La realidad es dura. Continuación
Asi continúa la historia...espero que los entretenga un poco.
-¿Te gusta jugar al
detective?-me dijo en tono suave. Y nuevamente sentí el arma en mi sien. Me
oriné. –Borrate hijo de mil putas-continuó como en un susurro.-La próxima vez
sos boleta-hizo una pausa-¿entendiste?-me dijo tan cerca mío que pude percibir
su aliento en mi oreja. El arma presionó mi piel a través de la bolsa. Luego
sentí un gran golpe en los tobillos y caí con el rostro sobre el pasto. Me
patearon varias veces mientras reían. Luego no recuerdo más. Desperté no se
cuando y las luces me cegaron. Traté de ubicarme y de recordar como había
llegado a ése lugar. Volví a cerrar los ojos. Sentía mi cuerpo dolorido desde
la cabeza hasta la punta de los pies. No se cuanto tiempo permanecí en ese
sopor. Esporádicamente algunas personas venían y me manipulaban. Me eran casi
indiferentes. Me perdía en ensoñaciones. Sentía las voces lejanas. Como amortiguadas por barreras de
algodón. Poco a poco comencé a
distinguir algunos rostros deformes, ondulantes que se me acercaban. Rostros
que parecían vistos a través de una lente o de una pecera. Un sujeto se me acercó y me preguntó sobre mi
nombre, domicilio, sobre que era lo que me había ocurrido. No se si le
contesté. Luego otro de vestimenta oscura, me volvió a repetir las preguntas.
Pero no podía encontrar las palabras. Nuevamente las ensoñaciones. Selene
esperándome en su casa. ¿Esperándome? ¿Cuándo? Bombos y encapuchados con
pancartas detrás de su diván. ¿Cómo es su nombre? ¿Qué le ocurrió? Nuevamente
las voces se alejan y Selene desdeñosa, encendiendo su cigarrillo y mirando su
reloj. Encerrado en un ascensor con
Videla que pasea un pequinés que me gruñe.
Que salta de sus brazos y me muerde la nariz. Selene y Videla se ríen y
entran en la cerrajería de calle Venezuela. Nuevamente manos que me manipulan
que se posan sobre mis hombros. Y me hundo, me hundo en una inconsciencia
blanda. Como una arena movediza que me cubre. A eso debe parecerse la nada.
Tres días estuve en el Hospital Fiorito. Cuando salí a la calle acompañado de
Riedel Liand el sol me molestó en los ojos y tuve que entrecerrarlos. La cabeza
me dolía horrores y el yeso de mi antebrazo derecho me pesaba, como si fuese de
hormigón. El chofer detuvo el coche
frente a mi edificio. El abogado me despidió con palabras de compromiso.
Recordándome que tenía que concurrir a la ART. Lo miré sin decir palabra
mientras extraía un parisienes del bolsillo de su saco y lo encendía en
silencio. Caminé hacia la puerta del edificio. El portero me miró sorprendido y
continuó lavando la vereda.
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