El río y la sedienta (continuación)
Me gusta besar en la mejilla. No es cuestión
de andar dando espectáculo. Para otro tipo de besos siempre hay tiempo.
–Hola Magui-me dijo, siempre me llama así, no
sé si le parecerá muy largo mi nombre o no le gusta. Mi madre me llamaba Marga
y mi hermano también. Enrique me decía
caramelo. Otra vez esa maldita puerta que se me abre, sin que yo
quiera. –Hola
como estás lindo-le contesté casi automáticamente. Alfredo tiene unos ojos como
tristes, opacos, recién lo noto. Me siento frente a él.
-¿Qué vas a tomar? –me preguntó suavemente.-¿un café irlandés?-su rostro
sonríe. Pero sus ojos están como desfasados. No acompañan su picardía. Recién
me doy cuenta. O será la primera vez que tiene esta expresión. Quizás está con
algún problema personal. Mejor no pregunto. No me gusta ser paño de lágrimas de
nadie. Menos aún de un hombre.
Ya tengo 35 años, en todo caso necesito yo alguien que me consuele. –Me parece
bien-contesto-vos me querés emborrachar. Un poquito de alegría no viene
mal-agrego y le sonrío. Él me retribuye
con su sonrisa de dientes blancos. Las arrugas que se le forman en el ángulo
externo de los párpados cuando ríe y ésas canas que brillan entre su pelo
oscuro, me atraen. Sonrío con más ganas, estiro mi mano y le acaricio el dorso
de la suya. Mi palma está transpirando. Bruscamente comienzo a sentir un deseo
intenso. ¿Qué me pasa? Tantos meses ¿o más de
un año? Sin nada, y ahora me voy a descontrolar. Como me descontrolaba
con Enrique. Que su sola presencia me excitaba. Con solo escuchar sus pasos
sentía la humedad tibia de mis glándulas mojándome. Me quedaba paralizada.
Temerosa de desagradarle. Deseosa de que me arranque la ropa, me acaricie, me
bese. Me someta. Me obligue con el arma de su pene duro y rosado a rendirme a
sus deseos.
-¿O querés otra cosa?-me pregunta Alfredo-¿Te tildaste?
-No está bien, un café irlandés-digo y siento nuevamente el rubor en mi
cara ¿Por qué? –Sabes Magui quiero pedirte algo-me dice como distraído. Sonríe.
–Pero no es este momento para decírtelo, mi chiquita-agrega.
-¡Chiquita! Que lindo suena – le
digo. Imagino a Alfredo como a un padre protector y dominante. Chiquita que linda sonoridad tiene ésa palabra.!Y que
connotaciones! Percibo la mirada de Alfredo padre-amante-dueño que mira mi
cuerpo mientras me desnudo. El pide que me desnude mientras fuma. Sentado,
recostado contra el espaldar del sillón.-¿ Qué me querés pedir?- le digo
tratando de apartar las imágenes sensuales de mi mente, temiendo que nuevamente
mi rostro se transforme como cuando bajé del colectivo, en un enorme tomate.
Que perciba mi ansiedad. Mi urgencia. Enrique no debe notarlo. Oh! Otra vez.-¿Qué me querés pedir?-le dije con una sonrisa
sugerente. –No sé si éste es el momento
para pedírtelo, Magui. No quisiera arruinar algo especial como esto. Es solo un
tipo que le debe dinero a mi abuelo, por la compra de una quinta en
Zárate y le dio un domicilio falso . Y trabaja en la misma empresa que
vos. O por lo menos ahí lo ví una de las primeras veces que fui a esperarte.-
dicho esto bajó la cabeza como avergonzado, con su dedo índice dibujaba
invisibles figuras sobre el mantel. Luego levantó la cabeza y me mostró
nuevamente su sonrisa blanca-¡Olvidate! Es como si nunca te hubiera dicho
nada. Lo que pasa es que mientras te
esperaba me quedé pensando en ése tránsfuga. En una de ésas ni siquiera es el
mismo. Yo lo ví dos o tres veces, cuando
hizo el negocio. Luego se perdió, como te dije le dio al pobre viejo un
domicilio falso. Se que la propiedad a su vez la vendió. Cuando lo ví tuve el impulso de correrlo,
pero claro, tenía muchas ganas de verte a vos.-nuevamente su sonrisa apareció
en su rostro. Probé mi café irlandés. Le volví a tocar la mano.
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