martes, 8 de octubre de 2013

Gallito Ciego. Novela. Trigésimo Séptima Entrada

Continúo  con Gallito Ciego.  Empieza un nuevo capítulo de la hsitoria.



                 IX  La realidad es dura.

Descendí en la esquina de Venezuela y San José. Miré el frente de la parrilla Diablada  que se levantaba cruzando la bocacalle, en ocasiones había comido en ése lugar. Me agradaba. Quizás  viniera con Selene. Crucé San José hacia la esquina donde se encuentra la tratoria Campo di Fiore, que siempre me recuerda El Cofre de Constantinopla o Constantina un libro que leí en mi adolescencia. Caminé  hacia Av. Entre Ríos a paso lento a media cuadra de Virrey Cevallos me detuve frente a un local  de unos  5 metros de frente. Con un cartel a manera de dintel  adosado a la pared que anunciaba el nombre de la cerrajería con el mismo tipo de letra que la tarjeta. Evidentemente lo habían realizado en serie. Dentro, tras un largo escritorio celeste no se observaba a nadie. Detrás de esto varias máquinas descansaban quietas. Sobre la pared posterior un enorme tablero con miles de llaves colocadas ordenadamente.
Tomé el picaporte pero la puerta estaba cerrada. Maldije dentro mío. Un pedacito de papel minúsculo adherido al vidrio con cinta adhesiva transparente decía “vuelvo en 20 minutos”. Pensé que hacer. Me  decidí a emprender una pequeña caminata por el barrio. Luego del episodio de las ancianas hacía un esfuerzo por dominar mi paranoia. Como me decía el profesor Angelino no es posible descartar que yo  sea un delirante.
Me estaba adentrando en ese submundo absurdo de las personas que ven cadáveres caminando, que ven resurrectos concurrir a templos. Gente que como pequeña diversión tiene la costumbre de comunicarnos que nos arrancarán las vísceras.
Pensé en Serra aquel falangista ambivalente. Rememoré  el protocolo de su necropsia, las palabras de Dr. Schumacher. Aquella ficha técnica que me dio Ortega antes de desaparecer, como tragado por una ciénaga. Por un rato y sumergido en mis pensamiento vagué  por  Av. Entre Ríos hasta el  edificio del Congreso de la Nación, miré distraído aquello que representaba la más pura expresión de la democracia, y de las coimas, el negociado, la corrupción. De él salían inútiles asesores como lo hacen las hormigas cuando con un palito rompemos  su hormiguero en una plaza o parque. Algunos debidamente estimulados, pueden transformarse luego en arrepentidos que confiesan sus pecados a los gritos en cuanto medio de comunicación existe. Un verdadero filón. Para un periodista encontrar dispuesto alguno de éstos personajes por el motivo que sea. Resentimiento personal, subsidio de algún grupo político o maniobra de organismo de inteligencia. Es como para el minero encontrar un filón de oro, luego de muchos años.  Una fuente interminable de artículos, investigaciones y descubrimientos sorprendentes. En todo eso pensaba cuando casi automáticamente comencé a caminar por Solís hacia avenida Belgrano. Por la esquina veo avanzar un grupo de gente con pancartas rojas y amarillas con distintas iniciales que los identifican. Indeciso entre regresar sobre mis pasos o continuar por la vereda tratando de sortear el grupo que avanzaba ocupando toda la calzada, me detengo un momento. Ya habían transcurrido largamente los minutos del improvisado letrero de la puerta de la cerrajería. Un largo rodeo me retrasaría probablemente más de lo deseado por lo que decidí continuar mi camino. Las primeras avanzadas del piquete pasaron a mi izquierda golpeando diversos instrumentos de percusión. Me acerqué a la pared lo más que me fue posible para evitar que la marea humana me arrastrara en sentido contrario. Sonaban las bocinas de los automovilistas en la esquina en lo que parecía un concierto de vientos desafinados. Y malhumorados seguramente. Agradecí mi condición de peatón. Continué con dificultad abriéndome paso entre los grupos cada vez más densos que avanzaban  ocupando casi toda la vereda. Gritaban consignas anunciando el triunfo del pueblo, que al parecer ellos conformaban con exclusividad. Me acomodé en el umbral de un comercio que había cerrado sus puertas a causa de la movilización. Me quedé lo más quieto posible. Observando. La gente pasó por un lapso de 20 minutos avanzando y deteniéndose  en forma espasmódica. Traté de no inquietarme.  Tres muchachos con gorra con visera y pañuelos estampados cubriéndole casi todo el rostro me miraban a pocos metros del cordón de la vereda. No me asusté era una práctica habitual en éste tipo de manifestaciones populares. Miré hacia Belgrano para calcular cuanto tiempo tardaría en terminar todo esto seguramente se dirigían al Congreso. Cuando me di cuenta los tenía encima , uno de ellos me golpeó violentamente en el abdomen el otro me tomó detrás de cuello y me empujó al piso

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