martes, 13 de diciembre de 2011

Gallito Ciego. Décimo Tercera Entrada.

Gallito Ciego.  Décimo Tercera Entrada



-¿Rara? Podría ser un poco más específica.- le pregunté casi hablándole en su oído. Por lo que su perfume era muy evidente para mí.
- Rara, no se que otra palabra emplear, yo no los conocí íntimamente. Pero como toda secta o como quiera usted denominarla, son sectores oscuros de eso que yo denomino como religiosidad. Buscan caminos alternativos, a los de la mayoría de la gente. Serra se mezcló con ellos, es todo lo que sé. Sus ritos son secretos, yo no los conozco, se que sintetizan creencias cristianas y africanas. Creen posibles la reencarnación, el regreso de la muerte y todas esas patrañas.
-¿Patrañas? Y usted afirma  haberlo visto caminando 3 días después de muerto.-dije deseando desencadenar otro aluvión oral como el de días atrás. Pero no ocurrió al contrario.
- Si lo ví, no se si después  de muerto, pero yo lo ví. Usted créalo o no.-el auto se detuvo en la esquina del Hospital, la secretaria abrió la puerta, tomé a la mujer del brazo y le pregunté, conciente que de lo contrario nunca lo podría hacer. O por lo menos no en ésta oportunidad. Y quien sabe si tendría otra. Evidentemente entre los dos había cada vez menos simpatía o menos “química” como se dice vulgarmente.
-Usted conoció algún individuo Videla, que se relacionara con  ésa gente
-Videla ¿Cómo el genocida?- dijo soltándose de mi mano y descendiendo, cerró  la puerta detrás de sí.
Noté la mirada del taxista que me observaba serio, evidentemente no le interesaba casualmente nuestra discusión, sino algo mucho más cotidiano  e intrascendente estaba  esperando cobrar. Le indiqué que me llevara de nuevo  a  Tucumán y Uruguay. Me recosté contra el respaldo del asiento trasero y permanecí quieto y callado todo el trayecto.  Maldije en silencio cuando tuve que pagar el viaje y me dirigí a recoger mi auto.
Al llegar a mi departamento llamé por teléfono a Ortega pero éste estaría ausente un par de semanas según me informó la voz de la que me imaginé una rubia, delgada, pisando los treinta como le gustaban a él. Estuve tentado de ofrecerme a mitigar su soledad, pero conociendo a mi amigo, desistí.  Tendría que arreglármelas sin su ayuda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario