lunes, 29 de noviembre de 2010

Segunda Parte de Las Brumas del Destino Undécima Entrada


La pitonisa


La puerta de madera gris, con la pintura descascarada, tenía dos hojas , cada una de las cuales presentaba tres paneles de vidrio superpuestos separados por un delgado madero. A través de ellos se veían de un lado el postigo de gruesa madera machimbrada, y del otro lado una cortina con flores rosadas decoloradas por la luz sobre un fondo blanco percudido. A través de ése lado, cuando la cortina se movió fugazmente, tuvo la primer visión de aquel rostro. Un rostro sin tiempo. Que lo miró desde las sombras de la habitación, como un fantasma. Cuando la puerta se abrió Fran vio su cuerpo rollizo, y su mano regordeta señalándole que ingrese al jardín y luego a la casa.
- ¿Que quieres muchacho?-dijo la vieja con una voz rasposa que salía de su boca con escasos dientes, que parecían palos de madera dura, en los bajos inundados. Amarillentos y sucios como tallados a hacha.
- Me han dicho que usted , puede decirme sobre mi futuro, y sobre un problema que tengo con una chica.- contestó Fran mientras se acercaba tratando de simular seguridad, de ocultar el temor que lo embargaba, las terribles ganas de salir corriendo. El impulso a huir. Pero los hombres no huyen eso lo tenía claro desde hace mucho tiempo.
- ¿Que quieres muchacho?- volvió a preguntar la vieja , mirando al chico que ahora estaba parado junto a ella.
- Como le digo, doña , tengo problemas con una chica y me han dicho que usted me puede ayudar. Dicen que usted puede arreglar esas cosas o indicar al menos que es lo mejor para el futuro.
- ¿ Qué quieres muchacho? ¿De qué futuro me hablas? ¿Acaso no sabes tu destino?. ¿Acaso no sabes del destino que te aguarda desde que naciste?.
Tu destino está marcado , escrito con sangre en el libro de la vida, no puedes huir ni yo puedo hacer nada para ayudarte.-Dijo la vieja mirándolo fijamente.
- No entiendo , ¿Qué me está diciendo?- dijo Fran súbitamente pálido-¿qué me quiere decir con eso? – casi suplicó el muchacho.
- Es una historia vieja.!Pobrecito! – exclamo y suspiró la vieja casi a la vez señalando una silla de madera con asiento de paja tejida , para que el muchacho se sentara. – es un historia tan vieja como vos. O más vieja que vos. Algo que marcó tu destino, para siempre. Yo no te quiero decir nada !Pobrecito! no te quiero decir nada. Siempre supe que vendrías por ése camino. Todo el día , sola, sentada en ésta mesa te esperé. Sabía que hoy era el día en que vendrías. Al escuchar el cencerro, me resistí. Yo no quería abrirte. !Pobrecito! Nunca quise que mis labios te dijeran la verdad. A veces pensé que la muerte me aliviaría de ésa carga, que siempre supe mía.
- No entiendo- musitó Fran perlado en transpiración , pálido, desfalleciente de horror.
- El mal te persigue muchacho, y el mal te alcanzará, porque así está escrito Desde antes que nacieras. Vienes de un fruto prohibido, como el pecado original, fuiste robado del Paraíso, y eso se paga muchacho- sentenció la vieja con la cabeza baja mirando sus manos entrelazadas sobre la falda. Fran de repente palideció aún más, comenzó a temblar sintiendo sus manos dormidas, sus piernas agarrotadas y un latido en sus sienes. Que golpeaba, golpeaba mientras las paredes se movían. Y comenzó a gritar de horror, sintiendo como una garra le apretaba el cuello y le impedía respirar.
La mujer vestida con un amplio batón estampado en el que predominaban los rojos, rosados y borra vinos , era gorda. Un pañuelo que alguna vez fue blanco , cubría su cabeza. Lo miró con sus ojos bovinos y le dijo
- ¡No lo hagas, no grites! ¿De qué sirven tus gritos en la noche?
Fran logró ponerse de pie, tambaleante salió por la puerta hacia el frío de la tarde y la llovizna, y se alejó bamboleante por el sendero, en el último paraíso el muchacho de campera roja lo miraba con sus ojos sonrientes y su malicia.
- ¿De qué se ríe? – pensó Fran mientras intentaba subir a su moto y arrancarla.
Los viejos paraísos, con sus rugosos troncos , socavados, en secretas oquedades y cubiertos de protuberancias ,cómo cúpulas abolladas, tenían una pátina de antigüedad, parecían impregnar el aire de misterios olvidados, de fuerzas que a través de ocultas puertas al pasado, retornaran del ayer. Cuando por fin se alejó por el camino hacia el puente , tuvo la sensación de que lo tiraban hacia atrás, que le arrancaban algo que lo dejaban hueco y vacío como un viejo árbol. Miró hacia el campo vecino donde pastaban uno novillos negros. Ellos tienen el destino marcado desde antes de nacer, desde siempre. ¡ Cómo yo, se dijo!


El viaje y la ciénaga.

Fran bajó a Mili frente al portón de su casa, y le sonrió. Le dio un beso en la mejilla y le dijo que se verían al otro día. Giró en redondo sobre la amplia calle adoquinada y retornó hacía el centro. Fran estaba feliz . Respiraba hondo el fresco aire de la noche, para que llenara sus pulmones. Al llegar al semáforo de las cinco esquinas , dobló por Boulevard Sarmiento , acelerando su negra bestia mecánica. La bruma comenzó en calle Uruguay cada vez más densa, moviéndose en volutas redondeadas y pesadas cubriendo el asfalto, en la esquina de la Escuela Alvear el tipo de campera roja cruzó la calle corriendo, casi lo atropella, Fran giró la cabeza y lo vio sonreír sobre la alcantarilla de calle Francia, sonriendo con sus ojos, con su rostro malicioso , su boca oculta por el cuello polar rojo a pesar de la calidez de la noche.
Cuando vio los faros los tenía a centímetros, el estruendo del viejo motor de seis cilindros lo ensordeció y alcanzó a ver tras el parabrisa , a aquellos muchachones de la Barra de la Vereda, los que se la tenían jurada. Luego fue volar hacia las miasmas de un pantano helado. Donde los sonidos del mundo se fueron perdiendo. Donde las luces se fueron apagando y el lentamente se fue hundiendo en ésa ciénaga de eternidad que lo tragaba, que lo robaba. Que se cobraba viejas ofensas. En el estallido de su cráneo contra el parabrisas. En el rodar de su cuerpo inerte sobre el pavimento como un muñeco desarticulado. De nada sirvió el ulular de las sirenas, el destello intermitente , de luces azules y verdes. Las corridas, los gritos. La ciénaga lo fue tragando , como estaba dicho, desde antes de su nacimiento, cuando fue robado del Paraíso, por la mano desesperada de un amor enloquecido y apasionado.
En un patio cercano una radio trasnochada reproducía La razón que te demora de La Renga
“ como un relámpago en la fría noche/ cruzarás los abismos/ Esos que guardan a la sombra/ que te oculta de vos mismo”

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