lunes, 24 de octubre de 2011

Octava Entrada de Gallito Ciego.

Octava Entrada de Gallito Ciego.


Transcurrieron un par de días, ya casi al asunto lo había olvidado, cuando García me realizó el comentario. No supe si seguir mi primer impulso, de molestia por su intromisión en un trabajo mío o hacer caso a la curiosidad. García acostumbrado a trajinar las comisarías, tenía muchos conocidos. A través de ellos y por intermedio seguramente de una interminable cadena de violaciones de jurisdicciones había logrado acceder a la declaración de los muchachos aquellos de las cervezas a los que se refería Videla.  Me  lo  comentó mientras comíamos unas hamburguesas en el barcito de avenida Acoyte.  Cuando comenzó a contarme, lo miré con indignación. Luego en la medida que continúo su relato sin  acusar recibo de mi gesto inicial, comencé a interesarme. Las averiguaciones de  García sumadas a la información que me había dado Ortega sobre la falta de antecedentes de ningún tipo de los involucrados, salvo Videla que no era al parecer trigo limpio, comenzaban a formar un cuadro inesperado.
Existían dos posibilidades, una que Videla efectivamente mintiera, con respecto a las circunstancias que rodearon el hallazgo o a sus propias actividades ésa noche. Él afirmaba encontrarse solo con su ayudante. Lo que contradecía las afirmaciones de García.  O de lo contrario por alguna razón los muchachos mentían. Estos últimos por algún motivo que  no se me ocurría adivinar.  García extrajo del bolsillo interior de su permanente saco gris unos papeles prolijamente doblados y me pidió que los leyera. Así lo hice. Eran las fotocopias de las declaraciones  de los chicos en una ignota comisaría del conurbano, por su aspecto, fotocopias de un fax.  No pude reprimir mi sonrisa ante los precarios pero efectivos recursos de mi colega.
Los escritos no revelaban material muy interesante, solo descripciones de los mismos hechos con distintos matices.  Pero si todos declaraban que dos hombres habían salido del cementerio y caminado hacia ellos y creían haber visto un tercero en la puerta de la administración. Uno de ellos evidentemente el ayudante de Videla fue quien los invitó a retirarse y el otro permaneció callado unos paso atrás de éste , siguiéndolo luego hasta  las rejas del portón, poco más habían visto porque se retiraron, temerosos que viniera la policía. Uno de ellos incluso afirmó que seguramente el que permaneció callado era el superior de los otros dos, por la forma de vestir y por la edad.
Releí un par de veces las fotocopias de García, le pedí un minuto, me paré me dirigí al quiosco que estaba a mitad de cuadra y los fotocopié a mi  vez. La verdad que las copias no eran de muy buena calidad pero servían a mis fines.  Regresé se las devolví, sin hacer ningún otro comentario.  Contesté solo con evasivas a las conjeturas de mi colega sobre la responsabilidad de los funcionarios del cementerio o a la complicidad de ellos con el grupo de jóvenes. Tomé un café y me fui.

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