domingo, 6 de septiembre de 2009

Segunda Entrada

Notas

“El hombre me dijo que él había matado los perros, todos los perros, no había caso de dejar ninguno vivo, las bestias se habían cebado con carne humana, no se los podía dejar vivos. Si hasta tuvo miedo que se soltaran de sus ataduras y se lo comieran a él también, tal la ferocidad que demostraban. Valían plata los bichos, los podría haber vendido, pero tal fue el miedo que le inspiraron que los mató a todos, uno tras otro, sin pensarlo más. La baba chorreaba de sus bocas que le parecieron siniestras en sus cabezas ensangrentadas. Los estampidos del fusil retumbaron en los troncos y se perdieron entre la fronda espinosa. Dice que concluida su faena, se alejó casi corriendo por el sendero, sin tener ganas de mirar atrás. A llegar a su casa, vomitó su miedo en el baño hasta temer quedarse sin estómago. Eso me contó el hombre aquella tarde, lo escribo para que se sepa” De la agenda de L.

Nogoyá alrededor de 1966 Primer conocimiento

El cielo plomizo cubría la ciudad mojada por el aguacero de verano. Contra el cordón de granito un torrente corría hacia el Este, formando borbollones y pequeñas olas sobre los adoquines del pavimento. Los barcos de papel cabeceaban y daban bandazos raudos en su viaje de bautismo y despedida hasta encallar en algún depósito de limo o en algún adoquín arrecife. Naufragios mínimos que causaban algarabías y risas en los niños arrodillados en la vereda. Astilleros de infancia restituían naves a la flotilla diezmada con la expectativa de que alguna de ellas llegara al lejano arroyo, en un viaje mágico que la mente de la niñez extendía hasta el río Paraná.
Corríamos por la vereda con la vista atenta en los ingenios de papel que flotaban llevados por la corriente, de tanto en tanto nos deteníamos bajo algún falso plátano de corteza blanquecina y sentados en sus raíces contemplábamos alguno en dificultades hasta que se hundía despedazado en la corriente o proseguía su deriva con retomado ímpetu. El olor de las tortas fritas inundaba la vereda escapado de ocultas cocinas de tardes lluviosas.
Los hombres hablaban con vehemencia y gestos ampulosos en la esquina bajo un falso plátano corpulento sin prestar importancia a las gruesas gotas que dejaba caer el follaje mecido por la brisa. Hablaban de temas extraños a lo cotidiano. Hablaban del diablo, del infierno, de una llave que impediría que sus puertas se abran, me miraron con ojos de furia cuando notaron mi presencia observándolos atónito, se marcharon caminando calle abajo, uno de ellos arrojó un cigarrillo que acertó a caer dentro de un barquito de papel, que para nosotros se transformó en un poderoso vapor, que dejaba estelas de humo de tabaco. Luego que los hombres se perdieron al rodear la esquina, proseguimos nuestro juego con entusiasmo, acicateados por las marejadas que producían los autos al pasar, produciendo repentinas turbulencias que sacudían la flotilla con furia de temporal. Pero ésa noche en mis sueños, ví abrirse la bocacalle como el cráter ígneo de un volcán, arrojando escombros hacia el cielo y en el interior de la densa nube que emergía, figuras de horror danzaban encendidas en llamas, hasta que el palpitar de mi corazón me devolvió a la vigilia. En puntillas me dirigí a la ventana y a través de la celosía vi la bocacalle intacta, bajo la oscilante lámpara de mercurio que se columpiaba bajo el influjo del viento sur.

Desde Paraná Abril de 2003 Las Señales

Los semáforos en Paraná son lentos e incoordinados en la hora pico es un suplicio para vehículos y personas, un atolladero que me llena de impaciencia y me hace recordar a cada momento a los familiares de los funcionarios de la dirección de tránsito municipal. Si a esto le sumamos un inconveniente adicional, como una obra en ejecución o una manifestación política es una combinación insoportable que me produce el impulso de bajarme del vehículo y continuar mi ruta caminando.
De avenida Almafuerte me desvié para salir por la Base Aérea pues en la ruta 18 y el parque Industrial un piquete cortaba el tránsito desde hacía varias horas, mi visita a Paraná no había sido satisfactoria y un profundo fastidio me embargaba. Deseaba profundamente que el piquete no se hubiera extendido a la ruta 12, mi día no había sido bueno como para aguantar otro contratiempo. Conduje con cuidado por el atestado tráfico de Avenida Zanni hasta que pude desviar a la izquierda por Jorge Newbery hacia la ruta a Nogoyá, pasando por las instalaciones militares, en las que las carcazas de viejos aviones turbohélice me traen el doloroso recuerdo de Malvinas. El sol de las tres de la tarde iluminaba el paisaje verde amarillento del otoño entrerriano, las lomadas se extendían ante mis ojos salpicadas de arboledas y animales pastando con ese particular cuadriculado de los campos de cultivo. En la entrada de María Luisa lo vi a Cabrerita haciendo dedo, me detuve, el hombre corrió con una carpeta en la mano y subió al coche. “¿Que haces por acá?” pregunté casi por compromiso. “Nada , tenía que hacer unos tramites en la caja de jubilación, vine hoy temprano en colectivo y dije me vuelvo a dedo así me ahorro unos pesos, vio, la cosa está tirante, los pesitos no sobran “ me contestó “ Bueno tuviste suerte, te llevo hasta Nogoyá” respondí “Vio que quilombo con los piqueteros, ya hace como una semana que están cortando la ruta y parece que la cosa va para largo, cuando no es por una cosa es por otra pero siempre tienen un motivo para hacer lío” comentó “ los que laburamos todo el día, tenemos que hacer buena letra para que no nos rajen y éstos tipos , reciben los planes sociales y nunca están conformes” agregó. “ Es un tema complejo ,Cabrerita, diez años cerrando fábricas, creando desocupados , aumentando la pobreza y la marginación, tenía que explotar en algún momento, la única forma de terminar con esto es creando fuentes de trabajo y yo creo que de a poquito vamos a ir saliendo, pero de a poquito, no hay soluciones milagrosas” repliqué “ y sí en eso tiene razón , cuando uno no tiene para parar la olla , la cosa se pone difícil , si uno ni siquiera puede mirarle la cara a los hijos, de vergüenza vio? Nosotros por lo menos en el municipio tenemos estabilidad y en el caso mío que estoy enfermo de la columna , capaz que hasta me puedo jubilar , en eso tiene razón, pero yo creo que uno puede protestar sin joder tanto a los demás, por lo menos así lo pienso yo vio” dijo “Capaz que tenés razón yo no te voy a discutir ese punto, que se yo , cada uno actúa como cree conveniente, pero cambiando de tema que era ese lío los otros días en la cruz del milenio, había una multitud de municipales, que se les dio por limpiarla o por pintarla ? “ pregunté “ ¡Ah ! era por los moscardones , impresionante la cantidad de moscardones, un asco le aseguro que era un asco, millones de moscardones se juntaron ahí, de ésos moscardones verdes grandes, yo nunca había visto tantos, un cosa increíble, fumigamos como tres veces y seguían viniendo, una nube , mire, una nube de moscardones” exclamó “¿ Che y de donde salieron esos bichos?, rarísimo en ésta época del año” dije “ Mire yo no puedo contestarle, lo único que algún gracioso había tirado la cabeza de un corderito en el barco , vio, pero ni siquiera estaba muy podrida como para atraer moscas y menos semejante cantidad, si hasta se nos metían en la boca , en los oídos ,en la nariz por todos lados “ comentó “ Pero mira que cosa rara moscardones, estaba todo el barrio convulsionado supongo, los habrán vuelto locos con las llamadas telefónicas ?” pregunté “ No fíjese que no, la noche anterior el Pedro ,el nieto de Acosta el sereno, con uno amigos habían comprado una cerveza en la estación de servicio y se fueron a tomarla ahí al barquito ése que esta al lado de la cruz vio, siempre se juntan muchachos ahí, a la madrugada escucharon el zumbido, cuando comenzaron a llegar las moscas, de noche fíjese, rarísimo, pero así fue, en un rato parece que toda la cruz del milenio se llenó de moscardones, venían del Este del lado del arroyo según cuentan, el Pedro le comentó a don Acosta y éste le avisó a uno de los jefes, por eso fuimos, si hasta unos caranchos habían venido del campo seguro que por la cabeza del corderito vio, cuando yo llegué , de los primeros, había dos caranchos parados en la cruz, y fíjese, mansitos los bichos, si recién cuando comenzamos a fumigar se fueron y no muy lejos al mediodía todavía revoloteaban arriba como seis o siete de ésos pajarracos. Bueno, la cosa que los vecinos ni se alcanzaron a dar cuenta pues nosotros llegamos temprano, pero tuvimos que fumigar como tres veces, para acabar con los moscardones, bolsas llenamos con los muertos, pero créame bolsas llenamos, después sí quedó todo limpito, pero eso sí había quedado como un olor a podrido, que duró varios días según me contaban los muchachos que hacen la limpieza, pero cosa rara, cosa de mandinga” terminó. “Será de las lagunas de estabilización de las cloacas, seguramente” dije “y que se yo, a nosotros nos mandaron a fumigar si quiere saber otra cosa pregúntele a alguno de los jefes, nosotros vamos donde nos mandan” replicó, evidentemente con ganas de terminar con el tema. Hablamos del clima del estado de las calles y otras generalidades, lo bajé justamente en la cruz del milenio, donde por cierto no ví ninguna mosca, ni corderos degollados ni anomalía aparente alguna. Me quedé pensando en éste episodio y recién varios años después encontré una explicación, a la que no podría denominar realmente como lógica. Ese mismo día, me enteré después, ocurrieron otros hechos extraordinarios, fue el día por ejemplo, que aparecieron los gusanos en el altar de las carmelitas y en el Hospital nació el niño sin ojos. Fioramonti escribió “dicen que antes del final, las moscas oscurecieron el cielo de Villa La Ola, las casas se infectaron de murciélagos y aves carroñeras sobrevolaban la plaza como anunciando la muerte. La gente no hizo caso a éstas señales y las comprendieron cuando sobrevino la debacle de fuego que consumió su mundo para siempre. Imágenes que los persiguieron en su largo éxodo y seguramente recordaron vividamente en el momento de su muerte. Quienes los vieron marchar aseguran que era un cortejo doliente y miserable perseguido por un silencio maligno, una presencia que en la inmensidad de la nada todo lo envolvía invisible salvo para los ojos del espíritu.
Yo seguí el rastro de ésta gente muchos años después de los acontecimientos, con algunos de ellos me logré entrevistar, pero su silencio era infranqueable, un pacto de olvido. Pero el horror en sus rostros retornaba cuando se les preguntaba, como si imágenes fantasmales se presentaran ante sus ojos a través del tiempo y la distancia”
Los escritos de Fioramonti abundan en reproducciones asombrosamente textuales de sus entrevistas, son escasos los momentos en los que el autor de “Recuerdos…” vuelca al texto sus impresiones. A Claude Bernard se le atribuye una frase “el que no sabe lo que busca, no lo reconoce cuando lo encuentra” y probablemente es lo que ocurre con los indicios, las señales, o como quiera llamársele. Como aquel pez fosforescente que buscó el anzuelo de un muchacho y marcó su vida para siempre, para bien o para mal, nunca volvió a ser el mismo. En retrospectiva es fácil reconocer indicios de cosas que sucedieron como pródromos, con anterioridad solo es posible percibirlas si uno las espera. Aquel día cuando volví a mi casa, me enteré de la muerte de Carolina y de su hermana, pobres viejas, parece que fue un escape de gas, aparentemente estaban irreconocibles solo un montón de carne y huesos calcinados. Como decían en El Mangrullo “perecieron en un infierno de llamas”.

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