miércoles, 6 de octubre de 2010

Segunda parte de Brumas Cuarta Entrada

La madre y la hermana.

Las dos mujeres estaban sentadas en el sillón de la sala , una en cada extremo. La más joven levemente girada hacia el centro con un sector de su espalda libre sobre el apoyabrazos. La mayor mantenía una postura erguida con la espalda casi recta sobre el espaldar, las piernas cruzadas y las manos sobre la falda , entrelazadas. Esta última miraba al frente, como quien no mira nada en particular, sino que se sumerge en sus propios pensamientos. Con la mirada del cocinero , que cata su comida de la punta de una cuchara para evaluar si está bien sazonada, permaneciendo con los ojos abiertos pero con toda su atención en sus papilas gustativas. La más joven , en cambio tenía en su mirada , un inequívoco gesto de inquietud. Las pupilas midriáticas , una movilidad exagerada de su iris hacia un lado y otro, un brillo profundo, espeso, dado por una gruesa capa de lágrimas que cubría su esclerótica, surcada por vasos sanguíneos congestivos que le daban un aspecto rojizo y trabeculado. El movimiento repetitivo e incesante de su pie derecho, apoyado sobre el metatarso , con el talón suspendido en el aire descendiendo y ascendiendo , por el movimiento alternado de sus gemelos , indicaba un estado de desasosiego. Entre ambas mujeres se interponía un espesor de silencio . Silencio pesado, denso , gelatinoso. Como si la ausencia de palabras , entre ambas, hubiera compactado el aire hasta convertirlo en un mucílago. En un agar-agar donde se cultivara la incomprensión. La ausencia de lenguaje para verbalizar los sentimientos que las mantenía distanciadas, prolongaba esta tirantez , difícil, incómoda.
- No se porque lo hice , ni en que momento se me ocurrió- dijo Soledad
- ¡Vos nunca sabes nada! – casi gritó su madre.
- Yo solo quise ayudarlo, a mí me ayudó un montón, cuando fui aquella vez que te conté. Por eso le dije. En realidad, yo solo le conté , nunca lo obligué a ir. No lo empujé a Montoya- habló Soledad con voz entrecortada.
- ¡ No claro, que no! y yo que pensaba que eran esos idiotas de los amigos, los que lo habían llevado a ése lugar. ¡ Ese es un lugar maldito! – volvió a gritar su madre.- enterarme que fuiste vos es para mí , un dolor muy grande. Algo que no puedo superar.
- Pero te repito , yo solo quise ayudarlo, quería que el pendejo se olvidara de ésa minita y nada más-contestó la muchacha casi llorando y revolviéndose en su hiperquinesia.- yo solo le conté.
- Mirá Soledad, yo quiero creer que lo hiciste en forma inocente. Pero no puedo, lamentablemente, no puedo. Tantas veces te dije que a mi me preocupaba el chico , su ensimismamiento , su cerrazón, la enorme dificultad que siempre tuve para comunicarme con él. Como construí ladrillo sobre ladrillo, cada puente hacia él, cada diálogo. Como traté de contenerlo en la profunda depresión en la que había caído. Como traté de mostrarle centímetro a centímetro el camino que lo sacaría de la soledad y le permitiría encarar una nueva relación o de lo contrario enfrentar la vida como quisiera, sin compromisos si ése era su deseo
Que recuperara su autoestima. Y a vos no se te ocurre mejor idea que mandarlo ahí. Cuando ya estaba mejor. Yo te conozco, Soledad, y creo conocer a ése pelotudito con el que te acostas.
- ¡ Y que tiene que ver Santiago con todo esto!- contestó la joven girando brusca
- mente el tronco hacia su madre y tornando su gesto de angustia en otro de repentina ira.
- ¡Vos sabés muy bien ¡ ¡ Se burla de Fran permanentemente! Como si fuera un gran vivo. ¡ Agrandado de mierda! Seguro que él te incitó a mandar a tu hermano a ése lugar.!Estoy segura! Y vos que siempre fuiste celosa, celosa no se de qué, la verdad, pero celosa como si tu hermano te molestara. Ahora sí que te va a molestar como se ha puesto.
- Vos tenes mucha imaginación mamá, Santiago, lo quiere muchísimo a Fran , lo que pasa es que son dos personalidades, totalmente distintas, Santi es un tipo de mundo . El anduvo por Europa, por Estados Unidos , viaja mucho a Capital donde tiene muchos amigos. Son distintos, en realidad no solo con Fran , sino con la mayoría, por no decirte con todos, los idiotas de este pueblo.- contestó Soledad .
- No te engañes, hija, ése tipo de personas no quiere a nadie en realidad. – dijo la mujer mirando a su hija por primera vez en todo el dialogo- quien sabe….-se detuvo bruscamente.
- Quien sabe si me quiere a mi,!eso querés decir! Dilo de una vez , si por más que no lo digas, se te lee escrito en la frente. Yo te voy a decir algo a vos, que lo tengo atravesado hace mucho. Tanto te preocupas ahora , por mi querido hermanito , si nunca le distes pelota. Jamás. Siempre te preocupó mas la novela de la tarde que los problemas del pendejo. Se hasta cuando le compraste la moto lo hiciste con la plata que te dejó el padre. Y ahora me venís a culpar a mí .- dijo la chica mientras se ponía de pie como un resorte.
- Vos no tenés nada que decirme, ni que opinar sobre la plata con que le compro cosas a tu hermano, que si fuera por la plata que me mandó tu padre, vos hubieras crecido desnuda y muerta de hambre.
- ¡Sos una resentida mamá! Y el odio que le tenés a papá , me lo haces sentir a mí. Eso es lo que pasa , todo lo malo lo tengo yo, todo lo malo es por mi culpa- contestó Soledad con la voz francamente quebrada por el llanto.- Yo lo único que quise fue ayudarlo al pendejo y lo único que logro es que vos me acuses de todo lo que le pasa. El pendejo está enfermo, llévalo a un psiquiatra, Santi me dijo que conoce uno bueno, y déjate de culparme por todo. Tu hijo está loco, eso es lo que pasa.
- ¡Pero callate querés ¡ y vos me decís resentida a mí, diciendo que tu hermano está loco, cuando vos permitiste que lo embrujaran- replicó la madre con énfasis- y decile a tu amiguito que la dirección del psiquiatra se la meta donde no le da el sol.- Se detuvo bruscamente . Golpeaban la puerta principal.

Los puentes.

Soledad salió de la habitación por la puerta que daba a la galería trasera, visiblemente perturbada por el intercambio de palabras que había tenido con su madre. Cerró bruscamente la puerta tras de sí. La mujer mayor , se puso de pie y se dirigió hacia la maciza puerta de entrada, al abrirla vio a su hijo sonriendo con una sonrisa estúpida en su cara desfigurada por el golpe. Un gran apósito sostenido por cinta adhesiva de papel, colocado en forma bastante desprolija cubría su frente y los dos tercios superiores de su nariz dando la impresión de que sus ojos estaban más separados, o en realidad los parpados amoratados que era lo único que se veía de ellos . Dándole una apariencia simiesca. Facu a su lado lo sostenía con el brazo derecho bajo las axilas.
- ¡Y esto ¡ - dijo la mujer
- No sé señora, yo lo encontré caminando en la calle y decidí traerlo pues el tiempo se viene abajo y no se si llegaría antes que se largue la lluvia.- contestó Facu.
- ¡Nunca saben nada! Nadie sabe nada. Pasá llevalo a la cama, mirá como está . No sabés si le pegaron.-Preguntó con voz de preocupación.
- ¡Nadie me pegó ma!- articuló Fran con dificultad.
- La verdad , que yo no se nada, si lo supiera no tenga dudas que se lo diría, yo lo quiero mucho a su hijo, y no me gusta como está últimamente. No sé como ayudarlo de lo contrario ya lo hubiera hecho.- Dijo Facu mientras acostaba a su amigo y comenzaba a sacarle los zapatos.
- Nadie me pegó ma!- repitió el borracho, sonriendo,
Su amigo lo tapó con la colcha. Se durmió casi de inmediato, Facu se quedó un rato sentado al lado de su cama. Pensando. Compungido. Su amigo le hacía recordar a aquel infradotado que William Faulkner describe en “ El ruido y la furia”. Babeante, articulando sonidos con dificultad, y hablando como un niño desde el cuerpo de un hombre. La única diferencia es que aquel era un castrati, un capón , un eunuco y Fran no lo era para nada. Sonrió por sus pensamientos en el momento que su amigo se incorporó en la cama, lo tomó suavemente por los hombros y lo volvió a acostar. Retornando al sueño del que seguramente nunca había salido totalmente. Facu esperó a que su respiración volviera a ser rítmica y se fue, cuando pisó la vereda las primeras gotas caían del cielo gris. La mujer en la cocina vio como el amigo de su hijo, se iba , continuo tomando el té en silencio. Pensando. Pensando en el hoy de su hijo y en su ayer. En los misterios del alma. La enfermedad del alma no es la enfermedad de la mente. No existe médico , de ninguna especialidad, que pueda curar los males del alma, se dijo a sí misma. El mal solo podía ser contrapesado por el bien. Magia contra magia.
Fuerza contra fuerza. Ella sentía que quizás esto era una venganza de las sombras. Una venganza contra ella a través de su hijo. Ella había robado ese niño a las tinieblas. Y ahora , en la primer oportunidad las tinieblas volvían por lo que reclamaban como propio. Lo más triste para ella, era la constatación del instrumento. El instrumento que entregó a su hijo al mal. Su propia hermana, también sangre de su sangre. Parida del mismo vientre. Quizás como en aquella oportunidad podría robárselo un vez más. Sustraerlo. Ella siempre había presentido éste peligro. Siempre a pesar de ser su hijo amado , lo había sentido distante. No era como decía Soledad desde el resentimiento, que ella no se había preocupado por Fran, es que nunca había podido establecer con naturalidad lazos de unión con su hijo. Siempre cada vinculo fue una construcción conciente y laboriosa. Un puente , como ella lo denominaba. Un puente muchas veces sobre aguas correntosas, bravías , arremolinadas. Asentado sobre barrancas cenagosas. Puentes heroicos , como los construidos por los ingenieros militares en las batallas bajo el fuego de la artillería y la aviación enemiga.
Ella siempre dolorosamente se había preocupado por Fran. Más aún tras la muerte de su padre. Tanto había amado a su padre. Quizás por ése amor desmedido, desmadrado , hoy su hijo pagaba el precio. El precio de haber retenido de alguna manera ese amor en su vientre, de haber encarnado en su hijo, la locura apasionada que sintió por su padre.
Siempre atribuyó a la ausencia de su padre muerto, la introversión de su hijo. Luego cuando él empezó a salir con ésa chica y a consolidar su grupo de amigos, ella dudó de la justificación de sus temores. Los atribuyó a un residuo de culpa. Como la internalización de aquel axioma popular “ el que las hace las paga”.

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