lunes, 31 de octubre de 2011

Gallito Ciego - Novena Entrada

Novena Entrada de Gallito Ciego



Un elemento nuevo se sumaba.  El tercer hombre había salido  del interior de cementerio, era evidente que Videla mentía por algún motivo. No podía creer que fuera tan inútil de no haberse percatado de esa circunstancia. “Un hombre grande que estaba en la vereda” habían sido sus palabras “es gente que viene caminando del barrio ése que está a la vuelta y muchas veces se detienen en la puerta a fumar un cigarrillo, hacer tiempo, no es algo raro. Éste estuvo un ratito ahí y luego se fue”.
 La esperé en la vereda a la mañana siguiente poco antes del mediodía. La ví bajar los escalones con agilidad, era más joven que lo que yo había imaginado. ¡Prejuicios! Las palabras de aquella mujer me resonaron en la cabeza.  Me acerqué a ella casi corriendo y poniéndome a su lado me di a conocer  y le expliqué el motivo de mi presencia. La  muchacha reaccionó un poco asustada apurando el paso. Me costó mucho convencerla. Por fin aceptó a regañadientes. Noté un leve temblor en sus manos cuando se sentó en la mesa del bar. Su mirada erraba de un lado a otro como buscando algo o alguien. Volví a explicarle que investigaba el caso del cadáver que ella había descubierto, por un momento pareció tranquilizarse pero inmediatamente  recomenzaba su desasosiego. Me costó mucho arrancarle las palabras. Me relató algo muy parecido a lo que yo ya había leído en su declaración de la policía.  Pero me aclaró dos cosas una que el sobretodo de Serra no era tal, sino un sacón de paño gris de esos que llegan a la cintura y lo más sorprendente, lo que la asustaba. Eso, no lo esperaba. Afirmaba que cuando ella lo vio el hombre parecía efectivamente una persona dormida, pero que en cuanto  le tocó el hombro, comenzó una rápido proceso de deterioro cadavérico. “Como en las películas” dijo. Desde ya que éstas no fueron textualmente sus palabras, pues se trataba de una muchacha muy simple, parca en su hablar. Me contó como el rostro de Serra fue cambiando de coloración, como comenzó a percibir el hedor nauseabundo y a notar la secreción sañosa que comenzó a manar de sus orificios nasales y de sus oídos. La miré perplejo y comprendí su temor. No estaba seguro que éste fuera el único motivo que la mujer tenía para temer. Quizás la habían amenazado por eso miraba en todas direcciones.  Una vez que se hubo retirado permanecí sentado hojeando mis papeles.  Recordé las ilusiones como deformación de la realidad. Como muchas veces creemos ver algo que no es.

lunes, 24 de octubre de 2011

Octava Entrada de Gallito Ciego.

Octava Entrada de Gallito Ciego.


Transcurrieron un par de días, ya casi al asunto lo había olvidado, cuando García me realizó el comentario. No supe si seguir mi primer impulso, de molestia por su intromisión en un trabajo mío o hacer caso a la curiosidad. García acostumbrado a trajinar las comisarías, tenía muchos conocidos. A través de ellos y por intermedio seguramente de una interminable cadena de violaciones de jurisdicciones había logrado acceder a la declaración de los muchachos aquellos de las cervezas a los que se refería Videla.  Me  lo  comentó mientras comíamos unas hamburguesas en el barcito de avenida Acoyte.  Cuando comenzó a contarme, lo miré con indignación. Luego en la medida que continúo su relato sin  acusar recibo de mi gesto inicial, comencé a interesarme. Las averiguaciones de  García sumadas a la información que me había dado Ortega sobre la falta de antecedentes de ningún tipo de los involucrados, salvo Videla que no era al parecer trigo limpio, comenzaban a formar un cuadro inesperado.
Existían dos posibilidades, una que Videla efectivamente mintiera, con respecto a las circunstancias que rodearon el hallazgo o a sus propias actividades ésa noche. Él afirmaba encontrarse solo con su ayudante. Lo que contradecía las afirmaciones de García.  O de lo contrario por alguna razón los muchachos mentían. Estos últimos por algún motivo que  no se me ocurría adivinar.  García extrajo del bolsillo interior de su permanente saco gris unos papeles prolijamente doblados y me pidió que los leyera. Así lo hice. Eran las fotocopias de las declaraciones  de los chicos en una ignota comisaría del conurbano, por su aspecto, fotocopias de un fax.  No pude reprimir mi sonrisa ante los precarios pero efectivos recursos de mi colega.
Los escritos no revelaban material muy interesante, solo descripciones de los mismos hechos con distintos matices.  Pero si todos declaraban que dos hombres habían salido del cementerio y caminado hacia ellos y creían haber visto un tercero en la puerta de la administración. Uno de ellos evidentemente el ayudante de Videla fue quien los invitó a retirarse y el otro permaneció callado unos paso atrás de éste , siguiéndolo luego hasta  las rejas del portón, poco más habían visto porque se retiraron, temerosos que viniera la policía. Uno de ellos incluso afirmó que seguramente el que permaneció callado era el superior de los otros dos, por la forma de vestir y por la edad.
Releí un par de veces las fotocopias de García, le pedí un minuto, me paré me dirigí al quiosco que estaba a mitad de cuadra y los fotocopié a mi  vez. La verdad que las copias no eran de muy buena calidad pero servían a mis fines.  Regresé se las devolví, sin hacer ningún otro comentario.  Contesté solo con evasivas a las conjeturas de mi colega sobre la responsabilidad de los funcionarios del cementerio o a la complicidad de ellos con el grupo de jóvenes. Tomé un café y me fui.

martes, 18 de octubre de 2011

Gallito Ciego Séptima Entrada

Gallito Ciego Séptima Entrada.


Fue lo que hice no bien llegué a mi casa. Ortega se mostró muy alegre por mi llamada, luego de preguntarme cuando nos reuniríamos con todo el grupo y de otros diálogos por el estilo, le formulé mi pedido. Guardó un momento de silencio. Me dijo que no estaba al tanto del caso del que me ocupaba, que solo había leído en los diarios sobre la aparición del cuerpo. Me  pidió que le contara sobre mis averiguaciones. Lo que hice en un breve resumen. Ortega rió con ganas cuando terminé mi relato, me preguntó sobre mi opinión de todo el asunto. Le dije que no tenía una opinión formada, que existían muchos cabos sueltos. Que por ésa razón pedía su colaboración. Me prometió que a pesar de que se encontraba en un período de mucho trabajo trataría de conseguirme los datos que le había pedido. Luego me invitó a ver el partido del CASI el fin de semana, nos pusimos de acuerdo y lo despedí, recordándole que sería de mucha utilidad  para mí que me brindara la información que le estaba pidiendo. Ortega era una de las personas mejor informadas del país, si bien era un hombre de un perfil muy bajo. Ortega podía acceder sin dificultad a lo que yo le solicitaba, solo dependía de su voluntad o de la calificación que ellos le dieran a la información. Era evidente que en éste caso solo dependía de su voluntad.
Me preparé un café. Me acerqué a la puerta ventana de la cocina que daba al pequeño lavadero y a través de la baranda metálica observé el tránsito en la calle. Luego me di un baño, me cambié de ropa y me senté en el sillón del balcón a repasar mis apuntes. Repasé mi conversación con el Dr. Schumacher quien había examinado el cadáver encontrado en la iglesia. Sus afirmaciones no dejaban lugar a ninguna duda, el cadáver había sido sometido a una necropsia con anterioridad, lo que descartaba de plano la posibilidad que hubiera fallecido en la iglesia, además  mostraba las heridas de arma de fuego por las que había fallecido Serra. La identificación del cadáver fue confirmada por las huellas digitales, ya que Serra había protagonizado un confuso episodio en la cancha de  Ferrocarril Oeste años atrás por lo que había sufrido un proceso. Así me enteré que era simpatizante de Los Andes, un club del ascenso. Al parecer había participado en una gresca y agredido al personal policial en ésa oportunidad, por lo que fue detenido. Para Schumacher el  tiempo de la muerte estaba fuera de cualquier discusión, así como la causa. Tres heridas de bala en el pecho y una en el abdomen, todas potencialmente mortales individualmente.  La declaración de la mujer que lo encontró no agregaba mucho. Había visto a éste hombre sentado y lo creyó dormido, pero al acercarse percibió el olor a podredumbre y bajó inmediatamente a comunicárselo al sacerdote. Poco más. Leí la fotocopia que había obtenido de la declaración de la mujer . Y luego me dediqué a mirar la foto de Serra por largo rato. Me sobresaltó el teléfono y me sorprendió escuchar la voz de Ortega, quien evidentemente estaba apurado, tomé nota de lo que me dijo y me despedí.
Me dirigí al ordenador y escribí un pequeño artículo sobre el caso. En el que sobre todo hacía hincapié en lo extraordinario de todo el asunto, sin hacer mención a mi entrevista con la mujer ni a ningún otro aspecto controvertido, transcribí lo que me había dicho el Dr. Schumacher, mi investigación inicial en el cementerio y nada más. Lo envié por correo electrónico. Luego me fui a cenar, quería acostarme temprano. Quizás diera por terminado todo ese asunto no daba para mucho más.

jueves, 13 de octubre de 2011

Gallito Ciego Sexta Entrada

Gallito Ciego Sexta Entrada



La casa de Videla era una casa baja de paredes blancas, con un pequeño jardincito muy cuidado, con rejas de hierro negro de dos metros de altura aproximadamente junto a la vereda de lajas negras separada de la calle por otro minúsculo espacio de césped prolijamente cortado donde se erguían dos calistemus, podados con esmero. Estacioné el auto enfrente a la vivienda que me había costado encontrar, pues desconozco  esa localidad, la conocí días atrás en oportunidad de mi primera visita.
Bajé del coche, con cuidado de no ensuciarme los pies con una pequeña corriente de agua servida que corría junto al cordón, y me dirigí hacia la reja.  Pulsé el botón del portero eléctrico y me anuncié. A los pocos minutos la figura de Videla se recortó contra el marco de la puerta, que parecía pequeña para su corpachón. El hombre se dirigió hacia mi con paso cansino, un poco oscilante lo que me recordó la marcha de un pato. Me miró con cara inexpresiva y me dio las buenas tardes. Noté que en ningún momento atinó a abrir la puerta para hacerme ingresar.
-Quería hacerle otras preguntas-le dije-si a usted le parece bien.
-Aja-contestó-¿qué preguntas?.
-Bueno, con respecto a la tumba profanada, ése cadáver que apareció en la capital, quisiera saber algunas cositas más.
-Yo ya le dije todo lo que sabía ¿Qué quiere que invente algo para que usted esté contento?-me dijo con cierta molestia-La policía me preguntó y les conté paso por paso como descubrimos ése asunto.
-Ya lo sé. Le pido disculpas por las molestias, pero ¿Usted no vio absolutamente a nadie esa madrugada rondando por el lugar?
-No. En realidad como le conté a usted y a los canas, las únicas personas que vimos por el lugar fueron un grupo de muchachos que tomaban cerveza en un palio rojo, algunos arriba del coche y otros sentados sobre el capot. Yo lo mandé a mi asistente que los echara porque ése no es lugar para escuchar música, habrán sido las cinco y media de la mañana. Y después ese otro tipo de campera gris que estaba parado en la puerta, que se fue caminando hacia la parada de ómnibus ahí a cuadra y media. Más o menos a la misma hora. Nadie arrastrando un muerto. Ya se lo dije y lo vuelvo a repetir. Y ruidos no escuchamos ningún ruido. Nada de nada. Para mí fue una sorpresa cuando vino  el jardinero que recién entraba a trabajar y fue el que descubrió el estropicio.- contestó mientras se agachaba para arrancar con sus enormes manos unas gramillas de un cantero de margaritas enanas.
-¿Y qué lo llevó al jardinero a ése lugar?-pregunté observando como se erguía nuevamente y apoyaba sus manos ahora en las rejas.
-Nada en particular-contestó mirándome con una mirada en la que creí descubrir una hostilidad creciente-Se dirigía al depósito a buscar sus herramientas de trabajo, tenía que podar los cipreses del frente y ése trabajo lo quería empezar temprano. De camino encontró el desastre.  El nicho abierto, los restos de mampostería tirados en el suelo y el cajón abierto y apoyado contra la pared del pabellón. Inmediatamente me avisó y yo telefonee a la comisaría.-terminó mientras un grupo de adolescentes pasaba ruidosamente a mi lado casi empujándome sobre la reja, que ya me convencí nunca abriría.
-Volviendo a los muchachos del Fiat ¿ninguno de ellos pudo entrar y cometer el hecho mientras ustedes se distraían con la música?-le pregunté.
-¡Pero no! Si  nosotros los vimos llegar, los estuvimos mirando todo el tiempo a través del portón, nosotros tomábamos mate sentados delante de la puerta de la administración, no estaban a más de  cuarenta metros nuestro. Cuando mi asistente les pidió que se retiraran tomó el número de patente. Se lo pasamos a la policía que los identificó era un grupo de chicos que habían estado hasta tarde en un club de aquí cerca, tomando cerveza y mirando fútbol. Y se ve que después la siguieron ahí. No podían haber elegido peor lugar pero que se yo, con los jóvenes nunca se sabe, como ésa rotonda delante del cementerio está  muy iluminada, por eso habrán ido no sé que decirle, ya se sabe quienes son, parece que son buenos pibes.
- Y del otro hombre que puede decirme-dije tratando de retenerlo .
- Nada, ¡qué le voy a decir! Es gente que viene caminando del barrio ése que está a la vuelta y muchas veces se detienen en la puerta a fumar un cigarrillo, hacer tiempo, no es algo raro.¿Qué piensa usted?-preguntó mientras un gesto de su mano con todos los dedos juntos, lo hacía más expresivo- Éste estuvo un ratito ahí y luego se fue. Reparamos en él porque mi asistente lo cruzó cuando regresó de hablar con los chicos, yo recuerdo que estaba cambiando la yerba del mate cuando él me lo señaló. Yo le dije que era un hombre grande que estaba en la vereda, que no molestaba. Al ratito como le digo se dirigió a la parada de ómnibus.- me contestó rápidamente-Y todo eso fue mucho antes que llegara en jardinero. ¿Entendió?- evidentemente Videla no tenía buena predisposición para continuar aquello- Bueno amigo no tengo más que decirle y le voy a pedir por favor que no me moleste más- me dijo al mismo tiempo que se alejaba rumbo al interior de su casa.
Me quedé solo parado en la vereda, con mi libreta de notas en la mano. Sentí el portazo de Videla al entrar que fue como una invitación tácita a retirarme. Un par de vecinas me miraban desde sus casas, evidentemente intrigadas por mi presencia.
Un grupo de adolescentes reunidos en la esquina, me preocuparon acelerando mi partida. No me agradaba la idea de que me roben. En el camino de regreso  pensé que tendría que hablar con mi amigo Ortega. Lo llamaría por teléfono quizás él me conseguiría otros datos sobre los chicos del Palio. Estaba seguro que ahí estaba la llave de éste misterio.

jueves, 6 de octubre de 2011

Gallito Ciego Quinta Entrada

Gallito Ciego  Quinta Entrada


De regreso pensé en lo ridículo de aquella situación, no se por qué se me había ocurrido entrevistar a esa mujer. Pero la verdad que su declaración en la comisaría había sido por demás llamativa. No obstante, lo estúpido de todo aquello, algo me hacía dudar. En algún resquicio de mi mente, una voz me decía que ella decía la verdad. O por lo menos que no mentía. Sinceramente creía haber visto a Serra en la calle aquella mañana. Y las preguntas que me hizo no eran del todo descabelladas. ¿Cómo era posible que nadie hubiera advertido un cadáver de tantos días? Por lo que me habían dicho ése lugar  estaba lleno de gente ése domingo. Raro, muy raro.
A ésa hora del mediodía el tránsito era un verdadero infierno. Pero yo manejaba como un autómata ensimismado. Llegué a la redacción casi sin darme cuenta, tenía la sensación que había conducido mal aquel reportaje, que me había inmiscuido en el relato de la mujer, que había expresado cierta agresividad que quizás había perjudicado la posibilidad de obtener más información. Saludé a García que era el único que se encontraba a ésa hora, coloqué la carpeta con las notas sobre la máquina expendedora de café y me serví un cortado. Me dirigí a mi escritorio y me tiré sobre la silla dejando caer  mi cuerpo como un peso muerto. Permanecí en silencio bebiendo sorbo a sorbo. Luego extraje mi celular del bolsillo del pantalón, me he prometido mil veces comprarme un estuche para el cinto, pero nunca lo hice.
Busqué el número de el encargado del cementerio de Guernica donde sepultaron a Serra, un tal Videla. Lo llamé para concertar una entrevista, el tipo atendió al primer llamado. Esa misma tarde fui a verlo a su casa, esperaba que semejante viaje y a ésa hora valiera la pena. No me gustaría terminar como Serra con dos o tres respiraderos extra. El caso de Serra no  era llamativo por  su asesinato, ya que lamentablemente eso ocurre a diario, sino por la aparición de su cadáver en una iglesia a kilómetros de su lugar de entierro y por el relato de ésa mujer que dice haberlo visto caminando.