miércoles, 18 de abril de 2018

Gallito Ciego Novela Quincuagésima Séptima Entrada


XIV  El Mago y el cerrajero segunda parte.
Los tambores se acercan. Como en Pinar del Río.  Los tambores se acercan y se mezclan con el murmullo del agua.  Tambores marcados por las mismas cruces que marcan los cuerpos. Vibra en el aire su batir. Huele a sudor de manos  que golpean y de cuerpos que danzan. Olor animal. Olor que se confunde con el sonido de los insectos en la noche. Se unen. Olor y sonido. Noche y tambores. Me siento cercado. Las llamas de las teas sacrifícales se mueven en la espesura. Y rayos amarillentos atraviesan el aire formando geodas de luz tapizadas de noche. El palomonte  es un rito secreto.  El Maestro Negro se deja presentir más que ver.      Él puede adoptar muchas apariencias. Humanas, animales, vegetales. El Maestro es un enemigo poderoso.  Tiene la llave del inframundo. De los antepasados. De los orishas. Él puede atomizarse en el aire. Convertirse en viento o en bruma. En fuego o en agua.  Yo ahora lo presiento. Mientras se acercan los tambores y las teas apuñalan la noche. Me concentro para localizarlo. Me esfuerzo. Mis músculos se ponen en tensión. Inútiles ante su poder. Y el joven de mi espejo  que camina solitario por el sendero, con el instrumento que le di, en su bolsillo. Desciende una escalera, peldaño a peldaño. Su espíritu turbado. Por otras tormentas. Ignorante del cataclismo que se cierne. Me concentro con todas las fuerzas de mi espíritu.  Los tambores continúan. Y veo un rectángulo de luz  que casi me ciega.  Creo caerme. Caerme en un abismo interminable. Azotado por un viento cósmico, por una tormenta solar. Y en ese vacío abro mis ojos y miro la luz. Y recortada su figura oscura . Parado frente a mí. Lejano. Inaccesible. Me observa. Como quien observa la cucaracha que se apronta a pisar. Y pienso en el muchacho y en su historia. Su historia que solo era  un vislumbre de la verdad. De esa horrible verdad que yo conozco. De la que había huido y que ahora necesito enfrentar. Que nuevamente después de tantos años regresa. Me alcanza en el fin de mi peregrinar. ¿O quizás yo la alcanzaba? Los tambores en mi mente sonaban como en Pinar del Río. Como los soñé  en  México, donde conocí a Horacio. Como los soñé en Río de Janeiro. Cómo hace unos días los sueño en Buenos Aires. Después de haber visto a aquel muchacho, el que busca respuestas.  Ese mismo que hoy a la mañana me ha visitado. Por el que tengo que enfrentarme al Maestro Negro.  Ahora sé que está cerca . Se que está al Sur. Debo volver a concentrarme. Debo mirarlo en su ventana. Por más que él  me descubra. Debo verlo primero. Quizás así tenga una oportunidad de vencerlo. Ahora que se que está ocupado en su máxima tarea. Me elevo del abismo. Me alejo sobre techos. Desdoblado. Veo una casa de ladrillos rojos. Una vieja fábrica. Y parado ahí lo reconozco.  Observa a un hombre que se marcha en un auto estacionado junto al cordón.  Y eleva sus ojos hacia mi. Y sonríe. Grito. Grito con la angustia y el horror que surgen de mi alma. Los tambores se acercan. Y las teas.  Y grito más fuerte. Donde nadie puede oírme. Junto a ése río que corre. O junto a éste río quieto. Ya no se donde grito . Pero lo hago. Desgarrado. Me ha descubierto nuevamente.  Y sonríe.  Y unas garras me toman de los hombros y me sacuden. El olor a sudor de manos que baten, de cuerpos que danzan. El olor quizás de mi propio sudor. El olor del miedo. Y mi cuerpo es sacudido. Ya no puedo más. Las fuerzas me abandonan. Me abandono a mi destino. Y a través de los tambores y los insectos. A través del agua que corre.  Escucho la voz que me llama. Que me llama con el nombre genérico que para ésa voz me identifica. Y entre las sombras y las teas emerge su rostro. El rostro del que me llama. Del que me toma los hombros.
-Papá, papá . Por favor despierta-me dice Iñaki. Y siento la tibia humedad de sus lágrimas sobre mi rostro. Y le sonrío. Iñaki mi guardián, mi cancerbero, mi hijo.

martes, 17 de abril de 2018

Fragmento de Némesis, novela inédita de 2010

Por eso, a veces  le daba la razón a su amigo, en aquello que su refugio en el fondo del patio era un escape hacia la soledad. Una soledad necesaria, para preservar una interioridad propia e individual. Encontrar en ella aquellos retazos de libertad que le eran indispensables. Indispensables porque el hombre no puede vivir en un ambiente que lo mutila privándolo de la capacidad de elegir. En la alienación. En la pérdida de la identidad. Gastón, es cierto, en muchas ocasiones  pensaba que exageraba cuando llevaba su pensamiento hasta ese extremo. Esa sensación solo lo poseía por momentos, más o menos largos, más o menos frecuentes. Pero distaba de ser una sensación permanente. La mayor parte del tiempo se sentía a gusto en su casa con su esposa y sus hijos. Solo que deseaba quizás la mujer que imaginó antes de casarse, una mujer con sus propios medios de vida, independiente, que no tuviera tanto tiempo para ocuparse de sus problemas u ocupaciones, porque su pensamiento y su tiempo se los dedicara a las propias cuestiones. Pero no era así. Él pensaba que el tiempo ocioso en que ella discurría, potenciaban esa especie de vida parasitaria. Ese tratar de vivir las experiencias del otro a través de los relatos minuciosos, como si ella hubiera resignado la vivencia de su propia vida, para vivir la de él. Por eso luego de convencerse de la inutilidad de su insistencia para que retome su profesión, trató de incentivarla para que realice otras  actividades. Pues si bien, la idea de una mujer ama de casa, con las manos llenas de harina y el delantal puesto, a él le resultaba aborrecible, más aborrecible le resultaba la imagen de esta otra mujer desocupada, sin ninguna actividad ni siquiera las domésticas. Pero la idea de tener un hermoso jardín, pintar, bordar o coleccionar estampillas, por enumerar algunas, no eran del agrado de Muriel y las desechaba sin siquiera intentarlo. Al parecer su vida solo estaba dedicada a la espera. La espera de su llegada y sobre la mesa del té recién servido, se lanzaba sobre él como un hematófago, que en lugar de lanceta utiliza preguntas, para succionar el líquido vital. El lenguaje como elemento de absorber  la vida ajena. La higuera estaba desde antes y él también, pensaba Gastón, estaba desde antes. Él existía antes de conocerla y quería seguir existiendo.

domingo, 14 de enero de 2018

Selfies

"Ya no miramos directamente la realidad -escribió hace poco el célebre escritor español Arturo Pérez-Reverte-. Ni siquiera lo creemos necesario. Las imágenes, sean de horror o de felicidad, solo interesan para su posterior reproducción y difusión. Es nuestro minuto de gloria. Colgar fotos en Instagram y videos en YouTube se ha vuelto objetivo de nuestras vidas"