XX Librerías y restaurantes.
Tomé un ejemplar
de cuentos de Cortázar, lo hojee por el puro
placer de hacerlo. Creo haber leído todo o casi todo lo que él ha
escrito. Pero al hacerlo me parece que puedo de alguna forma palpar las
historias. Luego un poemario de Ernesto Cardenal, de alguna forma me transporta
a mi juventud. Adoro recorrer las mesas de las librerías. Es un momento en el
que me siento transportada a otros mundos. Mundos ocultos en el papel. Que se
abren en mis manos. Invitándome a entrar. Jessica a pocos metros hojeaba un
volumen . De algún filósofo seguramente. O algún sociólogo. Ella era amante de
los ensayos. Le habían extirpado la ficción. La fantasía. Era una escrutadora
de pensamientos, de explicaciones del mundo. Uno ya ha comprendido que el mundo
es incompresible. Por no decir absurdo. Que lo insólito y lo irracional aparece
a cada momento. Como una caja de sorpresas. Detrás de cada puerta que abrimos
puede aparecer el monstruo o el ángel. Hitler o Jesús. La charla con Schumacher me había dejado
turbada. Me enfrentaba con esas cosas insólitas e irracionales. Cuya existencia socavaban los cimientos del
pensamiento científico. Ese mismo que
encarnaba Schumacher. Para el cuál simplemente
existen los imposibles. Por lo que en realidad me encontraba enfrentada a mis
propios principios. Tenía que evaluar
seriamente la posibilidad de haberme equivocado. De no haber visto a Serra el día que creí
haberlo visto. Pero no podía engañarme a mi misma. Inventarme una realidad
elusiva. La única respuesta era que esa maldita Hermandad estaba activa. Que de
alguna forma había logrado volver a Serra a la vida. Me sentí desfallecer. El
solo hecho de considerar esa posibilidad me aterraba. ¿Qué más podrían hacer?
¿Hasta donde podrían extender el imperio de su maldad? Preguntas para las que
no tuve respuestas. Y me sentí prisionera de un desasosiego que nunca había
sentido antes. De un terror superior al que me había ocasionado la maquinaria
de exterminio del pasado. Autocontrol. Necesitaba autocontrol. Me dije que no
podía estar pensando de ésa forma. Como ésos espíritus religiosos de los que
siempre me había burlado. No, yo no era
así. La maquinaria del mal siempre tuvo operadores humanos. Debía hacer una retrospección . Remontarme a
mi primer encuentro con Furno. Cuando hace unos momentos le hablaba de él a
Jessica, volví a sentir la repugnancia por ése ser abyecto. Era la
quintaesencia de la corrupción. Un hombre sin principio alguno. Apegado solo a
su propia conveniencia. A su ganancia personal. Furno. Era muy difícil
encontrarlo si es que todavía vive. Y
una vez encontrado . ¿Qué cosa podría ser creíble de su boca? Hoy todo ha
cambiado. Diez años atrás la mayoría de estos personajes gozaba de impunidad.
Hoy la cosa es distinta. Debo hacer un ejercicio de memoria. Para obtener
alguna información de lo que él me había dicho antes de la entrevista con
Horacio. Algo más concreto sobre las actividades del grupo. “La Hermandad del
Gallo Azul, así la llaman ellos, yo estuve en contacto con alguno de sus
integrantes” nos había dicho. Si eso ya lo sé. “Adoctrina gente. Gente que
usted conoce como el oso Videla o el profesor Serra y otros más que usted no
conoce” Ahí tenía el contacto del pasado con el presente. Pero ¿Qué me había
dicho antes? Cuando el pretendía entrevistarse con Horacio. Venderle la
información. ¿Me había dicho algo sobre Lanús? Si que él venía de Lanús o que
estaba viviendo ahí. No creo que me informara sobre su domicilio. No, Furno jamás
lo haría. ¡Pasaron tantos años! En contacto. ¿Qué específicamente era estar en
contacto? No era el tipo de personaje que integraría una agrupación de ésas
características. Furno era la antípoda de
un fanático. Lanús. ¿ Qué había dicho de Lanús? Maldije la fragilidad de
mi memoria. Me sorprendí con un ejemplar de “La ciudad y los Perros” que
inadvertidamente había tomado de la mesa de ofertas. Si por lo menos hubiera
tomado “La guerra del fin del mundo” que descansaba al lado. Quizás
inconscientemente me había atraído la tapa. Pasé las hojas de las que parecían
escaparse adolescentes de liceo. Vargas Llosa autobiográfico. Made in Lanús.
Eso me había dicho el hijo de puta. “Tengo algo Made in Lanús”. Jessica a mi
lado me miraba sorprendida. Dejé el libro.
La tomé del brazo y salimos del local. Ya en la vereda decidí que había que
seguir a Videla. Sobre todo cuando se dirigiera a Lanús. Autocontrol. Eso
necesitaba autocontrol. Invité a Jessica a cenar.
Yo tenía la
capacidad de leer las entrelineas de los discursos. Identificar la información que subyace. Pero
este ejercicio era muy dificultoso con
un lapso de tiempo tan grande entre discurso y análisis. Sin embargo lo había logrado.
Creo recordar hasta lo visual de aquel momento. Su aspecto al decírmelo. Su
gesto. Debo ser cuidadosa pues a veces creemos recordar cosas que nunca han
ocurrido. Volví a tratar de reconstruir aquel primer encuentro. Cuando él me
contactó. El rechazo inicial que sentí
por él. Y luego su insistencia. Si eso era lo que había dicho ahora no tenía
dudas. Luego todo se frustró y quizás se perdió la oportunidad de abortar al
monstruo antes que fuera peligroso. Como evidentemente ahora lo era. Jessica se
sentó en una de esas mesitas en el fondo del local. Como era su costumbre. El mozo nos trajo el pan y nos preguntó que
beberíamos. Ella pidió un gaseosa, yo un
agua mineral sin gas. Luego mirándome con un gesto pícaro me preguntó.
-¿Pensaste?
Cuando entrás a una librería y estás así como descerebrada mirando una y otra vez cosas que conocés de memoria,
es porque estás pensando. Yo te conozco.-Estiró su mano y tocó suavemente la
mía.
-Si pensé-le
contesté con un gesto amistoso- En realidad recordé. Es difícil recordar cosas
que están enterradas en la memoria. Cosas a las que uno no le ha dado valor. La
mayoría de las veces no se logra. Desaparecen simplemente. Para siempre.
-¿Y este es el
caso?-me indagó. Su gesto de picardía permanecía en su rostro y me pareció
encantador. O quizás para ser más exacta me enterneció. Ella había sido tan
castigada por la vida. Tantas cosas de su vida habían sido simplemente
anuladas. Tantas cosas habían desaparecido para siempre y no sería posible
recuperarlas por ningún ejercicio de memoria. Por metódica que sea. No se
encontrarían en ninguna entrelinea. Me sonreí. El mozo trajo la bebida y
ordenamos pastas.
-Parcialmente- le
dije con suavidad- Parcialmente. Recuerdas lo que te comenté de Furno.
-¡Sí!-me dijo con
una carcajada- ¡El que robó la manos de Perón para prenderle velas!-agregó con
una síntesis disparatada de mis dichos. Mientras se reía con ganas.
-Si el
mismo-contesté a mi vez contagiada de aquella risa juvenil. De aquella candidez que actuaba en mí como un
tratamiento paliativo de mis angustias de momentos antes. Dudé si seguir
hablando del tema o si lo más conveniente sería dejarla de lado. Apartarla de
todo aquello. Protegerla de la podredumbre del pasado que volvía. Como una
placa de gangrena en un miembro convaleciente.- Ese tipo me había dicho algo
que yo había olvidado. Y que ahora me parece importante. En realidad ahora
estoy en condiciones de asignarle la importancia que tiene. Ahora cuento con
información que en ese momento no tenía.
-Estás haciendo
inteligencia- me dijo antes de callarse por la llegada del mozo. Cuándo éste se
hubo retirado agregó-Estás como esos agentes secretos de las películas que deducen un código secreto de la anotación al
margen de un tipo en un libro de la escuela primaria.
-Algo
así-contesté recordando de pronto otra época en que realmente había realizado inteligencia
y contrainteligencia . Muchas vidas se habían salvado gracias al trabajo que
hacíamos. Si Jessica supiera que hace más de treinta años yo había descubierto
a Videla, Serra y otros informantes. Pero eso tenía decidido no hablarlo con
ella. Tampoco de cómo se taponaban los agujeros por los que se filtraba la
información.-Algo así. Pero es algo que realmente no tiene una gran magnitud.
Algo anecdótico- mentí- lo que pasa es que yo hago esos ejercicios de memoria y
me gusta tener éxito en su resolución. Me obsesiono.- continúe mintiendo.
Sonreí para tranquilizarla y en la
primer oportunidad que tuve cambié el curso de la conversación. Me resolví a
contactarme nuevamente con Horacio. Ahora con la información de Lanús. Él
decidiría como vigilar a Videla ahora que sabíamos su paradero, gracias al
gallito ciego. Gallito ciego que casi es puchero. Con esa información la
vigilancia podía ser mucho más acotada y menos costosa. También decidí ir a visitar al pendejo. Pero
para eso tendría que esperar que se reincorpore a la redacción. Oficialmente no
tengo forma de saber donde vive.