miércoles, 14 de septiembre de 2011

Gallito Ciego Segunda Entrada

Gallito Ciego Segunda Entrada


Golpee la puerta blanca con la mano, casi inmediatamente me abrió ella en persona. Parecía más joven que lo que yo había imaginado. Con un gesto de su mano me indicó que tomara asiento  alrededor de la mesa. Esta estaba adornada por un caminito tejido de trama gruesa,  con motivos propios de las culturas andinas, parecidos a los que había visto en Tiahuanaco. Un cacharro de color arena se encontraba como único objeto ornamental en el medio del mismo.
Mi anfitriona tomo asiento en la cabecera más lejana a donde yo me había sentado como queriendo guardar distancia de mí. Le sonreí abrí mi carpeta con cuidado sobre la mesa, ante su atenta mirada y le pregunté si estaba dispuesta a comenzar. La mujer me miró seria por un  momento antes de hablar. Todavía no conocía su voz.
-                     ¿Hace mucho que es periodista?- me preguntó
-                     Quince años -contesté- he trabajado en varios medios. Desde hace cuatro trabajo en la revista.-Pensé que en realidad podría haberle contestado cualquier cosa. Le contesté la verdad. Pero la mujer, creía yo, no tenía forma de saberlo.
-                     Se debe a los prejuicios-dijo como para sí. Volvió a mirarme pero esta vez como divertida. Yo no comprendía la causa. Pero ésa es la impresión que me ocasionó
-                     ¿Qué cosa?-respondí, distraído en leer mis anotaciones. Pensando en como comenzar aquella entrevista tan particular.
-                     La imagen que yo me había formado de usted, no es acorde con la suya real. Y eso se debe a los prejuicios, a lo que uno imagina sin constatación. Lo que uno piensa de lo que desconoce y se convence de que se ajusta a la realidad.
-                     Bien -atiné a contestar un poco desconcertado. Mirándola con asombro. No me esperaba un giro tal en el dialogo. Que por cierto era casi un monólogo.
-                     Así son muchas cosas, más de las que usted piensa –agregó- muchas tan cotidianas que no nos ponemos a analizarlas. La religiosidad sin ir más lejos que es el convencimiento de la existencia de un ser trascendente, que crea en los creyentes la necesidad de tratar de comunicarse con él y hasta un deseo de sometimiento. De transformarse en alguien agradable a ése ser superior, de cumplir con una voluntad que desconocemos, que no solo nos es ajena a nosotros como individuos, sino que es una voluntad ajena al género humano.
-                     Seguramente – casi susurré volviendo a sentir la sensación de fastidio que me embargó más temprano. Comencé a ser presa de la desesperación.
-                     Sí, no lo dude.  Una voluntad ajena al género humano. ¿Y quienes nos comunican la voluntad de ése ser supremo?
-                     No sé –contesté mientras una oleada de calor me invadía el rostro.
-                     ¿No sabe? Usted que es un periodista de quince años de experiencia no sabe. ¿Qué podemos esperar entonces de la gente común? Usted que vive rodeado de la información, que de alguna manera es un privilegiado, no sabe.- me miró y esbozó una sonrisa sarcástica brevemente, para luego  retornar a su seriedad anterior.-Piense caramba-agregó divertida mirándome .
-                     Los sacerdotes, supongo –dije ya francamente fastidioso. Sin interés alguno en continuar con aquel intercambio de opiniones inútiles.
-                     Crear y creer, son dos palabras de fonética muy similar. Existen muchos creadores y muchos creyentes. Los creadores, a través de su imaginación exaltada. No solo los sacerdotes, o por lo menos no solo los sacerdotes o los pastores cristianos. Fíjese, la palabra pastores nos remite a un rebaño, a un conjunto de animales que deben ser cuidados, manejados, a los que no se les puede dejar librados a su propia voluntad. Pero además de éstos existen los predicadores de otros credos. Innumerables credos. No solo monoteístas, sino también panteístas, animistas etc. Todos crean una mitología. Alrededor de ésa mitología crean rituales, conductas repetitivas y ceremoniales, que deben servir de instrumentos convencionales para comunicarse con el ser trascendental y someterse a su voluntad. –se detuvo pensativa. Esta mujer parecía gozar  con su perorata y con mi incomodidad.  Decidí cambiar de estrategia. Además demostraba una capacidad aparentemente inagotable para continuar alargando aquello. Parecía imposible que la sola palabra “prejuicio” hubiera desatado esa catarata de palabras.

1 comentario:

  1. El prejuicio y una catarata de palabras de una mujer que incomoda al periodista, se está poniendo muy buena. Espero la continuación con curiosidad. Un abrazo

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