jueves, 27 de enero de 2011

Tercera Parte de Las Brumas del Destino. Sexta Entrada

Otra vez, las notas.

“Me siento como el loco Santella, ése del cuento de Facu, al que le robaron el alma, pero yo no la puedo encontrar, no sé donde está escondida, y ella vaga sin mí”

“Veo como si estuviera subido a un árbol, ellas no me ven. Estoy escondido entre el follaje de la noche oscura. La luna nueva asoma en el cielo negro.”

“Siento la escarcha quebrarse bajo mis pies, y sin embargo no tengo frío, estoy desnudo y no tengo frío”

“El tiempo ha pasado, lo veo en el color de los campos y en las ramas casi desnudas de los árboles. Las golondrinas se han marchado. Pero yo no tengo noción del tiempo. El hoy, el ayer y el mañana se me confunden.”

“Me siento caer con el viento y remolinear entre la hojarasca. Soy una hoja más, reseco y liviano a merced de las ráfagas”

“Yo soy el despojado. Me acerco como un ladrón hacia la luz. Y mis pasos no se escuchan. Ellas no me ven. Sigiloso me aproximo como un descastado”.

La mujer guardó los arrugados papeles en un sobre y dejó éste entre las hojas de un libro. En realidad no necesitaba leerlos, los conocía de memoria. Pero ver los trazos del ausente, la acercaban un poco a él. Ahora sí, después del cuaderno de Facu, entendía mejor aquellas notas. Distraídamente miró el almanaque de la pared de la cocina.

Faltaban tres noches para el cambio de luna.

Dos más.

Ami dejó tras la puerta los gritos de su madre. Su permanente malhumor la convertían en una constante de agresividad hacia su hija. Ésta se había construido una coraza que la aislaba . Que la protegía. Como un bunker. Resistente a las descargas de artillería , de sus reproches e improperios. Hace mucho tiempo que Ami se convenció que su madre no la quería, o al menos no la quería con la forma que conocía en otras madres. Su dolor además la había endurecido. Una cáscara dura la envolvía, la hacía impermeable. Su alma quedó prisionera de su cuerpo hermético. Inmune a los sentimientos. Encallecida por la pena. La calle le daba la ambigua sensación de recuperar otras épocas, otros tiempos que fueron felices, pero además le devolvía la sensación de la ausencia. Esa certeza descorazonadora de no encontrar nunca más en una esquina la figura de aquél que amó con todo su corazón. La exacta magnitud de la muerte. Ése absoluto que nos priva de las presencias. Que nos arrebata de la percepción. Ése escarnio al amor , que nos depara el destino implacable.

En ése estado de ánimo caminó taciturna por las veredas soleadas, con el pálido sol del inicio del invierno. Ella la que había libado de la flor de la amargura. Ella la que se sentía culpable de una injusticia. Una injusticia monstruosa . Que como un ariete había derribado los muros de la felicidad, movilizada por aquél inmundo gusano de la duda, que había taladrado sus entrañas. Ese gusano pertinaz que la había arrojado a los brazos de otro hombre en el preciso momento en que su amado moría. Con la misma ligereza que un niño mata un pájaro, sin comprender el inescrutable misterio de la vida. Así ella, por el más puro despecho había entregado su cuerpo a Matías en el preciso momento de la catástrofe. Nunca los interminables baños pudieron borrar de ella esa afrenta autoinfringida. Se bañaba de forma compulsiva tratando de borrar los imaginarios vestigios del otro en su piel. Hasta que un día lo soñó. Lo soñó con tanta vivídez que todo lo anterior le pareció un sueño. Como si la única realidad fuera la onírica. Y no quería despertar, no quería despertar nunca. Y sólo pensó en recuperarlo con un pensamiento febril, enfermizo , obsesivo. Solo recuperarlo a través del tiempo y de la muerte. Y un día viendo Discovery como siempre, pensó que podría contactarse con él . Y ésa idea hasta entonces subyacente, comenzó a oscurecer los otros pensamientos, hasta ocupar el lugar central de su conciencia. Y ésa esperanza descabellada, le comenzó a devolver la alegría una especie de calidez interior. Cómo la esperanza del enfermo terminal en una cura milagrosa. Así fue como empezó aquel peregrinaje con un amigo de Fran y con otro. Buscando indicios. Hasta aquella charla esclarecedora con Mili, en la que confirmó su error. Su terrible error. Y ambas , no sé porque circunstancia encontraron una química común, una compatibilidad inimaginada. Quizás por su comunión en el dolor. Y emprendieron juntas ésa búsqueda que hoy llegaba a un punto álgido, crucial, el convencer a sus acompañantes. A sus coinvocantes . A aquellas dos mujeres que completarían el círculo hacia el más allá. El portal.

Hacía una semana con Mili fueron a comprar las velas, las 13 velas, luego el trámite de la bendición.

- ¿Para que quieren tantas velas , chicas?- preguntó el sacerdote, sorprendido.

- Por las tormentas, han venido muchas tormenta eléctricas y conversando entre nosotras , que somos muy miedosas, nos acordamos de la costumbre que tenían nuestras abuelas, de encender velas benditas para evitar daños por los temporales.- contestó Ami, que ni siquiera había conocido a sus abuelas.

- Pero son un montón de velas, con que les bendiga dos una para cada una , listo. Si con que la prendan un rato mientras dura lo peor de la tormenta listo, no necesitan más.- les dijo el cura divertido.

- Tiene razón padre-intervino Mili.- pero nosotras queremos obsequiarle a nuestras amigas. No sea cuestión que nosotras estemos protegidas, y a nuestras amigas les pase algo .

- ¡Pero que ataque de fe les agarró a ustedes! Entre otras cosas podrían venir más a misa que las veo bastante salteado por aquí- dijo el cura- y no tengan ninguna duda que las ayudará más que un millón de velas benditas.

- Bueno padre, vendremos por aquí , lo que pasa es que nosotras vamos mucho a San Ramón.- mintió Ami.

- ¿Y por qué no van a bendecir sus velas a San Ramón entonces?- les dijo el sacerdote, mirándolas sonriente.

- Si lo pensamos, pero resulta que el padre había salido, entonces por eso nos vinimos para acá.- dijo Mili.

- Bueno vamos a proceder entonces y quiero verlas en misa, aquí por lo menos Domingo por medio.- agregó el religioso.

Las chicas le alcanzaron los paquetes de velas Ranchera y el cura las bendijo.

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