Continuación de "La realidad es dura" así sigue esta historia.
Sentí las patadas en mis costillas en las piernas y
los brazos. Estrujaron todos mis bolsillos. Por último uno de ellos me escupió
el rostro antes de salir corriendo. Me quedé en el suelo atontado. La gente
pasaba a mi lado indiferente. Un grupo de policías cruzados de brazos me miraba
indiferente también. Poco a poco me puse de pie ante los empellones de la
gente. Estaba mareado. Mi ropa sucia y desgarrada en dos o tres lados. Comencé
a abrirme paso con dificultad. Cuando por fin llegué a la esquina un puñado de
manifestantes increpaba a la policía que ahora se ocultaba tras sus escudos
transparentes. Corrí a través del tránsito
detenido de avenida Belgrano. Los bocinazos resonaban en mi cabeza con
el poder de bombas de estruendo. Caí al chocar contra un Peugeot 206 azul
, mi hombro se golpeó contra el cordón
frente a la Fundación Favaloro. Alcancé a ver otro grupo que marchaba por Entre
Ríos volví a la esquina de Solís y corrí como un enajenado hacia Venezuela.
Cuando llegué a la esquina crucé la calle y me senté bajo las rejas de un
estacionamiento descubierto. Los automovilistas hacían un batifondo similar al
de los piqueteros. Algunos intentaban volver marcha atrás otros en cambio
resignados se habían bajado de sus vehículos y
apoyados sobre la capota insultaban en voz baja. Noté que tenía sangre
en mi mano derecha. Todo el dorso de la misma era una gran excoriación , me
dolía al respirar. Quizás tuviera una costilla quebrada. Empezaba a oscurecer
cuando todo empezó a normalizarse con esfuerzo me puse de pie. Ahora maldije
con toda mi alma mi condición de peatón. Caminé hasta la esquina lentamente. No
tenía dinero para una taxi, no tenía celular . No tenía nada. Hasta mi amuleto había desaparecido. Evidentemente
no eran ladrones profesionales, de lo contrario allí mismo me hubieran matado,
confundiéndome con algún policía o agente encubierto. Pensé en algún lugar
donde me permitieran realizar un llamado telefónico. De un pequeño bar me
sacaron a empellones. Seguí caminando no del todo conciente de lo que hacía
hasta que me encontré enfrente a la cerrajería. Las luces estaban encendidas y
dos o tres personas que no alcanzaba a distinguir conversaban animadamente. Me
decidí a cruzar en mitad de cuadra por lo que traté de concentrarme en el tránsito.
La frenada me sobresaltó. El coche casi me arrolla. Coloqué mi antebrazo derecho a modo de visera
para ver sobre los faros encendidos y la mano izquierda la apoyé sobre el capot
caliente. No lo reconocí enseguida. El de la campera gris me tomó de un brazo.
Su mano parecía una garra. Me condujo hasta la portezuela trasera del Siena que
se abrió bruscamente. Traté de resistirme pero un golpe en la cabeza me hizo
perder el sentido. Cuando me desperté, no sé cuanto tiempo después mis manos
estaban atadas a mi espalda con un precinto plástico. La bolsa en mi cabeza
apenas me permitía respirar, la condensación de mi respiración me empapaba el
rostro. El auto parecía desplazarse a gran velocidad. De pronto se detuvo .
Alguien que estaba a mi lado me tomó de la ropa para que me sentara. Sentí el
cañón del arma en mi cabeza. Temí lo peor. Luego la puerta se abrió y otro
seguramente el de la campera gris me tironeó hacia fuera.
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