sábado, 6 de febrero de 2010

Vigésimo Tercera Entrada

Neuropsiquiatrico Abril de 2006

“Le juro que así lo encontramos Doc”. El hedor nauseabundo emanaba de los restos sanguinolentos sobre las sábanas como si los procesos de descomposición hubieran sufrido una aceleración inexplicable, solo el día anterior había visto al paciente vivo y físicamente sano, más allá de la insanía grave que sufría. El orificio en su abdomen dejaba ver una masa blanquecina y móvil. Por sus orificios nasales, los óseos, pues su apófisis nasal había desaparecido así como sus globos oculares y gran parte de las partes blandas de su cara, los gusanos entraban y salían insaciables en su hambre de carne humana. La calavera con restos de cuero cabelludo parecía transmitir un horror inenarrable y su lengua se movía, como si quisiera articular palabras desde el abismo de la muerte, como producto de las larvas que la socavaban en innumerables túneles tortuosos y gelatinosos que le daban el aspecto de una gran masa cribada y resumante.
Las cuencas vacías, transitadas por seres blanquecinos y reptantes parecían mirar al médico, transmitiendo un vacío que trascendía lo material, cómo el reflejo de la nada eterna. “Le juro que así lo encontramos Doc” repitió el enfermero con su voz amortiguada por el pañuelo que llevaba apretado a su rostro. “ ¡Que voy a poner en el certificado de defunción de éste infeliz !” contestó el facultativo mirando lo que quedaba del cadáver de Casto Morales y llevándose ambas manos a la cabeza en un claro gesto de impotencia.
“Casto Morales vio a través del pequeño orificio enrejado de la puerta de su habitación de aislamiento, las últimas luces del sol reflejadas en las hojas otoñales del lapacho
como pequeñas e innumerables llamas que parecían llamarlo, cerró sus ojos con todas las fuerzas de sus párpados y agitó la cabeza en un signo de negación, luego comenzó a golpearla contra la pared en forma rítmica hasta que la sangre bañó su rostro y empapó la pechera de su pijama de interno. Comenzó a deambular con paso vacilante por la habitación en penumbras, con el desasosiego que lo invadía todas las noches. Se tapó los ojos con sus manos ensangrentadas cuando vio esa figura horripilante en la abertura de su puerta, los ojos de brasas y la boca pestilente en su rostro deforme y maléfico. Se arrojó en la cama y se cubrió con las mantas, un rato después comenzó a escuchar el zumbido de las moscas y a sentir las primeras escurriéndose bajo las sábanas y cubriendo su piel por debajo de la ropa, las comenzó a matar con sus manos, desesperado, sin poder impedir que comenzaran a penetrar en su cuerpo, por su boca, sus oídos su ano y su uretra. Comenzó a sentir el movimiento en sus vísceras y como un dolor urente lo consumía por dentro. De pronto se despertó frente a un portal de fuego y una voz le reclamaba desde el interior, imperiosa y perentoria. Casto Morales comenzó a caminar hacia las llamas sabiendo que no podría huir de su destino eterno”


Litoral marítimo argentino y otros lugares, julio de 2006

El hombre trotaba por la playa con su equipo de gimnasia grisáceo y desgastado, a pesar de que superaba los 50 años, realizaba ejercicios físicos en forma regular, a Garófalo López Montel, le gustaba estar en forma. El ruido de las olas al romper como grave sonido de fondo, por momentos ensordecedor, en la medida que el hombre se acercaba a la línea de rompientes. Miró hacia la mole gris del edificio de la congregación que se recortaba sobre la costa como un barco encallado rodeado de la vegetación achaparrada de los médanos. Por un instante tuvo la visión de Pérez de Roldan ascendiendo a los cielos rodeado de nubes rosadas que contrastaban contra el cielo celeste, aquel ser miserable que con el fanatismo de los conversos, como un San Pablo vernáculo había logrado vencer las maquinaciones del maligno. “Un hombre para ser santo, solo debe ser hombre y mantener firmes las convicciones de la fe, más allá de todas las tentaciones de la sensualidad del mundo.” Pensó. “Un hombre para ser santo debe emplear la ira de la indignación para defender el bien, cómo un cruzado sobreviviente y solitario que se enfrenta a las hordas de los herejes” Sus pensamientos se vieron interrumpidos al percatarse de la figura que se encontraba parada en la puerta principal del edificio, subió casi de un salto los escalones de piedra sin rozar siquiera los caños herrumbrados de las barandas, castigados por el salitre del mar. “Buen día padre” Le dije “Lindo día , un poco fresco pero lindo” me contestó. Abrió la puerta principal y con un ademán rápido de su mano me invitó a seguirlo, me indicó un sillón de madera y paja de dos cuerpo con grandes tallas en su espaldar que representaban rostros de indios me senté y esperé. Por un gran ventanal que daba al Este observé el mar grisáceo salpicado de manchones blancos de espuma, el mismo mar que Fioramonti describe enfurecido e incendiado en sus relatos, el mar de Villa La Ola. Treinta minutos después el hombre regresó , vestido con un pantalón de jeans un camisa gris y campera clara , acompañado de otro religioso con sotana, habló al oído de éste y me señaló una puerta de madera lustrada, por la que ingresó a un despacho luminoso dominado por un gran escritorio, cuyas paredes estaban recubiertas de anaqueles repletos de libros, por la abertura de vidrios repartidos que se abría hacia el noroeste se observaba el sendero de ingreso rodeado de vegetación baja y bordeado de chopos . “Para un Nogoyaénse el día de hoy es un día especial, distinto, no se que hace usted aquí, en lugar de estar acompañando la virgen del carmen, su madre y patrona” Me dijo mientras se sentaba relajado en un sillón de respaldo alto recubierto en cuero marrón. “Para un hombre de fe cualquier lugar es bueno” Contesté con la misma ironía. El anfitrión no pudo reprimir una sonrisa, inclinándose sobre el escritorio entrecruzó los dedos de sus manos, apoyando los antebrazos sobre la carpeta plástica, me miró de una forma extraña, profundamente inquisitiva, resopló y preguntó por fin “Como localizó éste lugar?” Mire los lomos multicolores de los libros, pasé el dedo índice de mi mano derecha sobre el cristal que cubría el plano del escritorio, y por fin levanté la vista y lo miré a los ojos, “sabe algo padre, soy muy memorioso” respondí “¿Memorioso? Usted no tiene edad suficiente para recordar éste lugar, salvo que tenga 160 o 170 años, y en ése caso tengo que decirle que se conserva usted muy bien” Replicó, a la vez que con un ademán llamaba al otro religioso para que ingrese en el despacho con la bandeja. Este último me miró sonriente, con su rostro blanco y recién afeitado en el que se veían unas pocas vénulas rojo vinosas sobre los pómulos, en forma silenciosa apoyó su carga sobre el escritorio a la derecha de Garófalo López Montel, éste tomó la tetera y antes de verter el contenido en la primer taza me preguntó “¿Con azúcar? No se cómo toman el Té los entrerrianos y más específicamente los entrerrianos obcecados” “Con una cucharada por favor” respondí “En realidad los entrerrianos no somos muy tomadores de Té, en general, somos más tomadores de mate, amargo en la mayoría de las veces” Agregué
“la verdad que cómo dice usted, no tengo la edad que me atribuye, no me refiero a la memoria, por haber vivido los hechos que según algunos, sucedieron en éste lugar, algunos como mi conocido padre L, a quien no sé si usted conoció personalmente, pero si conoció en forma póstuma, pues usted se ajusta a la descripción del religioso que acompañó a los forenses que identificaron su cadáver. L me dijo hace muchos años, quizás 15 o 16 años, que él creía en la ascensión a los cielos del catapultado Pérez de Roldán, y que creía además que se trataba de un Santo, veo que usted debe creer lo mismo para vivir aquí, salvo que le guste mucho la pesca en el mar y salir a trotar junto a las olas” me detuve para sorber un trago de té “!Pero que casualidad¡” exclamé
“Los entrerrianos somos poco afectos a consumir Té , pero la verdad, que noto que se ha puesto de moda, debe ser una moda del clero, el tomar té con medias lunas, Iriarte también tiene la misma costumbre, pero por supuesto que tiene un aspecto y un trato bastante menos distinguido que el suyo, casi ordinario le diría, además a él se le pegan las migas alrededor de su boca y a usted no.” Dije “ No es de buenos cristianos juzgar a los hombres por su aspecto, hasta en el más contrahecho y enfermo de nuestros hermanos habita un alma que es a imagen y semejanza de nuestro Dios todopoderoso, ¡no! ¡no! no debe tener ésa actitud inconducente, que únicamente lo degrada a usted, debe admirar en cada ser humano lo admirable que existe en él, y siempre , siempre, algo se encuentra, siempre hasta el más deleznable de los seres oculta un tesoro de virtud que en muchas ocasiones hasta el mismo desconoce.” Me dijo con tono de fingida amonestación. “¡Me veo tentado a arrojarme a sus pies!” le dije con indisimulada agresividad “La Ira es uno de los Pecados Capitales” Me contesto impasible. “¡Usted lo que no entiende es que yo lo ví! ¡Yo vi a Satanás! ¡Algo debe hacerse para impedir que se abran las puertas del Infierno!” Grité. López Montel le hizo una seña tranquilizadora al otro religioso que se había asomado a la puerta del despacho ante mi iracundia “Cierra la puerta y quedate tranquilo, nuestro visitante es solo un hombre muy apasionado en sus dichos” Dijo con una sonrisa dibujada en su rostro “¿Está seguro padre? Cualquier cosa me avisa, seguramente, podremos apaciguar a nuestro recién llegado” Contestó el de la sotana mientras cerraba la puerta con suavidad, sin dejar de mirarme, yo me revolvía en mi asiento invadido por un desasosiego profundo, traté de controlar mi ánimo exasperado, me froté las palmas húmedas sobre los muslos y agregué con un tono neutro “Algo hay que hacer padre, todos mis amigos han muerto, ellos creían que las reliquias del ascendido de Villa La Ola eran un sello que impediría, la catástrofe, toda su vida la dedicaron a esto y ahora están todos muertos. ¡Algo hay que hacer!” agregué casi en tono de suplica bajé la cabeza y oculté el rostro entre mis manos, se me habían humedecido los ojos de indignación. “Algo se está haciendo” Contestó por fin al cabo de un momento que me pareció eterno. “El sello está en un lugar seguro, donde L lo ocultó, el sello está en Nogoyá que es donde debe estar” Me dijo con gesto duro. “ Es mejor que usted no sepa nada de todo esto, es muy peligroso, ¡y no es para cualquiera!” al escuchar éstas palabras me puse de pie como un resorte, apoye mis manos sobre el escritorio incliné mi tronco hacia delante y casi frente a su cara e invadido nuevamente por la rabia gruñí “ ¡No es para cualquiera!! ¡No señor elegido, no es para cualquiera!! No me trate como a un idiota padre, yo ví al diablo en persona, yo estuve en coma postraumático, a mi me trataron por loco, me encerraron y por muchas noches el maldito venía verme, yo me resistí a sus tentaciones, a sus propuestas aferrado a la vida y al bien. No me venga con estupideces padre. Usted sabe que me necesita, yo quiero continuar el camino de mis antecesores de NOAR, Ari y L, ¡quiero ayudar! ¡No deseo que se me trate como a un infradotado!” Terminé súbitamente más calmo, me volví a sentar y miré al padre Garófalo que permanecía extrañamente calmo. “¿Usted quiere ayudar? ¿O usted quiere conocer? Hace falta mucha Fe, como la de Bautista, para ayudar en ésta empresa, el sello debe permanecer oculto y sólo pocos o casi ninguno debe saber donde está. Yo no soy un elegido, quizás usted si. Pero es una empresa que le costará mucho dolor y sacrificio. Ya hablaremos más tarde al respecto” dijo “¿Como llegó a éste lugar, es una casa de retiro más de los cientos que existen en la costa?” Preguntó “ya le dije, que soy muy memorioso, mis amigos, hace muchísimos años , alrededor de 60 recibieron un mapa, de manos de una anciana trashumante en sierra de los padres, fue el mapa con el que encontraron éste lugar antes que ustedes, recogieron las reliquias de los restos de la capilla y los llevaron a Nogoyá. Un conocido mío, por casualidad lo encontró entre las pertenencias de un hombre que fue devorado por sus propios perros y nunca supe bien porque me lo entregó. Lo memoricé y lo destruí.” Contesté. “ muchas cosas tendrás que llevar únicamente en tu memoria, ahora vamos a rezar que es hora” Me dijo el enviado de la congregación y me condujo por un ancho pasillo hacia una capilla iluminada desde altos vitrales dominada por los restos de un viejo muro semiderruido donde estaba entronizada una imagen de la Virgen del Carmen, vieja y descascarada.
Aquí sentado bajo los jacarandaes de la Plaza, medito en todo esto, por momentos me parece que el suelo vibra, me parece percibir sordos golpes en el subsuelo, como una bestia que se golpea contra las rejas de su encierro. El sol de la mañana baña Nogoyá con un manto de luz y tibieza, en un campo santo cerrado y bendito el sello permanece oculto. Marisa salió del Palacio Municipal, bajó con agilidad las escalinatas de mármol y se dirigió sonriente hacia mí. “Vamos, ya está todo listo, ¡es hora de un rico almuerzo!” Llegamos hasta la esquina y caminamos por San Martín hacia el Norte al arribar a calle Alem nos cruzamos con mi primo y Estela Flores que nos saludaron sonrientes desde el interior de su Audi negro. “Parece que rinde el turismo ecológico, la noche y la falopa” Pensé entristecido y el rostro de Carolina envuelto en llamas me observó fugazmente desde los cristales de la Galería Del Ateneo como clamando justicia. Solo pude tragar unos pocos bocados ese mediodía, una mano invisible me oprimía el esófago.

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