miércoles, 2 de octubre de 2013

Gallito Ciego. Novela. Trigésima Quinta Entrada

Vuelvo a publicar mi novela Gallito Ciego (2009 Reloj de Arena) luego de un año. Una novela ambientada en el siglo XXI pero influida por el pasado. Espero les guste. 


El río y la sedienta (continuación)


 Me gusta besar en la mejilla. No es cuestión de andar dando espectáculo. Para otro tipo de besos siempre hay tiempo.                                                                                             

 –Hola Magui-me dijo, siempre me llama así, no sé si le parecerá muy largo mi nombre o no le gusta. Mi madre me llamaba Marga y mi hermano también. Enrique me decía  caramelo. Otra vez esa maldita puerta que se me abre, sin que yo quiera.                         –Hola como estás lindo-le contesté casi automáticamente. Alfredo tiene unos ojos como tristes, opacos, recién lo noto. Me siento frente a él.                                                             
-¿Qué vas a tomar? –me preguntó suavemente.-¿un café irlandés?-su rostro sonríe. Pero sus ojos están como desfasados. No acompañan su picardía. Recién me doy cuenta. O será la primera vez que tiene esta expresión. Quizás está con algún problema personal. Mejor no pregunto. No me gusta ser paño de lágrimas de nadie.  Menos aún de un  hombre.  Ya tengo 35 años, en todo caso necesito yo alguien que me consuele.                     –Me parece bien-contesto-vos me querés emborrachar. Un poquito de alegría no viene mal-agrego  y le sonrío. Él me retribuye con su sonrisa de dientes blancos. Las arrugas que se le forman en el ángulo externo de los párpados cuando ríe y ésas canas que brillan entre su pelo oscuro, me atraen. Sonrío con más ganas, estiro mi mano y le acaricio el dorso de la suya. Mi palma está transpirando. Bruscamente comienzo a sentir un deseo intenso. ¿Qué me pasa? Tantos meses ¿o más de  un año? Sin nada, y ahora me voy a descontrolar. Como me descontrolaba con Enrique. Que su sola presencia me excitaba. Con solo escuchar sus pasos sentía la humedad tibia de mis glándulas mojándome. Me quedaba paralizada. Temerosa de desagradarle. Deseosa de que me arranque la ropa, me acaricie, me bese. Me someta. Me obligue con el arma de su pene duro y rosado a rendirme a sus deseos.                                                               
  -¿O querés otra cosa?-me pregunta Alfredo-¿Te tildaste?                                                    -No está bien, un café irlandés-digo y siento nuevamente el rubor en mi cara ¿Por qué? –Sabes Magui quiero pedirte algo-me dice como distraído. Sonríe. –Pero no es este momento para decírtelo, mi chiquita-agrega.                                                                     
-¡Chiquita!  Que lindo suena – le digo. Imagino a Alfredo como a un padre protector y dominante. Chiquita  que linda sonoridad tiene ésa palabra.!Y que connotaciones! Percibo la mirada de Alfredo padre-amante-dueño que mira mi cuerpo mientras me desnudo. El pide que me desnude mientras fuma. Sentado, recostado contra el espaldar del sillón.-¿ Qué me querés pedir?- le digo tratando de apartar las imágenes sensuales de mi mente, temiendo que nuevamente mi rostro se transforme como cuando bajé del colectivo, en un enorme tomate. Que perciba mi ansiedad. Mi urgencia. Enrique no debe notarlo. Oh!  Otra vez.-¿Qué  me querés pedir?-le dije con una sonrisa sugerente.  –No sé si éste es el momento para pedírtelo, Magui. No quisiera arruinar algo especial como esto. Es solo un tipo que le debe dinero a mi abuelo, por la compra de una  quinta en  Zárate y le dio un domicilio falso . Y trabaja en la misma empresa que vos. O por lo menos ahí lo ví una de las primeras veces que fui a esperarte.- dicho esto bajó la cabeza como avergonzado, con su dedo índice dibujaba invisibles figuras sobre el mantel. Luego levantó la cabeza y me mostró nuevamente su sonrisa blanca-¡Olvidate! Es como si nunca te hubiera dicho nada.  Lo que pasa es que mientras te esperaba me quedé pensando en ése tránsfuga. En una de ésas ni siquiera es el mismo. Yo lo ví dos  o tres veces, cuando hizo el negocio. Luego se perdió, como te dije le dio al pobre viejo un domicilio falso. Se que la propiedad a su vez la vendió.  Cuando lo ví tuve el impulso de correrlo, pero claro, tenía muchas ganas de verte a vos.-nuevamente su sonrisa apareció en su rostro. Probé mi café irlandés. Le volví a tocar la mano.                

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