sábado, 27 de febrero de 2010

Vigésimo Sexta Entrada de Los Custodios del Sello

Ultima charla con el viejo Bautista alrededor de 1992

“Se asombrarán viendo a la Bestia que era y no es, y será” Apocalipsis17-8

Los eucaliptos derramaban su generosa sombra sobre la calzada de asfalto. Estacioné mi auto junto a uno de los monumentales troncos, tomé el paquete con tortas negras y descendí del coche. El sol del medio día caía a plomo sobre los edificios del Hospital, miré hacia el asilo y ví sentado en la galería al viejo Bautista, que parecía desaparecer dentro del sillón de mimbre. Caminé hacía el portón y lo traspuse, me acerqué hasta el anciano y le di la mano con cuidado pues la suya me pareció de un fragilidad inmensa. No podía creer como aquel hombre había envejecido en tan pocos años, de una forma tan marcada, su cuello se hundía sobre su esternón dejando sobresalir el extremo proximal de sus clavículas como si solo los tegumentos recubrieran su esqueleto. Me saludó brevemente se agitaba al hablar. Le entregué las tortas negras y las dejó sobre una pequeña mesa que se encontraba a su lado. Me sonrió. Charlamos de nuestra entre vista anterior, de su experiencia juvenil, parecía feliz de que yo no hubiera olvidado aquella charla. “Aquí me ves muchacho, me estoy cayendo a pedazos, no me dicen nada pero sé que el cáncer me mata, no me dicen nada, pero los dolores no me abandonan, se los ofrezco a la Virgen para que derrame sus gracias sobre Nogoyá, sobre todos nosotros. Me queda poco tiempo muchacho, muy poco. Me consuela saber que cuando trasponga la última puerta veré a Dios y ya no sufriré las miserias de mi cuerpo” me dijo. “No ha de ser para tanto don Bautista” Le dije condescendiente “Si es para tanto, no lo dudes, pero si a mí no me aflige no se porque te va a afligir a vos. Yo no tengo miedo a lo que me espera. Solo temo por lo que dejo” Contestó. “¿por lo que deja?” pregunté pensando en que quizás le preocuparían sus bienes o algún familiar en particular “Por los que quedan, quizás sea la respuesta correcta” Se detuvo un momento y me miró largamente “Cuídate de tus compañías muchacho, mucha hipocresía te rodea, el mal está desplegando sus fuerzas, lo siento, debes confiar en la oración, en la comunicación directa con Dios, en la preparación del espíritu” Afirmó. “No se a que fuerzas malignas desplegadas, se refiere” Contesté asombrado “Te he dicho que yo hablo con la Virgen, ella me visita, se me aparece, ella me lo advirtió. El Leviatán engendrará un hijo monstruoso en éste lugar. Un hijo capaz de condenar al mundo. Como fue engendrado el hijo de Dios. La Bestia engendrará un monstruo en el vientre de una virgen, que será desflorada por el mismo Satanás. Sólo la oración será barricada eficaz contra ésta calamidad, ninguna otra cosa, o por lo menos nada por si mismo sin el poder de la fe y la oración. Por eso, las carmelitas y todos los otros que colaboramos. Existen otros que nos apoyan desde otros lugares en mancomunión” terminó su parlamento con voz apenas audible y sensiblemente agitado, comenzó a toser en accesos interminables que parecían hacer quebrar su humanidad endeble. Una enfermera se acercó y me dijo “Es hora del almuerzo, se acabó la visita” Alcancé a ver cuando subía al auto como alzaban a Bautista y lo colocaban en una silla de ruedas, su cabeza se bamboleaba hacia los costados mientras ingresaba por la puerta del Asilo. Unas semanas después falleció. Recién mucho después pude comprender sus palabras. Nunca hasta hoy, he podido dar con el paradero del niño sin ojos. Como en la desaparición de Villa La Ola y la ascensión a los cielos del catapultado un pacto de silencio, envuelve todo como la neblina espectral a la que se refería L “Y ése silencio constituye la sombra que rodea ésta historia y de la que te hable antes.”
Como Fioramonti tendré que marchar tras las huellas de un fantasma, antes que sea tarde. El anoftalmo a nacido y es ciego a la misericordia, al perdón , a la inocencia derramará el mal sin distinciones. Preparando el camino al ángel del abismo.


Notas

“Cuando llegué a aquel lugar, lo hice sólo con mis dos ayudantes, los baqueanos no quisieron ir. No hubo forma de convencerlos de que nos acompañaran. Al preguntarles el porqué se limitaban a bajar la cabeza y menearla en forma de negación. Temprano antes de que saliera el sol, con las primeras luces del alba en el oriente, los tres montamos a caballo y nos dirigimos a aquel sitio maldito. No existía sendero, por lo que en muchos trayectos tuvimos que desmontar y continuar a pie abriéndonos camino con nuestros machetes, recién entrada bien la tarde llegamos al lugar. Ubicado a la orilla del mar, azotado por el viento, cubierto de matas, platas rastreras y escasos árboles casi todos agrupados en un pequeño sector. Luego de la primera recorrida a pie, el sol se ocultó sobre el continente. Instalamos nuestra tienda de campaña, encendimos fuego y cenamos. Fue una noche larga, extraña, una noche casi sin ruidos, solo el ulular del viento. Esa noche en los pocos momentos que nos dormitamos, tuvimos sueños extraños, sueños inquietantes, que nos dieron a los tres un ánimo taciturno. Solo meses después hablamos entre nosotros de la experiencia de ésa noche, casi aterradora. Creo que la mayoría de las noches de mi vida, las pasé en sitios extraños, en descampados, selvas, montañas, en la interminable llanura de la Pampa o en inhóspitos parajes de la Cordillera o la Patagonia. Nunca, me invadió la inquietud de aquella noche de Villa La Ola. Nunca en las incontables atmósferas que respiré, en las incontables oscuridades impenetrables que me rodearon, sentí una sensación como aquella a la que ahora me refiero. Al abrir los ojos sobresaltado, por aquellos ensueños que mencioné, se percibía en el ambiente una presencia, una presencia inmaterial que todo lo inundaba, que penetraba entre los granos de arena del suelo, que circulaba por la savia de las plantas, que se revolvía entre las olas de la playa. Cuando tememos al Puma o a la Yarará , cuando tememos a la tormenta de nieve o al viento blanco, cuando tememos a la correntada indómita de un río, tememos a algo concreto, algo terrible pero conocido, feroz por naturaleza , de nuestra misma sustancia, capaz de destruirnos pero comprensible a los esfuerzos de nuestra razón. Pero a lo que temí esa noche, nunca lo pude comprender. Solo me ayudó a entender, la sombra de espanto, que velaba la mirada de los Oludos, cuando los indagaba sobre los hechos acaecidos en éste lugar aciago, al que nunca quisiera volver. Las primeras luces del alba tardaron en llegar tanto como nuestro desasosiego las deseaban prontas. Nos juntamos los tres junto al rescoldo del fogón casi extinguido y nos miramos en silencio, sin ninguno pronunciar palabras, mirándonos con recelo unos a otros, mientras calentábamos el agua para el mate, arrimando nuevos palitos a las brasas. Recorrimos el lugar en silencio, tomando medidas, ubicándonos con respecto a los puntos cardinales, a no ser vegetal, casi no existía vida, si hasta me imaginé que el mar en ése sitio era estéril. Vacío de peces, de vida. Junto a la arboleda solitaria, la única construcción visible era un rectángulo de ladrillos, casi totalmente hundida en la arena, supongo que se trataba de los restos de la antigua capilla, realizar la excavación excedía nuestra capacidad y excedía en mucho el tiempo que deseábamos prolongar nuestra permanencia. Recogí unos trozos de mampostería los clasifique, levanté un croquis de la misma y luego excavamos en un sitio cercano al extremo opuesto de la arboleda, la capa de ceniza se encontraba más o menos a metro y medio de profundidad, formaba un estrato de aproximadamente 10 cm. Recogimos algunos trozos de madera calcinada que clasificamos y guardamos, poco más pudimos hacer pues promediaba la tarde y un deseo casi compulsivo de irnos, nos invadió. Desarmamos nuestra tienda y desandamos el camino, llegamos en medio de la noche a nuestro campamento, que permanecía en silencio, los otros no nos preguntaron nada, como si comprendieran nuestro ánimo callado y receloso.” Fragmento de “Recuerdos….” Giussepe Fioramonti 1925.

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