lunes, 14 de octubre de 2013

Gallito Ciego Novela. Trigésimo Novena Entrada



La realidad es dura. Continuación

Asi continúa la historia...espero que los entretenga un poco.


-¿Te gusta jugar al detective?-me dijo en tono suave. Y nuevamente sentí el arma en mi sien. Me oriné. –Borrate hijo de mil putas-continuó como en un susurro.-La próxima vez sos boleta-hizo una pausa-¿entendiste?-me dijo tan cerca mío que pude percibir su aliento en mi oreja. El arma presionó mi piel a través de la bolsa. Luego sentí un gran golpe en los tobillos y caí con el rostro sobre el pasto. Me patearon varias veces mientras reían. Luego no recuerdo más. Desperté no se cuando y las luces me cegaron. Traté de ubicarme y de recordar como había llegado a ése lugar. Volví a cerrar los ojos. Sentía mi cuerpo dolorido desde la cabeza hasta la punta de los pies. No se cuanto tiempo permanecí en ese sopor. Esporádicamente algunas personas venían y me manipulaban. Me eran casi indiferentes. Me perdía en ensoñaciones. Sentía las voces  lejanas. Como amortiguadas por barreras de algodón.  Poco a poco comencé a distinguir algunos rostros deformes, ondulantes que se me acercaban. Rostros que parecían vistos a través de una lente o de una pecera.  Un sujeto se me acercó y me preguntó sobre mi nombre, domicilio, sobre que era lo que me había ocurrido. No se si le contesté. Luego otro de vestimenta oscura, me volvió a repetir las preguntas. Pero no podía encontrar las palabras. Nuevamente las ensoñaciones. Selene esperándome en su casa. ¿Esperándome? ¿Cuándo? Bombos y encapuchados con pancartas detrás de su diván. ¿Cómo es su nombre? ¿Qué le ocurrió? Nuevamente las voces se alejan y Selene desdeñosa, encendiendo su cigarrillo y mirando su reloj.  Encerrado en un ascensor con Videla que pasea un pequinés que me gruñe.  Que salta de sus brazos y me muerde la nariz. Selene y Videla se ríen y entran en la cerrajería de calle Venezuela. Nuevamente manos que me manipulan que se posan sobre mis hombros. Y me hundo, me hundo en una inconsciencia blanda. Como una arena movediza que me cubre. A eso debe parecerse la nada. Tres días estuve en el Hospital Fiorito. Cuando salí a la calle acompañado de Riedel Liand el sol me molestó en los ojos y tuve que entrecerrarlos. La cabeza me dolía horrores y el yeso de mi antebrazo derecho me pesaba, como si fuese de hormigón.  El chofer detuvo el coche frente a mi edificio. El abogado me despidió con palabras de compromiso. Recordándome que tenía que concurrir a la ART. Lo miré sin decir palabra mientras extraía un parisienes del bolsillo de su saco y lo encendía en silencio. Caminé hacia la puerta del edificio. El portero me miró sorprendido y continuó lavando la vereda.

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