martes, 17 de marzo de 2015

Gallito Ciego Novela. Quincuagésima Quinta Entrada.



                    XXII  Memorias de un monstruo.

A veces pienso en el tigre Cepeda. En el pelado Grinóvero también. Que hombrazos los dos. El tigre era un capitán de verdad. Bravo. Bravo y generoso. Siempre fue generoso con nosotros. Un verdadero patriota. De ésos que hacen falta ahora. No como ésos maricones que descuelgan cuadros cagándose en las patas.  ¡Mirá que al tigre lo iban a obligar a descolgar el cuadro del general! Minga. Se les hubiera retobado enseguida. Los hubiera obligado a entender quien manda ¡Carajo! Él con solo mirarte te imponía la autoridad. No era como el chancho Guzmán que nunca sabés que piensa. ¡Ahora se lo llevaron preso! Se afeminó el chancho. Y pensar que  quería mandarnos a nosotros. ¡Por favor! ¿De que le va servir ahora la guita? Cuando esos jueces cipayos de los zurdos lo manden a la sombra. ¡En el culo va a tener que meterse la guita! Nunca nos apoyó verdaderamente. Seguramente, en el fondo, sentiría cierto desprecio por nosotros. Por nosotros que somos los últimos patriotas que van quedando. Los últimos que estamos dispuestos a defender el ser nacional. Por eso a veces pienso en ellos. ¡Qué falta nos haría ahora contar con hombres de sus cojones! El negro Antíguez me contó una historia hace unos años en el club. Buen tipo el negro Antíguez lástima que chupara tanto. Le gustaba el vino al negro. El negro me contó esa historia medio empedo. Le gustaba hablar demás también. Eso era lo que tenía de malo pobrecito. Por lo demás era de los nuestros.  Una injusticia que lo exoneraran de la policía. En este país se defiende  a los delincuentes. A los malandras. ¡Así nos va! Si vos cumplís con tu deber sos gatillo fácil. Claro, tendrían que invitarlos a los chorros que se abuenen. “Por favor señor delincuente, deje de robar. Gracias”  Son todos unos pelotudos estos que nos gobiernan. ¡Y bueno de los montos que se puede esperar!  La cosa es que el negro terminó en una empresa de seguridad privada. Y ahí se ve que empezó a chupar más. Creo que todavía gobernaba el cabezón cuando nos encontramos en el club.  Si. Hacía poco que habían liquidado esos dos vagos ahí en el puente Pueyrredón. Semejante quilombo armaron por esos dos comunistas de mierda. El negro Antíguez estaba que trinaba por como se castigaba a los agentes del orden. Al negro le hervía la  sangre cada vez que pasaba una cosa de ésas. Y si estás caliente y borracho es peor. Por ahí se te suelta la lengua más. Esa tarde estábamos los dos solos. El negro y yo. Y salió la charla sobre el tigre. El había conocido al tigre. Nunca supe bien como. Pero lo había conocido. Y lo quería al tigre. Y todo aquel que lo había conocido lo quería. Por supuesto,  siempre que no fuera alguno de esos hijos de puta.  Esos hijos de puta lo odiaban. Habían escrito mentiras que lo difamaban. Es que los que ganamos la guerra perdimos la paz. Siempre pasa lo mismo en la Argentina. Mirá sino lo del Beagle. Tuvimos que llamar a todos esos pollerudos. Samoré y  todos los cagadores que lo secundaron.  Tendríamos que haber entrado a sangre y fuego en Santiago. Defender la patria. ¡Pero quedan tan pocos patriotas! ¡Cómo no acordarse del tigre! Él puteaba de lo lindo. Puteaba de lo lindo cuando llamaron a la “mediación”.  Menos mal que hacia poco se había muerto cuando hicieron toda esa payasada del plebiscito. Sino yo creo que habría salido con un fusil a la calle indignado de tanta entrega. Por eso digo siempre pasa lo mismo en la Argentina. No se respeta a los héroes. A los que luchamos por una forma de vida occidental y cristiana. Antíguez lo quería al tigre. Y estaba bastante borracho esa tarde. Y enojado por lo del puente Pueyrredón. No por lo del puente sino por lo que pasó después. Todos esos periodistas hijos de remilputas hablando contra la policía. Contra la “represión”.  Y el cabezón que aflojó. Se dio vuelta como un queso. Y mostró la otra cara. Ya sabemos lo que vino después. Trajo de la mano a éste de ahora. Al que revuelve la mierda. Y su canciller el que tuvo a Aldo de ministro. Si Aldo hubiera seguido de ministro otra sería la historia. Pero los tipos capaces se tienen que ir enseguida. Todas esas  cosas hablamos con el negro. Y siguió chupando. Por ahí salió con la historia ésa.  Que al tigre lo mataron. Que no se murió en un accidente. Que lo accidentaron. Estaba muy comprometido me dijo y no se quería rajar. Ya sabemos que al tigre lo sacarían de la Argentina con las patas para adelante. Además era muy calentón me dijo. No inspiraba confianza. No se sabía si guardaría los secretos que había que guardar. O si por el contrario deschavaría a todos. No confiaban en el tigre. ¡Pobre! Un verdadero patriota. Él siempre decía que aquí había habido una guerra. Y que él estaba en el bando de los vencedores. Que todos nosotros estábamos en el bando de los vencedores y que no había por que esconderse debajo de la cama. Como algunos generales. ¡Tenía huevos el tigre!  El negro dice que lo siguieron esa tarde hasta  Cañuelas y que ahí lo encerraron y  lo hicieron volcar. Además dice que quedó vivo y que lo remataron con un tiro en la cabeza. Luego incendiaron el auto. El negro estaba borracho. Y tenía la lengua muy larga. Esa es la historia que me contó. A veces pienso en el tigre. Si fuera verdad todo ese cuento. Sería una cagada. O un último sacrificio por el país. Quien sabe. No como el pelado que se voló la tapa de los sesos después de Malvinas.  El chancho siempre dice que ni siquiera estuvo en Malvinas, que se mató de maricón, por miedo. Cuando el juicio a las Juntas y toda esa fantochada. Para mí el pelado nunca fue un maricón. Pero que dicen que se mató, es cierto. Yo no fui al velorio. Vivía en  Bahía Blanca. Muy lejos.  El chancho dice eso. ¡Tan macho el chancho! Que se entregó como un corderito. Yo les hubiera metido bala a los que me buscaban. ¿Quién sabe que pensará en chancho? Él siempre dice que actuó en el gobierno de Isabel. Yo lo sé porque estuve con él en esa época. Pero después siguió, en otro cargo, pero siguió. Eso también lo sé. Y los que lo metieron preso lo deben saber. Si la lucha fue la misma. Contra los mismos enemigos apátridas y subversivos. Si  lo habremos hablado con el iguana. Me acuerdo cuando él se infiltró en el grupo del curita ese Eleazar Hernández. Una especie de Fidel Castro con sotana. De los curas tercermundistas. Eso nos sirvió para luego meternos en la organización armada.    La teología de la liberación. ¡Hijos de puta! Eran todos una manga de zurdos. Casi todos los que andaban ahí, estaban metidos. O ayudaban a los que estaban metidos. Buen trabajo hicimos. Y eso fue antes del golpe. Y después continuamos igual. Claro, con el tigre. Ya no con el chancho. Además nos habían  vendido. Alguien nos había vendido y casi nos matan. Pero nos escapamos. Peor para ellos. Con el tigre empezamos a barrer. El tigre decía que el único bolche bueno era el muerto. Por eso algún desgraciado nos puso “escuadrón Mandrake”. Pero nosotros hicimos un buen trabajo. Un trabajo limpio. No como algunos otros. Nosotros no tomamos prisioneros. Así nos decía el tigre. ¿Será verdad que lo mataron? Si todos hubieran trabajado como nosotros. ¡Otra sería la historia! Mirá que me vengo a acordar del curita trosko ése, bien que le metimos la teología de liberación por el orto. Y esa fue una idea del pelado. ¡Mirá que va ser maricón el pelado! Lástima lo del iguana, pero el Maestro me dijo que él estaba de acuerdo. Y el  Maestro todo lo sabe. El Maestro me dará todo el poder. Un poder muy superior a todo lo que yo pueda imaginarme. Así me dijo. Y  ya falta poco. El iguana es como un mártir. El tigre también. Si lo que dice el negro Antíguez es cierto. Tres días, nada más que tres días y todo habrá valido la pena. Y se dará vuelta la moneda. Por eso a veces pienso en el tigre y en el iguana y en el pelado. Cuando Tarzán me llamó hoy, traté de que no se diera cuenta de mi alegría. Le contesté como distraído. Noté la sorpresa en su voz. Tampoco deseaba que el pendejo creyera que yo le debía un gran favor. ¡Con todos los que me debe él!  Primero me encargaría de ése asuntito y luego si  iría a verlo al Maestro para los últimos preparativos. Por la noche hablaría con el flaco Otero que además de mi asistente. Era mi hombre de confianza. El flaco Otero. El flaco era una garantía para este tipo de cositas. Él tenía su gente. Yo prefería no ocuparme de esos detalles.

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