XIX El río y la
sedienta segunda parte.
Él me miraba desde
el sillón. Sus ojos tras las volutas de
humo de su cigarrillo. Él me miraba y su mirada parecía lamerme. Sentía el
recorrido de la misma sobre mi cuerpo. Con una calidez húmeda que me erizaba.
Me contorneaba, pasaba mi mano lenta
sobre mi piel mientras me sacaba las prendas. Una a una.
Lamida por su mirada de hombre. Alfredo me hizo en silencio el
gesto con su brazo derecho extendido
hacia delante y su mano trazando un imaginario círculo en el aire. Comencé a
darme vuelta de acuerdo a sus deseos. Me privaba de su mirada. Pero yo igual la
sentía subiendo por mis muslos y deteniéndose en mis glúteos. A ellos lo que
más les gusta es mi cola. Adoro que admiren mi cola. Luego sentí que subía por
mi espalda se detenía en mis hombros y anidaba en mi nuca. Con mi mano derecha
recogí mi cabello. Para sentirla en mi cuello. Mi corazón latía con fuerza y
un rocío de sudor perló mi piel. El deseo como una caricia quemante subía por la
humedad de mi vagina y golpeaba mi ombligo. Como pequeñas olas tibias. Él chasqueó los dedos. Lo miré sobre mi
hombro. Me ordenó volverme.
-Sacate la tanga
despacito, Magui, despacito.-me dijo, yo obedecí, con mis pulgares estiré
lentamente las cintillas sobre mis caderas y con movimientos ondulantes empecé
a sacármela. Sentí como su mirada húmeda
se posaba sobre mi pubis y lo escarbaba buscando mi clítoris. Las olas
comenzaron a golpear con más fuerza.
Paralizada de deseo terminé de desnudarme. Él apagó lentamente el
cigarrillo y se puso de pie. Me hizo un gesto para que me acercara. Mientras con una mano se desabrochaba el
cinto y se abría el pantalón. No podía reprimir el deseo en mi interior que era
como un temblor. Una vibración que me sacudía. Caminé los pocos pasos que nos
separaban sin sacarle la mirada de sus ojos.
Cuando estuve frente a él, me puso
las manos en los hombros y con suavidad me obligó a arrodillarme. Estiré mis manos sudorosa hacia sus
calzoncillos blancos, los bajé con cuidado. Vi su pene parado. El glande rosado
asomando de su piel. Acaricié sus testículos
duros y levantando la mirada, comencé a lamerlo. Ahora yo lo lamía. Como él me
había lamido y poco a poco fui devorando su miembro duro. Que se deslizaba
sobre mi lengua como un ariete. La humedad comenzó mojar mis muslos juntos y
una gran ola me penetró, mojando mi piel en un orgasmo. Luego él me levantó con
sus manos suaves bajo mis axilas húmedas. Me acostó en el suelo y me penetró
con fuerza hasta que casi perdí la conciencia. Enrique. Enrique. ¿Por qué no te
quedas a vivir dentro mío? Cuando su esperma me inundó. Se retiró de mí y
encendió otro cigarrillo. Me llevó a la habitación y me arrojó sobre la gran
cama de algarrobo. Tirándose a mi lado a
fumar. Mientras con su mano recorría mi
cuerpo minuciosamente. Yo lo miraba con
mi cabeza sobre la almohada de vez en cuando sonreía dejando ver su dentadura
blanca. Esa noche no dormí. Una y otra vez socavó mi cuerpo con hambre de
famélico. Explorándome como un conquistador impetuoso. Por la mañana me
ordenó que le preparara un café .
Obediente me dirigí a la cocina, se lo llevé en una bandeja que encontré sobre
la mesada.
- Ahora vestite y
andate-me dijo serio- que quiero descansar un rato, y no te olvides de
averiguarme sobre ese tipo que te dije anoche. ¡Y no me llames! Yo lo haré cuando lo crea conveniente.-agregó.
Agradecida me
vestí en silencio. Cuando terminé ya
había acabado su café y tenía los ojos cerrados. Lo miré por última vez. No le
di un beso para no molestarlo. Enrique es así. Padre-amante-dueño. ¡Otra vez!
Esa maldita puerta que no se cierra. ¡Alfredo quiero decir! ¡Alfredo!. Agradecí
no haberme bañado pues podía aún sentir su olor en mi cuerpo. Caminé hasta la
esquina y tomé un taxi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario