El Buscador y el Anciano (Segunda Parte)
-Nada. En
realidad ya no investigo nada-levanté mi brazo enyesado. Como poniendo una excusa falsa.
-Veo que tuviste
un accidente-me dijo con voz suave.
-Si. Algo así.
Accidentalmente no me mataron- le dije con una sonrisa amarga. El viejo apoyó
fugazmente su mano sobre la mía que descansaba en el apoyabrazos de madera
oscura. En un gesto de contención.
-¿Y que estabas
investigando antes del accidente? ¿Qué era eso en lo que yo te podría haber
sido de utilidad?
-Es una historia
larga. Una larga historia de la cual muchas cosas no comprendo-dije
-Bueno podrías
empezar por comenzar a narrar esa larga historia. Y veremos si es cierto que te
puedo ayudar.-Se recostó aún más contra el espaldar y cerró los ojos- comienza
por favor, te escucho.-agregó.
Nuevamente tragué
saliva. Empecé por el episodio del cadáver en la iglesia. Luego el llamado de
aquella mujer de la calle Tucumán y poco a poco todo lo demás. Cuándo le conté
lo de Videla, traté de justificarme. Afirmé que en realidad no sabía porque
había maltratado a aquel hombre. Si bien yo estaba convencido que era una mala
persona y que ocultaba muchas cosas. No era justificable lo que yo había hecho.
-Contame la
historia.- me dijo el viejo- Sin comentarios morales.
Una vez que
terminé mi relato con mi salida del hospital. Lo miré él parecía dormir pero no
estaba dormido. Lo noté en el movimiento de sus manos contra la madera.
Luego por fin
abrió sus ojos que me parecieron cansados. Como si el dormitar le hubiera
causado una gran fatiga. Dormitar no es la palabra adecuada. El permanecer
quieto con los ojos cerrados escuchando. Deslizando apenas sus manos, o por
momentos con movimientos mas
amplios como quien juega en uno de ésos aparatos de realidad virtual
que se parecen a un casco. Por eso
cuando por fin abrió los ojos, estos parecían fatigados, como los de aquellos
jugadores cuando se retiraban el adminículo de su cara. Se puso de pie en silencio. Se dirigió hacia
un cuarto que estaba en un costado, desapareció tras la puerta. Diez o quince
minutos después regresó con un pequeño cofre. Se paró frente a mí y me lo dio.
-Consérvalo
siempre contigo, eso me permitirá ayudarte si el maestro negro, O Rourke o como
se quiera hacer llamar ahora te atrapa.
Abrí la caja y en
ella había una pequeña esfera de cristal. Como una canica. Un de esa bolillas
que usan los niños en sus juegos. En su centro parecía brillar una brasa
minúscula. Miré aquello con sorpresa. Cerré el estuche y me disponía
pedirle alguna explicación. Cuando vi que ya se dirigía nuevamente al
cuarto contiguo.
-Adiós. Iñaki te
acompañara hasta la puerta.- Efectivamente el luchador romano estaba parado
frente a mi. Me levanté de mi sillón
guardé el pequeño estuche en mi bolsillo izquierdo con mi única mano útil y lo
seguí. Me paré en la vereda. Escuché la puerta cerrarse a mis espaldas. Luego
el girar de la llave. Palpé el pequeño objeto en mi bolsillo. Ahora al parecer
tenía otro talismán. Caminé un largo
rato sin rumbo fijo, casi inconscientemente me encontraba en Lima y Moreno, me
detuve a mirar los autos pasar, hasta que
decidí a ir a verlo a Riedel Liand.
Subí nuevamente a
un taxi. En mi estado no me animaba a usar el transporte público. Me sentía una
especie de benefactor del gremio de los taxistas.
Llegue a la
redacción ingresé sin mirar al portero que como siempre se ocupaba de cualquier
cosa menos de observar quien ingresa. O por lo menos eso es lo que me parece.
Quizás el tipo es un eximio cultor del arte de la simulación. Y como ésos
espías de las películas de los años sesenta nos mira a través de orificios en
las revistas de farándula. Si yo era benefactor del gremio de los taxistas éste
tipo lo era de Paparazzi . Margarita me
miró con su rostro inexpresivo de vaca adormecida. Me saludó con su cara de
nada. Nuevamente se enfrascó en su
celular. Seguramente se enviaba mensajes de texto con Barnie, de esto ya no
tenía dudas. Un cierto rubor en su rostro, trasuntaba actividad de su libido.
Es como deben verse las manatíes en celo.
Noté que había posado su mirada en mi yeso. Le sonreí. Ella bajó la
mirada. Toqué el estuche en mi bolsillo. Me dirigí al despacho del asesor del
directorio. Eugenia levantó su mirada en
cuanto me encaminé por el pasillo. Luego continuó con sus tareas. Esta mujer
siempre tenía tareas. Probablemente sean indicaciones de su embalsamador.
Siempre mantenerse en actividad. Para que los principios conservantes fluyeran
por su cuerpo y la mantuvieran inalterable a lo largo del tiempo. Me sorprendo
del estado casi de excitación que siento.
Un estado por demás inexplicable. Pensé con más seriedad que
probablemente necesitara una consulta psiquiatrica. Últimamente mis euforias no
me habían conducido a buen puerto. Más aún me habían conducido a arrecifes de
coral y a bancos de arena. A encallar
una y otra vez. Y sin embargo nuevamente estaba aquí con las evidencias físicas
de mis tribulaciones. Pensando en manatíes
en celo y en viejas conservadas por secretos momificadores mágicos. Listo para
nuevos ejercicios de la osadía más extrema y más inútil. Unas horas antes me había enfrentado a Iñaki.
O en realidad casi lo había hecho. Un resto de instinto de autoconservación me
había detenido a último momento. El plantígrado era un buen muchacho me había dicho el viejo.
Quizás la madre de Hitler o la de Videla (el genocida) dijera lo mismo
refiriéndose a ellos. Pero el viejo. El Papa como quedó gravado en mi
inconsciente era una persona de la que no se podía dudar. O ese era mi nuevo
convencimiento, al menos.
Eugenia sobre el
escritorio tenía prolijamente doblada un ejemplar de la revista con la foto del
comisario Guzmán esposado. Me detuve
frente a ella , levantó como siempre su mirada por sobre el marco de sus
anteojos y continuó trabajando en algo que en apariencia no toleraba ningún
tipo de demoras ni interrupciones.
-Eugenia-dije con
una voz que me sonó risueña como la voz de mi abuelo, o la del viejo. A ella
aparentemente le pareció lo mismo.
Porque me volvió a mirar esta vez con un gesto agrio.
-Podría tener la
amabilidad de esperar que termine esto, señor Miralles. –me dijo casi con un
silabeo. Como para remarcar la magnitud de mi impertinencia. Levanté mi mano sana con la palma hacia delante , en un gesto de
disculpa y me senté silencioso en el
mismo sillón desde donde semanas atrás
había visto pasar a García. De pronto la euforia fue disminuyendo. Quizás en
lugar de realizar una consulta
psiquiátrica tendría que venir más seguido a interrumpir a esta mujer mientras
realiza su trabajo, siempre impostergable y prioritario. Transcurridos unos minutos decidí volver a la
carga.
-Eugenia- volví a
llamarla mientras me ponía de pie. La mujer esta vez me miró con ojos
furibundos.-Eugenia-repetí sin dejarme amedrentar por aquel gesto de la vieja
que hizo representar un cobra erguida en mi imaginación-Necesito ver al
Dr.Riedel Liand. Por favor es importante-agregué como para justificar mi
atrevimiento y esperando ver disminuir el nivel de furia. A esa altura la
euforia había desaparecido por completo. Este era un tratamiento realmente
eficiente.
-Sr. Miralles,
primero usted viene aquí sin una cita
previa. Que además usted sabe que es la
norma. El Dr. no puede estar a disposición de cuanto empleado quiera
entrevistarse con él. Como su sentido común seguramente se lo hará saber.- a
esta altura había parcialmente abandonado su silabeo para tomar el tono de una
maestra de primaria amonestando al revoltoso de la clase.- Además usted, hasta
donde yo sé está de licencia por su accidente. No se ha reincorporado a sus
actividades normales. Otro motivo por el cual no debería estar aquí –continuó
con un gesto que ahora denotaba su íntima satisfacción por haberme dado un
argumento irrebatible-no creo que el Dr.
se alegre mucho de saber que usted se encuentra
en estos momentos como un
despreocupado turista visitando nuestra redacción.-La miré con
sorpresa. Yo era un despreocupado turista al que le habían roto los huesos. Un
alegre viandante molido a patadas mientras se dirigía al lugar señalado en una
tarjeta, que el mismo Dr. que ahora se sentirá molesto por su presencia, le
había dado en propias manos.-Tiene suerte que el Dr. no se encuentre. No estará
en todo el día. Si usted quiere una cita solicítemela mañana en los horarios
correspondientes.-Noté que ni siquiera había retirado su mano del mouse. Me
quedé mirándola. Totalmente liberado de mi euforia. Casi comenzaba a invadirme
una especie de desaliento, como el de las primeras horas en mi departamento
luego de mi externación del hospital. Quizás yo soy un bipolar. Eugenia me
miraba esperando una respuesta que por lo menos me redimiera a último momento.
Una disculpa o algún gesto que atemperara mi insolencia. Pero en este nuevo
estado que me invadía me di vuelta y salí por la puerta hacia el pasillo.
García subía la escalera cuando me iba. Se detuvo a saludarme. Seguramente
enterado de lo que me había ocurrido. O por lo menos de la versión oficial. El
intento de robo. Pero yo no tengo ganas de hablar con nadie continúo descendiendo como si no lo hubiera visto.
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