IX La realidad es dura.
Descendí en la esquina de
Venezuela y San José. Miré el frente de la parrilla Diablada que se levantaba cruzando la bocacalle, en
ocasiones había comido en ése lugar. Me agradaba. Quizás viniera con Selene. Crucé San José hacia la esquina
donde se encuentra la tratoria Campo di Fiore, que siempre me recuerda El Cofre
de Constantinopla o Constantina un libro que leí en mi adolescencia.
Caminé hacia Av. Entre Ríos a paso lento
a media cuadra de Virrey Cevallos me detuve frente a un local de unos
5 metros de frente. Con un cartel a manera de dintel adosado a la pared que anunciaba el nombre de
la cerrajería con el mismo tipo de letra que la tarjeta. Evidentemente lo
habían realizado en serie. Dentro, tras un largo escritorio celeste no se
observaba a nadie. Detrás de esto varias máquinas descansaban quietas. Sobre la
pared posterior un enorme tablero con miles de llaves colocadas ordenadamente.
Tomé el picaporte pero la
puerta estaba cerrada. Maldije dentro mío. Un pedacito de papel minúsculo
adherido al vidrio con cinta adhesiva transparente decía “vuelvo en 20
minutos”. Pensé que hacer. Me decidí a
emprender una pequeña caminata por el barrio. Luego del episodio de las
ancianas hacía un esfuerzo por dominar mi paranoia. Como me decía el profesor
Angelino no es posible descartar que yo
sea un delirante.
Me estaba adentrando en ese
submundo absurdo de las personas que ven cadáveres caminando, que ven
resurrectos concurrir a templos. Gente que como pequeña diversión tiene la
costumbre de comunicarnos que nos arrancarán las vísceras.
Pensé en Serra aquel falangista ambivalente. Rememoré el protocolo de su necropsia, las palabras de
Dr. Schumacher. Aquella ficha técnica que me dio Ortega antes de desaparecer,
como tragado por una ciénaga. Por un rato y sumergido en mis pensamiento
vagué por Av. Entre Ríos hasta el edificio del Congreso de la Nación, miré
distraído aquello que representaba la más pura expresión de la democracia, y de
las coimas, el negociado, la corrupción. De él salían inútiles asesores como lo
hacen las hormigas cuando con un palito rompemos su hormiguero en una plaza o parque. Algunos
debidamente estimulados, pueden transformarse luego en arrepentidos que
confiesan sus pecados a los gritos en cuanto medio de comunicación existe. Un
verdadero filón. Para un periodista encontrar dispuesto alguno de éstos
personajes por el motivo que sea. Resentimiento personal, subsidio de algún
grupo político o maniobra de organismo de inteligencia. Es como para el minero
encontrar un filón de oro, luego de muchos años. Una fuente interminable de artículos,
investigaciones y descubrimientos sorprendentes. En todo eso pensaba cuando
casi automáticamente comencé a caminar por Solís hacia avenida Belgrano. Por la
esquina veo avanzar un grupo de gente con pancartas rojas y amarillas con
distintas iniciales que los identifican. Indeciso entre regresar sobre mis
pasos o continuar por la vereda tratando de sortear el grupo que avanzaba
ocupando toda la calzada, me detengo un momento. Ya habían transcurrido
largamente los minutos del improvisado letrero de la puerta de la cerrajería.
Un largo rodeo me retrasaría probablemente más de lo deseado por lo que decidí
continuar mi camino. Las primeras avanzadas del piquete pasaron a mi izquierda
golpeando diversos instrumentos de percusión. Me acerqué a la pared lo más que
me fue posible para evitar que la marea humana me arrastrara en sentido
contrario. Sonaban las bocinas de los automovilistas en la esquina en lo que
parecía un concierto de vientos desafinados. Y malhumorados seguramente.
Agradecí mi condición de peatón. Continué con dificultad abriéndome paso entre
los grupos cada vez más densos que avanzaban
ocupando casi toda la vereda. Gritaban consignas anunciando el triunfo
del pueblo, que al parecer ellos conformaban con exclusividad. Me acomodé en el
umbral de un comercio que había cerrado sus puertas a causa de la movilización.
Me quedé lo más quieto posible. Observando. La gente pasó por un lapso de 20
minutos avanzando y deteniéndose en forma
espasmódica. Traté de no inquietarme.
Tres muchachos con gorra con visera y pañuelos estampados cubriéndole
casi todo el rostro me miraban a pocos metros del cordón de la vereda. No me
asusté era una práctica habitual en éste tipo de manifestaciones populares.
Miré hacia Belgrano para calcular cuanto tiempo tardaría en terminar todo esto
seguramente se dirigían al Congreso. Cuando me di cuenta los tenía encima , uno
de ellos me golpeó violentamente en el abdomen el otro me tomó detrás de cuello
y me empujó al piso
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