viernes, 5 de septiembre de 2014

Gallito Ciego. Novela. Cuadragésimo Novena Entrada.



XVII  El reencuentro.


Fernando me tomó del brazo.  Con un gesto me invitó a que volviera a  sentarme. Luego señaló la foto en la pared .  Se acercó y la golpeo con su índice, el vidrio sonó seco, grave.
-                     En honor a éstos tiempos quiero escuchar tu historia, Horacio.- me dijo con voz suave. Luego se sentó cruzó su pierna derecha sobre su rodilla izquierda y con su puño derecho bajando y subiendo sobre el apoyabrazos. Me escuchó expectante.
-                     Mirá Fernando. Es una historia larga y retorcida. Pero todo empezó hace más de 10 años. Cuando ya se percibía que Menem perdería las elecciones. En aquel espejismo que vivimos por pocos meses. Una tarde me llamó la negra. Quería que nos entrevistáramos con un tal Furno. Un exonerado de la Federal cuya característica distintiva era ser un borracho perdido. Yo en aquél momento y a pedido de algunos amigos colaboraba en la campaña de la Alianza. Como asesor más que nada del Frente Grande en cuestiones  relacionadas con la publicidad y el discurso de los candidatos. Así que  le dije a la negra que estaba ocupado. Que no me interesaba hablar con ése tipo. Además nada de lo que me dijera podría ayudarme en el tema del que me ocupaba. La  negra me cortó la comunicación disgustada como es sus costumbre. Vos ya la conocés no es necesario que yo te cuente como es ella. A los pocos días apareció por mi casa. Tenía el mismo objetivo. Quería que nos reuniéramos con ese tipo. Yo traté de convencerla de que no me interesaba. Como realmente en ese momento no me interesaba.-me detuve y encendí otro cigarrillo. Fernando se puso de pie y entreabrió una puerta ventana que daba a una pequeña galería trasera. La tarde empezaba a caer y unos rayos horizontales de sol iluminaban la parte superior de la tapia trasera encalada. Dividiéndola en dos sectores uno adherido a la  tarde y el otro adentrándose en la noche-Pero ya conocés a la negra y sabés lo insistente que puede ser. Fuimos al parque  Centenario. Sobre Patricias Argentinas nos esperaba Furno. Es como si lo estuviera viendo ahora, vestido con un  ambo azul bastante trajinado y una remera negra de cuello polo, con sus infaltables anteojos negros y prolijamente peinado a la gomina su cabello gris.  Subió al auto en el asiento trasero. Su perfume Givenchy  invadió el interior de tal forma que tuve que entreabrir la ventanilla. Era un verdadero zorrino. ¡Además de un cerdo! Por supuesto. La negra le dijo “Bueno aquí está el doctor porque no le cuenta lo que me prometió” El sujeto se sonrió  abrió sus brazos y se sentó en el medio del asiento. De tal forma que su rostro quedaba directamente en mi espejo retrovisor. Adiviné su cara de satisfacción. No me imaginaba que cosa podría decirme semejante basura. Algo seguramente relacionado con la intimidad de nuestros adversarios políticos. Alguna bajeza. No se me ocurría otra cosa y empecé a desear fervientemente bajarlo del auto.     “Yo sé quien le cortó las manos a Perón” dijo sonriente.  Yo lo miré y no le contesté nada “continúe” le dijo la negra con el tronco girado hacia mí y mirando al sujeto. “Los de la Hermandad” dijo “¿Qué Hermandad?” le dije riéndome “¿Los de la mesa redonda? Y se las llevaron a Camelot. No me diga”
Se reclinó hacia atrás y me miró con ese gesto divertido y amenazante que tanto cultivan esos tipos. “no se burle” me dijo  “eso le va a encarecer la cuenta, doctor”continuó.- noté que Fernando había súbitamente cambiado su actitud que ahora era de una sincera atención. Se puso de pie. Se dirigió a un pequeño bargueño que tenía al costado de el primer cuerpo de bibliotecas, extrajo una botella JB y sirvió dos vasos sin hielo. Me alcanzó uno y se volvió a sentar, bebí un sorbo y dejé la copa junto a las tazas vacías. Continué mi relato ante un gesto de su mano.- “Yo les puedo decir quienes integran la Hermandad y lo que buscan” dijo la rata sonriente.”Claro que eso no será gratis” agregó “¿Qué Hermandad de mierda dice usted?” casi le grité “No sabía que era tan nervioso. Doctor. Cuando se dedicaba a poner bombas no parecía serlo” me dijo y casi detengo el auto y lo saco a sopapos si no fuera porque la negra me puso una mano sobre el muslo y le pidió que se ajustara a su relato que después arreglaríamos el precio si la cosa valía la pena.-me detuve y tomé otro sorbo de whisky- “La Hermandad del Gallo Azul, así la llaman ellos, yo estuve en contacto con alguno de sus integrantes” Furno había bajado la vista y parecía interesado en sus pantalones. Permaneció callado. “¿Y que hace esa Hermandad?” pregunté más calmo. “Adoctrina gente. Gente que usted conoce como el oso Videla o el profesor Serra y otros más que usted no conoce” dijo con un tono neutro. Una luz de alarma se encendió en mi mente. Te imaginás, Fernando, que me nombraran a ésos tipos. Y que me dijeran que andan adoctrinando gente. Me quedé casi sin palabras. “Deténgase aquí,  yo me bajo” dijo de repente. “¿Eso es todo?” le preguntó la negra. “ Cuando tengas veinte mil dólares en billetes, te sigo contando” le dijo mientras habría la puerta y descendía. Lo vimos alejarse con paso cansino. Y nos quedamos los dos pensativos. Volvimos a mi departamento y discutimos la cuestión. Parecía todo bastante disparatado. Decidimos que Furno no valía esa plata. No lo volvimos a ver. Por nueve años esa historia quedó arrumbada por ahí. Como tantas otras cosas. Como tantas otras informaciones falsas que te tiran esa clase de gente. Hasta que pasó lo de la iglesia- En ese momento golpearon la puerta  y apareció Clara, la morocha, diciéndonos que la cena estaba servida. Miré hacia  el patio y estaba en sombras.

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