Continuación
Un recuadro a la derecha
comentaba la condena a Etchecolaz. Me dio náuseas ver su foto. Otro recuadro
mostraba una foto de Irak, o de una
muestra de lo que queda de Irak luego de la “liberación” norteamericana. Más
abajo un comentario sobre la crisis energética.
Doblé nuevamente el diario y lo dejé donde lo había encontrado. Estaba
hastiado. Permanecí un rato más en silencio y luego me fui a recorrer un poco
el pequeño pueblo. Me gustan los pequeños pueblos del interior. En oportunidades creo que son como más puros.
Que todo es más puro. Otras veces no pienso lo mismo. Cuando afloran las
mezquindades. Las pequeñas envidias de aldea. Las traiciones. El tiempo pasó
rápido. Cuando volví a mirar mi reloj me sorprendí. Habían pasado dos horas y
media. Tardé en volver a encontrar la casa de Fernando. Estaba extraviado. Me
reí de mi mismo. Por fin estacioné en frente a la verja verde. La misma voz, la
misma mujer. En ésta oportunidad
invitándome a entrar. Me acompañó
hasta una pequeña habitación que a juzgar por los estantes repletos de libros y
el escritorio era una especie de biblioteca. Me senté en un sillón de cuerina
que pareció tragarme con una blandura de aire. Cuando la mujer me dejó sólo
miré el lugar. Los detalles. Me gusta mirar los detalles. De alguna forma nos
ayudan a entender a sus dueños. El hombre deja su impronta en los ambientes, a
través de los ornamentos, de los muebles. De los cuadros pensé y fijé la mirada
en una foto que colgaba entre dos cuerpos de biblioteca. Me puse de pie y me
acerqué si éramos los tres . Aquella
foto obtenida en el Zócalo de México en aquellos años de extrañamiento. Un
sabor agridulce. La estación del metro detrás es como una recordatorio de
nuestra transitoriedad en aquél lugar amigable y hosco. Dulce y amargo. Como
todo exilio. El lugar que nos abrió las puertas, pero que fue recipiente de
nuestra nostalgia. A la vez ésa foto me indicaba otra cosa. Una especie de luz
de esperanza. De augurio favorable. Un hombre que mantenía aquella foto en un
lugar tan privado. No era posible que se hubiera olvidado. Que fuera un ausente
emotivo.
-Hola Fernando-le dije
poniéndome de pie y acercándome para abrazarlo.
-Horacio, querido, tanto tiempo
sin verte. Sentate, por favor, sentate.- me dijo sonriente. Parecía realmente
feliz de verme. Yo también lo estaba. Independientemente de cual fuera el
resultado de mi visita. - ¿Qué te trae por aquí?
-Quería verte-dije mientras me
volvía a sentar-En realidad deseo hablar algo con vos. Algo relacionado con
aquello que no unió en nuestra juventud-agregué
-Bueno soy todo oídos-me
contestó cambiando su semblante, que ahora estaba súbitamente serio.-Sabes que
mi vida transcurre aquí, con mi nueva familia. Ya conociste a Clarita, mi
mujer.- quedó callado mirándome y yo por esos pensamientos tontos que se me
ocurren siempre pensé que el nombre no era el más adecuado para semejante
morocha.
-Ya lo sé y me alegro que las
cosas anden bien para vos.-le dije sonriente, forzadamente sonriente.- a mí
también las cosas me van bien. Las ventas van en crecimiento y la reactivación
del país nos ha venido como anillo al dedo.
-¿Y entonces para que mirar
tanto para atrás? Existe gente que se está ocupando de todo eso. Gente formada
y capacitada. Los organismos están trabajando mucho y bien. Existen proyectos
de ley para agilizar los juicios. Yo en ese aspecto estoy tranquilo. Además
creo que ahora existe la voluntad política y la fortaleza política como para
poner un punto final a todo eso. Para por fin después de 30 años hacer
justicia.
-Si, Fernando, yo tengo la
misma visión que vos. Pero sabés que no todos van ha ser llevados a los
tribunales. Algunos, se escaparán. Algunos que nos hicieron mucho daño y que
creo que tienen toda la intención de seguir haciéndoselo a otros.-me detuve
pues mis palabras habían salido de mi boca como una catarata precipitada. Como
un torrente de ansiedad. Creo que él
tuvo la misma sensación porque inclinándose hacia delante me dio un pequeño
golpecito en la rodilla.
-¿Querés tomar un café?-me
preguntó. Le contesté con un movimiento afirmativo de mi cabeza. Se retiró unos
momentos y al regresar lo hizo con una bandeja con dos pocillos. Tomé uno de
ellos. Sorbí el contenido en silencio. Luego de ése intervalo en que los dos
nos acomodamos a la situación le dije:
-En realidad tengo que contarte una historia. Luego te diré lo que
pretendo de vos. O en realidad no lo que pretendo. Sino lo que quiero pedirte.
La ayuda que quiero pedirte chango.-hacía décadas que no lo llamaba por ése
apodo de juventud. El me miró sonriente y se echó hacia atrás. Entonces comencé mi historia
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