XIII Bacteria.
Después que Riedel Liand me
dejó enfrente a mi edificio. Tomé el ascensor como en un sueño. Mi cuerpo
molido me dolía horrores. Entré a mi departamento y me tiré en el sillón del balcón. Miré la
ciudad enorme que se revolvía en sus estertores de máquinas y multitudes.
Indiferente como un monstruo dormido. Ajena a los pequeños sufrimientos
individuales. Me sentí creo que por primera vez en mi vida desolado. El miedo y
la paranoia que me habían invadido en las últimas semanas se había transformado
en un sentimiento peor, como el de aquel soldado que herido se ve en medio de
la nada, abandonado a su suerte. Olvidado de banderas y consignas patrioteras.
Lejos de las formaciones y las arengas. Enfrentado a la miseria de su cuerpo
lastimado. Invadido por escalofríos y temor. Recordando la tibieza de la cocina
de su casa en invierno. Pero no soy un soldado. He cometido actos de una
irracionalidad lindera con la locura. Por propia voluntad. O quizás por una
temeridad que yo mismo desconozco. “No se olvide de concurrir a la ART” me
había dicho el muy hijo de remilputas. Y si para él era solo un empleado. Y no
sé por que para mi. dejé en algún momento de serlo. Por que me adentré en todo
este asunto más allá de lo necesario. Mucho más allá. Y ahora aquí destrozado
en mi cuerpo y mi autoestima. Mastico esta rabia y siento como si la urdimbre
de mi cordura comenzara a abrirse, a deshilarse. A volverse una informe masa de
hebras. Y realizo un esfuerzo para volver a unirlas, a tejerlas. Fijo mi mirada
en los ventanales que brillan con el sol, como una miríada de papelitos
metalizados pegados a las moles impersonales. Y pienso como ése pequeñito
rectángulo de cielo reflejado cubre un pequeño mundo. Un microcosmos. Y me
imagino a mi mismo así. Solo un habitante más de uno de esos micromundos con mi
pequeño retazo de cielo. Un ser muy poco
más importante que una bacteria. Una bacteria suicida. Temeraria. Estúpida.
Cierro los ojos y nuevamente me invade la rabia, esa rabia indiscriminada. Veo al
desgraciado de la campera gris, acompañando a las ancianas, siento
náuseas, creo que voy a vomitar. Me dirijo al baño, con dificultad por mi brazo
enyesado, vomito. Vomito un liquido blanco espumoso. Me mareo. Debo apoyarme en
las paredes para ponerme de pie. Camino como un borracho hasta mi cama y me
desplomo de espaldas. Vuelvo a cerrar los ojos. Mi micromundo gira como en un
torbellino. Y yo periodista-prometedor devenido en detective-bacteria. Por
propia voluntad. Sin haber sido incitado ni obligado. Yo individuo ignorado del
monstruo urbano. Comienzo a llorar y mis lágrimas se despeñan hacia la almohada
como una lluvia gruesa sobre un campo reseco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario