viernes, 4 de octubre de 2013

Gallito Ciego Novela. Trigésima Sexta Entrada.

Ahí, va  la última parte de este capítulo .


El río y la sedienta (I) Finalización.

     

 –Después hablamos de eso- le dije temiendo que comenzara con la historia del pobre viejito, solo y pobre. Ya dije que no me gusta ser paño de lágrimas de nadie. Esa era entonces la cara de preocupación que tenía cuando llegué. Me apuro a terminar mi café mientras le hago comentarios ligeros y con doble sentido.  Él  parece que se olvidó de la historia del abuelito desvalido. Meno mal. Yo tengo en mente otras historias.  Me inclino para decirle al oído lo mucho que me gustaría estar a solas con él en un lugar tranquilo . Fijo mi mirada en las arrugas de sus ojos y de su frente. En  ese cabello corto entrecano tan  varonil. Siento otra oleada de deseo. Como una ráfaga de viento que reaviva la brasa de un incendio.  Él paró un taxi en la esquina y por avenida Santa Fe nos alejamos hasta su pequeño departamento de calle Esmeralda.  Me acerco , coloco mi cabeza en su hombro. Con mi mano jugando sobre su pecho. Toco la musculatura tensa bajo su camisa.  Lentamente mi mano desciende hasta percibir su erección bajo el pantalón.  Él ahora está  tocando la piel de mi brazo derecho. Y sus dedos se deslizan hacia mi axila y por debajo del corpiño. Siento nuevamente la urgencia. Me aferro casi con furia a aquel cilindro cálido y lo miro. Él me sonríe y no dice nada , continúa con sus caricias. Me siento con el rostro caliente. Gracias a Dios en el taxi no hay casi luz. Siento húmedas las palmas y mi vagina. Llegamos Enrique… ¡otra vez! Alfredo paga al muchacho que conducía escuchando su reproductor de MP3 y masticando chicle. En el ascensor me apreto a él .  No obstante se retira unos centímetros y con un dedo sobre sus labios me indica silencio.  Caminamos unos escasos metros por el pasillo iluminado por una luz tenue, noto que mis pasos casi no suenan por la alfombra mullida. Su mano  izquierda en mi brazo derecho, casi me empuja. Padre-amante-dueño. Hace girar la llave en la cerradura y cuando la puerta se abre  me arroja dentro. El deseo se transforma, es como un temblor en mi interior. Lo miro yo ahora estoy parada en el centro de la habitación. Él se está dejando caer sobre un sillón de dos cuerpos. Extrae una caja de Parliament del bolsillo de su camisa. Lo enciende. La luz del encendedor ilumina el rostro de Enrique y me dice. Seco. Lacónico. Imperativo. -¡Desnúdate despacio mientras fumo! Te quiero ver. Y yo obedezco ¿Cómo no obedecer?  ¿Cómo resistirse a ése hombre que me mira? ¿Cómo resistirse a quien nos dará lo que tanto esperamos? Me imagino gata. Mi temblor interior es como un ronroneo.  Y me parece que Alfredo lo escucha por su gesto. Por su mirada. Una mirada que me parece una caricia. Que me parece una lengua húmeda y tibia.  Él me lame con sus ojos y yo comienzo a desnudarme despacio. Despacio. Él quiere verme y yo quiero que vea.  



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