jueves, 11 de septiembre de 2014

Gallito Ciego Novela. Quincuagésima Entrada



 XVIII  Retorno sin gloria.

Al despertar me sentí como saliendo de un túnel. Un largo túnel habitado por monstruos y fantasmas. El dolor físico me fue arrastrando lentamente fuera. Me fue arrastrando hacia la vigilia. Abrí los ojos y mi mirada recorrió el techo blanco. Deteniéndose en el plafón con sus círculos naranjas, como diminutos anillos superpuestos sobre el vidrio. Nunca había prestado atención a esos detalles insignificantes. Un surco recorría la pintura de látex paralela a la pared de la puerta. Se me ocurrió un  Nilo minúsculo corriendo sobre mi cabeza. Permanecí absorto en esos pensamientos inútiles. Hasta que el dolor de mis costillas y mi brazo me volvieron a situar en la realidad. No sabía que hora era. Mi reloj lo había perdido en la calle Solís, según recordaba como en una especie de sucesiones de flashes. Como ésas imágenes fugaces que se suceden en la presentación de algunos programas televisivos. Me senté con dificultad debido a mi brazo inmóvil, tenía que moverme en bloque como una especie mamífero marino sobre las rocas de la costa.  La maniobra me costó un gran esfuerzo. El dolor se transformaba en terribles puñaladas que atravesaban  mi cuerpo. Me puse de pie con la inseguridad de un niño que está aprendiendo a caminar. Sentí mi cuerpo bambolearse. Extendí mi brazo izquierdo y abrí mis pies con la esperanza de sustentarme. Poco a poco me acostumbre a mi condición de hombre erguido. Ese escalón evolutivo que permitió usar los miembros anteriores (ahora superiores) para asir cosas y manipular herramientas.  Yo era ahora un hombre erguido. Maltrecho hombre erguido. Con uno de mis miembros superiores petrificado en ángulo recto. Poco a poco comencé mi marcha, paso tras paso. Hasta que la confianza volvió a ganarme. A sumarme a las filas de los optimistas que creen que es posible llegar al baño sin caerse. Cuando me paré junto al espejo mi aspecto me sobresaltó. ¿Era yo esa cosa magullada y barbuda. Surcado el rostro de excoriaciones y hematomas? Giré sobre mis pies. Con la dificultad de una maniobra quirúrgica bajé el cierre de mis pantalones que no me había sacado para dormir y vacié mi vejiga tensa ruidosamente en el inodoro apoyándome con mi mano izquierda en la pared. Luego de haber terminado permanecí con la cabeza gacha y los ojos cerrados. En la misma posición . Como congelado. Luego con menos dificultad subí el cierre y me enfrenté nuevamente con la terrible realidad del espejo. Me percaté de mi ropa sucia y comencé  trabajosamente a desnudarme. En calzoncillos emprendí la larga travesía que me llevó hasta la cocina. Extraje una bolsa de residuos negra y me embolsé el miembro inmóvil y blanco. Mi miembro de estatua. Ése que me había mirado la Gorgona. Reí de mi pensamiento estúpido y al hacerlo me dolieron terriblemente los labios lastimados. En  mi nueva condición de hombre residuo, me volví a dirigir al baño. Me terminé de desnudar y dejé caer el agua de la ducha sobre mi humanidad maltrecha. Tomé la pastilla de jabón con la misma delicadeza y precisión con que un astronauta lo hace con sus herramientas en una caminata espacial. De escapar de mi mano sería una tragedia inenarrable. Volver a tomarla para mí, hombre-erguido-tambaleante-residuo sería muy difícil. Afortunadamente nada de esto ocurrió. Con el shampoo fue un poco más fácil. Solo tuve que arrojarme un poco sobre el pelo y con mi única mano humana frotarme la cabeza hasta que se formara abundante espuma. Permanecí bajo la lluvia tibia.  Mis músculos se relajaron. Me sentí mejor. Me sequé y con renovada energía me dirigí a mi cuarto. Extraje la bolsa que había sido bastante efectiva en preservar el yeso seco. Abrí el placard y extraje ropa limpia. Vestirme fue otra tarea ciclópea interrumpida por las puñaladas de dolor. Cuando terminé de hacerlo me dirigí nuevamente al baño. Llevaba conmigo unos analgésicos que me habían dado en el Hospital. Tomé dos juntos.  Y evalué la posibilidad de afeitarme. A mí que me gustaba estar siempre presentable. Si Selene me viera con este aspecto seguramente saldría corriendo como quien se encuentra con el diablo. De todos modos decidí dejar esa tarea para otro momento. Fui nuevamente a la cocina y me preparé  un café grande. Agradecí al inventor del chispero incorporado a la cocina. Haberla encendido con un fósforo o con el encendedor hubiera sido mucho más arduo. Extraje unas galletitas del frasco sobre la mesada, las comí como el más exquisito de los manjares. Con la taza humeante a medio tomar me dirigí al sillón del balcón y me dejé caer en él como un peso muerto. Miré el paisaje de la ciudad que despertaba. Y por fin tuve conciencia que a pesar de todo estaba vivo. Traté de alejar de mi conciencia las imágenes que se me arremolinaban en la mente. Traté de olvidarme de esos días de pesadillas. Y de aferrarme a mi condición de sobreviviente. De náufrago que arriba a una playa desierta y me dormí sobre la arena cálida de mi balcón a la mañana. Me introduje nuevamente lento y sigiloso en el túnel del cual había salido un par de horas antes. Que ahora me pareció un refugio acogedor y tibio.

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