lunes, 26 de septiembre de 2011

Gallito Ciego Cuarta Entrada

Gallito Ciego  Cuarta Entrada


-                     ¿A que hora lo vio llegar?-pregunté. Tratando de convencerla que yo creía todo lo que ella me decía. O por lo menos que sinceramente intentaba hacerlo.
-                     Alrededor de las ocho y media de la mañana-contestó. Y fijó la vista en sus manos que parecían acariciar el caminito rústico con motivos andinos.
-                     ¿Notó usted alguna actitud especial en él?-dije tratando de volver a mi aparente indiferencia. Borrar de mi rostro la expresión de extrañeza que todo aquello me ocasionaba.
-                     Lo ví a cierta distancia, pero no noté nada en especial. Si me sorprendió el verlo, después de tantos años. Un poco más viejo, pero nada más que eso.
-                     ¿No notó ninguna de las heridas?- agregué en un tono que a mi mismo me resultó un tanto burlesco.
-                     Tenía un sobretodo, pero la verdad que no parecía padecer ninguna dolencia, se desenvolvía en forma natural, como cualquier transeúnte.-me dijo esta vez fijando sus ojos en mi y descuidando sus manos que seguían deslizándose sobre la mesa.
-                     ¿Usted se da cuenta que los forenses afirman que sin ninguna duda tenía 3 días de muerto?- le dije, en lo que fue casi un estallido involuntario.
-                     Lo he leído en los diarios, pero yo lo vi entrar a la iglesia, recuerdo perfectamente haberlo visto, porque yo lo conocía, el le dio clases a mis hijos, como ya le dije. Y es más, lo seguí para saludarlo, hasta la vereda de la iglesia cuando me di cuenta que él entraría lo llamé, ya que yo no soy muy creyente no estaba dispuesta a entrar. Él giró levemente la cabeza y me saludó con un gesto de su mano derecha sobre el hombro, luego entró al templo.- me contestó calmada y mirándome a los ojos, como adivinando mis dudas. Adquiriendo aquel tono suave que suele ocultar, a veces, un profundo enojo.
-                     Lo que a mí me desconcierta es que usted afirma haber visto entrar un cadáver a la iglesia, e incluso ahora dice que  la saludó. Eso da por tierra con todas las afirmaciones de la policía, de que se trató de una broma de mal gusto de alguien. Evidentemente robaron el cadáver y lo llevaron a la iglesia para asustar a la gente. Pero usted afirma que lo vio entrar caminando.-dije dubitativo. A la vez que me arrepentía en el acto de mis conjeturas. Pues no eran propias de un entrevistador que deseaba obtener información, no polémica.
-                     Usted crea lo que quiera, yo se lo que ví y por eso fui a la comisaría. Yo sé que se rieron mucho de mi declaración. Que nadie me tomó en serio, pero yo cuento lo que ví. A usted tampoco lo invité a venir por mi iniciativa, mi invitación nació de su pedido. Pero bueno crea lo que quiera. Ya le dije antes lo que pienso de los prejuicios. Yo no soy prejuiciosa.- Terminando de hablar esbozó una sonrisa triste un tanto torcida. Que ya no trasuntaba aquel estado de ánimo divertido de su monólogo inicial.
-                     Pero comprenderá-afirmé con suavidad-que es algo muy difícil de creer. Serra murió el Jueves anterior al domingo que usted afirma haberlo visto. Lo mataron de cuatro balazos en la puerta de su casa en el Gran Buenos Aires, le realizaron la necropsia. Lo sepultaron el Viernes. Yo entrevisté a su mujer y sus hijas. También entrevisté al personal de la funeraria-me detuve mirando las hojas que tenía en mis manos.  Estaba dispuesto a mostrárselas como una especie de disculpa. Como diciéndole: “Aquí está. No son cosas que se me ocurren”
-                     Yo comprendo y usted no dudo que podrá haber entrevistado a cuanta gente se le antojara. Pero ahora yo le pregunto a usted ¿qué gano yo, qué beneficio obtengo en inventar una historia tan descabellada? Que me tomen por loca, como los policías o usted. No joven, yo vi lo que vi. Y no soy mujer de creer en cosas sobrenaturales. Ni en resucitados. Le hago otra pregunta ¿A Serra lo encontraron o no en la iglesia?- calló de pronto y me miró esperando mi respuesta. Su tono se había ido elevando hasta casi terminar gritando. Pareció la argumentación de un congresal. Yo involuntariamente había vuelto a dejarme ganar por la agresividad. Tengo un temperamento un poco inestable y cambiante.
-                     Si a Serra lo encontraron en la iglesia, mejor dicho al cadáver de Serra, bien muerto- contesté con cierto fastidio. Resaltando aquello “bien muerto” como una especie de escupitajo a la cara de mi reporteada.
-                     Tres horas antes yo lo ví entrar en la iglesia, ¡Bien vivo!-afirmó con una sonrisa socarrona. Como feliz de haber logrado mi descontrol.- Yo lo conocía, no tenía la menor idea de que lo habían matado unos días antes. Me enteré por el diario. Solo quise ayudar, por eso fui a declarar. Pero todo resultó inútil. Como me está pareciendo que esta charla también lo es.
-                     Volvamos nuevamente sobre el momento que usted lo vio ¿Alguna otra persona pudo haberlo visto? – contesté forzadamente condescendiente. Conciente de que la mujer de alguna forma jugaba con mi personalidad. Que de alguna manera sacaba ventaja de ella. En ese momento no me puse a pensar que no tenía motivos para hacerlo y que el entrevistador era yo.                                                                                                    
-                     Recuerdo que sentado en el atrio estaba el cieguito como siempre,-dicho esto me volvió a mirar con una sonrisita que adiviné burlona- creo que un par de mujeres se dirigían también a la iglesia.-agregó- Pero no sé si ingresaron porque yo me alejé del lugar caminando hacia la panadería. O si alcanzaron a verlo ingresar, tampoco sé si dentro de la iglesia había gente, yo no entré. Todo eso se lo dije a la policía lo debe tener usted anotado ahí-dijo señalando mi carpeta y mi libreta- Usted que ha entrevistado tanta gente, ¿no entrevistó a los feligreses habituales de ése lugar? Yo si fuera periodista lo hubiera hecho. Más aún ¿En el sitio donde lo encontraron nadie lo vio llegar o no notaron la presencia de un cadáver de cuatro días cuando ellos llegaron?- terminó ya sin la sonrisa.
-                     Lo encontró la mujer que limpia alrededor de las doce menos cuarto, al cadáver lo habían sentado en uno de los bancos. En eso usted tiene razón alguien debería haberlo visto.-contesté casi para mi. En un tono de voz casi susurrante.
-                     ¿Usted estaría sentado al lado de un muerto de cuatro días sin darse cuenta?-me interrumpió segura de que sus preguntas me habían creado dudas-¡Por favor! La gente no hacía ni diez minutos que se había ido de la iglesia cuando ésta mujer  encuentra el cadáver según leí en el diario. Muchos estarían aún conversando en la vereda. Y en ese momento un grupo de  ¿Cómo los denominó usted? Bromistas de mal gusto llevan un cadáver que además han traído desde Guernica.¡Por favor!-terminó con un resoplido y cierto gesto de cansancio.
-                     ¡Es raro todo esto! Pero cualquier explicación es más creíble que la que usted da. Un muerto insepulto caminando lo más campante por una de las avenidas mas transitadas de  Buenos Aires.-dije recordando el panteón y el cajón abierto de Serra, pero decidí guardar silencio. Pensé en aquello de trocar el tiempo sucesivo en tiempos paralelos, como vías de tren de juguete. Pero no dije nada. Acomodé mis papeles en la carpeta y me puse de pie para despedirme. La mujer me sonrió y se puso de pie a su vez, me acompañó hasta la puerta y permaneció en el umbral mientras yo esperaba el ascensor incómodo.  Deseoso de abordarlo solo sin ninguna compañía animal.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Gallito Ciego Tercera Entrada

Gallito Ciego Tercera Entrada



-                     Interesante-dije resignado, jugueteando con mi bolígrafo entre los dedos, sin mirarla. Pero ahora simulando un interés que no sentía.

-                     Si, los ritos tienen sus libretos y su coreografía. Como una obra de teatro. Es una puesta en escena de alguna manera. En la que se participa como actor principal o secundario según el rol que se desempeñe. Que debe tener un solo espectador, la deidad que se está invocando.  Hay quienes confunden sin embargo, el espíritu religioso con la ritualidad. – pareció terminar de forma abrupta. Al parecer aquello era una revelación que escapaba a mi pobre entendimiento.

-                     Interesante – volví a repetir, ésta vez esperanzado- me gustaría sin embargo realizarle algunas preguntas.  No obstante si usted quiere agregar alguna otra cosa. Es muy interesante lo que usted me estaba contando.

-                     Como usted quiera, no lo tome a mal es nada más que asociación de ideas. Una asociación libres de ideas. Por ahí me gusta jugar a eso. Lo escucho. – me contestó. Su gesto me hacía ver que no había creído ni una palabra de mis elogios hacia su discurso.

-                     ¿Usted presenció la llegada de Serra a la iglesia?- pregunté con  un estudiado aire de indiferencia. Algo emparentado a la simulación de normalidad que Donoso describe en el “Obsceno pájaro de la noche”.

-                     Sí-me contestó lacónica. Observándome. Evidentemente también estaba interesada en estudiar mis reacciones.

-                     ¿Cómo lo vio llegar entre tanta gente?- pregunté en el mismo tono. Llevando en lo posible el dialogo al nivel de una tertulia dominical sobre un tema intrascendente y fútil.

-                     A esa hora no había prácticamente nadie en la calle, además era domingo y los  domingos la actividad en la zona es mucho menor.-me dijo, observándome en una actitud en la que creí adivinar una especie de desilusión.  Seguramente, me imaginé, ella esperaba de mí un estudio previo de la situación. Un estudio de terreno. Un relevamiento como el que realizan las avanzadas de los ejércitos.

-                     ¿Usted está segura que la persona que usted vio entrar era Serra?-pregunté con  cierta incredulidad. En realidad lo hacía con total incredulidad, pero no podía demostrárselo abiertamente, si quería que aquella entrevista continuara.

-                     Totalmente- me contestó tajante. De una forma tan categórica como la que hubiera empleado para decirme que era de mañana. Una verdad que estaba fuera de toda discusión.

-                     ¿Cómo puede estar tan segura?- le pregunté sin ya poder ocultar mi descreimiento absoluto.

-                     Yo lo conocí, él les dio clases a mis hijos en Lomas de Zamora.- me contestó con una sencillez, que me desconcertó. Recorrí rápidamente aquel ambiente y no vi ningún retrato, ningún obsequio de ésos que los padres guardan como testimonio de la infancia de sus hijos. Pero claro cada persona es distinta. Expresa sus afectos de una forma diferente y personal.

-                     ¿Usted conoció a Serra?-dije sorprendido, todavía un poco desconcertado por su respuesta. Pues ella se refería a un conocimiento personal. A través de sus hijos. Lo que hacía más difícil una confusión.

-                     Eso es lo que le estoy diciendo- ésta vez su voz sonó un tanto molesta. Como si los evidentes signos de mi escepticismo hubieran empezado a hacer mella en su predisposición inicial.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Gallito Ciego Segunda Entrada

Gallito Ciego Segunda Entrada


Golpee la puerta blanca con la mano, casi inmediatamente me abrió ella en persona. Parecía más joven que lo que yo había imaginado. Con un gesto de su mano me indicó que tomara asiento  alrededor de la mesa. Esta estaba adornada por un caminito tejido de trama gruesa,  con motivos propios de las culturas andinas, parecidos a los que había visto en Tiahuanaco. Un cacharro de color arena se encontraba como único objeto ornamental en el medio del mismo.
Mi anfitriona tomo asiento en la cabecera más lejana a donde yo me había sentado como queriendo guardar distancia de mí. Le sonreí abrí mi carpeta con cuidado sobre la mesa, ante su atenta mirada y le pregunté si estaba dispuesta a comenzar. La mujer me miró seria por un  momento antes de hablar. Todavía no conocía su voz.
-                     ¿Hace mucho que es periodista?- me preguntó
-                     Quince años -contesté- he trabajado en varios medios. Desde hace cuatro trabajo en la revista.-Pensé que en realidad podría haberle contestado cualquier cosa. Le contesté la verdad. Pero la mujer, creía yo, no tenía forma de saberlo.
-                     Se debe a los prejuicios-dijo como para sí. Volvió a mirarme pero esta vez como divertida. Yo no comprendía la causa. Pero ésa es la impresión que me ocasionó
-                     ¿Qué cosa?-respondí, distraído en leer mis anotaciones. Pensando en como comenzar aquella entrevista tan particular.
-                     La imagen que yo me había formado de usted, no es acorde con la suya real. Y eso se debe a los prejuicios, a lo que uno imagina sin constatación. Lo que uno piensa de lo que desconoce y se convence de que se ajusta a la realidad.
-                     Bien -atiné a contestar un poco desconcertado. Mirándola con asombro. No me esperaba un giro tal en el dialogo. Que por cierto era casi un monólogo.
-                     Así son muchas cosas, más de las que usted piensa –agregó- muchas tan cotidianas que no nos ponemos a analizarlas. La religiosidad sin ir más lejos que es el convencimiento de la existencia de un ser trascendente, que crea en los creyentes la necesidad de tratar de comunicarse con él y hasta un deseo de sometimiento. De transformarse en alguien agradable a ése ser superior, de cumplir con una voluntad que desconocemos, que no solo nos es ajena a nosotros como individuos, sino que es una voluntad ajena al género humano.
-                     Seguramente – casi susurré volviendo a sentir la sensación de fastidio que me embargó más temprano. Comencé a ser presa de la desesperación.
-                     Sí, no lo dude.  Una voluntad ajena al género humano. ¿Y quienes nos comunican la voluntad de ése ser supremo?
-                     No sé –contesté mientras una oleada de calor me invadía el rostro.
-                     ¿No sabe? Usted que es un periodista de quince años de experiencia no sabe. ¿Qué podemos esperar entonces de la gente común? Usted que vive rodeado de la información, que de alguna manera es un privilegiado, no sabe.- me miró y esbozó una sonrisa sarcástica brevemente, para luego  retornar a su seriedad anterior.-Piense caramba-agregó divertida mirándome .
-                     Los sacerdotes, supongo –dije ya francamente fastidioso. Sin interés alguno en continuar con aquel intercambio de opiniones inútiles.
-                     Crear y creer, son dos palabras de fonética muy similar. Existen muchos creadores y muchos creyentes. Los creadores, a través de su imaginación exaltada. No solo los sacerdotes, o por lo menos no solo los sacerdotes o los pastores cristianos. Fíjese, la palabra pastores nos remite a un rebaño, a un conjunto de animales que deben ser cuidados, manejados, a los que no se les puede dejar librados a su propia voluntad. Pero además de éstos existen los predicadores de otros credos. Innumerables credos. No solo monoteístas, sino también panteístas, animistas etc. Todos crean una mitología. Alrededor de ésa mitología crean rituales, conductas repetitivas y ceremoniales, que deben servir de instrumentos convencionales para comunicarse con el ser trascendental y someterse a su voluntad. –se detuvo pensativa. Esta mujer parecía gozar  con su perorata y con mi incomodidad.  Decidí cambiar de estrategia. Además demostraba una capacidad aparentemente inagotable para continuar alargando aquello. Parecía imposible que la sola palabra “prejuicio” hubiera desatado esa catarata de palabras.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Primera Entrada de Gallito Ciego

 "Gallito Ciego" es el nombre que le puse a esta novela, una especie de policial negro, que integra junto con "Veinte Cuentos Prescindibles" el  libro "Búsqueda Insensata" por el que me otorgaron el premio Escenario 2009 otorgado por el Diario Uno.  Gallito Ciego es el nombre de un juego infantil y también es la denominación que en ciertos ambientes se le da al sujeto que es introducido en una problemática que ignora en su totalidad, desconociendo la naturaleza, muchas veces letal, del contexto en el que se desenvuelve  la actividad encomendada. Esa es la característica del protagonista. Es una novela cuyo tiempo es contemporáneo, pero está impregnada de la violencia que asoló la Argentina, durante la dictadura y cuyos cadáveres insepultos, por una justicia tardía, aún hoy emergen de sus tumbas abiertas.  Juego un poco con los mitos, como el de López Rega el lugarteniente de Perón y de Estela Martínez al que se le atribuían prácticas y poderes oscuros, líder de un grupo paramilitar de ultraderecha la Triple A, pionera de las desapariciones en  la Argentina. Esta práctica deleznable luego fue perfeccionada y aumentada a su enésima potencia por la dictadura y sus grupos de tareas,  pero es necesario repetir que comenzó antes del golpe. Esto último ocultado por muchos sectores del partido hegemónico de la Argentina.  Tampoco esta es una novela histórica, ni pretende serlo, es una ficción contextualizada  así. Espero que les guste y si no igual gracias por su atención.

                                                                                                   Gustavo Cresta





                                                   GALLITO CIEGO

  I Lázaro y los Hermanos.

Tomé el café parado frente a la mesada de la cocina. Di una última leída a mis apuntes de la noche anterior.  Me dirigí al baño me cepillé los dientes y observé mi aspecto, quería estar presentable. Constaté que mi I Pod estuviera en orden. Pocas veces lo usaba, pero era probable que en ésta ocasión lo hiciera. No quería perder palabra de lo que me dijera y quería tener la inflexión de su voz registrada, el énfasis o el desgano de sus respuestas. Muchas veces era importante para poder escuchar más allá de las palabras. Y tenía el pálpito de que en esta oportunidad tendría  que hacerlo. Había entrevistado a muchas personas en mi vida, pero ésta era una persona especial. Su experiencia había sido por lo menos muy singular.

Bajé por el ascensor repasando mentalmente las cosas que me interesaba indagar, en el subsuelo me dirigí hasta mi coche, el chillido agudo de la alarma de apertura inundo todo el ámbito cuando accioné el pulsador de mi llave. Me acomodé en el asiento dejé la libreta con los apuntes sobre  la butaca del acompañante y puse en marcha el motor. Retrocedí con cuidado, ya en una oportunidad había colisionado con uno de los vehículos de la fila opuesta, y en dos o tres maniobras suaves estuve  en posición para dirigirme a la rampa. Coloqué la llave en la pequeña columna y esperé que la estructura metálica descendiera lentamente con ése ruido agudo que me recordaba a los molinos de viento de la infancia con mi abuelo. Una vez  en la calle me integré al tráfico enloquecido de ésa hora. Las demoras en los semáforos me ocasionaban fastidio, me noté  presa de una ansiedad inusitada  e incomprensible. Lo que estaba por hacer, lo hacía casi todos los días , era mi trabajo.

Quizás no debería haber utilizado el auto, pensé, es una complicación.  Pero yo era una de esas personas que disfrutan con el suplicio de los bocinazos, los gestos soeces, la prepotencia de los colectiveros y los taxistas. En  fin disfrutaba con el movimiento de aquel sistema circulatorio de la ciudad, en el cual parece contradecirse el principio de que la materia es excluyente.  Un poco de adrenalina, un safari urbano. Riéndome por mis pensamientos tengo que haber parecido un demente, en más de una oportunidad noté las miradas de otros automovilistas, curiosos o quizás con alguna secreta envidia de mi  aparente felicidad.  Poco a poco y en forma imperceptible la ansiedad había desaparecido, cuando llegué a mi destino estacioné en un garaje de la calle Tucumán  y caminé hasta el edificio donde me esperaban.  Pulsé el portero eléctrico del 6º A y luego de un momento que me pareció interminable, en el que la inquietud volvió  a mí, una voz femenina, que se me antojó de una mujer joven , quizás una adolescente, me contestó. Expliqué quien era yo y el propósito de mi visita . Transcurrido un momento, lapso en el que seguramente realizó alguna consulta, me abrió la puerta. La recepción era un ambiente oscuro con sus paredes recubiertas de madera y bronces descuidados que le daban un aspecto de serena decadencia. Me  dirigí  hacia los ascensores, esperé su llegada y subí en compañía de una anciana teñida de un rubio casi blanco que sostenía un pequeño perro pequines en sus brazos, desee que el ascensor fuera más grande pues  los perros siempre me causaron  repulsión. Los pequineses en particular con esa cara achatada, que siempre se me ocurrió agresiva. Además he  leído que tienen un  temperamento por demás inestable. Temí que saltara de los brazos de la vieja y se me prendiera al cuello, como una especie de vampiro canino. Tuve el impulso de detener el ascensor y huir. A ese punto llega mi fobia. Mi acompañante y su mascota descendieron en el 4º piso, lo que me provocó una sensación de alivio.