sábado, 20 de septiembre de 2014

Gallito Ciego. Novela. Quincuagésimo Primera Entrada



XIX  El río y la sedienta segunda parte.



Él me miraba desde el sillón. Sus ojos  tras las volutas de humo de su cigarrillo. Él me miraba y su mirada parecía lamerme. Sentía el recorrido de la misma sobre mi cuerpo. Con una calidez húmeda que me erizaba. Me contorneaba, pasaba  mi mano lenta sobre mi piel mientras me sacaba las prendas. Una  a una.  Lamida por su mirada de hombre. Alfredo me hizo en silencio el gesto  con su brazo derecho extendido hacia delante y su mano trazando un imaginario círculo en el aire. Comencé a darme vuelta de acuerdo a sus deseos. Me privaba de su mirada. Pero yo igual la sentía subiendo por mis muslos y deteniéndose en mis glúteos. A ellos lo que más les gusta es mi cola. Adoro que admiren mi cola. Luego sentí que subía por mi espalda se detenía en mis hombros y anidaba en mi nuca. Con mi mano derecha recogí mi cabello. Para sentirla en mi cuello. Mi corazón latía con fuerza y un  rocío de sudor perló mi piel.  El deseo como una caricia quemante subía por la humedad de mi vagina y golpeaba mi ombligo. Como pequeñas olas tibias.  Él chasqueó los dedos. Lo miré sobre mi hombro. Me ordenó volverme.

-Sacate la tanga despacito, Magui, despacito.-me dijo, yo obedecí, con mis pulgares estiré lentamente las cintillas sobre mis caderas y con movimientos ondulantes empecé a sacármela.  Sentí como su mirada húmeda se posaba sobre mi pubis y lo escarbaba buscando mi clítoris. Las olas comenzaron a golpear con más fuerza.  Paralizada de deseo terminé de desnudarme. Él apagó lentamente el cigarrillo y se puso de pie. Me hizo un gesto para que me acercara.  Mientras con una mano se desabrochaba el cinto y se abría el pantalón. No podía reprimir el deseo en mi interior que era como un temblor. Una vibración que me sacudía. Caminé los pocos pasos que nos separaban sin sacarle la mirada de sus ojos.  Cuando estuve frente a él, me puso  las manos en los hombros y con suavidad me obligó a arrodillarme.  Estiré mis manos sudorosa hacia sus calzoncillos blancos, los bajé con cuidado. Vi su pene parado. El glande rosado asomando de su piel.  Acaricié sus testículos duros y levantando la mirada, comencé a lamerlo. Ahora yo lo lamía. Como él me había lamido y poco a poco fui devorando su miembro duro. Que se deslizaba sobre mi lengua como un ariete. La humedad comenzó mojar mis muslos juntos y una gran ola me penetró, mojando mi piel en un orgasmo. Luego él me levantó con sus manos suaves bajo mis axilas húmedas. Me acostó en el suelo y me penetró con fuerza hasta que casi perdí la conciencia. Enrique. Enrique. ¿Por qué no te quedas a vivir dentro mío? Cuando su esperma me inundó. Se retiró de mí y encendió otro cigarrillo. Me llevó a la habitación y me arrojó sobre la gran cama  de algarrobo. Tirándose a mi lado a fumar.  Mientras con su mano recorría mi cuerpo minuciosamente.  Yo lo miraba con mi cabeza sobre la almohada de vez en cuando sonreía dejando ver su dentadura blanca. Esa noche no dormí. Una y otra vez socavó mi cuerpo con hambre de famélico. Explorándome como un conquistador impetuoso. Por la mañana me ordenó  que le preparara un café . Obediente me dirigí a la cocina, se lo llevé en una bandeja que encontré sobre la mesada.

- Ahora vestite y andate-me dijo serio- que quiero descansar un rato, y no te olvides de averiguarme sobre ese tipo que te dije anoche. ¡Y no  me llames! Yo lo haré cuando lo crea conveniente.-agregó.

Agradecida me vestí en silencio. Cuando terminé  ya había acabado su café y tenía los ojos cerrados. Lo miré por última vez. No le di un beso para no molestarlo. Enrique es así. Padre-amante-dueño. ¡Otra vez! Esa maldita puerta que no se cierra. ¡Alfredo quiero decir! ¡Alfredo!. Agradecí no haberme bañado pues podía aún sentir su olor en mi cuerpo. Caminé hasta la esquina y tomé un taxi.

No hay comentarios:

Publicar un comentario