miércoles, 10 de noviembre de 2010

Segunda Parte de Brumas Octava Entrada

De fierro con los amigos.
El negro Seba fumaba su cigarrillo número mil. Había decidido no aceptar ése trabajo como patovica, que le había ofrecido el gordo Jorge. El físico lo tenía pero no el carácter. Pegarle a unos pendejos, no , eso no era lo suyo. Los otros porque no eran de Nogoyá , venían hacían su trabajo y se marchaban. La vacante se había producido por el rubio , ese que había representado a Paraná , como físico culturista. Inspiraba mucho respeto y según dicen era muy violento. Pero había caído en un cuadro depresivo por una reyerta severa con su pareja, que también trabajaba de patovica en un boliche de Victoria. Dicen que ahora , desde hacia varias semanas no salía de su casa. Pobre tipo, pero bueno así es la vida pensó, el negro Seba , para enfermarte solo tenes que estar sano. Pero no, ese laburo, no era para él. Estos locos fajaban a cualquiera, lo sacaban a sopapos hasta la calle, sin ningún drama, pero él no podía hacer eso. Y si después se encontraba con la madre , el padre o algún hermano o hermana del pendejo , que cara pondría. No , no , no era para él. Venir , hacer un laburo así y luego tomársela en el primer micro, eso cualquiera. Pero , quedarse a convivir , eso es otra cosa. Sí mejor seguía laburando en el taller. Cacho era un buen tipo, le enseñaba, le pagaba religiosamente. Además como era sabatista tenían los Sábados libres . Ya el Viernes a la noche , se encontraba en total libertad. Trabajaba hasta las 19hs o a veces Cacho le daba a alguno de ellos horario corrido y a las tres de la tarde estaba libre. El negro sabía que algún día tendría su propio taller. Miró su reloj, tendría tiempo de terminar de peinarse, al negro le gustaba salir bien peinado y bien arreglado. Una cosa era cuando uno estaba trabajando, que podías estar engrasado hasta las orejas , pero otra cosa era cuando uno salía con los amigos. Al negro le gustaba estar limpio y prolijo. Se peinó con gel , se arregló la remera celeste con inscripción “ Entreremo nella storia” , volvió a mirar su reloj, encendió un nuevo cigarrillo tomó las llaves de la puerta del frente que estaban sobre la mesa y salió a la calle. Fran lo esperaba en el parquecito del automóvil club. Quería contarle de su decisión de no aceptar el trabajo que le había ofrecido, el Gordo Jorge. Además el lo tenía montado en un huevo al Gordo Jorge, porque él siempre sospechó , que ése gordo hijo de puta, tenía algo que ver con lo que le pasó a Fran. Y el negro Seba, colérico e impulsivo, a pesar de ello, era de fierro con sus amigos. La crisis de Fran , su amigo de toda la vida. Con quien incluso tenía más afinidad que con Facu su otro amigo de toda la vida, éste último , era más intelectual , amigo de las novelas y boludeces por el estilo. Fran era más campechano más de pueblo. Una forma de ser más llana , más sencilla. Y al negro Seba la crisis de su amigo le había dolido mucho. Se le hacía un nudo en el estómago de la bronca que le agarraba de verlo en el estado en que quedaba después de tomarse todo. Pero bueno ahora gracias al médico ése de Rosario andaba mejor. Mucho mejor diría yo. Como si hubiera alcanzado la otra orilla después de vadear un arroyo crecido .
Se acercó circulando por calle Fitz Gerald, giró por Bv. España y frente al supermercado lo vio sentado a su amigo, con una chica que le pareció Mili.
Estacionó su Honda Titán al lado de la Agrale de Fran que hacía poco había vuelto a usar. Saludó a su amigo con la mano. Se acercó le dio un fuerte apretón de manos y saludó a Mili con un beso.
- Que haces flaca- dijo el negro Seba
- ¡Acá estoy! Con mi amigo Enero- contestó la Ardiles riéndose, a la vez que abrazaba a Fran afectuosamente
- ¡ No seas hija de puta Mili! Si algún día fresco debe tener- dijo el negro Seba
- ¡Qué amigos bárbaros que son ustedes dos! – intervino Fran.
- Sabes que te queremos mucho pendejo- dijo la Ardiles, mientras le daba una suave palmada en la nuca.
- Che , loco, te voy a contar lo que decidí , con el asunto ese del gordo forro. No voy a aceptar. No es para mí. Además a ése gordo lo tengo montado en un huevo y tener que aguantarlo todos los días, puede llegar a ser insoportable.- dijo el negro Seba.
- Yo te aclaro algo negro, para mí no existe ningún problema, en que trabajes con ese loco, para mí son temas superados o por lo menos así lo creo. Mi terapista me hizo ver , que nadie actúa por que lo obliguen los demás, o por lo que le dicen los demás, que probablemente metieron la cuchara , pero bueno eso para mí es historia vieja. O trato al menos.-comentó Fran mirándolo a los ojos. En su frente una gran cicatriz estrellada unía el cuero cabelludo con las cejas. Dándole el aspecto de un hombre marcado. Cómo aquel que en su cuerpo lleva impresa una señal, cómo los personajes mitológicos. Cómo los reyes ocultos de pueblos sojuzgados, que deben escabullirse entre la multitud para escapar del exterminio.
- Usando tus palabras, loquito, nadie me obliga, yo he decidido. Para mí primero, los amigos, los que quiero, después lo demás- dijo el negro Seba , con un gesto de su mano derecha con la palma hacia delante que formó un arco desde la altura de su rostro hasta depositarse sobre su rodilla- nadie me obliga , lo rechazo porque quiero.
- ¡Pero bueno negro boludo, ni que estuvieras rechazando una beca a la Universidad, tanta alharaca!-intervino Mili.
- ¡Callate flaca! No le contés a Fran que me mediste las bolas, al gurí no le interesa conocer nuestras intimidades.- Contestó el negro Seba con una aparente seriedad y con gesto de fingida amonestación.
Los tres muchachos continuaron charlando amigablemente por un largo rato. Luego decidieron ir al centro a comer unas pizzas .


Sin ninguna flor.
La casa flanqueada por el viejo molino se agrandaba poco a poco, ahora se podía distinguir un pequeño cerco , seguramente de alambre tejido, cubierto aparentemente por trepadoras y un arco de medio punto sobre un pequeño portón de caño y malla cima. Fran se acercó, con paso indeciso. No sabía bien porque había decidido hacer caso a su hermana y concurrir allí. Miró hacia atrás el sendero entre los árboles por donde había caminado momentos antes, le pareció lúgubre , mojado por la llovizna y mecido por las ráfagas de viento. Pero y si realmente existía la posibilidad de recuperarla. Si realmente existía la posibilidad de que todo retornara al camino que nunca debió abandonar. Poco a poco la razón se había visto desbordada por ésos fantasmas ancestrales que trae el hombre consigo desde siempre, por ese inconsciente colectivo que atesora las vivencias de las razas, de los pueblos primitivos. Ese mismo bagaje de sentimientos primitivos que nos hace mirar largamente el fuego, perplejos ante las llamas , con un inexplicable sentimiento de bienestar ante el crepitar de los troncos encendidos. O temblar de terror ante un rayo cercano. El placer de ver caer la lluvia sobre los campos o el miedo a las tormentas. Algo de nuestro interior profundo, algo que surge de las fosas insondables de nuestro espíritu, dónde aún habita nuestro antepasado nómada. Asoman los demonios, los talismanes, los dioses, la magia. Y la razón se ve jaqueada, y en ése momento es cuando el hombre se arroja a los brazos de lo incomprensible. De lo inasible a través de la razón. Y toma el camino que lo llevará a ése mundo oscuro, donde se pueden manejar las voluntades, donde se puede influir sobre nuestro futuro, donde se puede recuperar lo perdido. Donde hasta se puede trasponer los portales de la muerte. Pero en cuyas sombras, nunca estaremos seguros. Donde podremos rogar, averiguar, comprar. Pero donde nunca seremos libres ni soberanos sobre nuestro propio ser. Rodeados por ése aire denso y misterioso que todo lo invade, que penetra hasta nuestros huesos. Pero el hombre igual se arroja a los brazos de lo incomprensible .
Fran se acercó al portón metálico , oscuro de herrumbre y hizo tañir un cencerro viejo colgado del arco vegetal. Y esperó. Esperó un tiempo interminable mojado por la fría llovizna. Miró hacia el camino, el muchacho de campera roja, ya no se veía. Fran miró alrededor suyo, en el preciso instante en que una bandada de morajúes, levantó su negro aleteo del campo lindero y se dirigió a la arboleda que rodeaba la casa. A él le parecieron sombras aladas que se elevaban desde el fondo de la tierra, le parecieron una lluvia de carbones infernales que impactaban sobre el contorno vegetal de aquella morada de espanto. Nuevamente hizo tañir el cencerro, con la decisión de que no lo volvería a hacer. Que si nuevamente la espera se prolongaba sin que nadie abriera la puerta de la casa, desandaría el sendero para siempre, montaría a su moto y dejaría toda aquella locura atrás. Ahora los morajúes se acomodaban en las ramas de las casuarinas, protegiéndose de la llovizna y el viento. Miró hacia el interior del cerco y le sorprendió no ver ninguna flor.

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