domingo, 11 de octubre de 2009

Septima Entrada

Barrio El Morajú. La Cena. Marzo de 2000


Caminé hasta la estación de servicio, a buscar el coche, lo había llevado para lavarlo, cosa no muy frecuente, pero consideré inapropiado ir a un compromiso de ése tipo, en un auto mugriento. Cerca de las nueve menos cuarto tomé la ruta para dirigirme hasta El Morajú. Era una noche cálida, el aroma del campo impregnaba el aire. La luna en cuarto creciente asomaba en el horizonte. Las luces del paseo público iluminaban los fresnos ya amarillentos. La casa de la mujer se ubicaba en la primer calle, tejas esmaltadas y galería con arcadas, no tenía gran personalidad pero era agradable precedida de un pequeño jardín. Leticia me abrió la puerta, me pidió que me sentara en la pequeña sala, pronto vendría la señora Lorena, me ofreció un Whisky, lo rechacé, no me gusta beber en casa de extraños, y ésta Lorena no era otra cosa para mí. A los pocos minutos apareció la vieja, vestida de Jean y una blusa crema parecía salida de una película norteamericana hasta los grandes aros de bijouterie denotaban mal gusto.
Sin embargo su conversación era agradable, una mujer de modos suaves, contrastaba su encanto personal con su aspecto, un tanto ordinario. Luego de los saludos de rigor, me contó que no hacía mucho que estaba en Entre Ríos, era nacida en un pueblo llamado Las Nutrias cerca de Lobería en provincia de Buenos Aires. Había decidido cambiar de aires por circunstancias personales, que no me comentó. Me habló de sus ataques de pánico, del tiempo que había transcurrido hasta que le hicieron un diagnóstico de certeza y un tratamiento que si bien no la curó disminuyó mucho su frecuencia. Casualmente , la mala interpretación de esto fue la causa que desencadenó el episodio en que la conocí, el distanciamiento de las crisis la llevó a creerse curada, abandonando la medicación, “ UD presenció los resultados” Me dijo que había conocido circunstancialmente a mi hermano, en una reunión de la sociedad rural ,donde también había conocido a mi primo. Algo sobre vialidad y el estado de los caminos, de los cuáles se quejó amargamente. “no se puede sacar la producción, si el campo no produce, la Argentina se muere” afirmó tajante. No se bien cómo derivó la charla, pero en un momento le comenté de mi encuentro con Aristóbulo del Monte, el historiador de Balcarce, ella cambió de actitud un parpadeo repetitivo denotó tensión. “¿UD conoció a Ari? El me consiguió el campo aquí. ¡El pobre! sabrá que murió, lástima era un buen amigo” Le contesté que ignoraba su muerte y que mi conocimiento de él se reducía a un solo encuentro. Sin embargo lo lamenté, pues me resultó un tipo simpático y yo no compartía las teorías conspirativas de mi primo.”Si por muchos años fuimos amigos” me dijo “Era un hombre muy lindo en su juventud y lo seguía siendo en su edad madura, muchas de la zona estábamos enamoradas de él, le hablo hace 35 o 40 años o más” Se sonrojó. “Sin embargo murió soltero, no sólo, pero soltero. Sus propiedades las heredó un hijo que engendró con una mujer de Dos Naciones cerca de el cerro El Bote, donde su familia tenía un establecimiento rural” “Así que UD conoció a Ari!! La última vez que lo vi fue en Balcarce en su casa, me invitó a cenar como despedida pues yo el fin de semana siguiente viajaba para aquí, hablamos hasta bien entrada la noche en compañía de un amigo de él, otro historiador, de ése tipo raro de historiadores que rodeaban a Ari, éste investigaba sobre personajes religiosos desconocidos, apenas se escuchaba su voz por la disfonía, un flaco desgarbado que fumaba como un murciélago, por el que Ari parecía sentir un gran aprecio. Unas semanas después Ari presentó una Hemorragia, vomitaba sangre, aparentemente por su apego a la ginebra, duró poco, me
enteré de su muerte como un mes después de ocurrida. Lo sentí mucho” “Ginebra con poco hielo”, pensé, “más ginebra que hielo”, recordando aquella noche de San Miguel.
“Ari era una gran conversador” continuó “era uno de ésos tipos que te envuelven con su charla y que acortan el tiempo” calló un momento, miró a través de la ventana hacia el jardín y la calle pero se sabía por su expresión que su mirada no era externa sino hacia la memoria” Lo conocí una noche de carnaval en el Club Cultural de las Nutrias haya por 1947,creí que era el hombre de mi vida, y aún hoy me pregunto si no me equivoque al rechazarlo, pero UD sabe como eran las cosas entonces. Era un muchacho extraño que estudiaba Historia no se ocupaba de las cosas del campo y encima no era constante en sus visitas. Una tía me llevó a una vidente, una pitonisa de Mechongue muy renombrada en la zona (Lorena usaba con frecuencia la palabra Zona y Campo) y especializada en cuestiones del corazón, ella me recomendó que me alejara de él pues ocultaba un secreto, un secreto imposible de compartir, que podía llevar al desastre a quienes se le acercaran. A los dieciséis años, menos que eso es suficiente para no mirar más a un chico, más aún con mi personalidad aprehensiva. Luego de muchos años lo reencontré y estuve dispuesta a no perderlo, creo que fui su amiga” Leticia entró con el café Lorena volvió a su compostura de antes “pero mire lo que le estoy contando, caramba, vamos a la galería a tomar el café y a charlar de cosas mas agradables”
De regreso imaginé la escena de Ari, Lorena y su amigo fumador, tan parecido al inexistente padre L, fui al centro me quedé a mirar un partido de fútbol por alguna de las múltiples copas de asociación sudamericana de Fútbol, los amigos me invitaron a seguir con una truqueada en casa del ruso, desistí, ésa noche soñé con secretos revelados entre vómitos de sangre y humo de tabaco. Secretos imposibles de sobrellevar. Desperté bañado en transpiración y con sensación de asfixia”

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