olvidándose aparentemente de mi
presencia. Me alejé unos metros del
recinto vidriado, coloqué mi espalda contra una ancha columna de hormigón de
sección rectangular ejercitando mi calidad de escrutador, alternativamente
observaba la calle, las rampas y a la muchacha que movía su cabeza en forma
rítmica. Era por lo menos improbable que alguien me atacara desde el interior
de la columna. Me percaté que lo que sentía tenía un nombre especifico :
miedo. El ruido del auto al frenar a mi
derecha me sobresaltó, di un brinco y me llevé la mano a la cacha de la pistola. El muchacho vestido
con un vaquero y una remera blanca percudida estirada me miró esta vez con
cierta sorpresa en sus ojos. Me dirigí al coche tratando de recomponer mi
aplomo. Salí lentamente y me incorporé al tránsito.
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