XVIII Retorno sin gloria.
Al despertar me
sentí como saliendo de un túnel. Un largo túnel habitado por monstruos y
fantasmas. El dolor físico me fue arrastrando lentamente fuera. Me fue
arrastrando hacia la vigilia. Abrí los ojos y mi mirada recorrió el techo
blanco. Deteniéndose en el plafón con sus círculos naranjas, como diminutos
anillos superpuestos sobre el vidrio. Nunca había prestado atención a esos
detalles insignificantes. Un surco recorría la pintura de látex paralela a la
pared de la puerta. Se me ocurrió un
Nilo minúsculo corriendo sobre mi cabeza. Permanecí absorto en esos
pensamientos inútiles. Hasta que el dolor de mis costillas y mi brazo me
volvieron a situar en la realidad. No sabía que hora era. Mi reloj lo había
perdido en la calle Solís, según recordaba como en una especie de sucesiones de
flashes. Como ésas imágenes fugaces que se suceden en la presentación de
algunos programas televisivos. Me senté con dificultad debido a mi brazo
inmóvil, tenía que moverme en bloque como una especie mamífero marino sobre las
rocas de la costa. La maniobra me costó
un gran esfuerzo. El dolor se transformaba en terribles puñaladas que
atravesaban mi cuerpo. Me puse de pie
con la inseguridad de un niño que está aprendiendo a caminar. Sentí mi cuerpo
bambolearse. Extendí mi brazo izquierdo y abrí mis pies con la esperanza de
sustentarme. Poco a poco me acostumbre a mi condición de hombre erguido. Ese
escalón evolutivo que permitió usar los miembros anteriores (ahora superiores)
para asir cosas y manipular herramientas.
Yo era ahora un hombre erguido. Maltrecho hombre erguido. Con uno de mis
miembros superiores petrificado en ángulo recto. Poco a poco comencé mi marcha,
paso tras paso. Hasta que la confianza volvió a ganarme. A sumarme a las filas
de los optimistas que creen que es posible llegar al baño sin caerse. Cuando me
paré junto al espejo mi aspecto me sobresaltó. ¿Era yo esa cosa magullada y
barbuda. Surcado el rostro de excoriaciones y hematomas? Giré sobre mis pies.
Con la dificultad de una maniobra quirúrgica bajé el cierre de mis pantalones que
no me había sacado para dormir y vacié mi vejiga tensa ruidosamente en el
inodoro apoyándome con mi mano izquierda en la pared. Luego de haber terminado
permanecí con la cabeza gacha y los ojos cerrados. En la misma posición . Como
congelado. Luego con menos dificultad subí el cierre y me enfrenté nuevamente
con la terrible realidad del espejo. Me percaté de mi ropa sucia y comencé trabajosamente a desnudarme. En calzoncillos
emprendí la larga travesía que me llevó hasta la cocina. Extraje una bolsa de residuos
negra y me embolsé el miembro inmóvil y blanco. Mi miembro de estatua. Ése que
me había mirado la Gorgona. Reí de mi pensamiento estúpido y al hacerlo me
dolieron terriblemente los labios lastimados. En mi nueva condición de hombre residuo, me volví
a dirigir al baño. Me terminé de desnudar y dejé caer el agua de la ducha sobre
mi humanidad maltrecha. Tomé la pastilla de jabón con la misma delicadeza y
precisión con que un astronauta lo hace con sus herramientas en una caminata
espacial. De escapar de mi mano sería una tragedia inenarrable. Volver a
tomarla para mí, hombre-erguido-tambaleante-residuo sería muy difícil.
Afortunadamente nada de esto ocurrió. Con el shampoo fue un poco más fácil.
Solo tuve que arrojarme un poco sobre el pelo y con mi única mano humana
frotarme la cabeza hasta que se formara abundante espuma. Permanecí bajo la
lluvia tibia. Mis músculos se relajaron.
Me sentí mejor. Me sequé y con renovada energía me dirigí a mi cuarto. Extraje
la bolsa que había sido bastante efectiva en preservar el yeso seco. Abrí el
placard y extraje ropa limpia. Vestirme fue otra tarea ciclópea interrumpida
por las puñaladas de dolor. Cuando terminé de hacerlo me dirigí nuevamente al
baño. Llevaba conmigo unos analgésicos que me habían dado en el Hospital. Tomé
dos juntos. Y evalué la posibilidad de
afeitarme. A mí que me gustaba estar siempre presentable. Si Selene me viera
con este aspecto seguramente saldría corriendo como quien se encuentra con el
diablo. De todos modos decidí dejar esa tarea para otro momento. Fui nuevamente
a la cocina y me preparé un café grande.
Agradecí al inventor del chispero incorporado a la cocina. Haberla encendido
con un fósforo o con el encendedor hubiera sido mucho más arduo. Extraje unas
galletitas del frasco sobre la mesada, las comí como el más exquisito de los
manjares. Con la taza humeante a medio tomar me dirigí al sillón del balcón y
me dejé caer en él como un peso muerto. Miré el paisaje de la ciudad que
despertaba. Y por fin tuve conciencia que a pesar de todo estaba vivo. Traté de
alejar de mi conciencia las imágenes que se me arremolinaban en la mente. Traté
de olvidarme de esos días de pesadillas. Y de aferrarme a mi condición de
sobreviviente. De náufrago que arriba a una playa desierta y me dormí sobre la
arena cálida de mi balcón a la mañana. Me introduje nuevamente lento y sigiloso
en el túnel del cual había salido un par de horas antes. Que ahora me pareció
un refugio acogedor y tibio.
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