martes, 17 de abril de 2018

Fragmento de Némesis, novela inédita de 2010

Por eso, a veces  le daba la razón a su amigo, en aquello que su refugio en el fondo del patio era un escape hacia la soledad. Una soledad necesaria, para preservar una interioridad propia e individual. Encontrar en ella aquellos retazos de libertad que le eran indispensables. Indispensables porque el hombre no puede vivir en un ambiente que lo mutila privándolo de la capacidad de elegir. En la alienación. En la pérdida de la identidad. Gastón, es cierto, en muchas ocasiones  pensaba que exageraba cuando llevaba su pensamiento hasta ese extremo. Esa sensación solo lo poseía por momentos, más o menos largos, más o menos frecuentes. Pero distaba de ser una sensación permanente. La mayor parte del tiempo se sentía a gusto en su casa con su esposa y sus hijos. Solo que deseaba quizás la mujer que imaginó antes de casarse, una mujer con sus propios medios de vida, independiente, que no tuviera tanto tiempo para ocuparse de sus problemas u ocupaciones, porque su pensamiento y su tiempo se los dedicara a las propias cuestiones. Pero no era así. Él pensaba que el tiempo ocioso en que ella discurría, potenciaban esa especie de vida parasitaria. Ese tratar de vivir las experiencias del otro a través de los relatos minuciosos, como si ella hubiera resignado la vivencia de su propia vida, para vivir la de él. Por eso luego de convencerse de la inutilidad de su insistencia para que retome su profesión, trató de incentivarla para que realice otras  actividades. Pues si bien, la idea de una mujer ama de casa, con las manos llenas de harina y el delantal puesto, a él le resultaba aborrecible, más aborrecible le resultaba la imagen de esta otra mujer desocupada, sin ninguna actividad ni siquiera las domésticas. Pero la idea de tener un hermoso jardín, pintar, bordar o coleccionar estampillas, por enumerar algunas, no eran del agrado de Muriel y las desechaba sin siquiera intentarlo. Al parecer su vida solo estaba dedicada a la espera. La espera de su llegada y sobre la mesa del té recién servido, se lanzaba sobre él como un hematófago, que en lugar de lanceta utiliza preguntas, para succionar el líquido vital. El lenguaje como elemento de absorber  la vida ajena. La higuera estaba desde antes y él también, pensaba Gastón, estaba desde antes. Él existía antes de conocerla y quería seguir existiendo.

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