viernes, 27 de febrero de 2015

Gallito Ciego. Novela. Quincuagésima Segunda Entrada.

Les dejo otro capítulo.




                                      XX  Librerías y restaurantes.

Tomé un ejemplar de cuentos de Cortázar, lo hojee por el puro  placer de hacerlo. Creo haber leído todo o casi todo lo que él ha escrito. Pero al hacerlo me parece que puedo de alguna forma palpar las historias. Luego un poemario de Ernesto Cardenal, de alguna forma me transporta a mi juventud. Adoro recorrer las mesas de las librerías. Es un momento en el que me siento transportada a otros mundos. Mundos ocultos en el papel. Que se abren en mis manos. Invitándome a entrar. Jessica a pocos metros hojeaba un volumen . De algún filósofo seguramente. O algún sociólogo. Ella era amante de los ensayos. Le habían extirpado la ficción. La fantasía. Era una escrutadora de pensamientos, de explicaciones del mundo. Uno ya ha comprendido que el mundo es incompresible. Por no decir absurdo. Que lo insólito y lo irracional aparece a cada momento. Como una caja de sorpresas. Detrás de cada puerta que abrimos puede aparecer el monstruo o el ángel. Hitler o Jesús.  La charla con Schumacher me había dejado turbada. Me enfrentaba con esas cosas insólitas e irracionales.  Cuya existencia socavaban los cimientos del pensamiento científico.  Ese mismo que encarnaba Schumacher.  Para el cuál simplemente existen los imposibles. Por lo que en realidad me encontraba enfrentada a mis propios principios.  Tenía que evaluar seriamente la posibilidad de haberme equivocado.  De no haber visto a Serra el día que creí haberlo visto. Pero no podía engañarme a mi misma. Inventarme una realidad elusiva. La única respuesta era que esa maldita Hermandad estaba activa. Que de alguna forma había logrado volver a Serra a la vida. Me sentí desfallecer. El solo hecho de considerar esa posibilidad me aterraba. ¿Qué más podrían hacer? ¿Hasta donde podrían extender el imperio de su maldad? Preguntas para las que no tuve respuestas. Y me sentí prisionera de un desasosiego que nunca había sentido antes. De un terror superior al que me había ocasionado la maquinaria de exterminio del pasado. Autocontrol. Necesitaba autocontrol. Me dije que no podía estar pensando de ésa forma. Como ésos espíritus religiosos de los que siempre me había burlado.  No, yo no era así. La maquinaria del mal siempre tuvo operadores humanos.  Debía hacer una retrospección . Remontarme a mi primer encuentro con Furno. Cuando hace unos momentos le hablaba de él a Jessica, volví a sentir la repugnancia por ése ser abyecto. Era la quintaesencia de la corrupción. Un hombre sin principio alguno. Apegado solo a su propia conveniencia. A su ganancia personal. Furno. Era muy difícil encontrarlo si es que todavía vive.  Y una vez encontrado . ¿Qué cosa podría ser creíble de su boca? Hoy todo ha cambiado. Diez años atrás la mayoría de estos personajes gozaba de impunidad. Hoy la cosa es distinta. Debo hacer un ejercicio de memoria. Para obtener alguna información de lo que él me había dicho antes de la entrevista con Horacio. Algo más concreto sobre las actividades del grupo. “La Hermandad del Gallo Azul, así la llaman ellos, yo estuve en contacto con alguno de sus integrantes” nos había dicho. Si eso ya lo sé. “Adoctrina gente. Gente que usted conoce como el oso Videla o el profesor Serra y otros más que usted no conoce” Ahí tenía el contacto del pasado con el presente. Pero ¿Qué me había dicho antes? Cuando el pretendía entrevistarse con Horacio. Venderle la información. ¿Me había dicho algo sobre Lanús? Si que él venía de Lanús o que estaba viviendo ahí. No creo que me informara sobre su domicilio. No, Furno jamás lo haría. ¡Pasaron tantos años! En contacto. ¿Qué específicamente era estar en contacto? No era el tipo de personaje que integraría una agrupación de ésas características. Furno era la antípoda de  un fanático. Lanús. ¿ Qué había dicho de Lanús? Maldije la fragilidad de mi memoria. Me sorprendí con un ejemplar de “La ciudad y los Perros” que inadvertidamente había tomado de la mesa de ofertas. Si por lo menos hubiera tomado “La guerra del fin del mundo” que descansaba al lado. Quizás inconscientemente me había atraído la tapa. Pasé las hojas de las que parecían escaparse adolescentes de liceo. Vargas Llosa autobiográfico. Made in Lanús. Eso me había dicho el hijo de puta. “Tengo algo Made in Lanús”. Jessica a mi lado me miraba sorprendida.  Dejé el libro. La tomé del brazo y salimos del local. Ya en la vereda decidí que había que seguir a Videla. Sobre todo cuando se dirigiera a Lanús. Autocontrol. Eso necesitaba autocontrol. Invité a Jessica a cenar. 
Yo tenía la capacidad de leer las entrelineas de los discursos.  Identificar la información que subyace. Pero este ejercicio era muy dificultoso  con un lapso de tiempo tan grande entre discurso y análisis. Sin embargo lo había logrado. Creo recordar hasta lo visual de aquel momento. Su aspecto al decírmelo. Su gesto. Debo ser cuidadosa pues a veces creemos recordar cosas que nunca han ocurrido. Volví a tratar de reconstruir aquel primer encuentro. Cuando él me contactó. El  rechazo inicial que sentí por él. Y luego su insistencia. Si eso era lo que había dicho ahora no tenía dudas. Luego todo se frustró y quizás se perdió la oportunidad de abortar al monstruo antes que fuera peligroso. Como evidentemente ahora lo era. Jessica se sentó en una de esas mesitas en el fondo del local. Como era su costumbre.  El mozo nos trajo el pan y nos preguntó que beberíamos.  Ella pidió un gaseosa, yo un agua mineral sin gas. Luego mirándome con un gesto pícaro me preguntó.
-¿Pensaste? Cuando entrás a una librería y estás así como descerebrada mirando  una y otra vez cosas que conocés de memoria, es porque estás pensando. Yo te conozco.-Estiró su mano y tocó suavemente la mía.
-Si pensé-le contesté con un gesto amistoso- En realidad recordé. Es difícil recordar cosas que están enterradas en la memoria. Cosas a las que uno no le ha dado valor. La mayoría de las veces no se logra. Desaparecen simplemente. Para siempre.
-¿Y este es el caso?-me indagó. Su gesto de picardía permanecía en su rostro y me pareció encantador. O quizás para ser más exacta me enterneció. Ella había sido tan castigada por la vida. Tantas cosas de su vida habían sido simplemente anuladas. Tantas cosas habían desaparecido para siempre y no sería posible recuperarlas por ningún ejercicio de memoria. Por metódica que sea. No se encontrarían en ninguna entrelinea. Me sonreí. El mozo trajo la bebida y ordenamos pastas.
-Parcialmente- le dije con suavidad- Parcialmente. Recuerdas lo que te comenté de Furno.
-¡Sí!-me dijo con una carcajada- ¡El que robó la manos de Perón para prenderle velas!-agregó con una síntesis disparatada de mis dichos. Mientras se reía con ganas.
-Si el mismo-contesté a mi vez contagiada de aquella risa juvenil. De aquella  candidez que actuaba en mí como un tratamiento paliativo de mis angustias de momentos antes. Dudé si seguir hablando del tema o si lo más conveniente sería dejarla de lado. Apartarla de todo aquello. Protegerla de la podredumbre del pasado que volvía. Como una placa de gangrena en un miembro convaleciente.- Ese tipo me había dicho algo que yo había olvidado. Y que ahora me parece importante. En realidad ahora estoy en condiciones de asignarle la importancia que tiene. Ahora cuento con información que en ese momento no tenía.
-Estás haciendo inteligencia- me dijo antes de callarse por la llegada del mozo. Cuándo éste se hubo retirado agregó-Estás como esos agentes secretos de las películas que  deducen un código secreto de la anotación al margen de un tipo en un libro de la escuela primaria.
-Algo así-contesté recordando de pronto otra época en que realmente había realizado inteligencia y contrainteligencia . Muchas vidas se habían salvado gracias al trabajo que hacíamos. Si Jessica supiera que hace más de treinta años yo había descubierto a Videla, Serra y otros informantes. Pero eso tenía decidido no hablarlo con ella. Tampoco de cómo se taponaban los agujeros por los que se filtraba la información.-Algo así. Pero es algo que realmente no tiene una gran magnitud. Algo anecdótico- mentí- lo que pasa es que yo hago esos ejercicios de memoria y me gusta tener éxito en su resolución. Me obsesiono.- continúe mintiendo. Sonreí para tranquilizarla  y en la primer oportunidad que tuve cambié el curso de la conversación. Me resolví a contactarme nuevamente con Horacio. Ahora con la información de Lanús. Él decidiría como vigilar a Videla ahora que sabíamos su paradero, gracias al gallito ciego. Gallito ciego que casi es puchero. Con esa información la vigilancia podía ser mucho más acotada y menos costosa.  También decidí ir a visitar al pendejo. Pero para eso tendría que esperar que se reincorpore a la redacción. Oficialmente no tengo forma de saber donde vive.