XVII El
reencuentro.
Fernando me tomó
del brazo. Con un gesto me invitó a que
volviera a sentarme. Luego señaló la
foto en la pared . Se acercó y la golpeo
con su índice, el vidrio sonó seco, grave.
-
En honor a éstos tiempos quiero
escuchar tu historia, Horacio.- me dijo con voz suave. Luego se sentó cruzó su
pierna derecha sobre su rodilla izquierda y con su puño derecho bajando y
subiendo sobre el apoyabrazos. Me escuchó expectante.
-
Mirá Fernando. Es una historia
larga y retorcida. Pero todo empezó hace más de 10 años. Cuando ya se percibía
que Menem perdería las elecciones. En aquel espejismo que vivimos por pocos
meses. Una tarde me llamó la negra. Quería que nos entrevistáramos con un tal
Furno. Un exonerado de la Federal cuya característica distintiva era ser un
borracho perdido. Yo en aquél momento y a pedido de algunos amigos colaboraba
en la campaña de la Alianza. Como asesor más que nada del Frente Grande en
cuestiones relacionadas con la
publicidad y el discurso de los candidatos. Así que le dije a la negra que estaba ocupado. Que no
me interesaba hablar con ése tipo. Además nada de lo que me dijera podría
ayudarme en el tema del que me ocupaba. La
negra me cortó la comunicación disgustada como es sus costumbre. Vos ya
la conocés no es necesario que yo te cuente como es ella. A los pocos días
apareció por mi casa. Tenía el mismo objetivo. Quería que nos reuniéramos con
ese tipo. Yo traté de convencerla de que no me interesaba. Como realmente en
ese momento no me interesaba.-me detuve y encendí otro cigarrillo. Fernando se puso
de pie y entreabrió una puerta ventana que daba a una pequeña galería trasera.
La tarde empezaba a caer y unos rayos horizontales de sol iluminaban la parte
superior de la tapia trasera encalada. Dividiéndola en dos sectores uno
adherido a la tarde y el otro
adentrándose en la noche-Pero ya conocés a la negra y sabés lo insistente que
puede ser. Fuimos al parque Centenario.
Sobre Patricias Argentinas nos esperaba Furno. Es como si lo estuviera viendo
ahora, vestido con un ambo azul bastante
trajinado y una remera negra de cuello polo, con sus infaltables anteojos
negros y prolijamente peinado a la gomina su cabello gris. Subió al auto en el asiento trasero. Su
perfume Givenchy invadió el interior de
tal forma que tuve que entreabrir la ventanilla. Era un verdadero zorrino.
¡Además de un cerdo! Por supuesto. La negra le dijo “Bueno aquí está el doctor
porque no le cuenta lo que me prometió” El sujeto se sonrió abrió sus brazos y se sentó en el medio del
asiento. De tal forma que su rostro quedaba directamente en mi espejo
retrovisor. Adiviné su cara de satisfacción. No me imaginaba que cosa podría
decirme semejante basura. Algo seguramente relacionado con la intimidad de
nuestros adversarios políticos. Alguna bajeza. No se me ocurría otra cosa y empecé
a desear fervientemente bajarlo del auto.
“Yo sé quien le cortó las manos a Perón” dijo sonriente. Yo lo miré y no le contesté nada “continúe”
le dijo la negra con el tronco girado hacia mí y mirando al sujeto. “Los de la
Hermandad” dijo “¿Qué Hermandad?” le dije riéndome “¿Los de la mesa redonda? Y
se las llevaron a Camelot. No me diga”
Se reclinó hacia
atrás y me miró con ese gesto divertido y amenazante que tanto cultivan esos
tipos. “no se burle” me dijo “eso le va
a encarecer la cuenta, doctor”continuó.- noté que Fernando había súbitamente
cambiado su actitud que ahora era de una sincera atención. Se puso de pie. Se
dirigió a un pequeño bargueño que tenía al costado de el primer cuerpo de
bibliotecas, extrajo una botella JB y sirvió dos vasos sin hielo. Me alcanzó
uno y se volvió a sentar, bebí un sorbo y dejé la copa junto a las tazas
vacías. Continué mi relato ante un gesto de su mano.- “Yo les puedo decir
quienes integran la Hermandad y lo que buscan” dijo la rata sonriente.”Claro
que eso no será gratis” agregó “¿Qué Hermandad de mierda dice usted?” casi le
grité “No sabía que era tan nervioso. Doctor. Cuando se dedicaba a poner bombas
no parecía serlo” me dijo y casi detengo el auto y lo saco a sopapos si no
fuera porque la negra me puso una mano sobre el muslo y le pidió que se
ajustara a su relato que después arreglaríamos el precio si la cosa valía la
pena.-me detuve y tomé otro sorbo de whisky- “La Hermandad del Gallo Azul, así
la llaman ellos, yo estuve en contacto con alguno de sus integrantes” Furno
había bajado la vista y parecía interesado en sus pantalones. Permaneció
callado. “¿Y que hace esa Hermandad?” pregunté más calmo. “Adoctrina gente.
Gente que usted conoce como el oso Videla o el profesor Serra y otros más que
usted no conoce” dijo con un tono neutro. Una luz de alarma se encendió en mi
mente. Te imaginás, Fernando, que me nombraran a ésos tipos. Y que me dijeran
que andan adoctrinando gente. Me quedé casi sin palabras. “Deténgase aquí, yo me bajo” dijo de repente. “¿Eso es todo?”
le preguntó la negra. “ Cuando tengas veinte mil dólares en billetes, te sigo
contando” le dijo mientras habría la puerta y descendía. Lo vimos alejarse con
paso cansino. Y nos quedamos los dos pensativos. Volvimos a mi departamento y
discutimos la cuestión. Parecía todo bastante disparatado. Decidimos que Furno
no valía esa plata. No lo volvimos a ver. Por nueve años esa historia quedó
arrumbada por ahí. Como tantas otras cosas. Como tantas otras informaciones
falsas que te tiran esa clase de gente. Hasta que pasó lo de la iglesia- En ese
momento golpearon la puerta y apareció
Clara, la morocha, diciéndonos que la cena estaba servida. Miré hacia el patio y estaba en sombras.
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