lunes, 28 de octubre de 2013

Gallito Ciego. Novela. Cuadragésima Priemera Entrada

Continúamos con la historia.  Un párrafo que no se publicó  por  error de la  entrada anteriór,  y la ferretería, que no es  otra cosa que la  casa del  chancho Guzman... Que los entretenga.

Último párrafo excluido por error de la  entrada anterior


 Siempre se arrepiente de haberlo dejado escapar a Furno y sus historias disparatadas. En cualquier momento llegará Jessica quiero que me acompañe a hablar con Shumacher . A él lo conozco desde la época de la facultad. Somos bastante amigos. Si bien él es socialista y estaba con los reformistas.
-¿Estás lista?- me pregunta Jessica sorprendiéndome  con su llegada silenciosa. O quizás por mi ensimismamiento.
-Sí-contesté estoy lista.




XI  En la ferretería.

El chancho me escuchó callado. Su rostro no decía nada. Si le hubiera contado como estaba vestido el tipo del quiosco de enfrente tendría la misma cara. El  chancho siempre fue así, uno nunca podía saber cuando estaba enojado o cuando estaba de buen humor.  Ni siquiera que le  importaba realmente y que cosa le resbalaba. Al chancho parecía no importarle ya la política, como en aquella época. La buena época, cuando pusimos las cosas en su lugar. Pero el chancho tenía un espíritu de camaradería.  El siempre decía que todos éramos uno. Como ese cuento de los tres mosqueteros. Del cuento no me acuerdo, lo escribió algún franchute hijo de puta, yo prefería el Patoruzú. Yo siempre fui argentino. No me gustan esas cosas extranjerizantes. Pero al dicho lo conozco. No soy tan bruto. Pero no me gustan las cosas extranjerizantes. Después de todo cuando un tipo es medio puto ¿cómo le dicen? Afrancesado. Claro, porque en cambio los argentinos somos todos bien machos. Nunca haríamos una película de gauchos putos, como ésos yanquis que filmaron esa película de los vaqueros trolos.
Y es así, si esos yanquis son todos medios afeminados también. Como los zurditos. Todos medios maricas.  Y ahora después que el Turco sacó la colimba , peor. ¡En la colimba se hacían hombres carajo! No se que le pasó al Turco. A mi siempre me gustó el Turco el quiso pacificar el país, no como éstos hijos de puta de ahora. Pero con el asunto de la colimba la cagó. Después de todo ése negrito Carrasco. Una boludez.  Es como pensar que si hacés tronar algún punto en un bardo en la cancha tenés que cerrar el fútbol. Lo mismo. Ni más ni menos. En la colimba se hacían hombres. Que mierda. Si ahora ves los pendejos todos esos llenos de aritos con el pelo teñido. Unas muñequitas en pinta. Y claro ahí los zurdos hincan el diente y llevan el país para donde lo llevan. Faltan patriotas.
Pero volviendo al tema del chancho Guzmán. El comisario Guzmán. Él tiene ese espíritu de los mosqueteros. Por eso cuando terminé de contarle me miró en silencio. Uno nunca sabe lo que está pensando. Tomó  un cortapapeles de ésos que siempre hay en los escritorios y  lo movía entre sus dedos. Siempre hace eso el chancho. Es como si lo ayuda a pensar. O por lo menos yo creo eso. Si lo debe ayudar a pensar. Una birome un palito. Cualquier cosa. Cuando andábamos cazando, en cuclillas mientras esperaba la presa jugaba siempre con un palito entre los dedos. Es una costumbre que tiene.
-Mirá osito-me dijo-deja ese asunto en mis manos. No te metás en quilombo. Vos estás limpio. Seguí así.-me miró fijo y no me gustó. A mi no me gusta que me miren fijo.
-¿Por qué voy a dejar todo como está? En cuanto sepa quien es ese hijo de puta lo voy a reventar-le dije mirando mis rodillas.
-No osito-me dijo calmo-no osito vos no vas a hacer nada. Yo me voy a encargar del asunto. Vos te quedás piola, manso y no te metés en  líos. ¿Me entendés?- me volvió a clavar la mirada y fue como si me hirviera la sangre. Luego se puso de pie fue hacia una cafetera que tenía a su izquierda y sirvió dos vasos plásticos casi hasta el borde. Me alcanzó uno sin preguntarme si tenia ganas de tomar café y se sentó sobre  el escritorio dejando su pierna izquierda en el suelo y la otra colgando a noventa grados. Me palmeó el hombro luego de tomar un sorbo y dejar el vaso sobre el escritorio. Me empecé a tranquilizar.
-Osito ¡hijo de puta! –me dijo- que lindo el verte  ¡carajo!- me sonrió nos pusimos a charlar de los viejos tiempos. Anécdotas del tigre Cepeda y del pelado Grinóvero. Que par de tipazos. Patriotas. Y generosos. El tigre era generoso, hicimos una moneda en aquella época. La buena época. Lástima lo de los dos. El chancho pareció entristecerse al  recordar el final de ambos. Luego miró el reloj , se agarró la cabeza y me dijo:
-Como se pasa el tiempo hablando con los amigos. Me olvidé que tengo una reunión con el intendente.- me dijo- Aquí se hacen muchas obras, osito, y uno debe estar. Si no estás te las soplan. Es así. ¡Pero que gusto me dio verte!.- dicho esto se paró me dio la mano, me tomó de un brazo y me acompañó hasta la puerta- Y vos tranquilo osito- me dijo sonriente y señalándome el pecho con su índice. Yo bajé la cabeza y le devolví la sonrisa. El chancho en parte es como un padre. Al lado de mi auto estaba uno de los tipos que me habían sorprendido en la oficina. Cuando me acerque se corrió y se quedó apoyado sobre un camión. No me devolvió el saludo.  Se ve que no me conoce. Estaré un poco viejo pero me puedo cargar a varios como él si quisiera.  Retrocedí bruscamente con el megane y le frené a pocos centímetros.  Por el retrovisor pude verle la cara de susto. Me reí un largo rato mientras manejaba. El chancho puede decirme lo que quiera. Yo voy a averiguar por la mía. Y me la va a pagar ése guacho. No sabe con quien se metió. Cuando llegue a mi casa lo voy a llamar a Tarzán.  El flaco Otero siempre le pide cositas . El pibe es buen pibe. Con el iguana lo conocemos desde jovencito. Desde que el padre lo abandonó y la madre lo dejó en la casa de la abuela. La vieja vivía a la vuelta de la casa de Serra.  Por eso nos encariñamos con el pibe y lo  empezamos a llevar a la cancha.  Y de a poco nos empezó a dar satisfacciones. Bien macho era el pendejo. Bien macho. Era de los nuestros.  A  mí no me gustan los afeminados. Tarzán no es ningún afeminado. Por eso a pesar que ya llevo manejando un rato largo me sigo riendo. Pero ahora no del seguridad del chancho. Sino que me río acordándome de las anécdotas de  Tarzán en aquellos años. En la cancha, en la calle, en cualquier lugar lo hacíamos pelear con otros pibes para reírnos. ¡Qué lindo carajo!

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