martes, 5 de noviembre de 2013

Gallito Ciego Novela.Cuadragésimo Tercera Entrada

Continúa la  historia ... este reencuentro entre viejos camaradas

Continuación

Un recuadro a la derecha comentaba la condena a Etchecolaz. Me dio náuseas ver su foto. Otro recuadro mostraba una foto de Irak, o de  una muestra de lo que queda de Irak luego de la “liberación” norteamericana. Más abajo un comentario sobre la crisis energética.  Doblé nuevamente el diario y lo dejé donde lo había encontrado. Estaba hastiado. Permanecí un rato más en silencio y luego me fui a recorrer un poco el pequeño pueblo. Me gustan los pequeños pueblos del interior. En  oportunidades creo que son como más puros. Que todo es más puro. Otras veces no pienso lo mismo. Cuando afloran las mezquindades. Las pequeñas envidias de aldea. Las traiciones. El tiempo pasó rápido. Cuando volví a mirar mi reloj me sorprendí. Habían pasado dos horas y media. Tardé en volver a encontrar la casa de Fernando. Estaba extraviado. Me reí de mi mismo. Por fin estacioné en frente a la verja verde. La misma voz, la misma mujer. En ésta oportunidad  invitándome a entrar. Me  acompañó hasta una pequeña habitación que a juzgar por los estantes repletos de libros y el escritorio era una especie de biblioteca. Me senté en un sillón de cuerina que pareció tragarme con una blandura de aire. Cuando la mujer me dejó sólo miré el lugar. Los detalles. Me gusta mirar los detalles. De alguna forma nos ayudan a entender a sus dueños. El hombre deja su impronta en los ambientes, a través de los ornamentos, de los muebles. De los cuadros pensé y fijé la mirada en una foto que colgaba entre dos cuerpos de biblioteca. Me puse de pie y me acerqué si éramos los tres .  Aquella foto obtenida en el Zócalo de México en aquellos años de extrañamiento. Un sabor agridulce. La estación del metro detrás es como una recordatorio de nuestra transitoriedad en aquél lugar amigable y hosco. Dulce y amargo. Como todo exilio. El lugar que nos abrió las puertas, pero que fue recipiente de nuestra nostalgia. A la vez ésa foto me indicaba otra cosa. Una especie de luz de esperanza. De augurio favorable. Un hombre que mantenía aquella foto en un lugar tan privado. No era posible que se hubiera olvidado. Que fuera un ausente emotivo.
-Hola Fernando-le dije poniéndome de pie y acercándome para abrazarlo.
-Horacio, querido, tanto tiempo sin verte. Sentate, por favor, sentate.- me dijo sonriente. Parecía realmente feliz de verme. Yo también lo estaba. Independientemente de cual fuera el resultado de mi visita. - ¿Qué te trae por aquí?
-Quería verte-dije mientras me volvía a sentar-En realidad deseo hablar algo con vos. Algo relacionado con aquello que no unió en nuestra juventud-agregué
-Bueno soy todo oídos-me contestó cambiando su semblante, que ahora estaba súbitamente serio.-Sabes que mi vida transcurre aquí, con mi nueva familia. Ya conociste a Clarita, mi mujer.- quedó callado mirándome y yo por esos pensamientos tontos que se me ocurren siempre pensé que el nombre no era el más adecuado para semejante morocha.
-Ya lo sé y me alegro que las cosas anden bien para vos.-le dije sonriente, forzadamente sonriente.- a mí también las cosas me van bien. Las ventas van en crecimiento y la reactivación del país nos ha venido como anillo al dedo.
-¿Y entonces para que mirar tanto para atrás? Existe gente que se está ocupando de todo eso. Gente formada y capacitada. Los organismos están trabajando mucho y bien. Existen proyectos de ley para agilizar los juicios. Yo en ese aspecto estoy tranquilo. Además creo que ahora existe la voluntad política y la fortaleza política como para poner un punto final a todo eso. Para por fin después de 30 años hacer justicia.
-Si, Fernando, yo tengo la misma visión que vos. Pero sabés que no todos van ha ser llevados a los tribunales. Algunos, se escaparán. Algunos que nos hicieron mucho daño y que creo que tienen toda la intención de seguir haciéndoselo a otros.-me detuve pues mis palabras habían salido de mi boca como una catarata precipitada. Como un torrente de ansiedad. Creo que  él tuvo la misma sensación porque inclinándose hacia delante me dio un pequeño golpecito en la rodilla.
-¿Querés tomar un café?-me preguntó. Le contesté con un movimiento afirmativo de mi cabeza. Se retiró unos momentos y al regresar lo hizo con una bandeja con dos pocillos. Tomé uno de ellos. Sorbí el contenido en silencio. Luego de ése intervalo en que los dos nos acomodamos a la situación le dije:
-En realidad tengo que contarte una historia. Luego te diré lo que pretendo de vos. O en realidad no lo que pretendo. Sino lo que quiero pedirte. La ayuda que quiero pedirte chango.-hacía décadas que no lo llamaba por ése apodo de juventud. El me miró sonriente y se echó hacia atrás.  Entonces comencé mi historia

No hay comentarios:

Publicar un comentario