sábado, 7 de enero de 2012

Gallito Ciego. Novela. Décimo Quinta Entrada


Gallito Ciego. Décimo Quinta Entrada 


El silencio era interrumpido por los agudos sonidos de los frenos de los colectivos o por los graves de los motores, las luces de los semáforos sonámbulas iluminaban ésa calle dormida. Un remolino de cuerpos en movimiento se dibujaron en la vidriera, por un momento solo pude ver las sillas vacías y las botellas sobre la mesa. Luego poco a poco fueron saliendo, todos, menos él. Maldije, quizás por un momento me había quedado dormido y el muy maldito se me había escabullido.
Golpee el volante con un gesto de impotencia y fue como si hubiera  pulsado un botón mágico, la figura de Videla se recortó contra la puerta, permaneció un momento charlando amigablemente con el dueño que se disponía a cerrar el local y luego se marchó a paso lento rumbo al norte. Cuando se perdió tras la ochava puse el motor en marcha  y  doble  a la izquierda. Rodee dos manzanas y como si lo hubiera hecho siempre llegué a la esquina en el momento que él caminaba a mitad de cuadra a paso cansino. Aceleré me arrimé al cordón  detuve bruscamente el auto y me dirigí a su encuentro.  La estatura de Videla me pareció mayor aún en la oscuridad de esa calle desierta del conurbano bonaerense. Me paré frente a él y le dije que me debía algunas explicaciones, me miró sorprendido y se rió.  Alcancé a darme cuenta en el preciso momento que luego de agachar la cara sonriente, me arrojó un furibundo gancho de derecha que de haberme pegado de lleno en la cabeza me la hubiera arrancado. Pero ésta vez la diferencia de estatura y de edad me jugó a favor.  Me agaché y él se desequilibró parcialmente bamboleándose hacia su izquierda. Aproveché el momento, extraje la pistola y se la coloqué bajo el mentón. Lo tomé bruscamente del brazo izquierdo y lo llevé contra la pared del baldío.

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