El río y la sedienta (I) Finalización.
–Después hablamos de eso- le dije temiendo que
comenzara con la historia del pobre viejito, solo y pobre. Ya dije que no me
gusta ser paño de lágrimas de nadie. Esa era entonces la cara de preocupación
que tenía cuando llegué. Me apuro a terminar mi café mientras le hago
comentarios ligeros y con doble sentido.
Él parece que se olvidó de la
historia del abuelito desvalido. Meno mal. Yo tengo en mente otras historias. Me inclino para decirle al oído lo mucho que
me gustaría estar a solas con él en un lugar tranquilo . Fijo mi mirada en las
arrugas de sus ojos y de su frente. En
ese cabello corto entrecano tan
varonil. Siento otra oleada de deseo. Como una ráfaga de viento que
reaviva la brasa de un incendio. Él paró
un taxi en la esquina y por avenida Santa Fe nos alejamos hasta su pequeño
departamento de calle Esmeralda. Me
acerco , coloco mi cabeza en su hombro. Con mi mano jugando sobre su pecho.
Toco la musculatura tensa bajo su camisa.
Lentamente mi mano desciende hasta percibir su erección bajo el
pantalón. Él ahora está tocando la piel de mi brazo derecho. Y sus
dedos se deslizan hacia mi axila y por debajo del corpiño. Siento nuevamente la
urgencia. Me aferro casi con furia a aquel cilindro cálido y lo miro. Él me
sonríe y no dice nada , continúa con sus caricias. Me siento con el rostro
caliente. Gracias a Dios en el taxi no hay casi luz. Siento húmedas las palmas
y mi vagina. Llegamos Enrique… ¡otra vez! Alfredo paga al muchacho que conducía
escuchando su reproductor de MP3 y masticando chicle. En el ascensor me apreto
a él . No obstante se retira unos
centímetros y con un dedo sobre sus labios me indica silencio. Caminamos unos escasos metros por el pasillo
iluminado por una luz tenue, noto que mis pasos casi no suenan por la alfombra
mullida. Su mano izquierda en mi brazo
derecho, casi me empuja. Padre-amante-dueño. Hace girar la llave en la
cerradura y cuando la puerta se abre me
arroja dentro. El deseo se transforma, es como un temblor en mi interior. Lo
miro yo ahora estoy parada en el centro de la habitación. Él se está dejando
caer sobre un sillón de dos cuerpos. Extrae una caja de Parliament del bolsillo
de su camisa. Lo enciende. La luz del encendedor ilumina el rostro de Enrique y
me dice. Seco. Lacónico. Imperativo. -¡Desnúdate despacio mientras fumo! Te
quiero ver. Y yo obedezco ¿Cómo no obedecer? ¿Cómo resistirse a ése hombre que me mira?
¿Cómo resistirse a quien nos dará lo que tanto esperamos? Me imagino gata. Mi
temblor interior es como un ronroneo. Y
me parece que Alfredo lo escucha por su gesto. Por su mirada. Una mirada que me
parece una caricia. Que me parece una lengua húmeda y tibia. Él me lame con sus ojos y yo comienzo a
desnudarme despacio. Despacio. Él quiere verme y yo quiero que vea.
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