viernes, 2 de diciembre de 2011

Gallito Ciego. Décimo Segunda Entrada.


Gallito Ciego. Décimo segunda entrada,  reencuentro   

Decidí volver a ver a la mujer aquella de calle Tucumán, la que se había cruzado con el tipo (a ésta altura lo daba como una realidad) estacioné mi auto en el mismo garaje y me dirigí al viejo edificio de madera y bronces descuidados.
Estaría a unos veinte metros cuando la ví salir acompañada de su secretaria (debía ser su secretaria, se me ocurrió) Corrí para impedir que subiera al taxi que la esperaba junto al cordón  de la vereda. La llamé con la respiración entrecortada por el esfuerzo, me hace falta practicar más deporte,  me miró inquisitiva primero y divertida después.
-¡Pero qué sorpresa! Mi amigo el periodista, que todo lo sabe-me dijo con cierto sarcasmo.
-Si,  soy yo, disculpe que la moleste pero quisiera hacerle unas preguntas. Por favor, si es posible.
-Ya casi no lo esperaba, pensé que no volvería, ahora tengo que ir a realizar una diligencia al Hospital Durand, si quiere conversamos en el viaje, de lo contrario tendrá que volver otro día.-la miré un poco sorprendido, me di cuenta de su decisión cuando su “secretaria” abrió la puerta del coche haciendo caso omiso a  mi presencia, las dos ingresaron y tuve que correr para abrir la puerta del lado de la calle, la mujer me miró y se sonrió apretada contra mi hombro.
-Usted dirá no hay mucho tráfico, no creo que tengamos mucho tiempo.-me dijo entre enigmática y  divertida.
-Usted me dijo que conoció a Serra en Lomas de Zamora ¿no es así?
-Eso le dije, pero usted ignoró ese dato.
-Además de cómo docente de sus hijos lo conoció en alguna otra actividad-le pregunté. La mujer se puso rígida lo noté por nuestro contacto corporal
-No le entiendo, ¿a qué actividades se refiere? Si usted se refiere a alguna relación personal, mi respuesta es no.
- Me refiero a si tenía alguna actividad social o política de la que usted pudiera tener conocimiento. En aquella época por supuesto.- pregunté, la mujer guardó silencio un instante, quizás una cuadra, su secretaria miraba por la ventanilla en una actitud aparentemente distante de nuestra conversación.
-Si, recuerdo que por algún tiempo trabajó en un salón parroquial, o un comedor infantil, no recuerdo bien o ambas cosas. Yo colaboré mucho tiempo con la obra del padre Eleazar Hernández en ésa época, un gran tipo, y Serra también. No se que tipo de actividades desarrollaba. La verdad, luego desapareció. Aquellos no eran años buenos, eran años oscuros. – dijo como para sí.
-¿No supo usted nada sobre una Hermandad del Gallo Azul?- pregunté. La mujer me miró, nuevamente tensa. Y luego esbozó una sonrisa, pero casi penosa
-Veo que a usted, le gusta revolver el estiércol- me dijo y agregó- yo le hablé de la religiosidad y de la ritualidad, pero usted tampoco le dio importancia a mis palabras-el coche dejaba avenida Córdoba y tomaba Estado de Israel hacia el Parque Centenario- Se hablaba mucho de ésa gente, en aquella época, ¡gente rara!

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