miércoles, 11 de marzo de 2015

Gallito Ciego Novela. Quincuagésima Cuarta Entrada

Les dejo el segundo fragmento del capítulo  "El buscador y el Anciano"

El  Buscador y el Anciano (Segunda Parte)



-Nada. En realidad ya no investigo nada-levanté mi brazo enyesado. Como poniendo  una excusa falsa.
-Veo que tuviste un accidente-me dijo con voz suave.
-Si. Algo así. Accidentalmente no me mataron- le dije con una sonrisa amarga. El viejo apoyó fugazmente su mano sobre la mía que descansaba en el apoyabrazos de madera oscura. En un gesto de contención.
-¿Y que estabas investigando antes del accidente? ¿Qué era eso en lo que yo te podría haber sido de utilidad?
-Es una historia larga. Una larga historia de la cual muchas cosas no comprendo-dije
-Bueno podrías empezar por comenzar a narrar esa larga historia. Y veremos si es cierto que te puedo ayudar.-Se recostó aún más contra el espaldar y cerró los ojos- comienza por favor, te escucho.-agregó.
Nuevamente tragué saliva. Empecé por el episodio del cadáver en la iglesia. Luego el llamado de aquella mujer de la calle Tucumán y poco a poco todo lo demás. Cuándo le conté lo de Videla, traté de justificarme. Afirmé que en realidad no sabía porque había maltratado a aquel hombre. Si bien yo estaba convencido que era una mala persona y que ocultaba muchas cosas. No era justificable lo que yo había hecho.
-Contame la historia.- me dijo el viejo- Sin comentarios morales.
Una vez que terminé mi relato con mi salida del hospital. Lo miré él parecía dormir pero no estaba dormido. Lo noté en el movimiento de sus manos contra la madera.
Luego por fin abrió sus ojos que me parecieron cansados. Como si el dormitar le hubiera causado una gran fatiga. Dormitar no es la palabra adecuada. El permanecer quieto con los ojos cerrados escuchando. Deslizando apenas sus manos, o por momentos con  movimientos mas amplios  como quien juega  en uno de ésos aparatos de realidad virtual que se parecen a un casco.  Por eso cuando por fin abrió los ojos, estos parecían fatigados, como los de aquellos jugadores cuando se retiraban el adminículo de su cara.  Se puso de pie en silencio. Se dirigió hacia un cuarto que estaba en un costado, desapareció tras la puerta. Diez o quince minutos después regresó con un pequeño cofre. Se paró frente a mí y me lo dio.
-Consérvalo siempre contigo, eso me permitirá ayudarte si el maestro negro, O Rourke o como se quiera hacer llamar ahora te atrapa.
Abrí la caja y en ella había una pequeña esfera de cristal. Como una canica. Un de esa bolillas que usan los niños en sus juegos. En su centro parecía brillar una brasa minúscula. Miré aquello con sorpresa. Cerré el estuche  y me disponía  pedirle alguna explicación. Cuando vi que ya se dirigía nuevamente al cuarto contiguo.
-Adiós. Iñaki te acompañara hasta la puerta.- Efectivamente el luchador romano estaba parado frente a mi.  Me levanté de mi sillón guardé el pequeño estuche en mi bolsillo izquierdo con mi única mano útil y lo seguí. Me paré en la vereda. Escuché la puerta cerrarse a mis espaldas. Luego el girar de la llave. Palpé el pequeño objeto en mi bolsillo. Ahora al parecer tenía otro talismán.  Caminé un largo rato sin rumbo fijo, casi inconscientemente me encontraba en Lima y Moreno, me detuve a mirar los autos pasar, hasta que  decidí a ir a verlo a Riedel Liand.
Subí nuevamente a un taxi. En mi estado no me animaba a usar el transporte público. Me sentía una especie de benefactor del gremio de los taxistas.
Llegue a la redacción ingresé sin mirar al portero que como siempre se ocupaba de cualquier cosa menos de observar quien ingresa. O por lo menos eso es lo que me parece. Quizás el tipo es un eximio cultor del arte de la simulación. Y como ésos espías de las películas de los años sesenta nos mira a través de orificios en las revistas de farándula. Si yo era benefactor del gremio de los taxistas éste tipo lo era de Paparazzi .  Margarita me miró con su rostro inexpresivo de vaca adormecida. Me saludó con su cara de nada.  Nuevamente se enfrascó en su celular. Seguramente se enviaba mensajes de texto con Barnie, de esto ya no tenía dudas. Un cierto rubor en su rostro, trasuntaba actividad de su libido. Es como deben verse las manatíes en celo.  Noté que había posado su mirada en mi yeso. Le sonreí. Ella bajó la mirada. Toqué el estuche en mi bolsillo. Me dirigí al despacho del asesor del directorio.  Eugenia levantó su mirada en cuanto me encaminé por el pasillo. Luego continuó con sus tareas. Esta mujer siempre tenía tareas. Probablemente sean indicaciones de su embalsamador. Siempre mantenerse en actividad. Para que los principios conservantes fluyeran por su cuerpo y la mantuvieran inalterable a lo largo del tiempo. Me sorprendo del estado casi de excitación que siento.  Un estado por demás inexplicable. Pensé con más seriedad que probablemente necesitara una consulta psiquiatrica. Últimamente mis euforias no me habían conducido a buen puerto. Más aún me habían conducido a arrecifes de coral y a bancos de arena.  A encallar una y otra vez. Y sin embargo nuevamente estaba aquí con las evidencias físicas de mis  tribulaciones. Pensando en manatíes en celo y en viejas conservadas por secretos momificadores mágicos. Listo para nuevos ejercicios de la osadía más extrema y más inútil.  Unas horas antes me había enfrentado a Iñaki. O en realidad casi lo había hecho. Un resto de instinto de autoconservación me había detenido a último momento.  El  plantígrado era  un buen muchacho me había dicho el viejo. Quizás la madre de Hitler o la de Videla (el genocida) dijera lo mismo refiriéndose a ellos. Pero el viejo. El Papa como quedó gravado en mi inconsciente era una persona de la que no se podía dudar. O ese era mi nuevo convencimiento, al menos.
Eugenia sobre el escritorio tenía prolijamente doblada un ejemplar de la revista con la foto del comisario Guzmán esposado.  Me detuve frente a ella , levantó como siempre su mirada por sobre el marco de sus anteojos y continuó trabajando en algo que en apariencia no toleraba ningún tipo de demoras ni interrupciones.
-Eugenia-dije con una voz que me sonó risueña como la voz de mi abuelo, o la del viejo. A ella aparentemente  le pareció lo mismo. Porque me volvió a mirar esta vez con un gesto agrio.
-Podría tener la amabilidad de esperar que termine esto, señor Miralles. –me dijo casi con un silabeo. Como para remarcar la magnitud de mi impertinencia.  Levanté mi mano sana  con la palma hacia delante , en un gesto de disculpa y me senté  silencioso en el mismo sillón  desde donde semanas atrás había visto pasar a García. De pronto la euforia fue disminuyendo. Quizás en lugar de realizar una  consulta psiquiátrica tendría que venir más seguido a interrumpir a esta mujer mientras realiza su trabajo, siempre impostergable y prioritario.  Transcurridos unos minutos decidí volver a la carga.
-Eugenia- volví a llamarla mientras me ponía de pie. La mujer esta vez me miró con ojos furibundos.-Eugenia-repetí sin dejarme amedrentar por aquel gesto de la vieja que hizo representar un cobra erguida en mi imaginación-Necesito ver al Dr.Riedel Liand. Por favor es importante-agregué como para justificar mi atrevimiento y esperando ver disminuir el nivel de furia. A esa altura la euforia había desaparecido por completo. Este era un tratamiento realmente eficiente.
-Sr. Miralles, primero usted viene aquí sin  una cita previa. Que además usted sabe que  es la norma. El Dr. no puede estar a disposición de cuanto empleado quiera entrevistarse con él. Como su sentido común seguramente se lo hará saber.- a esta altura había parcialmente abandonado su silabeo para tomar el tono de una maestra de primaria amonestando al revoltoso de la clase.- Además usted, hasta donde yo sé está de licencia por su accidente. No se ha reincorporado a sus actividades normales. Otro motivo por el cual no debería estar aquí –continuó con un gesto que ahora denotaba su íntima satisfacción por haberme dado un argumento irrebatible-no  creo que el Dr. se alegre mucho de saber que usted se encuentra  en estos momentos como un  despreocupado  turista  visitando nuestra redacción.-La miré con sorpresa. Yo era un despreocupado turista al que le habían roto los huesos. Un alegre viandante  molido a patadas  mientras se dirigía al lugar señalado en una tarjeta, que el mismo Dr. que ahora se sentirá molesto por su presencia, le había dado en propias manos.-Tiene suerte que el Dr. no se encuentre. No estará en todo el día. Si usted quiere una cita solicítemela mañana en los horarios correspondientes.-Noté que ni siquiera había retirado su mano del mouse. Me quedé mirándola. Totalmente liberado de mi euforia. Casi comenzaba a invadirme una especie de desaliento, como el de las primeras horas en mi departamento luego de mi externación del hospital. Quizás yo soy un bipolar. Eugenia me miraba esperando una respuesta que por lo menos me redimiera a último momento. Una disculpa o algún gesto que atemperara mi insolencia. Pero en este nuevo estado que me invadía me di vuelta y salí por la puerta hacia el pasillo. García subía la escalera cuando me iba. Se detuvo a saludarme. Seguramente enterado de lo que me había ocurrido. O por lo menos de la versión oficial. El intento de robo. Pero yo no tengo ganas de hablar con nadie continúo  descendiendo como si no lo hubiera visto.

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