jueves, 31 de octubre de 2013

Gallito Ciego Novela. Cuadragésimo Segunda Entrada

Continuamos con esta historia, que permanentemente cambia de escenarios,.. pero se va adentrando en el argumento. En busca de un final o varios.  Pero falta todavía. Espero  los entretenga.


XII  El chango.


Doblé por la ruta 51 hacia Arrecifes. Sentía placer al manejar mi Rovers. Cuando crucé el angosto puente de cemento con sus arcos de mampostería, miré la corriente del río correr mansa y a la vez turbulenta. Esa imagen me rondo la mente por varios minutos mientras transitaba entre las arboledas. Cuando llegué a la avenida me detuve en el 2º semáforo y doblé a la izquierda. En el escaso tránsito pueblerino no me sería difícil encontrar la casa de Fernando. De lo contrario preguntaría. Todos debían conocer a Fernando. Él era uno de esos tipos sociables, que hace amigos por todos lados. Hasta creo que fue concejal  hasta no hace mucho.  Me detuve junto al cordón de la vereda y extraje mi celular donde tenia agendada su dirección, también tenía su teléfono pero no deseaba molestarlo. Hasta deseaba de alguna forma llegar por sorpresa . Si bien él sabía de mi llegada, no sabía con ciencia cierta ni el día ni la hora. Solo sabía que en esa semana pasaría por su casa. Pasaría . Eso le había dicho. Como quien hace un alto en su camino, para saludar un viejo amigo. En realidad mi viaje era específicamente para verlo pero no deseaba dejar traslucir mi verdadera intención. Primero debería hacer un estudio del terreno. Las personas cambian con los años y eso es algo a tener en cuenta siempre. Él muchas veces había renegado de nuestro pasado. No en forma violenta ni desdeñosa. Sino como el adolescente reniega del pantalón corto de su infancia. Consideraba todo aquello una época superada. Deseaba sí como todos nosotros el accionar de la justicia y de alguna u otra forma había colaborado con los organismos. Yo la última vez que estuve con él fue a principios de los noventa, vivía en Lujan por aquella época. Se había divorciado recientemente y estaba preparando su viaje a Arrecifes. Arreglando los asuntos laborales, más que nada.  Fernando como casi todos nosotros tenía algo de gitano. En  esa oportunidad me manifestó su posición con respecto a todo aquello. Pero mucho agua había corrido bajo el puente. Mansas y turbulentas. Sonreí. Ahora lo necesitaba para que me acompañe en éste último asunto. Asunto, que para ambos era personal. No podía pensar que Fernando no tuviera la misma sensación que yo con respecto a esto en particular. Sabía o presentía que no era así. Que él a pesar de todo, tendría la misma llama ardiendo en algún lugar de su memoria. Esperando el viento que la convierta en incendio. En lengua flamígera que lamiera  hasta los huesos a esos cerdos. Fue tan casual encontrarlos. No los podíamos dejar escapar. Serra de alguna forma se nos había evadido hacia la muerte. Impenitente. Estaba muerto, corrompido, eviscerado. Privado para siempre de su capacidad de hacer daño. Pero los otros estaban ahí , viviendo sus vidas normales. Normales a su manera. Inmunda manera de ver el mundo. Podridos también. Pero viviendo.  Doblé la esquina  lentamente. Un grupo de chicos en cuatriciclos conversaban animadamente a un costado.  A los 20 metros sobre la vereda izquierda vi la verja pintada de verde  que él me había descripto. Estacioné con cuidado, prestando atención al estruendo que producían el grupo de muchachos.  Bajé, crucé la calle  y pulsé el portero eléctrico. Una voz enmascarada por la estática me contestó. Cuando escuché el sonido del cierre eléctrico empujé la puerta de hierro forjado y avancé por un estrecho caminito de lajas de pocos metros de extensión, me detuve bajo el pequeño alero de tejas que precedía a la puerta principal. Esperé. Una mujer delgada, enjuta, de tez morena me abrió la puerta y sonriendo me extendió la mano. Me informó que Fernando todavía no venía del Hospital. Que  tendría que esperarlo un par de horas , si deseaba verlo  o de lo contrario si yo deseaba realizar otras actividades volver más tarde. Vacilé. Decidí buscar algún bar o estación de servicio donde  tomar un café y comer algo, a ésa hora de la tarde tenía hambre.  Volví hasta la avenida y divisé una YPF. Estacioné en la misma y entre en el área de servicios.  Solicité un café mediano con medias lunas dulces que  extraje de un exhibidor. Una vez que la muchacha me lo cobró me senté en un mesa mirando hacia la ruta. Tomé un Clarín que descansaba sobre la mesa de al lado. Me dispuse a leerlo.

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