lunes, 22 de noviembre de 2010

Segunda Parte de Brumas Décima entrada

Los porrones se calientan

-Yo ví ésa camioneta rondarlo , oficial. Cuando salimos del parquecito por el boulevard , casi nos chocó en una esquina. Eran ellos yo los conozco. Cuando estábamos en el bar volvieron a pasar haciendo derrapar la camioneta en la esquina, yo los reconocí. Claro no le di ninguna importancia en ése momento.
Cuándo él me llevó por casa serían las dos y media de la mañana. Y yo los vi estacionados en la plaza Entre Ríos, la plaza de la estación , y noté que miraron y que se tocaron unos a otros. Pero ésos tipos siempre eran lieros, no me pareció raro.
Pero ahora sé que lo estaban esperando. Fue una emboscada. Estoy segura
- Usted entonces dice, que la camioneta los estuvo siguiendo toda la noche , desde la tarde cuando usted los vio, en… en…
- El Barrio San Francisco- agregó Mili
- Si, el Barrio San Francisco, ¿ Y esos muchachos les dijeron algo?- preguntó el rapado.
- ¡No, no nos dijeron nada! Pero le digo que nos estuvieron siguiendo toda la noche, y que cuando el me llevó a mi casa lo estaban esperando, estoy segura que lo estaban esperando. No fue un accidente lo que ocurrió. Eso es lo que yo quiero decir.
- En una ciudad muy chica como ésta , existen posibilidades de ver varias veces el mismo vehículo, no pensó en eso señorita antes de venir para acá-contestó el hombre fastidioso mientras encendía un tercer cigarrillo y le ofrecía uno a Mili casi por compromiso.
- Si, pero que casualidad que éstos tipos tenían una cuenta pendiente con él desde hace varios años, desde una pelea en un bailable. Yo recién ahora, ayer, me acordé de eso. Siempre lo amenazaban. Él nunca los tomó en serio. Creía que eran bravuconadas nada más. Pero , si los hubiera tomado en serio , no hubiera pasado lo que pasó. Yo lo que pido, es que tengan en cuenta lo que les digo. ¿Qué hacían ésos tipos en Avenida Italia? Justo cuando él pasaba. En ésos lugares a ésa hora el transito no es grande, oficial, que casualidad que de la plaza de la estación aparecieron en avenida Italia justo para chocarlo. Llegando al mismo lugar por sitios tan diferentes. A eso usted le llama casualidad. Cuando ellos lo vieron irse por Hipólito Irigoyen tomaron Marchini, estoy segura, hasta avenida Italia y lo esperaron. No, no fue un accidente. Investíguelo.
- Bueno , lo tomaremos como un posibilidad, gracias señorita por su colaboración espontánea. Es una reacción común , cuando perdemos seres queridos buscar chivos expiatorios. Pero bueno , igual lo tendremos en cuenta.
- Yo no estoy buscando chivos expiatorios, como dice usted- dijo Mili mientras se ponía de pie- quiero que se sepa la verdad.
- Su verdad- la interrumpió el policía con brusquedad- Nosotros somos profesionales e investigamos concienzudamente todo esto. Su verdad, señorita no es la verdad absoluta.
Mili guardó silencio viendo el sesgo que tomaban los acontecimientos , se disculpó de forma muy poco sincera y se marchó. Cuando descendía la escalera escuchó al rapado hablando por teléfono celular.
- Si loco, ya bajo, por fin me saqué la loca ésta de encima. Mete algún porrón al freezer si dejas todos afuera se van a calentar.
- Los que rara vez se calientan son ustedes- susurró Mili mientras doblaba hacia la izquierda en el rellano de la escalera de mármol.-¡Desgraciados!-agregó para sí


Lágrimas en el hombro.

Aquel sueño , la borrachera y el golpe. Una trilogía aterradora. Despertar en ése cuerpo dolorido , golpeado e intoxicado. Volverse a ver en el mismo lugar. Abandonado por las amnesias artificiales del alcohol. Vuelto a enfrentar con su realidad, miserable. Sabedor de su destino , su negro destino. Quizás ésa fue la peor de todas las decisiones de su vida. Querer conocer su futuro. Abrir la caja de Pandora. Liberar los demonios. Se sentó con dificultad al borde de la cama. Recorrió con la mirada su habitación , se detuvo sobre su pequeño y viejo escritorio. Abrió el cajón en desorden, y extrajo de un rincón un papel doblado en cuatro, lo abrió como quien abre un antiguo alhajero que se puede desarmar entre nuestras manos. Leyó los versos allí escritos. Colocó el papel sobre el escritorio , lo alisó cuidadosamente con la palma de su mano izquierda mientras con la derecha lo sostenía por su margen superior. Tomó un bolígrafo y escribió. Luego dobló cuidadosamente el papel y lo volvió a dejar en el mismo lugar donde había permanecido tantos años. En el mismo lugar donde un niño que ingresaba a la adolescencia lo había dejado. Ese niño perdido , que habitaba en los rincones , en los cajones , en las cosas olvidadas. Que habitaba en una bicicleta colgada. Vio a su madre asomarse en la puerta en silencio, la saludó con un gesto de su mano derecha y dificultosamente se incorporó. Caminó lentamente hacia la mujer que con gesto adusto lo miraba desde el vano de la abertura y una vez frente a ella la abrazó y comenzó a sollozar en silencio. Sobre su hombro izquierdo percibió las lágrimas de su madre escurrirse hacia su espalda. Por la ventana un rayo de luz casi horizontal , anunciaba las últimas horas de la tarde. El viento silbaba en los techos en forma intermitente. El supo en ése instante que su madre tenía miedo, miedo por él, y de su destino aciago, anunciado. Y supo además en ese instante que lucharía a brazo partido por evitarle sufrimientos y dolor, por vencer a ése destino maldito que lo fagocitaba en el fango de sus miserias. Simplemente, de existir algún camino de salida él lo emprendería, más allá de sus penas, más allá de lo escarpado que resultase.
Percibió el miedo de su madre y entrevió el presentimiento de su madre. Esa forma irracional de conocimiento, ese vislumbrar a través de la realidad cotidiana , los caminos inciertos del porvenir. El presentimiento, el oscuro presentimiento de su madre.
En su cuerpo dolorido y atormentado, buscó la fuerza que necesitaba, para seguir adelante, para sobreponerse a las noches de horror, y los días de excesos. Para sobreponerse a la profecía, que cargaba sobre sus espaldas. Para sobreponerse a la sonrisa del Demonio que lo acechaba. Y en su cabeza aturdida, donde tenía la sensación de tener su cerebro suelto, en la urente herida de su frente, en sus párpados casi cerrados que apenas le permitían ver el rayo de sol casi horizontal que entraba por la ventana. En esos brazos doloridos, plagados de hematomas. En su propia debilidad, revolviendo en el pozo ciego de sus pequeñeces , debería encontrar la fortaleza que lo sacara de allí. Como un hombre, que era, en una situación límite, en la que estaba. Sin otra ayuda que si mismo y quizás la de ésa mujer asustada que lo había traído al mundo. La besó con un beso doloroso de sus labios hinchados y caminaron juntos hacia la cocina en silencio. Soledad , sentada frente al televisor , lo miró en silencio, con la misma cara de siempre. La de estar bien o estar mal. La única. La máscara de sus sentimientos. Sobre el aparador , una pequeña tarjeta blanca con letras negras, descansaba apoyada en un florero de vidrio morado.
- Esa es la tarjeta del especialista , se la pedía a Santi- dijo con un movimiento de cabeza señalando hacia el lugar donde ésta se encontraba.- Vas a tener que ir hermanito, si no querés terminar de enloquecer a tu madre y llenarme de vergüenza a mi.
- Bueno, Sole, bueno- dijo Fran con voz queda- no se enojen conmigo. Es que por momentos no aguanto más. No puedo soportar la voz de ésa mujer en mi cabeza. No puedo soportar creer lo que me dijo, y sentirme sólo como un perro. Cuando ella me dejó es como si algo se hubiera muerto en mí y después de ver a la vieja siento como una gangrena que me carcome por dentro. Como una podredumbre
hedionda. – terminó casi en un sollozo, como el de momentos antes
- ¡ No te digo que éste pendejo está loco!- casi gritó Soledad.
- ¡ Soledad , por favor!- contestó su madre, tomando la tarjeta y leyéndola, luego la guardó en el bolsillo de su camisa.

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